JESÚS TRANSFORMA LA ESENCIA DE TODO (Jn 2:1-11)- 21/04/24

Transcripción automática:

El pasaje que hoy vamos a disfrutar de la palabra del Señor nos lleva a una boda, quizás la boda más famosa de toda la historia de la humanidad. Quizás la boda más famosa de la historia de la humanidad, pero de manera particular y muy curiosa, de esa boda no se sabe prácticamente nada con relación a los novios. No se sabe el nombre de los, no se sabe su familia, su linaje, no se sabe su condición económica, no se sabe absolutamente nada. No se conoce ni siquiera el vínculo que tenían con nuestro Señor Jesucristo para que Jesús esté invitado a esa boda. No sabemos si eran amigos de Jesús, parientes, no sabemos si fueron invitados por casualidad o esos invitados que se tienen que dar por obligación, «Te invito a mi casamiento. Ah, ¿será que le puedo llevar a mi novio?» Y voy a decir, «Sí.» No se sabe, no se sabe. Y saben que lo único que resalta la palabra es que era una boda en Caná de Galilea, solo eso. Y sabe por qué se dan tan pocos detalles de la familia que ofrecía esta boda. Porque el centro de este pasaje no eran los novios, no era la boda en sí misma, el centro de este pasaje bíblico es el Señor Jesús, y eso es lo que nos tiene que importar.

Mientras vamos al pasaje bíblico en Juan, capítulo 2, versículo 1. Quiero resaltar las dos enseñanzas que vamos a desprender de estos versículos. Dos enseñanzas. La primera es que Jesús es la verdadera purificación. Jesús es la verdadera purificación. Y la segunda enseñanza sobre la cual vamos a meditar hoy es que Jesús transforma nuestra esencia. Jesús transforma nuestra esencia. Y vamos al pasaje, Juan, capítulo 2, versículo 1, dice: «Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea, y estaban allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús dijo: ‘No tienen vino’. Jesús le dijo: ‘¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora’. Su madre dijo a los que servían: ‘Haced todo lo que os dijere’. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: ‘Llenad estas tinajas de agua’. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: ‘Sacad ahora, y llevadlo al maestresala’. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: ‘Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior. Mas tú has reservado el buen vino hasta ahora’. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Amén.»

Este pasaje, hermanos, solo aparece en el evangelio de Juan, solo en el evangelio de Juan. En ninguno de los otros tres evangelios conocidos como los evangelios sinópticos: Marcos, Mateo, Lucas, no aparece ni se menciona el hecho de que Jesús haya estado en una boda. Y lo llamativo es que uno podría pensar que para los otros evangelistas, para los otros discípulos, para los otros apóstoles, este hecho no fue trascendente. Uno podría pensar que ni siquiera fue trascendente el hecho de que fue la primera manifestación de poder de Dios en Jesús, ¿verdad? Pero Juan rescata este acontecimiento principalmente por el carácter que tiene su evangelio. Recuerden que el propósito de Juan es mostrar a Cristo como el hijo de Dios y su plan de salvación. Eso es lo que venimos viendo a lo largo de todas estas exposiciones secuenciales del evangelio de Juan. La misión de Juan es mostrar la divinidad de Jesús y su plan de salvación para que crean en él. Fíjense que Juan cierra su evangelio resaltando que Jesús hizo muchas otras cosas, que si se escribieran todas, no cabrían en todos los libros del mundo.

Eso termina diciendo Juan con eso cierra esto demuestra que Juan seleccionó esta boda porque contribuye a demostrar el eje temático de su evangelio. El eje temático de su Evangelio, y esta señal, la primera señal que Jesús hizo, fue en una boda en medio de una fiesta. Quizás los invitados, lo que menos esperaban en ese evento, era ver un milagro o un prodigio de Dios. Los pensamientos de ellos estaban en divertirse, en disfrutar, dándose un tiempo para la alegría, para el deleite. Igual que ocurre en las de hoy, ¿verdad?

Qué situación más particular eligió el Señor para dar inicio a la manifestación de su poder y de su gloria. Él no inicia su ministerio con un discurso épico en la sinagoga frente a los eruditos, frente a los fariseos, donde los conocedores de la palabra podrían haber quedado maravillados con la sabiduría de Jesús. No, tampoco inicia su ministerio con un milagro épico como resucitar a un muerto, como ocurre con Lázaro tiempo después en este mismo evangelio. Tampoco hace un prodigio enorme para causar asombro como las siete plagas de Egipto.

