EL EVANGELIO DE DIOS (Rom 1:1-7) – 11/02/24
Transcripción automática:
Abran conmigo hermanos sus biblias en la epístola de Pablo a los Romanos y vamos a leer desde el verso 1 al 7, amén. Dice la palabra del Señor:
1 Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, 2 que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, 3 acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, 4 que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, 5 y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; 6 entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; 7 a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Hace varios domingos atrás ya se había anunciado mis hermanos que me tocaba predicar o compartir con ustedes una serie de enseñanzas sobre la Epístola a los Romano, nada más y nada menos. Y, ¿por qué digo: «nada más y nada menos»? Bueno, porque esta epístola es conocida o es llamada como la Carta Magna del Nuevo Testamento.
De hecho, es el escrito más grande del apóstol Pablo, el apóstol de los gentiles, y se podría decir mis hermanos que si se perdieran todas las cartas de Pablo… si solamente se pudiese haber conservado, si está bien dicho, la Epístola a los Romanos, solamente ella sería suficiente para poder aprender en su totalidad la teología Paulina, que no es otra cosa que el Evangelio de la gracia de Dios y todas sus implicancias.
Desde el llamamiento hasta la glorificación todo lo que respecta a la salvación del creyente que no es otra cosa que la obra redentora de Dios a través de su Hijo revelándose. Por si esto fuera poco, mis hermanos, esta epístola es tan importante porque por ejemplo sirvió para que uno de los padres de de la iglesia como San Agustín de Hipona, venga a la fe. También a través del estudio de esta carta es que se generó o se produjo el movimiento de reforma protestante del siglo XVI, cuando aquel monje agustiniano Martín Lutero pudo comprender la famosa frase que encierra el versículo 17 del capítulo 1 que dice: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.»
No quiero hermanos parecer un agente de venta esta mañana, no quiero venderles un producto, pero créanme mis hermanos, amigos que están en esta mañana, esta epístola es tan importante, tan crucial, que puede determinar no solamente el destino eterno de su alma sino también, creyentes, puede hacer que esta vida sea más llevadera, que este mundo, este transitar terrenal, sea mucho más llevadero y pueden hallar paz en un mundo que está saturado cargado de conflictos.
Y solamente para enriquecer la importancia del estudio de esta epístola, les voy a leer lo que opinaron tres reformadores. Por su parte, Martín Lutero hablando sobre la Epístola a los Romanos, él dice: «Es la mejor parte del Nuevo Testamento y el evangelio perfecto. Es el absoluto ejemplo del evangelio perfecto.» Por su parte, el reformador Felipe Melanchthon llama a los Romanos «el compendio de la doctrina cristiana,» o sea, aquí está todo. Juan Calvino, por su parte dice de los Romanos: «cuando cualquiera entiende esta epístola, él tiene un pasaje abierto delante de él al entendimiento de toda la Escritura.»
Dicho esto mis hermanos, comenzamos y para comenzar es necesario que entendamos que esto es una carta. Parece un tratado teológico, ciertamente está abarrotado de teología, pero lo cierto esto que fue una carta escrita por un hombre a un grupo de personas y como es una carta, parece carta. Tiene un saludo inicial, tiene un desarrollo y un cuerpo, un saludo final o una despedida.
Nosotros no tenemos que perder el foco de eso para poder estudiar esta carta mis hermanos. Hay preguntas de rigor que necesariamente deben de ser respondidas para poder entender una carta. ¿Qué es lo que uno tiene que saber? Quién escribió la carta o quién es el remitente, para quién fue escrita o quiénes son los destinatarios, y por otro lado, cuál es el mensaje de la epístola.
Todas estas preguntas mis hermanos van a ser respondidas a lo largo de estos primeros siete versículos que acabamos de leer. Lo que no son otra cosa que el «saludo inicial.» Lo que Pablo hizo en estos versos que acabamos de leer recientemente, es simplemente saludar. Es como si usted o yo escribiera una carta y diga: «Querida Vanesa…» Es simplemente eso, es el saludo.
Pablo podía haber escrito: «Queridos hermanos en Roma…», ahora, ¿por qué Pablo hace un saludo tan largo? ¿Tenía Pablo acaso un problema de síntesis? ¿Por qué se extiende tanto?
De hecho este es el saludo más largo de todas las epístolas de las cartas de Pablo. Lo cierto es que Pablo no tenía un problema de síntesis, mis hermanos. La verdad es que Pablo guiado por el Espíritu Santo, inspirado por Él, tenía un propósito particular para escribir esta carta y es realmente sorprendente mis hermanos que en un saludo o de un saludo desborde tanto Evangelio. Es realmente increíble en estos primeros siete versículos y yo lo organicé de esta manera:
- Nosotros podemos encontrar del verso 1 al 2: el origen del Evangelio.
- Del verso 3 al 4, podemos encontrar, en segundo lugar: la esencia del Evangelio.
