CRISTO SUPERIOR A LOS PROFETAS – 21/01/24 (Heb 1:1-4) – 04/02/24
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Vamos a abrir nuestras Biblias en el libro de Hebreos. En esta mañana, con la ayuda del SEÑOR, vamos a iniciar una predicación secuencial del libro, capítulo por capítulo y versículo por versículo. Entendemos que este es el formato con el cual podemos exprimir mejor la verdad del SEÑOR y sacar la riqueza de ella. Quiero dar una breve introducción antes de entrar en el contenido mismo de nuestro libro. Vamos a hablar sobre quién escribió la carta, a quién se le escribió y de qué trata esta carta.
Yo particularmente creo que la escribió el apóstol Pablo, por un conocimiento tan acabado del Antiguo Testamento y un énfasis tan marcado en el conocimiento del Antiguo Pacto, entre otras cosas. Pero afirmo que no es un absoluto que Pablo la haya escrito; yo lo creo así, pero no es un absoluto en el sentido de que no hay un acuerdo universal, no es que todo el cristianismo y toda la tradición crean que realmente es así. Tampoco el libro de Hebreos dice explícitamente quién es el autor. Ahora, a quién se le escribió, se le escribió a cristianos judíos, en una época determinada de la historia, pero los principios que hay acá y el mensaje son relevantes para todos nosotros, para todos los creyentes y son de un carácter totalmente universal.
Ya sabemos quién pudo haber escrito, ya sabemos a quién se le escribió. Ahora, el contexto: ¿de qué trata realmente esta Epístola y con qué propósito se escribió? Lo que hace Hebreos es exhortar a los cristianos tentados a abandonar o desalentados a perseverar, a considerar a Cristo y tomar fortaleza en Él, a la luz de quién Él es y lo que hizo por nosotros, a la luz de Su completa superioridad. Ese es el combustible que tiene que animar a estas personas que están pasando por desaliento o tentación. En el libro de Hebreos vamos a ver que Jesús es superior a los profetas, es superior a los ángeles, es más grande que Moisés, es el gran Sumo Sacerdote y es el mediador de un nuevo Pacto. Toda esa obra maravillosa y poderosa se aplica a la vida del creyente, a tu vida y a la mía.
A lo largo del libro de Hebreos, vamos a tener estas exhortaciones: presten más atención a la palabra, fijen sus pensamientos en Jesús, aferrémonos firmemente a la fe, acerquémonos a Dios, continúen amándose los unos a los otros como hermanos. Esa es la introducción. Ahora, vamos al mensaje de hoy. Decidí llamarlo “Cristo superior a los profetas” y vamos a desarrollar la Epístola de Hebreos desde el capítulo 1, versículos 1 al 4, tratando de ir a la esencia del mensaje. Para una cuestión más didáctica, dividí el mensaje en cinco razones por las cuales Cristo es superior a los profetas.
La primera razón por la cual Cristo es superior a los profetas es porque Cristo es el cumplimiento mismo de la revelación. La segunda razón es que Cristo es el dueño de todas las cosas. La tercera razón es que Cristo es la gloria del Padre y sustenta la creación con el poder de Su palabra. La cuarta razón es que por Su sangre purifica los pecados por medio de Sí mismo. La quinta razón es que está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas y es superior a los ángeles.
A continuación, hermanos, vamos a leer nuestro texto bíblico, Hebreos 1:1-4, el cual dice así:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de Su gloria y la imagen misma de Su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.” Amén. Hasta aquí la palabra del SEÑOR.
Vamos a la primera razón por la cual Cristo es superior a los profetas: Cristo es el cumplimiento mismo de la revelación. Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en los postreros días nos ha hablado por la persona del Hijo. Lo que el escritor trata de decir es que Dios habló, Dios se comunicó con Su pueblo, se reveló a Su pueblo varias veces y de varias maneras con visiones, apariciones y por boca de los profetas. Pero en estos últimos días, dice el texto, nos ha hablado por el Hijo.
¿Qué significa la palabra “profeta”? Para entender mejor, profeta significa “portavoz”. En este contexto, en cuanto a la revelación, vemos que Jesús es mayor que estos hombres. ¿Por qué? Porque estos hombres tenían limitaciones. Los profetas eran hombres pecadores y Cristo no lo era, como cantamos hoy. El texto bíblico de Isaías 6:5 dice: “Entonces dije: ¡Ay de mí, que soy muerto! Porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” Otra limitación de los profetas es que no poseían el Espíritu de manera constante; la palabra vino a ellos, pero ellos no poseían la palabra. En cambio, Cristo es la Palabra y Él es la Palabra. Tampoco ellos entendían la altura y las profundidades de su mensaje.
