LA COMPASIÓN DEL HIJO ENCARNADO (Heb 2:10-18) – 14/04/24
Transcripción automática:
Vamos a continuar con la exposición del Libro de Hebreos, la exposición consecutiva y expositiva, y la porción de la Escritura que hoy vamos a explicar es Hebreos, capítulo 2, versículos 10 al 18. Hebreos, capítulo 2, versículos 10 al 18, y dice así la Palabra del Señor:
Versículo 10: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten, que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al Autor de la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre en medio de la congregación; te alabaré. Y otra vez: Yo confiaré en Él. Y de nuevo: He aquí yo y los hijos que Dios me dio.”
Dice el versículo 14: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo para destruir, por medio de la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.”
Hasta aquí la porción de la Escritura, hasta aquí la Palabra del Señor. Y el título del sermón de hoy es: La compasión del Dios encarnado. Recordemos, hermanos, que el Libro de Hebreos es como un gran sermón que proclama la superioridad de Cristo sobre todas las cosas: la superioridad sobre los profetas, la superioridad sobre los ángeles, la superioridad sobre Moisés. Declara que Él es el gran Sumo Sacerdote y que es a todo lo que existe, para que los cristianos tentados a abandonar puedan perseverar a la luz de quién es Cristo y lo que ha hecho por nosotros. Y el Hijo de Dios, el Dios encarnado, es compasivo porque se hizo hombre, un poco menor que los ángeles, a semejanza de carne y sangre, para que los que estaban lejos por causa del pecado puedan ser acercados al Padre. Para que los que estaban perdidos y muertos en sus delitos y pecados, por medio del Hijo, por medio de su sacrificio, puedan tener vida.
Nuestro Señor Jesucristo, que es superior a todo, a los profetas, a los ángeles, a todo lo que existe, se hizo hombre un poco menor que los ángeles para identificarse con nosotros en nuestras necesidades, y aún en nuestro sufrimiento y en la muerte. Y nuestro texto, estos nueve versículos, nos hablan de eso: nos hablan de la compasión de la Encarnación y de los efectos que tuvo esa Encarnación.
Dice el versículo 10: “Porque convenía que convenía aquel por cuya causa son todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten, que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al Autor de la salvación de ellos.” Y dice: “Convenía que para llevar muchos hijos a la gloria, es decir, abrir una puerta para que los seres humanos llenos de inmundicia,” —y usa el término “perfeccionase” por aflicciones al Autor de la salvación de ellos. Ahí vemos la compasión. Imagínense a este Salvador que descendió; descendió y tiene que ser perfeccionado por aflicciones. No se asusten; no significa que Cristo no sea perfecto, sino que habían pasos que se tenían que cumplir para llegar a una meta final que Dios estableció. Esa es la idea. Vemos esta compasión de la que hablamos: nuestro Salvador sufre y es perfeccionado en aflicciones y vino a un mundo afectado por la aflicción y el sufrimiento que son producto del pecado. Y entonces, Él, inocente y sin mancha, padeció el sufrimiento para identificarse con nosotros.
Luego dice el autor a los Hebreos en el versículo 11: “Porque el que santifica y los que son santificados de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.” En su compasión, Cristo logró la reconciliación. Él es el Santificador por medio de su sangre, y aquí nos está hablando de la santificación en el sentido de la obra progresiva que Dios hace, en la cual va cada vez más disminuyendo el poder del pecado, sino que habla de la relación de purificación delante del Padre. Es en ese sentido que el que santifica, que es el compasivo Hijo de Dios encarnado que expía el pecado, y los que son santificados, es decir, los que fueron bendecidos con la limpieza de la expiación de sus pecados, de uno son todos, es decir, de Dios. Por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos. El Dios que se hizo hombre, el Dios Hombre, imagínate lo fuerte que es; no se avergüenza de llamarte hermano porque estás limpio por su obra. Si Cristo es Hijo de Dios y Él te llama hermano, soy hijo de Dios porque creíste. Por supuesto, en su compasión, Cristo tomó a pecadores y se hizo semejante a carne y sangre. Él sufrió por esos pecadores, fue tentado también identificándose con ellos, y hasta dónde llega su amor, a tal punto de hacernos familia, familia de Dios por la reconciliación y por la adopción. Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’ El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y herederos con Cristo.”
