EL PROBLEMA DE LA HUMANIDAD Parte 1 (Rom 1:18-32) – 07/04/24
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Abran sus Biblia en Romanos, en la Epístola de Pablo a los Romanos, en el capítulo 1, y lee esta mañana del verso 18 al 32, donde nuestras versiones titulan «La Culpabilidad del Hombre». Amén. Dice la palabra del Señor:
18 Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; 19 porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. 20 Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. 21 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. 22 Profesando ser sabios, se hicieron necios, 23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, 25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
26 Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, 27 y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.
28 Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; 29 estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; 30 murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, 31 necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; 32 quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.
Hace un tiempo atrás, hermanos, recuerdo que estaba charlando con un amigo, y en un momento de la charla él comenzó a contarme muy efusivamente o de una forma muy entusiasta que él había descubierto algo que para él era extraordinario. Él me comentaba que había descubierto cómo funcionan los algoritmos de las páginas web de las aerolíneas, y gracias a esto, podía conseguir vuelos a muy bajo costo. Recuerdo, hermanos, que mientras yo le escuchaba y había mucha confianza, él es mi amigo, mientras yo le escuchaba y casi como sintiendo a mis cobradores respirar, que la información que él me estaba dando no era mala, por el contrario, la información que él estaba dando era muy buena. El problema no estaba en la información de él; el problema estaba en que él estaba dando esa buena información al receptor equivocado. Y es que, hermanos, una noticia para que sea buena debe necesariamente ser recibida, recepcionada por un contexto que la valide o que la valore. Porque piensen, por un momento, hermano y amigo que está aquí esta mañana, ¿qué sentido tiene ofrecerle pan a aquel que está saciado? ¿Qué sentido tiene ofrecerle un par de billetes a aquel que posee una fortuna? ¿O ofrecerle un antídoto a aquel que no está envenenado? Ningún sentido, por supuesto que no. Es algo que no se necesita; por lo tanto, es algo que lógicamente o redundantemente es innecesario. De la misma manera, hermanos, el evangelio de Jesucristo, la buena noticia de Jesucristo, debe ser necesariamente presentado con el problema que este viene a solucionar. En el verso 16, que nosotros ya hemos compartido, Pablo les había dicho a estos romanos que él les traía un evangelio que era salvación para todo aquel que cree. Y yo me imagino que alguno que estaba leyendo a Pablo habrá dicho o habrá pensado: «Salvación a todo aquel que cree, salvación de qué, qué salvación podemos necesitar nosotros los romanos? Nosotros somos el poderoso Imperio Romano; el César está de nuestro lado, un semidiós». Las buenas noticias, los evangelios, no cesan de llegar continuamente; nosotros escuchamos de las hazañas de nuestro imperio. Para pareciera ser que Pablo le traía algo que para ellos era innecesario: salvación. Pero si nosotros estamos a salvo, Pablo, lo cierto es que ellos tenían un problema, y su situación era aún más grave porque ellos ni siquiera sabían que tenían un problema; ellos estaban en una trágica realidad espiritual. Y es por eso que Pablo, en estos versos que acabamos de leer, él pasa a desarrollar detalladamente el problema en el cual se encuentran aquellos romanos, el mundo gentil y, por extensión, toda la raza humana. Y esta es la primera pregunta, hermanos, que yo quiero que nosotros respondamos en esta mañana: ¿Cuál es el problema? En el verso 18, Pablo nos dice que el problema es este: «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres». Pablo dice, romanos, ustedes tienen un problema; escúchenme bien, tienen un problema, y el problema es este: Dios está airado con ustedes por causa