Prueba de ello es 1 Pedro 1:10, que en la Nueva Traducción Viviente dice así: “Incluso los profetas quisieron saber más cuando profetizaron acerca de esta salvación inmerecida que estaba preparada para ustedes.” Conocer la revelación completa en aquella época, en los tiempos pasados, no se podía apreciar con la claridad con la que tenemos nosotros ahora y la claridad que tenía Cristo. También tenemos como ejemplo a Juan el Bautista. Juan el Bautista dijo: “Yo no soy la luz, yo vengo a dar testimonio de la luz” y también dijo que no era digno ni siquiera de tocar las correas del calzado de la luz verdadera, que era Cristo. Pero Jesús, hermanos, era el mensaje y el mensajero. Jesús era el mensajero y Jesús era el mensaje. Aunque las cosas que los profetas decían estaban bien, palabra inspirada por Dios, palabra autorizada por Dios, sin embargo, es por medio del Hijo que todos los secretos del corazón del Padre, la plenitud de Su consejo y las riquezas de Su gracia fueron reveladas en plenitud.
Dice el autor Arthur Pink: “Toda la revelación y manifestación de Dios está ahora en Cristo; solo Él revela el corazón del Padre. No es solo que Cristo declaró o entregó el mensaje de Dios, sino que Él mismo fue y es el mensaje de Dios. Todo lo que Dios tiene para decirnos está en Su Hijo; todos Sus pensamientos, consejos, promesas y dones se encuentran en el SEÑOR Jesús. La vida perfecta de Cristo, Su comportamiento, Sus caminos, eso es Dios hablando, revelándose a nosotros, porque Cristo es el mensajero perfecto en el cual se cumple la revelación.” Por eso, esta es la primera razón por la cual Él es mayor que los profetas.
La segunda razón por la cual Cristo es superior a los profetas es que Cristo es el dueño de todas las cosas. Jesús, cuando habla, lo hace con autoridad porque todas las cosas son de Su absoluta propiedad. Él tiene el mapa del universo en Su mente; todo el universo cabe en Su mano como si fuera una cajita de fósforos que Él puede aplastar cuando quiera. Él tiene potestad sobre todo. Dice Hebreos que Dios ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo. Otra versión dice: “Porque por medio de Él, Dios creó el universo y lo hizo dueño de todas las cosas.” Queremos resumir esto en pocas palabras: Él es el Heredero del Trono.
Ahora, ¿de qué se trata esta herencia y qué entendemos nosotros por haberlo hecho heredero de todas las cosas? Me apoyo en el texto de Mateo 28:18, donde el SEÑOR dijo a Sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” Toda potestad, toda. No hay absolutamente nada en el universo en lo cual Cristo no pueda decir: “Esto es mío. Esto me pertenece.” Esto es como un eco del Salmo 2:7-8 que dice: “Declararé el decreto: Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres Tú; yo te engendré hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra.”
Una pequeña aclaración: un no creyente podría decir, “No, pero hay demasiada maldad en el mundo, todo es un desastre; las cosas están mal.” Pero lo que él no ve es que, aunque el mundo esté en desorden, Cristo sigue siendo el dueño de toda la humanidad. Eso es vigente y real; opera. Él es dueño de todas las cosas. Pero ¿cuándo se hará esto mucho más evidente para creyentes e incrédulos? Cuando se siente en el trono de gloria
y sean reunidas delante de Él todas las naciones, y apartará a unos de otros como aparta el pastor las ovejas de los cabritos, como dice en Mateo 25:31-32. Todo el poder que tiene sobre todas las criaturas y sobre todas las cosas del universo será presenciado en el gran trono blanco en el día del juicio. Después de que todo lo que vemos haya pasado, Su herencia será plena y eternamente en la nueva tierra. Ahí estarán el trono de Dios y el Cordero, como dice Apocalipsis 22:1. Y leyendo hasta aquí, el judío cristiano que estaba paralizado, frío, quieto, debe saber que su Salvador es poderoso; eso le tiene que alentar, alegrar, darle tranquilidad, paz y esperanza. Cristo, el Salvador revelado y manifestado, tiene el control sobre todo. Eso tiene que ser el aliento para la frialdad y levantarse en adoración y alegría.