- Y por último, en tercer lugar, podemos encontrar nosotros del verso 5 al 7: el resultado del Evangelio.
Dicho esto mis hermanos, pongan su vista en el primer verso que comienza diciendo: Pablo. ¿Quién era Pablo? Bueno, Pablo era más conocido por su nombre judío Saúl o Saulo, en su vida pasada. Este hombre era algo así como un exterminador de cristianos. Él perseguía y mataba a todo aquel que se familiarizaba con Cristo y su causa. Para Pablo, en su vida pasada, Cristo era un farsante y todos sus seguidores eran blasfemos dignos de muerte él los perseguía y los mataba. Él quería aniquilarlos, él quería exterminar el cristianismo.
Lo cierto es que este enemigo de la cruz llamado Saulo, iba en uno de sus viajes inquisidores, camino a Damasco a buscar creyentes y a matarlos hacerlos volver de su fe. Y yendo a matar creyentes, él se encuentra con Cristo Jesús. Cristo Jesús sale a su paso providencialmente. La gloriosa presencia de Cristo se para frente a él y cae del caballo y se produce, mis hermanos, probablemente la más extraordinaria de las conversiones del cristianismo.
Cristo se le presenta y él tiene un encuentro personal con Cristo. Luego de tener este encuentro personal con Cristo, Pablo no solamente dejó de perseguir creyentes sino que ahora después de haberse encontrado con Cristo él pasó a ser un creyente más y no cualquier creyente, un creyente completamente comprometido con la causa de Cristo. Cristo pasó de ser «un farsante» a ser su Señor. Ahora él le pertenecía. Eso mismo es lo que él dice en la continuación del verso 1.
Él continúa diciendo: «Pablo, siervo de Jesús.» Pablo comienza a presentarse saludando a los Romanos y comienza a dar sus credenciales de presentación. Estos hermanos en Roma no lo conocían personalmente a él. Él no les había predicado el evangelio. De hecho, se desconoce mucho del origen de la iglesia en Roma. Lo que sí está muy claro, mis hermanos, es que Pablo los consideraba creyentes y hermanos en Cristo. De hecho eso es evidente mis hermanos, porque Pablo se toma el trabajo de escribirles una carta y si ustedes se ponen a leer desde el verso 10 en adelante, van a poder ver como Pablo les expresa a ellos sus ganas de ir a visitarlos, de conocerlos.
De hecho, él les dice «yo muchas veces me organicé, quise ir a visitarlos pero el Señor no me lo permitió.» Entonces Pablo, como no los conocía personalmente, comienza a presentarse a ellos y da su primera credencial y dice: «yo soy un siervo de Jesucristo.»
El término griego que utiliza Pablo, este término (siervo) para los romanos significaba «esclavo.» Este término era muy familiar para los romanos. La cultura de esclavitud estaba muy arraigada en los romanos, habían esclavos por todas partes y prácticamente en todas las casas. Para ellos, la palabra «esclavo» significaba más un objeto que una persona. Ese término para ellos era realmente desagradable, era tan desagradable como lo es hermanos para usted y para mí hoy en día.
Cuando nosotros escuchamos la palabra «esclavo», ¿Qué se nos viene a la mente? Probablemente se nos viene a la mente cosas poco agradables: servicio involuntario, coacción, trato rudo, sujeción forzada y realmente eso es una definición general del término esclavo.
Pero lo cierto, es que Pablo y la cultura judía redefinieron el término esclavo o le daban otro sentido conceptual a la palabra, cuándo se trataba de Dios como amo. Dios no es un amo como cualquier otro. Si bien para ellos, el término tenía que ver con absoluta sumisión, con dependencia, también con el derecho de propiedad del amo y su autoridad sin restricción sobre el esclavo, pero lo cierto que ellos le daban un sentido más exaltado y elevado del término.
¿Por qué? Bueno, porque este Amo es un amo amoroso y misericordioso, no es como cualquier otro. Esta esclavitud que se da para con Dios, es una esclavitud voluntaria a un amo, es un sometimiento voluntario a un amo que es incomparable y maravillosamente amoroso y misericordioso. Este término se usa a lo largo del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento para referirse a los creyentes, a aquellos que han venido a la fe en Cristo y se han por lo tanto sometido a Él como su Señor.
Quien dice que Cristo es su Señor, está presuponiendo su servidumbre. Yo no puedo decir que Cristo es Señor y no servirle. Si yo no le sirvo, entonces Cristo no es mi Señor, puede ser Señor de otros pero no es de mí mismo.
Lo cierto es que Pablo cuando dice «siervo de Jesucristo,» él también habla de un uso particular del término siervo. ¿Cuál es este uso particular? En el Antiguo Testamento la palabra siervo se le daba también un uso particular para referirse a los profetas y a los reyes, tenía que ver el término con sujeción absoluta pero también tenía que ver con una consagración especial. Por eso es que en el Antiguo Testamento también es utilizado para profetas y para reyes.