de su pecado y de su injusticia. El salmista en el salmo 7 y en el verso 11 Dice que Dios es justo y está airado contra el impío todos los días. Este es el problema que enfrenta el hombre: que el hombre es injusto por naturaleza y que, como Dios es justo, Dios está en contra de él y promete castigarlo por su injusticia. Algunos podrían preguntarse aquí cómo puede ser que un Dios de amor se airé, cómo puede ser que un Dios de amor prometa castigar, destruir; eso no parece un Dios de amor. El profesor y teólogo escocés, hablando acerca de la ira de Dios, define de una manera muy comprensiva esto: él dice que la ira de Dios es su amor Santo reaccionando contra el mal. Permítanme ejemplificarlo de alguna manera: imagínense a la persona a quien aman, ya sea su cónyuge, sus hijos, algún hermano, su madre o su padre. Imagínense ver que a esa persona a quien aman la están menoscabando, están cometiendo injusticia contra ella, o la están maltratando. ¿Cómo reaccionarían ustedes? ¿Qué sentirían frente a esas injusticias, frente a ese maltrato? Ustedes permanecerían apáticos, sin reacción frente a esa situación. Por supuesto que no; eso los llevaría mínimamente a desaprobarlo. Yo creo que la mayoría de nosotros no solo desaprobaríamos eso, sino que reaccionaríamos para impedir aquella injusticia o que se le cause un daño a la persona que nosotros amamos. Bueno, de una manera similar, pero en un grado mucho más infinitamente mayor y perfecto, sin la maldad que hay en los hombres, Dios reacciona en ira Santa contra la maldad e injusticia que hay en los seres humanos. La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda injusticia y contra toda impiedad e injusticia de los hombres, porque, por otra parte, si Dios no se airara con la injusticia y la maldad de los hombres, ¿cómo podríamos nosotros hablar de un Dios de amor, de un Dios de justicia, de un Dios santo, de un Dios que castiga el pecado? No podríamos hacerlo. Pero lo cierto es que el verso 18 claramente nos expresa que su ira es revelada contra la injusticia de los hombres. Y resumiendo y básicamente ya hemos respondido la pregunta; en resumen, el problema de los seres humanos, de los romanos, de todos nosotros, es este: que Dios, por causa de su injusticia, está bajo la ira de Dios. Y ahora, ¿cuál es la causa de este problema? ¿Cuál es esta injusticia que llevó a Dios a airarse con los hombres? Y esta es la segunda pregunta que vamos a responder esta mañana: ¿Cuál es el origen del problema? ¿Cuál es la causa de la ira de Dios? Y vamos a leer un par de versos en el 19 de este capítulo 1 de Romanos. Pablo va a comenzar a decirles esto: «Porque lo que de Dios se conoce le es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en su necio corazón, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles». La injusticia del ser humano, esta injusticia que decantó en la ira de Dios para con él, es que él decidió no reconocer a Dios, no darle el lugar que le corresponde de honor y gloria, aquel lugar que solamente le corresponde a él. En el 19 se nos acaba de comentar que Dios quiso revelarse a los hombres, se dio a conocer a ellos, aquel que es espíritu invisible, que es por naturaleza inescrutable, quiso darse a conocer a los hombres a través de las obras de sus manos en la creación, en este universo que nosotros conocemos. Y en el 20 se nos dice que en esta creación donde Dios se reveló a los hombres, se puede ver claramente a Dios, porque en esta creación, en este universo que nosotros experimentamos, en el cual vivimos, se pueden observar dos cualidades únicas de la divinidad. ¿Cuáles son estas? Su eterno poder y su deidad. Al ver esto con la capacidad de raciocinio que Dios le dio al ser humano, el ser humano bien puede concluir que hay un ser superior y único en su género que lo ha creado absolutamente todo. Solamente un Dios, un ser infinitamente amoroso y bondadoso, pudo haber creado este universo tan hermoso y maravilloso para nosotros. Solamente en una mente superior se pudo haber concebido un universo tan extraordinario. Solo una mente superior, solo un ser superior con una inteligencia superior, con una fuerza superior, pudo