EL VERBO HECHO CARNE (Jn 1:1-4) – 14/01/24
Transcripción automática:
Como les decía, yo voy a iniciar con el Evangelio de Juan. El Evangelio de Juan fue escrito por Juan. Ahora me pueden decir ¿qué Juan? ¿Juan el apóstol, hijo de Zebedeo, o Juan el que vivía en Jerusalén, que después fue llamado Juan el Anciano? Hubo una controversia en algún tiempo en cuanto a esto, ¿verdad? Y se hicieron muchos debates acerca de cuál era el Juan que había escrito este Evangelio. Nosotros entendemos que es Juan el Apóstol. Ahora hay que destacar eso sí, que el Evangelio no lo dice en ningún momento. El Evangelio de Juan no dice «yo, Juan, escribí estas palabras».
El Evangelio no menciona que él es el que escribió esta palabra. Ahora, lo que sí dice es que fue un testigo ocular. Juan escribe: «Y vimos su gloria, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito». Queda claro que Juan no escribe esto porque a él le contaron, no escribe esto porque alguien le dictó, sino que él estuvo con Jesús, él vivió con Jesús, él caminó con Él, él vio su gloria, y eso nos narra en su Evangelio. Juan no se menciona a sí mismo en estos textos, sino que él se refiere a sí mismo como «el discípulo amado», «el discípulo a quien Jesús amó». Es más, Juan es llamado también «el discípulo del amor». En sus escritos, Juan menciona 80 veces la palabra «amor». 80 veces. Es por eso que es llamado «el discípulo del amor». Ahora, déjeme decirle que en sus primeros pasos con Jesús, él no era para nada amoroso. Absolutamente. Es más, Jesús le había puesto por apodo a él y a su hermano Jacobo «Boanerges», que en la palabra aramea significa «hijo de la ira, hijo del trueno», a causa de su comportamiento impetuoso. Se parecía mucho a mí. ¿Se acuerdan quién hizo la recomendación al Señor Jesús de que descienda fuego del cielo sobre una aldea samaritana porque no le recibieron? Juan y Jacobo. Mucho amor no había todavía en Juan y Jacobo. Pero Jesús trató con ellos, y por sobre todo con Juan, quien hizo un giro tan brusco en su vida por obra del Espíritu Santo, que termina escribiendo en sus Epístolas: «Hijitos míos, hijitos míos».
Esa frase tan paternal, tan conciliadora, tan amorosa. Y eso refleja también, hermanos, un poco esa obra transformadora que hace en nuestro carácter y en la conducta de las personas la obra de nuestro Salvador. Ninguno de los Apóstoles murió con el mismo carácter con el que llegó a los pies del Señor, hermanos. Ninguno. Ninguno de sus discípulos terminó sus días sirviendo a Dios como el día que empezó a caminar los pasos de Jesús. Es más, usted y yo, hermanos, no somos los mismos que éramos cuando empezamos a caminar nuestros pasos antes de la gracia en lo que es nuestro carácter y nuestro temperamento. El Señor va moldeándonos, el Señor va cambiándonos, va transformándonos, así como lo hizo Juan. Pero Juan no solo se enfocó en resaltar el amor como un atributo de Dios que tiene que ser imitado por los cristianos. Dios también hizo mucho énfasis en sus escritos sobre la verdad. Dicen los eruditos que menciona esta palabra 25 veces en su Evangelio y 20 veces en su Epístola. 45 veces hace referencia a la verdad.
El segundo término que es muy utilizado por Juan en sus escritos, pero la palabra con la que más hace referencia en todos sus escritos es sobre la palabra «creer». 100 veces habla sobre creer, utiliza la palabra creer, y este es el epicentro del Evangelio escrito por Juan. Este es el epicentro: creer, creer, presentar a Jesús, su divinidad, de tal manera que podamos entender que Él es Dios que vino a este mundo para salvarnos de nuestros pecados y que este Dios eterno, soberano, infinito se ha vuelto hombre y lo presenta de una manera sencilla. Juan escribe de una manera muy sencilla, pero muy atractiva, y al mismo tiempo nos da escritos muy ricos en el conocimiento del Señor.