Ahora Pablo se autodescribe con esta consagración particular de parte de Dios, dice: «de Jesucristo»; y más adelante, ahí al lado mismo, nuestro verso dice «Apóstol de Jesucristo» y ahí él da su segunda credencial de presentación.
La pregunta que surge mis hermanos es: ¿Qué es ser un Apóstol? ¿Qué es ser un Apóstol de Jesucristo? la palabra apóstol significa, mis hermanos, «enviado.» Alguien que es comisionado, alguien que es enviado con una misión particular y esto no era para cualquiera que tenga ganas simplemente, que le parezca lindo eso para ser Apóstol de Jesucristo. Habían ciertos requisitos específicos que debían cumplirse.
Nosotros vemos que cuando Judas traiciona al Señor y luego tristemente él termina con su vida, él deja un lugar vacante entre los discípulos. Ahora nosotros vemos en Hechos, en el capítulo 1:1, cuando ellos van a elegir a alguien para que ocupe ese lugar vacante. Dicen lo siguiente en el versículo 21 al 22: «Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.»
Para ser un apóstol de Jesucristo, entonces se debía: ser escogido por Cristo, se debía ser testigo ocular de la resurrección de Cristo y por último, debía haber sido consagrado o comisionado especialmente por Cristo. Debía ser escogido por Cristo, debía ser testigo de resurrección y debía ser apartado consagrado particularmente por Cristo. ¿Para qué? Para hablar en su nombre, para ser un Vocero de Cristo y hablando en su nombre poner el fundamento de la iglesia. Es eso lo que Pablo va a decir luego en Efesios, en el capítulo 2 y en el verso 20, que ellos tenían la misión particular de hablar en su nombre y poner el fundamento de la iglesia el fundamento de los Apóstoles y los profetas, lo cual es Cristo.
Ellos pusieron ese fundamento, ahora, ¿Cuál era el primer requisito?
Mis hermanos el primer requisito era ser escogido por Dios y Pablo cumplía con ese requisito en el verso que leímos en esta mañana en Hechos 9:15, cuando él se encuentra con Cristo y él por la gloria de Cristo queda ciego. El Señor se le aparece, el Señor habla por medio de un ángel a Ananías (un hermano en Damasco) para que vaya a Saulo y ore para que él recobre la vista y hablándole el Señor a este hombre
Ananías, le dice en el versículo 15 del capítulo 9 de Hechos: «Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.»
Pablo era un escogido de Dios, o sea, que Pablo cumple con aquel primer requisito para ser apóstol. En segundo lugar, el segundo requisito es ser testigo de la resurrección de Cristo y en el capítulo 9 de hechos que leímos en esta mañana también se nos deja ver que Pablo cumplía con ese requisito verso 5 del capítulo 9 de Hechos: «Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.»
Pablo cumplía con el segundo requisito y en cuanto al tercer requisito, que era ser apartado o consagrado especialmente por Cristo, Pablo también lo cumplía. Él escribe en Gálatas en el capítulo 1 y en el verso 1: «Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos)»
«A mí no me apartaron los demás Apóstoles, a mí no se me juntaron un montón de hermanos que tenían ganas de tener un líder y me apartaron. No, yo he sido consagrado particularmente por Jesucristo y por Dios nuestro Padre.» De hecho, él más adelante en el verso 5 de nuestro capítulo 1 de Romanos él va a decir que por medio de Cristo, él recibió la gracia y el apostolado. Él era realmente un Apóstol de Jesucristo, cuando él hablaba era Palabra de Dios.
Pablo llenaba todos estos requisitos era un verdadero apóstol y aquí quiero hacer un paréntesis. Mi hermano, cuando alguien se le presenta a usted, llamándose o auto describiéndose «apóstol», mínimamente usted tiene que dudar de esa persona, porque hoy en día ese ministerio particular del apostolado no tiene ningún sentido. El fundamento de la iglesia, el cual es Cristo, que no es otra cosa que en las Escrituras, ya está puesto. Hoy en día el término, el ministerio de apóstol, no tiene ningún sentido. Yo le recomiendo, por lo menos que usted al escuchar que alguien se autodescribe de esa manera, abra un poquito más los ojos y preste atención.
Por su parte, Pablo sí lo era. Pablo era un verdadero apóstol, él tenía una misión especial, él debía hablar en nombre de Dios. Fijemos nuestra mirada en el verso 1 cuando él continúa hablando y da su tercera credencial, él dice: «apartado para el evangelio de Dios.» Otras versiones, mis hermanos, dicen apartados para anunciar el evangelio de Dios, o sea, lo que Pablo estaba diciendo era: «Yo fui consagrado para predicar el evangelio para los romanos.» Esta palabra, evangelio, les era familiar porque se utilizaba para dar las noticias del César para dar las buenas nuevas del emperador.