haber concebido este universo, hermanos. Solo un ser superior pudo haber creado al sol, a esta esfera de energía nuclear renovable que tiene un rol fundamental en la vida terrestre, que es la forma de energía más abundante en la tierra y de ella depende la vida en esta tierra. Solamente una mente superior pudo haber creado eso. Solo una mente superior, hermanos, pudo haber creado el complejo y perfecto cuerpo humano. Solo una mente superior pudo haber creado la fauna que nosotros podemos observar, tan compleja, tan diversa, tan extraordinaria, cada cosa en su lugar, con su diseño particular y con su rol específico en los ecosistemas. Solamente una mente superior pudo llevar a cabo eso. Solo un ser que es superior en fuerza y en inteligencia, que está por encima de todo, mis hermanos, puede contener los abismos de la agua, sostener los astros en los cielos, y delimitar los montes en la tierra. Solamente un ser que está por encima de todo, y lo más maravilloso de esto, hermanos, es que este Dios no solamente lo creó todo con su poder, su fuerza y su inteligencia, sino que él, aparte de haberlo creado, él lo sostiene. Esta mañana, cuando inició la reunión, Hernán leyó en Colosenses que se nos dice en el capítulo 1 y en el verso 16 que él creó todas las
cosas, y en el 17 se nos dice que todas esas cosas por él subsisten. Coco también providencialmente leyó hoy en Hechos 17 que Pablo le dice a los atenienses: «Porque en él vivimos, nos movemos y somos; esto es de él, es por él y él lo sostiene». Él es el autor y él es quien lo sostiene. Cada mañana cuando se levanta el sol, mi hermano, es por Dios. Cada plato en tu mesa, es por Dios. Cada abrazo de un ser amado, es por Dios. Cada asistencia a la reunión, que hayas podido venir al ayuno en esta mañana, es por Dios. Todo, absolutamente todo, es por Dios, y por eso solamente él merece la gloria y la honra. En Romanos 11:36, Pablo le va a decir a estos romanos: «Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén». Ahora, lo cierto es que es exactamente aquí donde es tan evidente que hay un ser extraordinario, superior y único en su género detrás de esta creación tan maravillosa. Es aquí mismo donde se produce la tragedia de la injusticia humana frente a la clara evidencia de la realidad de un Dios creador, se produce esta tragedia. En el verso 21 del capítulo 1 de Romanos, Pablo dice: «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en su necio corazón, y su necio corazón fue entenebrecido». Dios creó, hermanos, al hombre a su imagen, Dios le dio un alma racional. En el principio, este hombre que había sido creado a imagen de Dios, y que tenía raciocinio, que Dios le había otorgado esa cualidad, conocía a Dios. Fue creado el ser humano con la necesidad de su Creador y entendiendo su fin principal. De hecho, Adán era amigo de Dios, caminaba con él, hablaba con él; había una relación entre la criatura y el Creador. Adán conocía bien cuál era su lugar de criatura y cuál era la posición única del ser divino. Pero lo cierto es que en el huerto, aquel día, cuando Adán decidió desobedecer a Dios, él puso en duda a Dios. Él puso en duda su bondad, él puso en duda su gobierno y, en última instancia, lo que él hizo al desobedecer a Dios con su mujer es decirle a Dios: «Ahora nosotros ponemos las reglas». Esa misma actitud de no reconocer a Dios, de dudar de sus mandamientos. En serio, Tú dices que comer de ese árbol es malo. Nosotros creemos que es bueno, que en realidad vamos a encontrar muchos beneficios para nosotros, un estado mejor si comemos de ese árbol. Nuestras reglas son mejores que las tuyas. Déjanos por un momento que nosotros seamos los soberanos. Esa misma actitud de injusticia, de querer sacar a Dios del lugar que le corresponde y querer sentarse ellos mismos ahí. Esa misma actitud injusta es traspasada a todos los seres humanos, a todo el género humano. En su ADN espiritual, el problema del hombre, hermano, no es falta de capacidad cognitiva para poder reconocer a Dios, para poder darle su lugar. No es carencia de masa encefálica, ni tampoco es escasez de evidencia o de pruebas en la creación para poder reconocer a Dios y darle el lugar que le corresponde. El problema de los hombres es inicialmente moral, de ahí se produce su deshonestidad intelectual para rechazar y para negar a Dios habiendo conocido a Dios, esto es, siendo dotado con la capacidad de razonar. Y frente a la evidencia de Dios en la creación, ellos deciden voluntariamente rechazar a Dios, quitarlo del lugar que le corresponde. ¿Por qué? Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. Y en el verso 28, más adelante, Pablo va a decir que ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, es una decisión consciente y voluntaria, ver la evidencia, que sea evidente que hay un Dios detrás de todo esto, y decir: «A mí no me importa, voy a darle la espalda, desestimar la revelación general de Dios en la naturaleza». En otras palabras, lo que nos están diciendo también estos versos, hermanos, es que los ateos, como tal, no existen. Y esto es algo hasta cómico, porque mientras que los ateos dicen «Dios no existe», Dios en su palabra dice: «No, lo que no existen son ustedes». Y en qué sentido no existen los ateos, bueno, los ateos no existen en el sentido de que todos los seres humanos, en el fondo, tienen un testimonio de que hay un Dios en los cielos. Y no es que ellos no crean que Dios exista, en realidad ellos prefieren creer que Dios no existe, porque no les conviene. El salmo 19:1 dice que los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Las evidencias son abundantes y la capacidad nos falta. ¿Qué fue lo que pasó entonces que el ser humano se degeneró hasta tal punto que ahora conscientemente rechaza aquello que le conviene? Él cree y festeja eso como libertad, cuando en realidad se está destruyendo a sí mismo. Hay evidencia, hay capacidad para pensar, por eso Pablo en el 20 concluye de esta manera: «De modo que no tienen excusa». No hay excusa, no hay defensa, no hay alegato, no hay argumento para rechazar a Dios en la creación. Es evidente que Dios existe, y los hombres pueden pensar y pueden, a través de esa información, concluir claramente que hay un Dios detrás de todo ello. Pero ellos deciden negar a Dios, la creación nos acusa, nuestro cuerpo mismo funcionando da testimonio en nuestra contra si nosotros queremos negar a Dios. No hay excusa para no reconocer aquel que lo creó todo y que lo sostiene por la palabra de su poder. En el verso 22 y 23, Pablo continúa diciendo que profesando ser sabios se hicieron necios, y que esta necedad los llevó a cambiar la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Cuando el hombre decidió no reconocer a Dios, darle la espalda, él perdió su norte, y ya no tiene ahora un norte o parámetros para razonar correctamente. Es realmente sorprendente cómo el hombre dejó de razonar correctamente por causa de su inmoralidad, que nosotros podemos ver, hermanos. Hoy, como las mentes más brillantes, las más reconocidas entre los seres humanos, los científicos, los grandes estudiosos, ellos al encontrar algo minucioso, algo muy pequeño en el espacio exterior, en una excavación arqueológica, ellos concluyen indiscutiblemente: «Hay vida detrás de esto». Con algo tan insignificante. Pero cuando ellos se detienen a observar la creación, tan extraordinaria, maravillosa y compleja, ellos concluyen unánimemente: «Nada tuvo que haber creado todo esto, todo se produjo de la nada misma, una explosión azarosa y fuerzas aleatorias y racionales lo crearon absolutamente todo». Todo lo que nosotros vemos tan extraordinario se creó de la nada misma. Es eso lo que dicen ellos, profesando ser sabios se hicieron necios, y esta misma deshonestidad intelectual, esta necedad de los hombres, ha sido una constante en la historia de la humanidad. Estos romanos, y en la antigüedad, el hombre, al ver la creación, que hacía, miraba la creación y en vez de concluir: «Hay un Dios extraordinario, hay un ser superior detrás de esta creación tan maravillosa», ellos, en lugar de reconocer eso, ellos decían: «En realidad, la creación debe ser Dios». Miraba el sol y en lugar de darle gloria a Dios, decía: «El sol debe ser mi Dios, las bestias deben ser mi Dios, adoremos a los becerros, adoremos a las vacas, y cuánta cosa se le cruce en frente». Y hasta el día de hoy, y nosotros podemos ver cómo los seres humanos siguen en esa carrera de injusticia, dándole la espalda a Dios y no reconociéndole en los círculos, en nuestros círculos más seculares, podemos oír a los hombres y a las mujeres en esta misma injusticia, no reconociendo a Dios. Ellos dicen gracias al universo, voy a pedirle al universo, que sabia es la madre naturaleza, voy a ver qué me deparan los astros, cualquier cosa, cualquier estupidez, cualquier cosa que se les ocurra, menos reconocer al único Dios verdadero