¿Por qué? ¿Para qué? Juan quiere que comprendamos. ¿Por qué quiere que comprendamos? Para creer, para creer, y la idea es ir desglosando en estos pasajes, versículo a versículo de este Evangelio, a fin de que podamos disfrutar toda la riqueza de estos mensajes que nos deja el Apóstol Juan de parte del Señor. Este Evangelio es único en muchos sentidos, hermanos, es único en muchos sentidos. Marcos, Mateo y Lucas, como bien dijo el hermano Gabriel la semana pasada, son muy similares en su estructura. Son Evangelios sinópticos. Hacen una sinopsis, hacen un resumen de las obras del Señor. Sus palabras son muy similares en cuanto a su estructura. Cuando pasa la hermana Nicole y da una pequeña reseña de los libros que invita a leer, ella está haciendo una sinopsis del libro.
Bueno, los Evangelios de Lucas, Mateo y Marcos hacen una sinopsis de la obra del Señor Jesús, pero Juan es radicalmente diferente. Juan, a diferencia de los otros Evangelios, se enfoca en presentar la divinidad de Jesús. Él no se ocupa de relatar los viajes que hizo Jesús, tampoco se enfoca en relatar muchos milagros. Menciona ocho muy puntuales. Solamente eso. No hay parábolas en todo el Evangelio de Juan, no se hace referencia a las parábolas. Él se enfoca en el aspecto celestial, presentando conceptos que no se relatan en los otros tres Evangelios. Juan, por ejemplo, no relata cuando Jesús expulsa demonios, no detalla muchos de los aspectos de la vida de Jesús, como por ejemplo su nacimiento en Belén, ni siquiera menciona la tentación de Jesús.
No se menciona, pero Juan nos da información que no está en los otros tres Evangelios. Según los estudiosos, hasta el 90% de lo que está en el Evangelio de Juan no está en los otros Evangelios. Así de particular, así de único es el Evangelio de Juan. Si no fuera por el Evangelio de Juan, no sabríamos la primera señal que hizo Jesús cuando convierte el agua en vino en las bodas de Caná. Solo acá se menciona la conversación que tuvo con Nicodemo o con la mujer samaritana. Solo en el Evangelio de Juan se menciona el lavado de los pies de los discípulos, la resurrección de Lázaro, el milagro, la señal que fue el detonante para que los líderes de la iglesia decidan matar a Jesús. La incredulidad de Tomás, si no fuera porque estaba en este Evangelio, no lo sabríamos, pero Dios determinó que Juan perpetúe estos hechos en su Evangelio, momentos únicos que nos revelan un aspecto totalmente diferente de Jesús. Como dije, Juan no comienza señalando el nacimiento de Jesús, sino que arranca destacando la eternidad del Señor.
Acompáñenme al Evangelio de Juan, en el capítulo 1, en el versículo 1, y vamos a ver cómo comienza el Evangelio de Juan. Dice la palabra del Señor: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella». En el principio era el Verbo. El Verbo es un título que se le da a Dios. No es un nombre, no es un apodo, es un título. Con un nombre nosotros identificamos a una persona de manera única, de manera particular.
Con un apodo nosotros señalamos una característica de la persona, ¿verdad? Se suele usar mucho entre los amigos: el petizo, flequillo. Teníamos un amigo que le decíamos «caracha», puede ser, pegando todas las enfermedades. Pero un título se utiliza para describir o designar la posición de una persona, como doctor, ingeniero, su señoría. Ahora, estos títulos, doctor, ingeniero, su señoría, quedan por debajo del talón para Jesús. Los títulos de Jesús son el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador o el Verbo. Y Juan dice que en el principio era el Verbo, la acción, la palabra de Dios creadora de todo el mundo.
Usted sabe que Juan es el único que se refiere a Jesús como el Verbo. En ninguna otra parte de la Biblia se hace referencia al Verbo y solo en este prólogo del Evangelio. Ningún otro de los escritores de la palabra se refiere a Jesús como el Verbo. Juan se refiere a Jesús como el Verbo y no lo menciona por su nombre en este primer tramo de la palabra, ya que dijimos que él quiere destacar la divinidad y el término «el Verbo». Dice John McArthur, describía perfectamente la corriente filosófica de la época que se refería al Verbo, al logos, como una realidad que se puede percibir de la creación. Hay un espíritu, un logos, una fuente de poder impersonal, algo abstracto que generó la creación. Recordemos que aún no habían conocido a Cristo. O sea, ellos podían ver un árbol, podían ver sus semillas, podían ver sus hojas, y podían ver la perfección en la creación. Podrían ver a los pájaros haciendo sus nidos perfectos.