No, él inicia muestra su poder en una boda. Jesús eligió una boda. Tampoco una boda épica, hermanos, tampoco una boda épica. No era la boda de un noble, no era la boda de una persona predominante del pueblo egipcio, del pueblo judío. Perdón, tampoco era la boda de un gobernante romano. No era una boda en Caná, un pequeño pueblo casi insignificante, con gente humilde, algunos de los cuales, para ese momento, estaban empezando a formar parte de los discípulos de Jesús. Parecería que el ambiente era el menos apropiado y parecería que la situación era la menos apropiada para hacer una manifestación como esta y para que en la historia se recuerde el primer milagro de Jesús era en una pequeña boda entre gente humilde.

Pero todos los elementos, hermanos, que se nombran en este pasaje tenían un alto y tienen un alto significado en las Escrituras. Dos de los elementos que más se resaltan son la boda y el vino. Las bodas, hermanos, no eran como las de ahora, su importancia era mucho más relevante que lo que nosotros hoy conocemos como una celebración de una boda.

Hoy podemos ver a estrellas de Hollywood, cantantes que se casan con bombas, eh, con fiestas épicas, son transmitidas por televisión, internet y a los pocos meses se separan y la siguiente noticia que tenemos es que se están peleando por los bienes, ¿verdad? Esto solamente para poner un ejemplo, lo que realmente lo que pasa realmente es que la sociedad trivializa tener la misma connotación que tenía antes.

Hoy celebrar un cumpleaños o celebrar una boda es prácticamente igual en el mundo, obviamente, pero en los tiempos de nuestro Señor Jesús, esto no era así. Vamos a ver cómo eran las bodas en aquella época. Si hoy en día es una celebración, eh, tal, imagínense cómo habrá sido en aquellos días. No era un evento casual que se celebraba durante unas pocas horas durante la noche, no, una boda se realizaba hasta por 7 días y llevaba mucho tiempo de antelación, se preparaba con mucho tiempo, mínimo, mínimo un año.

Las fiestas eran caracterizadas por la abundancia de comida, bebida, música y se invitaba toda una multitud. Recuerden que las familias eran enormes, tenían muchos hijos, tenían muchos parientes. Así que fácilmente en un pequeño pueblo entraban todos los habitantes para la boda y quizás hasta de poblados vecinos y esta en esta, a esta celebración que menciona el Evangelio de Juan, también fueron invitados Jesús y sus discípulos.

En esta fiesta, hermanos, como dijimos, todo tenía que ser abundante, la comida, la bebida podía faltar y es por eso que se organizaba con mucha, con mucha antelación, ahí estaba en juego la reputación de los novios y de la familia de los novios. Y en esta fiesta podemos ver una faceta muy humana de Jesús. Yo no creo que Jesús haya estado sentado distante, serio, con una cara inmóvil como una cara de piedra.

No, él estaba divirtiéndose, comía, compartía, se reía, disfrutaba de estar con sus parientes y con sus amigos. Hasta ahí todo es alegría y felicidad, hermano, hasta ahí todo es una celebración, es una fiesta, pero surge un problema, surge un problema: faltó el vino. Y María le dice a Jesús: «No tienen vino». Y Jesús le dice: «¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora». Y aquí surgen dos puntos que han sido de amplio debate en las Escrituras. ¿Por qué María le dice a Jesús que no tienen vino? ¿Por qué le dice «hasta donde yo sé»? Jesús, en ese tiempo, no tenía una bodega, así que ¿por qué le dice esto a Jesús?

Algunos sostienen que se lo comunica porque puede que haya sido una de las encargadas del servicio por su relación, quizás, con los novios, y le pide a Jesús que le ayude con la solución, puede ser. Hay otras conjeturas, pero lo cierto es que ella es quien plantea el problema y la respuesta de Jesús tampoco deja de llamar la atención: «¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora», una respuesta bastante particular.

Algunos dicen que respondió toscamente, pero sin faltar el respeto a María. Otros dicen que, lejos de responder ásperamente, era el modismo de la época, era la forma en que se expresaban, vieron, como la frase que hoy podemos utilizar «¿Y qué quieres que haga?», ¿verdad? Depende del tono, depende del contexto, cambia el tenor de la palabra. Una cosa es decir «¿Y decime qué quieres que haga?» y otra cosa es decir «¿Y qué querés que haga?», entonces cambia, no es para que le codee a su pareja de al lado, así quédense ahí con el codito quieto.