El compasivo Hijo de Dios se presenta delante del Padre y también ante todo el universo, diciendo a gran voz: “Estos son mis hermanos, a estos que escogiste en la eternidad, por estos yo derramé mi sangre. Soy el Autor de la salvación de ellos; ellos son mi familia.” Y continúa Hebreos diciendo en el versículo 12: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre en medio de la congregación; te alabaré.” Y se acuerda el escritor a los Hebreos del Salmo 22:22: “En medio de la congregación te alabaré.” Con esos hijos que lleva a la gloria, hace algo tan humano como cantar. He aquí, pues, en medio de ti, oh Iglesia de Dios, en los días de su carne estaba este glorioso en los ángeles. Adoran que es resplandor de la gloria de su Padre en el mismo cielo de los cielos, pero cuando estuvo aquí fue para unirse a la adoración de su pueblo, declarando el nombre del Padre a sus hermanos y con ellos cantando alabanzas al Altísimo. Esto no lo acerca mucho a ti. ¿No parece que pueda venir en cualquier momento y sentarse en ese banco contigo? Siento como si ya estuviera parado en esta plataforma al lado mío. ¿Por qué no debería hacerlo? Esto dijo Spurgeon. Sin duda alguna, Dios, el Dios Hombre, se acercó a nosotros con algo tan costoso pero gratuito: el costo de su sangre, pero lo recibimos gratis por medio de la fe.
Ahora, el Mesías no habla solo de la primera parte del Salmo 22, o en este contexto, no habla solo de la primera parte, sino también de otra parte del Salmo 22 en la cual dice: “En medio de la congregación te alabaré.” Esta Escritura es cumplida por la persona de Cristo, que se regocija en medio de su pueblo, la Iglesia, de la cual Él es Cabeza. Él defiende a sus hermanos, los sostiene y escucha sus oraciones. Y saben qué, ellos pueden poner su confianza en Él plenamente. Estos son su familia que recibieron y reciben la compasión del hermano mayor y por eso pueden confiar en Él.
Dice el versículo 13: “Y otra vez: Yo confiaré en Él.” Y de nuevo: “He aquí yo y los hijos que Dios me dio.” Acá el autor se está acordando del profeta Isaías. Isaías 8:17: “Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob; en Él confiaré.” “He aquí yo y los hijos que me dio Jehová.” Somos por señales y presagios en Israel de parte de Jehová de los ejércitos que mora en el monte de Sion. Y las palabras del profeta Isaías llegan a ser palabras de nuestro glorioso Señor Jesucristo. El profeta y sus hijos, así como Cristo y sus hermanos están ante Dios. Los hijos que Dios le diera a Isaías son el remanente fiel de Israel, como así también
los hermanos de Jesús que forman la Iglesia. Así como Isaías estaba rodeado de sus conciudadanos que temían a Dios, del mismo modo Cristo está, ¿saben dónde? En medio de su pueblo, en medio de aquellos por los cuales se compadece como hermano y que se humilló para redimirlos, como dice Filipenses 2:6-8: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
¿No hemos visto la inmensa compasión del Hijo en su Encarnación? Es tan grande, es tan inmensa, y a mí me toca el corazón, me toca al corazón tanta compasión porque yo, pecador que no merecía nada, que merezco cada sufrimiento que padezco en mi vida y mucho más. Yo que, como dijo un autor, tuve que haber sido lanzado por el alcantarillado cósmico, tuve que ser aplastado por la ira de Dios, yo que sí merecía la aflicción, el Autor de mi salvación y de todo aquel que cree, ese Autor fue el afligido. Es tan fuerte esa compasión. Y saben qué, hermano, hermana, niño, anciano, hombre, mujer, esa compasión tuvo efectos demasiado poderosos, demasiado eternos, demasiado inmensos.