Cuando vemos a un hornero haciendo su nido en forma de cúpula, con la protección para que no le entre el viento, con la impermeabilización para que no se desarme con las lluvias, se puede ver que hay algo detrás, que algo tuvo que haber creado todo eso. Y entendían que había algo, un ente, que estaba detrás. Y Juan quiere reflejar que el logos, que lo impersonal, no era para nada impersonal, que era la fuerza creadora. Esa fuerza creadora es Jesús, que es real, que es palpable, que no es impersonal, sino que la fuerza creadora, que el Verbo, que logos, se había hecho carne. Aquella palabra que hizo todo el universo es una persona, pero no una persona cualquiera. En el Salmo 33:6, David dice: «Por la palabra de Dios fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca».
Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. Juan, antes de pasar a cualquier otro tramo de su Evangelio, quiere dejar en claro que Jesús es Dios. Y arranca sus escritos de manera directa, de manera contundente, sin decorado, sin floreo alguno. Va directo al grano: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». MacArthur señala que Juan nos lleva a lo largo de este fragmento del Evangelio a tres verdades: la preexistencia con Dios, la coexistencia con Dios y su autoexistencia. La preexistencia con Dios, su coexistencia con Dios y su autoexistencia. Ahora les explico. No se preocupen. Veo que me ponen la cara. Vamos a explicar. Cuando dice «En el principio era el Verbo», ¿qué principio? ¿Qué principio? En el principio de todo, en Génesis 1:1: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra». ¿Con qué creó Dios los cielos y la tierra? ¿Con sus manos? No, con su palabra. Dios dijo: «Hágase la luz», y la luz se hizo. Dios dijo: «Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día y la noche», y se hizo. Dios dijo: «Haya peces». Dios dijo. Dios dijo. En el principio era el Verbo, en el principio era la palabra. ¿Y por qué es importante todo esto, hermanos? Bueno, porque nos revela la primera verdad de este Evangelio.
Su preexistencia, su preexistencia. Antes de que todo fuera creado, Cristo ya existía, hermanos. Antes de que todo fuera creado, Cristo ya existía. Esto nos revela que Él es eterno, que Él no fue creado con la creación, sino que en el principio era el Verbo. Él ya estaba. Él no está sometido a la creación, sino que Él fue quien realizó la creación, por lo que su existencia no comienza con el nacimiento en esta tierra. Él ya era antes de la creación. Esta es la primera de las verdades que refleja Juan, su preexistencia. Recuerdan que dijimos que Juan tenía como primer objetivo revelar la divinidad de Jesús, ¿verdad? Que Él no era una persona simple, sino que Él es divino, y comienza resaltando su preexistencia. El tiempo comenzó con la creación, pero Dios no está sometido al tiempo.
Él existió antes del tiempo. Esto también resalta Pablo en sus Epístolas. En Filipenses 2:5 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Pablo, en estos versículos, resalta que Jesús es Dios y se despojó a sí mismo, hecho semejante a los hombres. Jesús es la Encarnación de Dios. El Verbo fue hecho carne en la creación.
Pero Él ya existía y se hace hombre. Si volvemos al Evangelio de Juan, en el capítulo 1, Juan describe que: “Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito, lleno de gracia y de verdad”. Fue hecho carne. Fíjense que Juan marca el hecho de la Encarnación y nos dice que fue hecho hombre, que lo fue, pero Juan quiere resaltar la idea de que no solo tomó la apariencia de un hombre, sino que fue un hombre. Fue un hombre de carne y hueso que fue engendrado en el vientre de la mujer, que se desarrolló y que nació como usted y como yo. Juan quiere resaltar que Él no fue un ente celestial que adoptó una figura humana, un ángel que se presenta con figura humana para aparecerse a un hombre.
No, Él fue hombre, Él fue hecho carne. Él tuvo hambre, Él tuvo sed, Él sintió dolor porque Él era como usted o como yo, pero sin pecado, sin pecado. Él fue Dios hombre, el Verbo hecho carne. Y Juan dice que Él ya existía de la eternidad y que Él vino y habitó entre nosotros, que Él no comenzó su vida cuando vino a esta tierra porque Él ya era. Y Jesús mismo lo destacó durante sus Evangelios en el paso por esta tierra. Fíjense en Juan 8:56: “Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó”. Entonces le dijeron los judíos: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?”. Y Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: antes que Abraham fuese, yo soy”. Fíjense que Jesús siempre se refiere a sí mismo en presente. Más allá de que la palabra «yo soy» hace referencia al nombre del Dios del pacto en Éxodo, cuando Dios se presenta a Moisés y le dice: “Diles que yo soy me ha enviado a vosotros”, Él dice: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. No es “yo fui”, no es “yo era”. Eso es porque Él siempre está. Él, desde la eternidad, no está sometido al tiempo.