Ahora, Pablo a los romanos les trae otro evangelio, un nuevo evangelio para ellos. No tiene que ver con conquistas terrenales, no tiene que ver con cosas temporales, con cosas pasajeras o efímeras, «yo les traigo, el evangelio de Cristo, la buena nueva de Cristo, aquel que regala justicia y vida eterna a todos aquellos que se acercan a él en humildad de arrepentimiento y fe. Ese es el evangelio que yo les traigo.»
Ahora, Pablo se acabó de presentar en este primer versículo y lo que Pablo hizo fue como dar su tarjeta personal. Es cuando usted se presenta, cuando alguien le da su tarjeta y ahí hablan de sus títulos o logro Hernán Schuldhaus, comandante en jefe de las fuerzas armadas, supongamos. Franco Egidio, juez de la suprema corte, supongamos. Bueno, lo que Pablo hizo, fue simplemente presentarse y cuando da su tarjeta nosotros podemos leer tres epítetos o tres títulos de él y qué es lo que él acabó de decir: «yo soy Pablo, siervo de Cristo, apóstol de Cristo y predicador de Cristo, eso es lo que yo soy.»
Esta, mis hermanos, es la tarjeta de presentación más cristocéntrica o evangélica que jamás se haya escrito. Evidentemente, para Pablo, Cristo lo era absolutamente todo. Déjenme mis hermanos hacerles unas preguntas, las mismas que se me generaron a mí cuando terminé de estudiar este primer versículo: ¿Qué es Cristo para ti? ¿Te glorias por Cristo? ¿Es Cristo realmente lo que tú quieres que todos escuchen? ¿Es Cristo lo más valioso que tiene?
Mi hermano lo que tú quieres que todos los demás sepan de ti es que has logrado un título académico que has a través de mucho esfuerzo conseguido, tener un cuerpo escultural, que has conseguido tener un una bella familia ,que tienes muchas posesiones muchos bienes… O, mis hermanos, ¿tú eres como Pablo, que Cristo era lo más importante de su vida, aquel por el cual vale la pena perderlo todo?
Pablo tenía mucho, mis hermanos, para jactarse humanamente pero él lo había dejado todo de lado: su linaje, su formación, su reputación… absolutamente todo lo había dejado de lado, como si fuese sin importancia. Es eso lo que él mismo dice en Filipenses en el capítulo 3 del verso 5, Pablo
había hallado algo de mayor valor en Cristo. Pablo realmente había encontrado a la perla de gran precio: Cristo Jesús, el Redentor de Gloria. No había nada más importante. Pablo no quería promover su persona, él solamente tenía un objetivo en esta vida que era promover el nombre de su Señor Jesucristo Cristo, Jesús El Rey de Gloria. Ya nada más le interesaba sino solamente Cristo.
«Si hay algo de valor en mí,» decía Pablo, «Es Cristo. Yo soy su siervo, yo soy su apóstol, yo soy un predicador de Él, yo promuevo su nombre.»
Tristemente mis hermanos, esta actitud de Pablo dista mucho de los líderes de hoy en día: «Es mi ministerio, es mi iglesia, es mi página de Facebook , son mis seguidores, mis muchos likes… mi, mi, mi…» Pareciera ser que Cristo no es más que un medio para autoproclamarse. Ellos no tienen nada que ver con Pablo y lo más triste aún es que esto también muchas veces se ve reflejado en nosotros, las ovejas del rebaño, no solamente en los líderes.
Lo cierto es, mis hermanos, volviendo al punto en que Pablo se les presenta, termina de presentarse. Y ahora que él tiene la atención de ellos, que ellos saben que él es una voz certificada autorizada para hablar en nombre de Dios, que ahora ellos le están prestando atención, él pasa a describirles el mensaje. Y este es el primer punto, mis hermanos, del sermón de esta mañana: ¿Cuál es el origen del Evangelio?
El verso uno termina diciendo: «Apartado para el evangelio de Dios», el origen del Evangelio, mis hermanos, viene de Dios. Fluye de Él, ¿por qué? Porque es Dios revelándose a través de su Hijo, es Dios dándose a conocer. En el verso 2 nosotros leemos que dice que él había prometido antes por sus profetas en las Santas Escrituras. Este evangelio proviene de Dios, quien es eterno y sabe todas las cosas, y nada de lo que pasó en la historia de la humanidad le tomó por sorpresa. Por lo tanto, Él lo tenía todo bajo control y estaba todo organizado. Escúchenme, Romanos dice Pablo, no desechen el Antiguo Testamento. No les traigo un nuevo evangelio aparte del Antiguo Testamento. Esto que yo les traigo es lo que hablaron los profetas en la antigüedad. Es el mismo evangelio que se escuchó de hecho aquel día en el huerto cuando Adán y Eva caen, que vendría alguien de la Simiente de la mujer que pisaría la cabeza de Satanás, que terminaría con el Imperio del pecado y de la muerte.