Jesús, hermanos, cuando estaba en la cruz no tenía nada, hasta Su ropa le sacaron. Fue sepultado en un sepulcro que no era de Él ni de Su familia; en la tierra fue pobre hasta el final. Pero es dueño de todas las cosas. Todos los ángeles, todos los seres humanos sobre la tierra, todos los poderes del universo, cuando se pregunte de quién es todo eso, la respuesta es de Jesús. Esa es la recompensa que Dios ha ordenado para aquel que una vez se ha humillado.
Concluimos entonces que Cristo es superior a los profetas porque Él es heredero de todo y no es simplemente un portavoz cualquiera. La tercera razón por la cual Cristo es superior a los profetas es que Él es la gloria del Padre y sustenta la creación con el poder de Su palabra. El Padre es glorioso; Cristo también tiene esa gloria. La esencia, la sustancia, es que Jesús es Dios. El Padre es Dios; Jesús también es Dios. Eso es lo que quiere decir el texto.
Vamos a la palabra del texto, que dice: “Quien siendo el resplandor de Su gloria” (versículo 3). En este versículo, lo que el Espíritu Santo hace es continuar hablándonos de lo maravilloso que es la persona de Jesús, lo grandioso que es. Nos dice que es un ser divino y nos dice qué clase de vínculo tan especial tiene con el Padre, porque dice que es el resplandor de Su gloria. El verbo griego del que se deriva “resplandor” nos da la idea de enviar un brillo o luz; en nuestro español, “resplandecer” es el brillo del Hijo.
Es el brillo que está reflejado en el Padre. Vemos que el Hijo brilla, y ese brillo procede del Padre. Ahora, vimos que «resplandor» es brillo, pero el brillo de la gloria, el resplandor de la gloria, ¿qué es esa gloria? Bueno, para simplificarlo, la gloria de Dios es el conjunto de todo lo que Dios es: todos Sus atributos, Su santidad, Su perfección, Su bondad, Su justicia, Su rectitud; todo eso junto es como juntar todas las luces y hacer una gran luz. Eso es la gloria de Dios. Y ese resplandor de la gloria, ese brillo divino, lo vemos en la persona de Jesús. Cerramos la idea diciendo que el brillo del Padre lo vemos en el Hijo.
Ahora, un concepto que puede parecer un poco difícil, pero no nos va a vencer porque tenemos la mente de Cristo y el Espíritu Santo que nos muestra todas las cosas, es «la imagen misma de Su sustancia». Suena como un término muy técnico, pero en realidad es sencillo. Sustancia o esencia: el Hijo de Dios tiene el mismo poder que el Padre y es la imagen perfecta de Su ser. Son iguales en esencia, en poder, en dignidad. Amén. Vieron que no es tan difícil.
Para dar un ejemplo más, porque puede ser un poco confuso, vamos a decir lo siguiente: en cuanto a la semejanza, un hombre de carne y hueso tiene una esposa; su esposa se embaraza y tienen un bebé. Ese bebé va a ir creciendo de acuerdo a la naturaleza del padre, también la misma, por así decirlo, sustancia, la misma naturaleza, la misma esencia humana. Comparte la humanidad; ese niño va a crecer y va a tener una mente que piensa. El niño crecido y el padre tienen una mente que piensa, y además se notan los rasgos parecidos. La gente dirá: «Mira, se parece a su papá, tiene la misma esencia, comparte muchas características». Obviamente, hay que ser honestos y reconocer que nunca un ejemplo de esta naturaleza va a poder compensar la grandeza y la profundidad de la gloria de Dios. Pero tampoco podemos quedarnos sin tener una idea. Podemos decir que un humano engendra a otro humano, pero un ser divino engendra a un ser divino igual en naturaleza, igual en poder, igual en eternidad. Eso fue lo que pasó con el Hijo: el Hijo es eterno, el Padre es eterno; el Padre es poderoso, el Hijo es poderoso. Y la imagen misma de Su sustancia es la imagen perfecta de Su ser. Vemos al Hijo perfecto, vemos al Padre de manera perfecta en el Hijo.
Y este Dios-Hombre, para mostrar que es también poderoso y que tiene las características o la esencia del Padre, sustenta todas las cosas con el poder de Su palabra. Es decir, en Cristo Jesús, Su persona, al igual que el Padre, se puede decir que Él gobierna el cielo. Los relatos bíblicos muestran esto: si quieres, puedes sanarme, dijo el Señor. En el mar en tempestad, Él se asomó, vio la turbulencia y dijo: «¡Calla, enmudece!» Y el mar se calmó. Estos son solo ejemplos. Los demonios, Él les ordenaba que salieran de los cuerpos y salían corriendo. Él sustenta todas las cosas con el poder de Su palabra. Entonces, concluimos que, por Su naturaleza divina, Cristo es superior a los profetas.