En Colosenses 1:17 dice: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten”. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Todo fue creado por medio de Él y para Él, y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten. En el principio era el Verbo.
Y por último, vamos a la Primera Epístola de Pedro, en el capítulo 1, versículo 18, porque también Pedro resalta la preexistencia de Jesús: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”.
El cordero sin mancha, el Cristo Jesús, destinado desde que vino al mundo, no destinado desde antes de la fundación del mundo, en la eternidad, en el pacto eterno, pero manifestado recién en este tiempo. Y ahora volvemos a Juan, volvemos a Juan y seguimos leyendo Juan 1, y nos vamos a la segunda verdad en el versículo 1. Dice: “Y el Verbo era con Dios”. Si Él ya existía, si Él ya existía desde la eternidad, ¿dónde estaba? Bueno, Juan responde: “Él estaba con Dios”. Y el Verbo era con Dios. Jesús coexistía con Dios, coexistía con Dios. Estaban juntos. Esta es la segunda verdad que nos revela Juan en este primer fragmento. Él estaba con Dios. Esto también refleja que eran dos. Cuando decimos «Él estaba con aquel», nos referimos a dos, ¿verdad? Bueno, Juan dice que Jesús estaba con, habitando, coexistiendo con Dios. En Juan 17:5 dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo con aquella gloria que tuve antes que el mundo fuese”. Glorifícame tú al lado tuyo, dos, con aquella gloria que tuve antes que el mundo fuese. Dos aspectos confirma Jesús en este versículo. Él estaba cohabitando en la gloria con Dios y dice: “Con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
La eternidad, su preexistencia y su coexistencia con Dios. Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá; de ti me saldrá el que será Señor de Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”. Y a continuación, Juan dice: “Y el Verbo era Dios”. Menos mal que Juan escribe sencillo. ¿Qué sería si escribiera difícil? O sea, el texto nos revela que no solamente Él es el Dios eterno.
Acá Juan nos revela a dos personas de la Trinidad. Jesús es el Dios eterno, pero al mismo tiempo, Jesús es distinto al Dios eterno. El misterio de la Trinidad, hermanos: un solo Dios que subsiste en tres personas, Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios Espíritu Santo. Y volvemos a usar la Epístola a los Filipenses en 2:5: “Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo”. Fíjense cómo Pablo revela a Dios el Padre y Dios el Hijo conviviendo, coexistiendo, y cómo se despoja a sí mismo de sus atributos de Dios, de Rey, y viene al mundo siendo obediente. ¿A quién? Obediente al Padre. A ver, Él ya existía desde el principio y, desde el principio, Él estaba coexistiendo con Él. Y si seguimos leyendo en el Evangelio de Juan, en el capítulo 1, vemos que dice: “Este era en el principio con Dios”. Y vamos un paso más adelante: “Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho”. Sin Él no hay nada.
Hermanos, Dios es el Creador, y el Verbo es la persona de la Trinidad que ejecuta esa creación. La Trinidad entera está involucrada en la obra creadora. Hebreos 1:2 dice: «En los postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.» En los postreros días nos habló por medio de su Hijo. ¿Quién nos habló? Dios. ¿Por medio de quién nos habló? Por medio de su Hijo, que hizo todo el universo. Colosenses 2:9 dice: «Porque en él habita corporalmente toda la Deidad.» Jesús, el Eterno, se hace finito, el Invisible se hace visible, se despoja a sí mismo de su trono y se hace carne, como refiere en el versículo 14: «Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó con nosotros.»
Y si seguimos leyendo estos versículos, en el versículo 4 vamos a encontrar la tercera verdad, y la tercera verdad es su autoexistencia. Dice el versículo 4: «En él estaba la vida.» Y acá es donde empieza a cerrar todo el círculo que estaba formando Juan en estos primeros versículos de su Evangelio. En él estaba la vida, no es que a él se le dio la vida, él es la vida. Otro título con el que Jesús se refirió a sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida,» dice Jesús en Juan 14:6. La vida es él, y fíjense cómo Juan conjuga dos conceptos: la vida y la luz. Y a continuación dice: «Y la vida era la luz de los hombres.» En Juan 8:12 Jesús dice: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.»