Pero evidentemente, María estaba decidida a que Jesús solucione esto y por alguna causa, no sabemos por qué, porque la palabra no lo revela, parece que también sabía que podía hacerlo porque le dice a los que le servían: «Hagan todo lo que él les diga», ¿verdad? Jesús qué les dice, «Llenen, en el versículo 7, llenen estas tinajas de agua», y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: «Sacad ahora y llevadlo al maestro de sala», y se lo llevaron.

Si yo era uno, hermanos, de los que recibía esta orden, déjeme decirle que, como mínimo, como mínimo, cuestionaría seriamente este mandato. Como mínimo. «¿Vino es lo que necesitamos, Jesús? Vino te pidió tu mamá para qué, qué vamos a cargar estas tinajas con agua? Agarrada a tus discípulos, vayan al poblado vecino, compren vino», eso es lo que yo diría. Pero por su misericordia, el Señor no permitió que esté en ese momento, porque quizás el título de este pasaje no sería «La boda de Caná», sino «Sirvientes consumidos por fuego del cielo en una boda», pero díganme que ustedes no pensarían igual.

Todo lo que está ocurriendo en este pasaje es atípico: el pedido de María, la respuesta de Jesús, la orden a los sirvientes, pero esa es la forma en que disfruta Dios hacer las cosas, rompiendo toda lógica, rompiendo todo razonamiento humano. Los que servían obedecen y llenan las tinajas y el agua se convierte en vino. Fíjense que el conflicto de este relato es la falta de vino, es la falta de vino, y este problema y su solución abarcan casi todo el desarrollo de este pasaje, todo este texto no pasa en torno de los novios, pasa en torno a que faltó vino y Jesús convierte el agua en vino.

Entonces, uno podría decir que el vino es el centro de este tema. El primer milagro de Jesús fue hacer vino, entonces, quiere decir que Jesús no nos castiga por tomar vino. Déjenme decirles, hermanos, que este pasaje no está puesto para demostrar que Jesús autoriza o no autoriza que tomemos vino, tampoco tiene que ser el tema de nuestro debate si realmente fue vino o si fue jugo de uvas o si fue un vino divino sin alcohol, la palabra dice que fue vino, punto.

Un hombre, una vez me dijo: «Lo que pasa es que ustedes, los cristianos, quieren ser muy moralistas, si Dios no quería que tomáramos, entonces hubiera convertido el vino en agua, pero no, Jesús hizo el agua en vino para que todos sigan tomando», y eso, hermanos, déjenme decirles que es torcer el mensaje de este pasaje, y punto para remarcar a los amantes del tinto.

Dios menciona la misma cantidad de veces las bondades del vino como también la condena hacia el exceso y la borrachera. Así que si hacéis, coméis o bebéis, o haced otra cosa, hacedlo todo para la gloria del Señor. Amén. Este pasaje no se trata del vino en sí mismo y como vimos en un comienzo, el eje temático tampoco es la boda. No podemos torcer la palabra alegando que si invitas a Jesús a tu matrimonio, entonces él va a suplir siempre tus necesidades espirituales y materiales.

Obviamente que nuestro matrimonio debe estar con Cristo siempre, es un pacto con él, delante de él, y él debe ser el centro de nuestro matrimonio y nuestra familia. Pero arreglar la reputación de un matrimonio que no calculó bien su provisión de vino y ser el conventillo del pueblo en las próximas semanas, meses o años porque no atendieron bien a sus invitados, no era el centro de este relato. El centro de este relato no es la boda, es rescatada por Jesús, ese no es el titular.

Tampoco es resaltar la autoridad de María como sostiene la iglesia romana, Jesús obedeciendo a María, a su madre, así que todo lo que le pidan, necesiten, pídanle a María y María le va a decir a Jesús y Jesús le va a obedecer porque es su madre. Tampoco es el eje de este tema María intercesora, no es el eje. María fue una mujer bendecida por Dios, utilizada por el Señor para ser la madre terrenal y temporal del Dios hombre de Jesús, y si bien es un ejemplo de vida y es una demostración de una entrega total al Señor, ella tampoco es el centro de este pasaje.