Ahora vamos a la segunda parte del sermón que tiene que ver con los efectos de la compasión del Hijo, los efectos de la compasión del Dios encarnado. Y nuestro texto nos declara estos poderosos y esperanzadores efectos que la Encarnación tuvo para los suyos. El primer efecto, versículo 14: Se anula el poder del diablo. El segundo efecto: Se anula el miedo a la muerte. El tercer efecto: Hay propiciación por los pecados y, no siendo suficiente, hay socorro para los tentados. Por si fuera poco, vamos al primer efecto del que nos habla nuestro texto, versículo 14, capítulo 2, versículo 14: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él participó de lo mismo para destruir, por medio de la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.” Fue precisamente mediante su muerte como Cristo anuló el poder del diablo, lo mismo que también ocurrió con el pecado. Dice la nueva versión internacional (NVI): “Al que detentaba el dominio de la muerte.” Y el verbo “detentar” hace mucha justicia a la idea porque significa retener algo que no te pertenece. Fue por medio del engaño que Satanás hizo caer a nuestros primeros padres y que implantó su dominio en la raza pecadora. Ahora, al despojar a la muerte de su poderío mediante su muerte en cruz, Cristo le arrebató al diablo sus mal adquiridos derechos sobre la humanidad contra los escogidos. Y ante la obra de Cristo, el diablo está desarmado. La guerra violentamente fue ganada por Cristo. Él destruyó el imperio de la muerte por medio de su muerte en cruz. La batalla del diablo está totalmente vencida por el Cordero. Y saben qué, así como se anuló el poder del diablo, así también se anula el miedo a la muerte, se anula también el poder del pecado, y hay socorro para los que son tentados. Estos son los efectos de la obra de Cristo. Y, aunque en este punto, si bien es cierto que todavía existe pecado en el mundo, eso va a ser en el Día Final totalmente destruido. Inclusive la muerte y el diablo van a ser lanzados al lago de fuego. Va a haber un cielo nuevo, una tierra nueva en la cual no va a haber pecado. Y en aquellos que han creído, ese pecado en el tiempo ya va perdiendo sus efectos por la obra del Espíritu Santo.
Ahora quiero concentrarme en el versículo 15, en un temor que es una atadura. El versículo 15 es una atadura, es una prisión de la cual Cristo, teniendo la llave de la vida, rescata. Dice el versículo 15: “Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.” ¿Qué dice el incrédulo? “Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Si esta vida es todo lo que tenemos, vamos a disfrutar lo más que podamos, y todo lo que venga en el plato.” Así el imperio de Satanás les tiene bajo engaño. El cineasta estadounidense dice sobre este malestar de la humanidad: “No es que yo tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando ocurra. Nadie quiere morir.” Ahora, Hebreos no afirma que hayamos sido librados de la muerte en sí, es decir, del evento de la separación del alma del cuerpo. Eso no, sino de la esclavitud que supone el temor a la muerte. Elizabeth Elliot, escritora, conferencista y misionera en Sudamérica, cuenta que una vez recorría un antiguo camino selvático con su guía india, y llegaron a un punto en el que el sendero quedaba cortado por un barranco. La única manera de pasar al otro lado era cruzar por encima de un árbol caído. Imaginen, la guía saltó ágilmente sobre el árbol y empezó a cruzar al otro lado. Elliot confiesa que sintió un gran temor de caerse y dudó. Su guía, que se dio cuenta de su temor, cruzó de nuevo al lado en que ella se encontraba y, tomándole la mano, le ayudó a cruzar al otro lado con seguridad. La estabilidad de alguien que tenía un evidente dominio de la situación le dio la confianza que estaba necesitando.
Ahora, nuestro punto: Pablo nos dice que Cristo es primicia de los que murieron, una imagen agrícola que tiene que ver con los primeros frutos de una cosecha que todavía está por recogerse. Como primero en vencer a la muerte, Jesús nos da la confianza y la estabilidad cuando tengamos que afrontar la muerte, porque Él se identificó con nosotros, los hombres, carne y sangre, la descendencia de Abraham. Y el texto de Hebreos nos señala otro efecto más de la Encarnación, que es la propiciación de los pecados. Dice el versículo 16: “Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.”