que lo creó absolutamente todo y que por esta razón él merece el reconocimiento y el honor de sus criaturas. Y esto, mis hermanos, hace evidente que en la naturaleza de la criatura hay un lugar, o hay una necesidad natural de su creador, porque cuando el hombre quitó a Dios del medio, lo sacó de su lugar, trató de sentarse ahí y eso no lo llenó, después trató de sentar a bestias ahí y no lo llenó, trató de sentar a astros ahí y no lo llenó, y hoy trata de llenar eso con cosas materiales, con títulos universitarios, con un sin número de cosas, pero nunca, nada va a poder llenar ese vacío que solamente puede ocupar Dios, solamente Dios puede llenar por completo a la criatura. Una y otra vez, el ser humano intentó llenar ese vacío que él mismo generó por causa de su injusticia e inmoralidad. Cualquier cosa que el hombre quiera sentar ahí es injusticia, sí, tristemente, hermanos, el hombre nunca va a poder llenar ese vacío con otra cosa que no sea Dios. El no glorificar a Dios llevó a las criaturas, por lo tanto, a despreciar la verdad, porque escuchen esto, ese trono solamente le correspondía a Dios, ¿por qué?, porque Dios es el autor, creador de todo, aquel que lo sostiene, el único que merece nuestra gloria, nuestro reconocimiento, nuestra adoración. Cuando el hombre quita a Dios de medio y trata de sentar a cualquier cosa en ese lugar, el hombre lo que está haciendo es negar la verdad de que Dios merece estar ahí y abrazando la mentira, voy a intentar estar yo ahí, voy a intentar poner otras cosas ahí. Eso es negar a Dios y abrazar la mentira. Es eso lo que Pablo dice en el verso 25: «Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al creador, el cual es bendito por los siglos. Amén». Cada vez que el hombre intenta llenar entonces, hermano, ese lugar, lo que hace es abrazar la mentira, es abrazar la mentira, perdón, y rechazar la verdad de que solamente Dios merece la gloria, la honra y el honor. Todo lo que pretenden ocupar ese lugar son farsantes. El hombre mismo es un farsante y todos los que quieren sentarse ahí. Solamente Dios tiene que estar ahí, aquel que es bendito por los siglos. Amén, dice Pablo. El problema es este, entonces, hermanos, que la ira de Dios está sobre la injusticia de los hombres. ¿Cuál es la causa entonces del problema o cuál es la injusticia de los hombres que lo hace estar bajo la ira de Dios? ¿Cuál es esta injusticia que los hombres niegan a Dios, que lo sacaron del lugar que le corresponde? Y ahora, en tercer lugar, yo quiero que veamos cuál es el efecto de esta causa o cuáles son las consecuencias de la injusticia humana, del haber rechazado a Dios. Y en principio, las consecuencias, la consecuencia es esta: en principio, cuál es, que la ira de Dios está sobre él y parte del castigo divino, por causa de la injusticia de los hombres, es que Dios los ha entregado a su propia maldad. Dios les soltó la mano o los entregó, como dice Pablo. Veamos un poco el verso 24: «Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos». Y en el 26 va a decir de vuelta: «Que Dios los entregó porque por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues aún sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza. Y de igual modo, también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en sus lascivias unos contra otros, cometiendo hechos vergonzosos, hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución de su extravío». Y en el verso 28 va a decir de vuelta: «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada para hacer cosas que no convienen». Dios los entregó, y este ya es parte del castigo y