Esto nos lleva a la cuarta razón por la cual Cristo es superior a los profetas: porque por Su sangre purifica los pecados por medio de Sí mismo. Ya hemos visto que Jesús es la revelación misma de Dios, que es el dueño de todo lo que hay, y que es la imagen de Dios y sustenta la creación con el poder de Su palabra. Nuestro glorioso Señor, ahora, ¿de qué nos sirve tener toda esa información de toda la gloria y todo el brillo si somos ciegos y no podemos ver absolutamente nada de la gloria de Cristo? Aquí está el problema: yo, pecador, ciego y muerto, no puedo ver a Cristo ni confiar en Su obra para salvación sin el nuevo nacimiento, la obra de la libre gracia de Dios. La regeneración es necesaria; si no, somos ciegos y no podemos ver la gloria de Dios.
Esa salvación se dio, ese rescate se compró a un precio para que los ciegos vean Sus maravillas por medio de la regeneración. Este glorioso Mesías prometido, dueño de todas las cosas, poderoso y esplendoroso, se bajó a este mundo, nació en un pesebre en una pequeña aldea, pasó hambre, pasó sed, fue tentado por la bestia inmunda de Satanás, era pobre, no tenía dónde recostar Su cabeza. Hasta cuando fue a ofrecer Su ofrenda en el templo, ofreció un par de tórtolas, que era lo que ofrecían las personas pobres cuando no podían comprar un corderito. Y no solo eso, recibía y hablaba con ladrones y rameras, con la peor escoria, cobradores de impuestos. Imagínense, gente despreciable; con esa clase Él se asociaba porque era el médico, pero de los enfermos. Esa es la humillación de Cristo y Su obra tan especial. Ahí estaban los judíos cristianos desalentados, y también nosotros, pecadores, debemos recordar que ese glorioso Dios se hizo hombre para pagar una deuda que ni siquiera le correspondía. Él no pecó; tu pecado y el mío, eso sí, eso fue lo que Él pagó, pero no era Su pecado.
Pero, ¿saben qué ocurrió con Cristo Jesús, nuestro Señor? Él bebió de la copa amarga de la ira de Dios y se burlaron inclusive de Él. Se burlaron de Su trono, de Su reinado. Ni Su ropa le quedó, porque hasta eso le sacaron. Le escupían, «¡Salve, Rey de los Judíos!» Se burlaban. Los soldados romanos le azotaron, estuvo al costado de malhechores y llegó a escuchar algo tan ofensivo: «Si Tú eres el Hijo de Dios, sálvate a Ti mismo». Si existe uno de los pecados más despreciables, es la incredulidad; peor aún, si se junta con blasfemia. Eso sí es grave. La reacción de Cristo fue pedir perdón: «Perdónalos, ellos no saben lo que hacen». Y Su sangre fue derramada y murió, completando Su humillación.
Pero ahí está el dulce y esperanzador contenido del libro de Hebreos: “Habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de Sí mismo”. Él efectuó la purificación de nuestros pecados por Sí mismo. Tu pecado, mi pecado, fue a parar al Gólgota. El profeta Isaías, como portavoz, pudo decir que vendría un varón de dolores, experimentado en quebranto. Pero solo el varón de dolores, experimentado en quebranto, pudo hacer la purificación al ser molido por nuestras transgresiones, como dice Isaías 53:3-5. Angustiado y afligido, no abrió Su boca; como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció y no abrió Su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y Su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Se dispuso con los impíos Su sepultura, más con los ricos fue en Su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en Su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto Su vida en expiación por el pecado, verá linaje; vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en Su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de Su alma y quedará satisfecho; por Su conocimiento justificará a muchos; llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, Yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos, por cuanto derramó Su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo Él llevado el pecado de muchos y orado por los transgresores. Aquel que descendió a la profundidad del pozo de la vergüenza, que se humilló a Sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y la muerte de cruz, ha sido exaltado sobre todo principado, potestad, dominio y todo nombre que se nombra, no solo en este mundo, sino también en el venidero.
La purificación y Su majestad están conectadas; habiendo hecho la limpieza de nuestros pecados por Sí mismo, dice Hebreos que se sentó a la diestra de la majestad en las alturas, por Su misericordia y amor hasta la muerte, y porque por medio de Él se purifican nuestros pecados. Concluimos nuevamente que Él es superior a los profetas.