Entonces, ¿cuál es el centro de este mensaje? Bueno, lo primero que tenemos que entender, hermanos, es que Juan no dice que fue un milagro, Juan dice que fue una señal, una señal. Este principio de señales dice en el versículo 11: «Lo hizo Jesús en Caná de Galilea», y hay diferencia, sí, y muchas, muchas. Si bien ambos hechos son manifestaciones sobrenaturales de la mano de Dios cuando interviene directamente, un milagro demuestra la gloria y el poder de Dios sobre su creación, pero la señal tiene como misión anunciar, guiar, orientar hacia otro fin, apuntar a mostrar otra cosa. La señal apunta hacia otra revelación y Jesús, a través de este relato en el Evangelio de Juan, está mostrando una señal.

Recuerden que el Evangelio de Juan tiene como principal misión de mostrar que Jesús es el Cristo y revelar su divinidad al lector, ¿verdad? Durante todo su Evangelio, Juan solo se ocupa de presentar los argumentos que demuestran que Jesús era el hijo de Dios. Y ¿por qué les cuento todo esto? Bueno, porque esta señal que hizo en las bodas de Caná es el principio de varias señales que se van interconectando a lo largo de todo el Evangelio. Cuando Juan usa la palabra señal, lo que está haciendo es poner una luz intermitente que indica que esto nos lleva a otro lado, te va a mostrar otra cosa que va a guiar a comprender algo más profundo.

En todo el Evangelio de Juan, hay siete señales en total, solo siete elegidas por Juan. La primera, la que leímos recién, cuando Jesús convierte en agua en vino. Después, en el capítulo siguiente, en el capítulo 2, del 13 al 22, vemos la purificación del templo donde Jesús se muestra como el nuevo templo y la nueva adoración. Siguiendo al capítulo 4, del 46 al 54, vemos que Jesús sana al hijo de un noble donde demuestra que él sana, que él cura.

Luego, en el capítulo 5, del 1 al 15, tenemos a Jesús sanando a un paralítico donde él revela la autoridad del Hijo. En el capítulo 6, en el versículo 1 al 15, la alimentación de los 5000, Jesús se muestra como el pan de vida. Y por último, en el capítulo 11, del 1 al 44, la resurrección de Lázaro donde ya lo podemos ver como la resurrección y la vida. Todas las señales revelan un aspecto diferente de Jesús.

Y si volvemos a la boda, lo primero que vemos es que Jesús provocó una transformación profunda: convierte el agua en vino. Si no le parece eso muy relevante, intenta hacer eso, le va a ser imposible a ver si le sale y sabe por qué no se puede. No se puede porque debe transformar la esencia del agua y eso, naturalmente y humanamente, no se puede. La ciencia, con todo su avance tecnológico hoy en este año, aún no ha podido cambiar la esencia de nada.

Puede mejorarlo, puede hacerlo más sabroso, puede hacerlo más productivo, pero el maíz siempre va a seguir siendo maíz y la sandía siempre va a seguir siendo sandía. Eso no lo podemos cambiar porque es su esencia. Jesús no utilizó un proceso de fermentación avanzado para hacer vinos. Tampoco usó polvos que hoy se pueden comprar y los diluyó en agua, ni saborizó el agua, porque si era agua con sabor a vino, como un jugo, iba a ser quizás un agua muy rica, pero no era vino, era agua saborizada.

Y la palabra nos dice que Jesús hizo vino, el mejor vino, usando simplemente agua. Es más, hermanos, Jesús, si quería, podía hacer el vino sin ni siquiera utilizar el agua. Él podía declarar que esas tinajas se llenen de vino y aún estando vacías, se llenaban de vino. Pero esta señal no era para mostrar creación de la nada, esta señal era para mostrar transformación, hacer algo totalmente nuevo de otro elemento mediante la mano del Señor.

Pero, ¿de qué habla todo esto entonces? ¿Qué solo habla de que Jesús puede transformar el agua en vino? Si hubiera sido esto, hermanos, bueno, hubiera sido algo muy llamativo, algo fantástico, algo que iba a maravillar a la gente por el espectáculo. Pero esto, dijimos, es una señal, me indica algo. Y si nos fijamos en el texto, dice que las tinajas eran para la purificación de los judíos.