es algo sumamente trágico. Y permítanme ejemplificarlo de la siguiente manera: ¿Nunca les pasó, hermano, decirle a su hijo, o a un amigo, alguna amiga, o algún ser querido: «No hagas esto, no hagas aquello, te va a hacer mal, te vas a hacer daño»? No hagas eso, hasta que llegue un punto que usted ya le dijo tantas veces: «No hagas eso», que usted le dice: «Adelante, me teme». Bueno, de la misma manera, o de una forma similar, en realidad, Dios le dice a los hombres, aquellos que dicen: «Yo quiero ser Dios, yo quiero poner las reglas, yo quiero ser soberano». No es como si fuese que Dios les dice: «Tú quieres ser tu propio Dios, tú quieres ser el soberano de tu vida, tú quieres poner las reglas, tú quieres conducirte a ti mismo». Bueno, adelante, y Dios los entrega a los hombres. Y esto, a los hombres, a su maldad. Y esta es la gran tragedia del ser humano, porque en esta condición, el ser humano, completamente necio, lo que hace es cavar su propia tumba entre carcajadas. Él ni siquiera sabe que se está autodestruyendo. Dios los entregó. Hay caminos, dice Salomón en Proverbios 14:12, hay caminos que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte. La consecuencia de haber deshonrado a Dios, de haberlo quitado de medio, es pasar a deshonrar a uno mismo. Porque una vez que es quitado Dios, que él ya no tiene un norte para ser conducido, que ya no hay parámetro de justicia ni de bondad, ahora el hombre está a merced de su propio corazón, que es engañoso y malo por naturaleza. Entonces, como niega a Dios, como lo quita del medio, y ahora él mismo que es necio por naturaleza se conduce a sí mismo, él pasa a deshonrar, como dice el profeta Isaías, él pasa a llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo. Es en referencia a esto que Pablo va a decir en el verso 28 que Dios los entregó a una mente reprobada o a una mente que no puede juzgar con rectitud.
Quién está al mando ahora? Ya no está Dios, ahora está el corazón del hombre, que es engañoso y perverso, como dice Jeremías. Y el resultado de haber hecho así mismo el hombre, soberano está a la vista, hermano. La injusticia de los hombres está a la vista. En el 24 se nos dice que Dios los entregó a inmundicia y a concupiscencias; en el 26, a pasiones vergonzosas; y en el 28, a cosas que no conviene. En el verso 26 y 27 se nos habla claramente que el resultado de haber sacado a Dios del medio, de haber perdido ese Norte moral que tenía el hombre, decanta en perversión moral, en perversión sexual, en la homosexualidad de las criaturas, en el lesbianismo. La homosexualidad, hombres contra hombres, mujeres contra mujeres, dejaron el uso natural de su cuerpo. Pero no solamente esto, porque Pablo también nos va a decir más adelante que el hombre es un inventor de males. Y luego de esto, el hombre fue más allá e inventó un sinnúmero de perversiones: poliamor, intercambio de pareja y todas las filias que se nos ocurra: pedofilia, zoofilia, necrofilia y cuanta perversión se les pase por la mente. Perversiones que solamente una mente reprobada puede concebir. Sorprendentemente, hermanos, la necesidad del hombre es tan grande que ni siquiera las consecuencias evidentes de su maldad lo hacen detenerse. Fíjense lo que se nos dice en el 27: «y recibiendo en sí mismo la retribución de vida a su extravío». Enfermedades venéreas, embarazos no deseados, relaciones destruidas, familias rotas, mentes trastornadas, adictos al sexo. Nunca lo escucharon: una lista interminable que está a la vista. Pero ni aún así se detienen por lo menos a considerar: «¿Realmente está bien lo que estoy haciendo?» Las consecuencias están a la vista. Pero ni eso los lleva a detenerse y a considerar. Por el contrario, él continúa en su senda de maldad. Ahora cada uno tiene su propia verdad, cada uno es su propio soberano, cada uno dicta sus propias reglas. Y es por eso que nosotros, el día de hoy, vemos a hombres adultos creyéndose que son niñas, vemos a niñas creyéndose varones, a seres humanos creyéndose animales, autopercibiéndose animales, a seres humanos tratando a animales como seres humanos. Es como que este mundo quedó patas para arriba. Este es el reino