El escritor de Hebreos lleva ahora su discurso sobre la superioridad de Jesús sobre los Ángeles a una conclusión. Ahí termina todo este apartado y lo hace invocando una verdad que no tiene discusión: Jesús no redime a los Ángeles, sino a los descendientes espirituales del Padre de los creyentes, que es Abraham. Debe entenderse, obviamente, que el nombre Abraham significa que todos los que ponen su fe en Jesús son descendientes de Abraham. Si Jesús hubiese sido un ángel, lo obvio sería que vaya en ayuda de sus compañeros Ángeles. Y aclaro: existen ángeles caídos y ángeles que están al servicio de la salvación de aquellos que han de recibir la salvación. Merecida aclaración.
Pero en vez de ello, ¿a quiénes ayuda? Él ayuda a los hombres, a vos y a mí, identificándose contigo, identificándose conmigo. Y ahí está la generosidad; ahí nuevamente vemos esta compasión del Dios encarnado. Como Dios hombre, Él ha venido a ayudar a los hijos espirituales de Abraham porque se ha identificado con ellos. Jesús no era el autor de la salvación de los Ángeles; es el autor de la salvación de aquellos que serán llevados a la gloria, y ellos reciben, ¿saben qué?, la ayuda del hermano mayor.
Dice el versículo 17: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.» El escritor de Hebreos explica la necesidad real de la identificación de Cristo con el hombre para poder ser de ayuda al hombre pecador. Jesús necesitaba ser como sus hermanos, pero menos en algo: el pecado. Él fue libre de pecado. Esta identificación se necesitaba; Él se encontraba bajo la divina obligación de ser como sus hermanos. Pero ahora Jesús muestra que debía ser hombre para poder ser el fiel sumo sacerdote de esos hombres a los cuales Él venía a salvar.
Y quiero recordar algo: el sumo sacerdote llevaba una prenda, llevaba un pectoral en el cual tenía 12 piedras preciosas representando a las 12 tribus de Israel. Aquí vemos la solidaridad, la compasión del Hijo, porque a Él le sacaron sus vestidos. Pero, ¿saben qué? Él llevó en el pecho, en la hora de su sacrificio, la herida de ser traspasado por nuestros pecados, y en su mente, estoy seguro, repasaba el nombre de cada uno de sus escogidos. Por lo cual, en ese momento, Él estaba muriendo; Él estaba pensando en aquellos a los cuales llevaría y lleva a la gloria. Él estaba pensando en cada uno de los destinatarios de su sufrimiento y de su aflicción. Eso estaba en su mente mientras en su corazón había herida, mientras su cuerpo había herida. Ese es el fiel, perfecto y bondadoso sumo sacerdote.
Hasta aquí, hermanos, vemos por el testimonio del escritor a los Hebreos que el Imperio de Satanás y la muerte son anulados, que los pecados son borrados. Esto le da esperanza a nuestro corazón. Por las Sagradas Escrituras y por el testimonio de la perfecta revelación que tenemos en las Sagradas Escrituras, hay más: socorro ante las tentaciones. Versículo 18: «El misericordioso, el fiel sumo sacerdote que se identifica con los suyos, también se identifica aún en las tentaciones.» Dice: «Pues en cuanto a Él, en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.»
La humanidad de Jesús es genuina, y eso es claramente visible porque Jesús fue tentado también. Él experimentó personalmente el poder del pecado cuando Satanás lo enfrentó y cuando la debilidad de nuestra naturaleza humana se hizo evidente. No pecó, pero sí fue tentado. Jesús también experimentó hambre cuando fue tentado por Satanás en el desierto, cuando le pidió agua a la mujer que estaba en el pozo de Jacob, cansancio cuando se durmió en medio de la tormenta que azotaba el mar de Galilea, y pena cuando lloró en la tumba de Lázaro. En su función de sumo sacerdote y mediante su obra de sacrificio, Jesús quitó la maldición de Dios que pesaba sobre el hombre a causa del pecado. El amor de Dios fluye libremente hacia los redimidos.