El mismo Dios que organizó, o diseñó este plan en la eternidad pasada. Ahora, por qué yo les pregunto o la pregunta surge: ¿Por qué Dios es el autor del Evangelio? Porque Dios fue quien diseñó este plan y Dios fue, mis hermanos, porque no había otra mente en el universo que pudiera concebir un plan tan extraordinario que resolviera todos los problemas o todas las interrogantes que surgían de la problemática del hombre para con Dios por causa de su pecado. Solamente la mente de Dios podía concebir un plan tan extraordinario de redención.
En segundo lugar, fue Dios el autor, mis hermanos, porque Dios era el ofendido por nuestros pecados. Era Dios quien tenía que poner las condiciones para que nosotros nos pudiéramos reconciliar con Él. Para poder dar un ejemplo, mis hermanos, y que entendamos por qué Dios es el autor, porque Él era quien fue el afectado por nuestros pecados.
Presten mucha atención. Imagínense que ustedes le prestan un millón de guaraníes a un amigo. El tiempo pasa y la situación se vuelve un poco incómoda; el amigo desaparece y de hecho, el millón no vuelve. Pero un día, ese amigo les llama y les dice: «Hola, ¿Qué tal? Quiero solucionar este problema contigo y quiero saldar esta deuda, pero como pasó mucho tiempo, lo que yo te ofrezco es esto: vamos a reducir la deuda en un 10%, porque ya pasó un montón de tiempo. Es decir, yo te voy a dar 100,000 de ese millón, vamos a quedar empatados. Pero también te voy a hacer un plan de pago donde yo te pague en 10 cuotas de 10,000 de este 100,000 que te debo. Y ahí quedamos a mano y se terminó el pleito».
¿Qué pensarían ustedes, mis hermanos? Yo no sé qué pensarían ustedes, pero mínimamente a mí me pasaría que yo le diría: «No, pará un poquito. O sea, hay algo que tú no estás entendiendo: yo soy el que tengo que poner las condiciones y mínimamente, tú me vas a devolver todo, por lo menos, después vamos a organizar cómo nos pagamos». Bueno, lo que pasa aquí es que como Dios es el afectado, Él tiene que poner las condiciones. Y lo cierto es, mis hermanos, que de nuestra parte, si nosotros pusiéramos las condiciones, nosotros ofreceríamos a Dios algo mucho peor que el ejemplo que acabo de darles. Nosotros ni siquiera 100 guaraníes podríamos ofrecerle a Dios.
Lo cierto es que en esta problemática de deuda que nosotros teníamos para con Dios, Dios dice lo siguiente: «Bueno, seres humanos, ustedes tienen este problema para conmigo, ustedes me deben. Pero en el evangelio, Dios dice: ‘Pero yo quiero solucionar este problema’. Y saben lo que voy a hacer, y realmente es extraordinario, y puede ser que el ejemplo sea forzado, pero lo que Dios dice es: ‘Vos me debés un millón. Entonces, lo que vamos a hacer para poder solucionarlo es: yo te voy a regalar aparte un millón de dólares para que vos me puedas pagar ese millón, y que luego te sobre todo lo demás para vivir el resto de tu vida en abundancia'».
Es eso lo que Dios hace en el evangelio con la deuda que nosotros teníamos: es Dios ofreciéndonos riqueza infinita para que nosotros podamos pagar la deuda que teníamos con Él y vivir en eternidad de gozo junto con Él. En el evangelio, Dios te dice: «Todo está en mí. Yo puedo solucionar tu problema, yo puedo pagar tu deuda, y yo puedo darte vida eterna». Este evangelio realmente es muy difícil de, y de hecho, pareciera ser que es muy forzado el ejemplo que di, porque es un evangelio tan glorioso que a veces uno se encuentra con las verdades contenidas en el evangelio y queda realmente sin palabras.
Es eso mismo lo que le pasó a Pablo. Él, al encontrarse con las verdades contenidas en este evangelio, él queda totalmente asombrado, perplejo. Y él dice en Romanos 11:33, él exclama, y fíjense lo que él mismo dice: «Dice: ‘Oh profundidad de las de la sabiduría y de la ciencia de Dios. ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén'».
El evangelio es de Dios porque Él lo diseñó, porque Él lo diseñó para revelarse, para darse a conocer. Ya no de una manera general como en la naturaleza, en la creación, o ya no de una manera velada, mis hermanos, como en el Antiguo Testamento a través de figuras o ritos. Ahora Dios se revela de una forma particular en su amado hijo Jesucristo, en quien, como bien dice Pablo, «en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad». El escritor a los Hebreos, en el capítulo 1 y en el verso 1, va a decir: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otros tiempos a los padres por los profetas, en estos postreros días no ha hablado por el hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien a sí mismo hizo el universo».