del revés, por causa de la injusticia de los hombres. Y a todo esto, a toda esta perversión de que cada uno elige lo que le gusta y lo que le hace sentir bien, a esto el hombre le llama libertad y lo festeja, cuando él no sabe que en realidad en un nivel de amargura y en prisión de maldad está su alma, totalmente atada por la pecaminosidad de su corazón, preso de su propio corazón corrupto e inmoral, injusto hasta la médula, rechazando a Dios y dictando sus reglas que van directamente en contra de la ley de Dios, de aquella que sí es por naturaleza Santa, justa y buena. Y en este punto, mis hermanos, alguno podría llegar a pensar: «Qué bueno que yo no tengo nada que ver con estas cosas. Nunca yo me construí un ídolo de barro, yo no estoy metido en esas perversiones sexuales que acabo de nombrar, yo nunca adoré al sol. Esto nada tiene que ver conmigo.» Yo te pido que tú prestes mucha atención, porque la lista de pecados que Pablo citó aún no terminó. Y quizás, solo quizás tú también estás dentro de esa lista. Y que la palabra de Dios te traiga conciencia si tú también entiendes o comprendes que eres injusto por naturaleza. Desde el verso 29 en adelante él va a pasar a terminar esta lista y a decir: «Estando atestados de toda injusticia, de fornicación…» Y aquí quiero parar a los hombres, aquellos que son tan machos y que miran de lejos a los homosexuales, diciendo: «Yo no soy igual que él, ese es un pervertido.» Bueno, hermano heterosexual, yo quiero decirte que si tú codicias a una mujer que no es tuya, tú también estás en perversidad sexual y pecando contra Dios, y estás a la misma altura que el homosexual. Fornicación, perversidad, avaricia. Esa lista de homosexuales continúa. Están en la misma lista de los homosexuales los fornicarios, los avaros. Sí, tú, que no quieres hacer misericordia con tus hermanos, que cada vez que vas a reconocerle al Señor por medio de las ofrendas te duele en tu corazón y luchas en tu corazón, maldad, llenos de envidia cada vez que te molesta que a otro le vaya bien, que otro tenga éxito en algo, homicidio. Si no estamos hablando solamente de cometer un asesinato, sino de llamar a alguien estúpido o decir de alguien «realmente a este no le soporto», contiendas, engaños, malignidades, murmuradores. ¿Es tan malo hablar mal de alguien como acostarse con alguien de nuestro mismo sexo? Es tan perverso delante de Dios. Si es un pecado, obviamente no tiene las mismas consecuencias, pero es un pecado grave delante de Dios. Aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios. Nadie es igual a mí, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres. Escucharon niños, adolescentes que están aquí en la misma lista de injusticia y de maldad que los asesinos, que los homosexuales, que los perversos sexualmente. Están los que desobedecen a los padres. Por qué, porque Dios puso la ley y el orden en su creación. Él diseñó un orden, un gobierno, y los hijos deben obedecer a los padres, como las criaturas deben obedecer al Dios que está en los cielos. Sin misericordia, y continúa en el verso 32. Aquí nosotros podemos ver probablemente este es el último peldaño de esta escalera descendente de inmoralidad humana. Qué se nos dice quienes, habiendo entendido el juicio de Dios a pesar de tener la capacidad de razonar, de que sea evidente eso en la creación, de que incluso Dios haya puesto su ley en sus corazones, habiendo conocido, habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con quienes las practican. El hombre fue un paso más allá en su necedad y enemistad con Dios. Ahora ya no solo hace el mal, sino que lo promueve; él se complace en ver que los demás también cometan injusticia, no solo las hacen, sino que también se complacen con quienes las practican. Y no se espante, hermano, porque probablemente esto puede no estar muy alejado muchas veces de nosotros. Ah, no, si yo no tengo nada que ver con eso, sí peco de vez en cuando, pero yo no promuevo el mal. Disculpa, y vamos a dar algunos ejemplos. Quizás por ahí tú puedes estar dentro de ese grupo en ocasiones, y un ejemplo general de mi vida pasada de El no solamente hacer el mal, sino alegrarse con