El que está en la luz no se pierde, él sustenta la vida. Todo lo que existe, existe porque Jesús lo sostiene. Él no solo crea la vida, él la sustenta. No solamente la vida biológica, la vida de las plantas, la vida de los animales; Juan también hace referencia a la vida espiritual, por eso él dice: «La vida es la luz de los hombres.» La razón por la que encarnó la luz fue para traer luz en las tinieblas de este mundo, hermanos. En el versículo 9 del Evangelio de Juan, capítulo 1, dice: «Aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho.» Fíjense cómo trabajamos en ese círculo: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.»
Fíjense el contraste. Pablo dice en Efesios 2 que nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero él nos dio vida. Nosotros pasamos de muerte a vida, hermanos, por el poseedor de la vida misma, por el Creador de la vida misma. Por eso, él tiene autoridad, por eso él puede llevarnos de muerte a vida, porque él es la vida. Yo me pregunto, y les pregunto: hermanos, ¿un muerto puede dar vida? No, ¿verdad? ¿Un vivo puede dar vida? Tampoco. Y no me digan «siendo bebé,» porque no vale, porque incluso en la concepción la vida no está en nuestras manos. Hay muchos aspectos de la concepción humana que el hombre hasta hoy no puede explicar.
La vida es un misterio para el mundo. Es más, hoy en 2024, hermanos, con miles de años de evolución científica, el hombre no ha podido crear vida. Modifica elementos, clona, incuba, pero no crea. No crea vida. Toma de la creación, la adultera, pero no puede crear vida de la nada. Y así como tampoco se puede crear vida natural, tampoco se puede crear vida espiritual. Es por eso que, si estamos muertos en nuestros delitos y pecados, no hay nada que nos pueda dar vida sino el Creador de la vida misma. ¿A quién otro podemos recurrir si solo Cristo tiene la vida en sus manos? Eso es lo que quiere reflejar Juan en todo este gran círculo que estuvimos dando.
Hay mucha riqueza en estos primeros versículos del Evangelio, hermanos. Dios está utilizando a Juan y se toma el trabajo de explicarte de manera detallada y minuciosa que aquel que un día te llamó a sus pies no es una persona corriente, no es un humano pecador, no es un simple maestro de la ley ni era un profeta más. Jesús es Dios, y desde la eternidad vino a este mundo como el Verbo que se hizo carne, todo por vos y por mí, hermanos, para que podamos entrar en su gloria eterna. Por vos y por mí. Saben que Juan describió esto de manera tan sencilla que hasta te explica por qué escribió todo esto. Lo explica en el capítulo 20, en el versículo 30, de manera detallada, y es más, al hacer el canon bíblico hasta le pusieron un título para que no nos perdamos. Juan 20:30 dice: «El propósito del libro.
Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.» Cristo es vida. Juan pone todo a disposición para que entiendas y creas que Jesús es el Cristo, el Verbo que era desde el principio, y el Verbo era Dios, el Hijo de Dios que estaba con Dios, y el Verbo era con Dios. Y para que creyendo tengáis vida en su nombre, porque él es la vida. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Básicamente, lo que Juan encerró en la riqueza de estos versículos, hermanos, es poder demostrar por qué él puede salvarte, de dónde vino, para qué vino y por quién vino.
¿De dónde vino? Vino de la eternidad. ¿Por qué vino? Vino porque el pecado entró en el mundo y no hay uno que haga lo bueno y llene la medida de Dios. ¿A quién vino a salvar? A sus escogidos, a salvar a los que él llamó, a pecadores, a usted y a mí, a su iglesia. Este fragmento de la Palabra, hermanos, nunca, pero nunca, tiene que dejar de sorprendernos. Nunca, pero nunca, tenemos que dejar de admirar estos versículos, hermanos, porque encierran la gran misericordia de Dios hacia nosotros.
Cuántas veces leemos este texto: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios,» y no meditamos en la grandeza de estas palabras, hermanos. Estas palabras se convirtieron en la obra salvadora por la cual nosotros accedemos a la salvación. Y solo podemos hacer una cosa, hermanos, ante la magnitud de este fragmento: solo una cosa, humillarnos y darle gloria a Dios. Humillarnos y darle gloria a Dios. Y si usted hoy, por primera vez, está entendiendo lo que significa que el Verbo se hizo carne y que vino a este mundo para ser la luz de los hombres, es el momento de que reconozca su condición de pecador, hermano.