La quinta razón por la cual Cristo es superior a los profetas es porque está sentado a la diestra de la Majestad de las alturas y es superior aún a los mismos ángeles. Dice el versículo 3 que se sentó a la diestra de la Majestad de las alturas. No hay palabras para describir eso; es algo tan maravilloso. Recordar que Cristo está donde está ahora implica que
mis pecados han sido borrados. Es tan maravilloso, tan bello, por encima de los ángeles, porque Él es el Hijo; ningún ángel ocupa ningún trono como Él.
Ningún ángel se llama Admirable Consejero, Dios Fuerte, Príncipe de Paz. Cristo es más que un ángel porque Él no solo cumple perfectamente la voluntad del Padre, sino que Él tiene poder al igual que el Padre. Como ya habíamos dicho, heredó todo el universo en gloria, y la idea de que está por encima de los ángeles —que ya es de otro sermón— es que nadie está por encima de Él, y a ningún ángel Dios le dijo «hijo». Conclusión: Cristo es el portavoz final, Cristo es el Heredero del universo, Cristo es el resplandor de la gloria de Dios. Él se revela como la imagen de la persona de Dios. Cristo todo lo sustenta. Los sacrificios de antaño no quitaban los pecados; el sacrificio de Cristo sí lo hizo. Los sumos sacerdotes de Israel nunca se sentaron; Cristo tiene su trono en lo más elevado de los cielos. Y por eso, hermanos, Cristo es mayor que los profetas.
La Palabra se ha expuesto, se ha explicado, y ahora apliquemos, hermano. Vaya a la Palabra, sabiendo que Cristo es la revelación, sabiendo que Cristo mina toda la Escritura y sabiendo que Cristo es el combustible para nuestra vida cristiana. Que Cristo es nuestra esperanza, que Cristo es todo. No podemos abandonar la lectura diaria de la Palabra de Dios. Vamos a la Palabra, como había escuchado una frase, creo que era de los puritanos: «Si tomamos la Biblia, veremos a Cristo en todas las Escrituras. Si nos cortamos la mano y va a salir sangre, así también si cortamos una página de la Biblia, ahí va a salir la sangre de Cristo.»
Cristo está en todas las Escrituras; toda la maravilla de Cristo la vamos a encontrar acá y tu corazón y mi corazón lo necesitan. Tenemos que conocer la voluntad de Cristo, la cual se reveló acá. Debemos ir diariamente a leer la Escritura, a estudiarla, a asimilarla, a aprovecharla. Usted todos los días se sienta a la mesa a alimentarse; busque también alimento en la Palabra del Señor. Una frase del hermano Sujel Michel: «Lea la Biblia como si su vida dependiese de ello, porque realmente es así.» Ahora, si Cristo es el Rey de reyes —y esa es ya la segunda aplicación—, si Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores, toda nuestra vida, en todas las esferas, nosotros debemos rendirla, rendirla a Él, hacerle partícipe de todo nuestro ser, de toda nuestra vida. Usted está en su casa haciendo los quehaceres; en todos lados, ríndase con toda su mente, obedezca en todo, ofrezca su vida entera como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, porque ese es su culto racional, dice Romanos 12.
Ahora, finalmente, si Cristo es Señor y usted no le rinde culto, no le ama, no le obedece, usted está en rebeldía. Cristo es precioso para los que lo aman, pero para los que no lo aman, mi hermano, mi amigo, para los que no lo aman es un terrible estado de juicio el que les espera, porque Él estará en el gran trono blanco, el trono y el Cordero, y se van a abrir los rollos, se van a abrir todos los documentos donde está cada uno de los pecados: todos los públicos, los privados, los pensamientos y las intenciones. Todo va a quedar delante y en Cristo. Nosotros tenemos un Abogado, en Cristo nosotros tenemos perdón de pecados.
En Cristo somos libertados de la esclavitud del pecado y de la muerte. Pero sin Cristo, no tenemos absolutamente nada. Él es Señor, Él es Juez, y no vamos a tener ningún argumento para salvarnos. Pero si creemos, si nos arrepentimos de nuestros pecados y creemos que Cristo es el Hijo de Dios, no hay absolutamente ninguna inseguridad en la salvación que puede pertenecer a aquel que se arrepiente y cree. El que a mí viene, no le echo fuera.
Así que te exhorto, amigo que has venido, piensa si Dios está trayendo en este momento pecados a tu memoria. Si estás viendo que por tus méritos no puedes alcanzar el cielo, te exhorto: arrepiéntete y cree, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. Amén.