El evangelio de Dios no es otra cosa que la obra redentora de Cristo en su encarnación, vida, muerte, resurrección, ascensión, y gloriosa coronación. El evangelio es de Dios, es Dios revelándose a través de la obra de Cristo.
Y aquí entra nuestro segundo punto: ¿Cuál es la esencia del Evangelio? La esencia del Evangelio es Cristo. Es Dios revelándose a través de su hijo. Es Dios revelándose en la obra de Cristo para redimir a un pueblo que iba camino a la condenación y que nada podía hacer para salvarse. En el verso 2, Pablo acababa de decir que este evangelio, que se origina en Dios, en su mente, es el que hablaron
los profetas en la antigüedad, o en el Antiguo Testamento. Y es eso mismo lo que Cristo va a decir de su boca misma. Fíjense en Juan 5:39. Él les dice a los judíos que le perseguían. Él les dice lo siguiente: ahora lo vamos a escuchar de Cristo mismo. Él es el cumplimiento de las profecías, de las palabras de los Profetas. Él les dice a los judíos que le perseguían en Juan 5:39: «Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ella tenéis la vida eterna; y ellas dan testimonio de mí». Por otra parte, Jesús, hablando en Lucas 24:27, posterior a su resurrección, cuando él se les aparece a esos caminantes a Emaús, él les dice lo siguiente: se dice lo siguiente: «Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían».
Mis hermanos, amigos que están en esta mañana, este libro tiene un mensaje central. Este libro tiene un tema único y particular. Ese tema, mis hermanos, es Cristo. Sobre este libro se han escrito millones de libros, grandes tomos, mis hermanos, y es realmente llamativo, sorprendente, como de un libro que se han escrito millones de libros, este libro pueda ser resumido solamente en una palabra: Cristo. Este libro puede ser resumido con la palabra Cristo, porque Cristo es realmente el mensaje central de este libro. Ustedes pueden arrancar o se podrían arrancar todas las páginas de la Biblia y dejar solamente una página, y esa página seguiría proclamando una y otra vez: Cristo, Cristo, Cristo, el Redentor, la Gloria. Los sacrificios en el Antiguo Testamento hablaban de él, las historias lo retrataban, los pactos apuntaban a él, los salmos, las poesías, absolutamente todo apuntaba al único tema central, a una persona, a Jesucristo. De hecho, este saludo que estamos estudiando en esta mañana habla de Cristo. Cristo es el tema de las Escrituras. Cristo es el evangelio de Dios.
En el verso 3, Pablo va a comenzar a revelar esto, y él dice en el verso 3 de Romanos 1: «Acerca de su hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne». Las profecías debían cumplirse, y de hecho, en Cristo se cumplieron en su totalidad. Él era descendiente legítimo de David, venía desde Adán, él era 100% humano, y por lo tanto, como era 100% humano, él podía naturalmente representar a la raza humana caída. Este no era un nuevo plan, no era un nuevo mensaje, era el mismo que se había predicado en el Antiguo Testamento, lo que estaba escondido en el Antiguo Testamento. Ahora, cuando Cristo vino en el Nuevo Testamento, en los postreros días, es revelado aquello que estaba velado o escondido en el Antiguo Testamento. Lo cierto es que esto se cumple en Cristo, y el apóstol Juan dice en su evangelio que el Verbo se hizo carne al encarnar.
Mis hermanos, mis amigos, la segunda persona de la Trinidad se humilló hasta los humos y descendió desde lo más alto del cielo, desde lo más alto e inaccesible del cielo, hasta las profundidades más bajas del cosmos. Él se humilló hasta los humos, siendo rico, siendo dueño de absolutamente todo, él se hizo pobre. Él limitó sus infinitas perfecciones, él limitó sus atributos al tiempo y al espacio. Él padeció hambre, él padeció sed, él tuvo sueño, él tuvo frío, él padeció el desprecio y la pobreza, como bien lo describe Isaías en el capítulo 53 y en el verso 3. Él dice: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto». Cristo se humilló en su Encarnación para representar a un pueblo, todo lo hizo, todo esto Cristo lo hizo en obediencia a Dios el padre, para poder, mis hermanos, a través de su Encarnación, venir a la tierra, someterse a la ley y sustituir como un culpable sustituto a un pueblo que iba camino a eterna condenación por causa de sus pecados.
Y esta, mis hermanos, es la primer parte de la obra de Cristo, lo que se puede llamar como su humillación, desde su Encarnación hasta su muerte. Él se humilló.
Lo cierto es que luego viene la segunda parte del mensaje del evangelio de la obra de Cristo, lo cual podemos llamar nosotros como la exaltación de Cristo, donde él nos deja ver que si bien, en primer lugar, en su humillación él era 100% humano, ahora él en la segunda parte en su exaltación él nos va a dejar ver que él también era 100% Dios, ¿por qué? Porque la tumba no pudo retenerlo.