Ante la medida de los estatutos de Dios, ante la ley de Dios, nosotros somos hallados culpables, hermano, somos hallados culpables. No llenamos la medida de Dios, estamos condenados. Pero la buena noticia, la buena noticia, es que el Verbo se hizo carne. Esa es la buena noticia. Jesús vino a llamar a pecadores, vino a llamar a injustos, para que en él, en Jesús, nosotros hallemos salvación y vayamos de nuestro estado de muerte en el pecado a vida. Acá, hermanos, no hay mérito humano alguno.
Acá no hay obras que nosotros hayamos hecho que nos puedan servir para el pago de nuestra salvación. Acá lo único que importa es la obra de Jesús, que vino a este mundo para que puedas acudir a él para tu salvación. Lo único que podemos presentar delante del Señor son nuestros pecados y nuestro arrepentimiento, hermano, nada más importa. No importa si construimos diez iglesias con nuestro dinero, no importa si sostenemos orfanatos, si hacemos obras de caridad, no importa si nos creemos buenas personas, no importa nada. Ante la ley de Dios, nosotros somos pecadores, sos pecador, sos pecadora, y todas nuestras obras no llenan ni el primer peldaño de nuestra escalera para la salvación, hermano.
Todo lo que podamos presentar delante de Dios no tiene mérito alguno. Entendiendo este pacto eterno, entendiendo que Jesús, Jesús estaba en la eternidad coexistiendo con Dios, viviendo en la gloria con Dios, que se despojó a sí mismo y que vino a este mundo y que se hizo carne, entendiendo eso, que la vida misma vino a este mundo para darnos vida, para darnos vida. Ese es el momento en el cual tenemos que humillarnos delante de él y reconocer que somos pecadores, hermanos, y por fe, creyendo en que el Verbo se hizo carne, darle las gracias y pedirle perdón por todos nuestros pecados. Es una obra majestuosa, es una obra enorme la que hizo Dios por nosotros.
El Verbo hecho carne, humillándose de tal manera por amor a nosotros. Él no vino como rey lleno de gloria y de esplendor, él no vino como un líder espiritual, él vino a nacer en un pesebre, él vino en una familia pobre, en una aldea pobre, en una aldea insignificante. Y desde ahí, Dios lo levantó, desde ahí Dios lo levantó para que muriera por nuestros pecados, para que sea presentado como nuestro abogado delante del Señor. ¿Usted comprende de lo que se despojó el Señor? Imagínese que a usted hoy, en su casa, sea cual sea la condición económica en que esté viviendo, le vengan y le digan: «Amigo, tenés que mudarte de este barrio, tenés que salir de acá y vas a ir a vivir en el medio del monte, en una choza hecha con lona, piso de tierra, no hay ninguna comodidad, no hay luz, no hay agua, vas a tener que cocinar en una fogata llena de mosquitos.»
¿Y por qué? «De onda, no más, porque se me ocurre.» Usted es lo primero que diría: «Jamás, si tengo la opción para decir no, voy a decir que no,» porque nosotros no queremos salir de nuestra comodidad, nosotros no queremos salir de nuestro confort. Nos encanta vivir cómodamente, sea mucho o sea poco lo que tenemos, no queremos renunciar a eso. Estamos hablando de cosas terrenales, de cosas superfluas. El Verbo, el Logos, la fuerza creadora de este universo, entró en la creación a pasar lo peor de lo peor por usted y por mí, hermanos.
El Señor es misericordioso, no es solamente un cliché, no es solamente una palabra para rellenar. El Señor es misericordioso. Lo que hizo por nosotros es enorme, es enorme. Estamos hablando del Dios eterno, el Dios soberano. No es un rey, no es un presidente, es Dios. Y no es que vino no más a esta tierra, y no es que vino no más y se sentó y bueno, pasó hambre. Murió en la cruz como un delincuente, humillado, azotado, golpeado, torturado, por amor a nosotros, hermanos. Por eso tenemos que glorificar la Palabra, por eso tenemos que glorificar estos versículos, porque es mucho más que un fragmento para rellenar. Encierra toda la obra creadora y salvadora de nuestro Dios. Que a él sea la gloria por siempre.