¿Saben qué? Jesús está pronto para ayudar. Los que son tentados pueden sentir el poder activo de Jesús; pueden esperar una comprensión de Jesús nada menos que perfecta, porque Él sufrió también siendo tentado. Así que Jesús no compartió la experiencia del pecado, pero en vez de ello, por su impecabilidad, Jesús experimentó la intensidad del pecado. Ahora Él puede y está dispuesto a ayudarnos a oponernos al pecado y a la tentación. Como le dijo a la pecadora en la casa de Simón el fariseo: «Tus pecados han sido perdonados; ve en paz.» Así de la misma manera que Jesús nos muestra su misericordia, paz y amor, Él es nuestro compasivo sumo sacerdote. Él está a la diestra del Padre, es hecho superior a los Ángeles por cuanto heredó un nombre más excelente que ellos. Él sustenta todas las cosas con el poder de su palabra. Él se presentó con un sacrificio que te acercó a Dios, al Padre; Él te reconcilió y te adoptó como su familia. Así que, libremente, en esa tentación, puedes acudir a Él pidiendo misericordia en el oportuno trono de la gracia.
Y todo esto que las Sagradas Escrituras nos muestran, todo esto que nos declara, ¿cómo podemos aplicarlo? ¿Cómo se aplica? Primeramente, vemos que el Jesús de la Biblia, el Jesús histórico, el Jesús que nosotros conocemos por las Escrituras, se manifestó en carne. Fue perfecto, fue totalmente sin mancha, y nos trajo ejemplo de sufrimiento, nos trajo ejemplo de obediencia, y nos concede una plena y absoluta certeza de que su ejemplo es incuestionable. Cristo es el único Salvador, el único mediador entre Dios y los hombres, el único sacrificio que puede producir reconciliación. Así que esta es una exhortación a que, si alguno todavía no ha creído en el anuncio, que crea en Cristo, porque Él en su muerte, al morir, el velo del templo se rasgó. Y esa es una figura de que por su muerte todos tenemos acceso al lugar santísimo. Sin embargo, si esa puerta no es pasada, no hay oportunidad de salvación. Arrepiéntete y cree en Cristo ahora.
¿Qué lecciones o qué aplicaciones nuestra iglesia en este tiempo contemporáneo puede abrazar? La esperanza, esa esperanza en la tentación. Reconozcamos y seamos honestos: el pecado todavía tiene efectos debajo del sol. Sin embargo, tenemos el poder de Cristo que nos ayuda y que nos asiste. Tenemos su ejemplo, tenemos su palabra y le tenemos a Él intercediendo por nosotros. Así que también hay un medio de gracia que es la oración. Hermano, usted tiene acceso por Cristo al trono de la gracia para hallar gracia y encontrar el oportuno socorro. Ore, pida, luche contra el pecado porque tiene todas las armas y el enemigo fue derrotado. El Imperio de la muerte fue aplastado por el Imperio de la vida en Cristo, el autor de la salvación.
Hermano, hermana, iglesia del Señor Jesucristo, ¿sabe qué? Cristo murió, el Hijo se identificó con nosotros en la muerte, pero venció a la muerte y resucitó. Así que todo lo que usted haga, todo cuanto usted piense, sus fantasías, sus emociones, sus pensamientos, sus actos, todo su ser tiene que estar rendido a Él y a la esperanza que hay en Él. Así que no hay razón para estar con brazos caídos y rodillas paralizadas, porque viene el gran Día del Señor. Él vendrá por segunda vez. Él ha prometido rescatar a los suyos. Todo aquel que cree en Él va a ser levantado entre los muertos. Así que hay una segunda venida y hay una esperanza inquebrantable por la obra misericordiosa del Señor Jesucristo. Amén.