Fíjense en el verso 4 del capítulo 1 de Hechos, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos. En su humillación, cuando él encarnó, sus atributos y su gloria quedaron velados, empañados. De hecho, Isaías mismo dice que él quedó sin atractivo, pero luego, luego de obedecer hasta la muerte, y muerte de cruz, ocupando el lugar de los pecadores bajo la ira de Dios y el desprecio humano, el poder de Dios, en la tercer persona de la Trinidad, lo levanta de la tumba con poder y gloria. Cristo se levantó de la tumba y marcó la diferencia con todos los demás.
Por lo tanto, que lo escuchen las demás religiones, que lo escuche el mundo entero: Cristo Jesús se levantó de la tumba al tercer día, él resucitó de entre los muertos y él hace la diferencia. Confucio, Buda y cualquier otro líder religioso ha muerto y está enterrado, está enterrado ahí en su tumba esperando que aquel que dejó su tumba vacía un día los llame a dar cuenta a todos ellos porque no han creído en su nombre. Cristo Jesús, el Redentor de Gloria, se levantó de la tumba y hoy, mis hermanos, ahora mismo está sentado a la diestra del Padre, reinando sobre todos. Él realmente no era un simple hombre, él realmente era 100% también Dios; era hombre y era Dios. Ahí están todos esperando que un día él los llame a dar cuentas. «Hijo de Dios con poder», dice en Filipenses 2:9.
Pablo va a hablar de su exaltación luego de que él fue resucitado. «Por lo cual Dios también lo exaltó hasta los cielos, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.» Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre dado a los hombres en quien podamos ser salvos.
Cristo es el Evangelio de Dios, Cristo es la revelación de Dios, Cristo, a través de su obra redentora, para hacer lo imposible, para hacer lo que ni tú ni yo podíamos hacer jamás, que era alcanzar justicia para con Dios.
Ahora, y después de esto, viene el tercer punto, mis hermanos. ¿Cuál es el resultado de este evangelio? El resultado de este evangelio, mis hermanos, de la obra de Cristo, no fue venir a la tierra a dar un espectáculo, simplemente a dar un espectáculo de humildad o una clase magistral de humildad. Cristo no vino para eso. Si bien podemos ver humildad en él, él no simplemente vino para dar un espectáculo. Él, a través de su obra de redención, daría como resultado a un pueblo salvado y redimido para gloria de Dios Padre.
El resultado del evangelio es un pueblo salvado y redimido para la gloria de Dios Padre, que viven para él, le sirven a él, buscan su gloria. En el verso 5 nosotros encontramos del capítulo uno de Romanos que se nos dice: «Y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe entre todas las naciones, por amor de su nombre.» Dios derramó su gracia, su gracia, sobre Pablo. Lo salvó y lo consagró con la misión particular de llevar su mensaje, de hablar en su nombre, no solamente a los judíos, sino también a los romanos, a los gentiles, sino también a los encarnacenos, a los uruguayos, a los brasileros, y hasta a los argentinos, absolutamente a todos, a todos aquellos que quieran someterse a este señorío, al señorío de Cristo. Esa es la obediencia a la fe. Es un tipo de esclavitud, mis hermanos, o servidumbre, que no se da por miedo, sino que se da por amor.
Fíjense cómo termina este verso 5: la obediencia a la fe, por amor a su nombre. En primera de Juan 2:5, Juan va a decir: «Pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado. Por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.» Este amo no maltrata, mis hermanos, este amo es amoroso. Te regala heredad, te llama hijo, y no te hace sentir diferencia, sino que te trata realmente como un hijo. Te hace sentar a su mesa, te hace reinar con él. Este amo, servir a este amo, vivir para él, es realmente un deleite. Y yo, con esto, escúchenme, préstenme mucha atención, yo no estoy diciendo que la salvación del hombre, que la justificación del hombre, se dé por obedecer. No es que tú tienes que obedecer para ser salvo. No, tú obedeces porque tú ya eres salvo, porque Dios ya operó en tu corazón fe en Cristo, y una vez que Dios, a través de la segunda persona de la tercera persona de la Trinidad, del Espíritu Santo, obre en tu corazón para poder arrepentirte de tus pecados y creer en Cristo, créeme que tú vas a ver a Cristo, y vas a ver absolutamente todo de manera diferente. Vas a tener nuevas motivaciones, nuevos afectos, nuevos deseos. Aquel que es salvado, quiere obedecer, quiere servirle. ¿Por qué? Porque lo ama. La salvación es por gracia, mis hermanos. Es un regalo de Dios, y a lo largo de toda esta carta, Pablo lo va a dejar super claro. La salvación, en el verso 17 del capítulo 1, él, por ejemplo, dice: «Mas el justo por la fe vivirá.» En el verso 28 del capítulo 3, él va a concluir: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.»