quienes hacen mal. Yo me recuerdo, y probablemente alguien se siente identificado conmigo, mis amigos del fútbol, mis compañeros de facultad, cuando nos juntábamos a tomar, a mí llegaba un punto que me causaba más alegría que los demás tomen, que yo mismo esté tomando. De hecho, cuando alguien decía: «Yo no quiero tomar», es como que me molestaba, ¿nunca vieron a alguien así como que el que no quiere tomar ya qué tranca? Qué mala onda. ¿Por qué no te embriagas también? Emborrachar y vamos a reírnos y festejar todos juntos, no solamente yo quiero desobedecer a Dios, desobedezca les pasó, hermanos, ver esos videos de peleas callejeras que son filmadas y se puede escuchar al que está filmando como si él estuviese en un parque de diversiones, él está ahí filmando entre carcajada y risa, qué diversión, qué alegría, destruye, mátense, qué entretenido. No solamente hacen, sino que se complacen con quienes las hacen. ¿Nunca les pasó, hermano o hermanas, el estar ni siquiera hablando, simplemente participando de una ronda ahí, usted escuchando que en medio de esa ronda están defenestrando a otra persona, la están destruyendo por medio de comentario? Usted está ahí escuchando tan placidamente, tan alegre, y ha en un momento parece qué gusto que, y que quiero poner también de mi parte. No solamente la hacen, sino que se complacen con quienes las hacen. Esa es la trágica realidad del hombre que es injusto por naturaleza, que hace maldad, que se complace en la maldad, y por esta razón Dios está airado con él, y si tú no has solucionado en esta mañana, amigo, este problema que tienes, que la ira de Dios está sobre ti, porque tú eres naturalmente injusto. Si tú no has solucionado ese problema, tú no te has dado cuenta de que tú tienes una sentencia de muerte eterna en tu cabeza. Y sabes qué es lo peor de todo, que los minutos siguen pasando, el tiempo no se detiene, y este Dios que es fiel y que sus promesas y sus juicios se cumplirán, él dice que tarde o temprano a todos llamará juicio para que den cuenta ante su tribunal. Pero en esta mañana, frente a este problema tan terrible de la evidente injusticia humana y del juicio de Dios, yo quiero decirte que hay una buena noticia para ti, que es la misma buena noticia que Pablo les traía a los romanos. ¿Cuál es esta buena noticia? En el verso 17, Pablo va a decirles que en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: «Más el justo por la fe vivirá». La forma en que el Dios justo declara como justos a los seres humanos injustos es en base a la justicia de Cristo, o a los méritos de Cristo. Y esta es la buena noticia del Evangelio, que Cristo vino al mundo y por medio de ofrecer su vida en sacrificio expiatorio por los pecados, o por la injusticia de los creyentes, él pagó para siempre la deuda de ellos, para siempre, con su sangre. Si tú crees eso, amigo, si tú te reconoces, si tú entiendes, aunque sea un poco, de que tú eres realmente un pecador, de que tú mereces la condenación de Dios, y tú entiendes que no hay manera de que tú soluciones este problema, no hay dinero que tú puedas poner para pagar esta deuda para con Dios, no es por medio de la penitencia ni por medio de sacrificio, no hay nada que puedas hacer para solucionar este problema para con Dios, solamente a través de la justicia de Cristo es que tú y yo podemos encontrar justicia para nosotros frente aquel Dios justo que tarde o temprano va a juzgar a toda la raza humana. Reconócete en esta mañana. Pídele perdón a Dios. Y puede ser que tú no entiendas mucho de qué se trata esto, ni siquiera sepas orar, pero orar es hablar con Dios, simplemente eso, así como hablamos entre nosotros. Obviamente, con reverencia, háblale a Dios, dirígete a él y reconócete. Dile: «Señor, yo reconozco que soy pecador, sé que no puedo hacer nada para salvarme, pero yo te pido por favor que por lo que tu hijo hizo en vida y en muerte tú perdones mis pecados y me aceptes». Y yo te prometo que si tú vienes a él de esta forma, él te esperará con los brazos abiertos, y harás justicia, perdón de pecado y salvación, vida eterna para siempre, porque Pablo concluye de esta manera: «Más el justo por la fe vivirá».