En el verso uno del capítulo 5, él va a decir: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.» La salvación, el perdón de los pecados, la reconciliación del hombre para con Dios, no se da por una obra que el hombre haga, sino por creer en la obra que Cristo ya hizo. La salvación es por medio de la fe en Cristo.
De hecho, Pablo va a concluir y va a decir de manera contundente en su epístola a los de Efesios, en el capítulo 2 y en el verso 8: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.» Pero como dije recién, lo cierto es que todos aquellos que han alcanzado justicia, que ahora están en una relación nueva con Dios, que ya no hay pecados de por medio porque Cristo los pagó en la cruz, ahora ellos, que tienen una nueva relación con Dios, van a poder ver a Dios realmente lo valioso que él es, lo amoroso que él es, y mínimamente van a decir: «Yo te quiero servir, yo te quiero agradar.»
Esa es la otra cara de la moneda. Una fe genuina da como resultado, mis hermanos, obediencia. Quien dice que Cristo es su Señor está presuponiendo su servidumbre. Aquellos que creen en él se someterán voluntariamente. Por eso es que Pablo dice en el verso 6: «Llamados a ser de Jesucristo, esto es, de su propiedad, él es su amo, y por lo tanto ustedes son sus siervos, son sus esclavos, llamados a ser de Jesucristo.» Y más adelante, en el verso 7, él va a volver a decir: «Llamados a ser santos, a vivir de una manera consecuente a su fe, a vivir como si realmente Cristo fuese su Señor, no un señor de palabra simplemente, sino sirviendo, sirviéndole a él, viviendo para su gloria, de la misma manera que Pablo servía a Cristo, todos nosotros los creyentes debemos servirle, vivir para él, proclamar su nombre.»
En 1 Pedro 2:9, el apóstol nos dice: «Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.» El resultado del Evangelio, mis hermanos, son seres humanos transformados, seres humanos que ayer de noche no estaban pensando en: «¡Qué ganas de estar en el Corso!» sino: «Mañana tengo culto, y tengo que ir a adorar, ¿qué ropa me voy a poner?, ¿a qué hora voy a salir?, o tengo que dejar todo preparado para ir a adorar a mi Dios.» Ese ya es, ahí se puede ver, mis hermanos, un poco del resultado de la obra de Dios en aquellos que salvó. Ese es el resultado del Evangelio, seres humanos transformados por el poder de Dios, que le sirven, que viven para su gloria, que lo alaban todo en él.
El último verso termina diciendo: «A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos, gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.» A todos los ciudadanos en Roma, no, no solamente a los cristianos que están en Roma, a los que reciben esta carta solamente. Ustedes gracia y paz. La paz de Dios no es para todo el mundo, la paz de Dios es solamente para aquellos que han abrazado en Cristo, porque solamente en Cristo hay paz para con Dios. Dice Pablo mismo en su epístola a los Corintios que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo. Solamente hay paz a través de Cristo. Gracia y paz a los creyentes en Roma, pueden ponerse en pie, mis hermanos.
La esclavitud que se daba anteriormente era bajo padecimiento, era bajo terror, era bajo angustia, era una pesadilla interminable, día y noche sometido a un amo que no era para nada amoroso. Pero lo cierto es que este amo, Jesucristo, es amoroso, bondadoso, y como lo es él, da, y de manera segura, gracia y paz. Gracia y paz a vosotros, es una paz tan grande y un gozo tan grande que Pablo va a decir luego en Filipenses, y que la paz de Dios, esta paz que él da, sobrepasa todo entendimiento.
Y por último, y ya para concluir esto, mis hermanos, por último, ¿tienes tú realmente esa paz? ¿Tienes esa paz? ¿Es Cristo realmente tu gozo? Yo no digo que te pongas mal, que te pongas triste de vez en cuando, que te aflijas, porque este mundo realmente es difícil. De hecho, Cristo mismo dice a los creyentes, a sus discípulos, que en el mundo van a tener aflicción. Pero ¿puedes tú, en medio de los problemas que esta vida te presenta, encontrar un ancla en la palabra del Señor, en Cristo, en sus promesas, en que esta vida son dos segundos, pero tarde o temprano tú te reunirás con tu Señor, aquel que te salvó, y vivirás en plenitud de gozo para siempre con él, alabando su nombre?
Si tú no tienes ese gozo en esta mañana, yo te invito a que tú agaches tu cabeza frente a aquel que resucitó de entre los muertos, y que está sentado a la diestra del Padre, y que reconozcas tus pecados, y que, por lo tanto, también le reconozcas a él como el Señor de todo. Ven a él. Ven a Cristo. Arrepiéntete de tus pecados, cree en él, y hallarás el perdón de tus pecados, y esa paz que Pablo habla, que sobrepasa todo entendimiento.