¿Qué pasaba cuando los judíos llegaban a un lugar? Tenían que limpiarse y era un ritual con el que se sacudían el polvo del camino y se purificaban por fuera, un rito muy observado por los judíos y en especial por los fariseos, ¿verdad? Quienes incluso tiempo después le reclamaron a Jesús cuando sus discípulos comían sin lavarse las manos. Quiero que me acompañen al Evangelio de Marcos, en el capítulo 7 y en el versículo 1. Marcos, capítulo 7, versículo 1: «Se juntaron a Jesús los fariseos y algunos de los escribas que habían venido de Jerusalén, los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con las manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban.

Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen, y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen, y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como el lavamiento de los vasos de beber y de los jarros y de los utensilios de metal y de los lechos. Y le preguntaron los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas?» Respondiendo él, Jesús, les dijo: «Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran enseñando como doctrinas mandamientos de hombres». Y remata en el versículo 15, diciendo: «Nada hay fuera del hombre que entre en él que le pueda contaminar, pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre».

Esa purificación era externa y ritualista, era una desviación de la palabra de Dios donde agregaron cosas que Dios no estableció. Por eso dice: «Pues en vano me honran enseñando como doctrinas mandamientos de hombres». En Mateo 15 encontramos el paralelo de este relato y dice: «Jesús no entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre y es echado en la letrina, pero lo que sale de la boca del corazón sale, esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.

Estas cosas son las que contaminan al hombre, pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre». Obviamente, no está hablando del carácter de higiene. Así que, niños, cuando mamá les manda a lavarse las manos, lávense, está hablando del carácter espiritual. Los judíos, especialmente los fariseos, pensaban que este rito los mantenía puros, pensaban que este rito los limpiaba delante de Dios. No era un rito higiénico, sino un rito con el que ellos pensaban que se sacudían las cosas inmundas.

Y esto no debía ser así. En la boda, estas tinajas estaban ahí para cumplir con ese ritual establecido por hombres, no por Dios. Y Jesús dijo: «Yo voy a cambiar el uso de esas tinajas, yo voy a cambiar la esencia de eso». Jesús apuntaba, hermanos, no solo a la transformación de la naturaleza de lo que contenían esas tinajas, sino que apuntaba a un cambio en la manera en que pensaban que el hombre debía purificarse. Jesús venía a mostrar que un cambio externo superficial, meramente estético, como se dice para guardar las apariencias, no sirve de nada. No cambia nada si no se cambia lo que hay en el interior. De nada sirve la esencia misma de la persona. Así como Jesús cambió la esencia misma del agua de esas tinajas, transformándolas en algo nuevo, pero ese cambio no lo hizo un hombre cualquiera, ese cambio solamente lo podía hacer Jesús. Jesús es el único que puede cambiar nuestra esencia, hermanos. Él es el único que puede cambiar nuestra naturaleza y hacer de nosotros algo diferente, algo nuevo. Y este es el eje de nuestra primera enseñanza, hermanos: Jesús transforma nuestra esencia, sea lo que sea que fuiste, sea lo que sea que hayas hecho, él puede hacer algo totalmente nuevo y diferente.

Por su palabra, Jesús usó las tinajas de la purificación y los judíos se quedaron sin tinajas para el ritual. Ahora, de estas tinajas se servía el mejor vino de toda la historia de la humanidad, el vino hecho por Jesús, vino que tiempo después representaría la sangre derramada por nuestro Señor en favor de todos nosotros.

Esta transformación interna del hombre es uno de los temas más recurrentes en el Evangelio de Juan, hermanos. Si vamos al capítulo siguiente, vamos a encontrar la historia de Nicodemo y cómo Jesús le indica que tiene que nacer de nuevo si quiere ver el reino de Dios. Nicodemo, si no naces de nuevo, no vas a ver el reino de Dios. Le exigía una transformación interna, no externa.

Tantas cosas le había añadido la religión a los mandamientos de Dios que se perdió la esencia misma del mandato, a tal punto que los mandatos de los hombres, hermanos, pasaron a ser más importantes que la misma ley que Dios estableció. Y ese era el problema. El hombre buscaba, y hasta hoy busca, a través de rituales, a través de obras, ganarse la aprobación de Dios. Pero después, ya vamos más lejos. Después, ya ni siquiera nos importa ganarnos la aprobación de Dios, sino simplemente cumplir con ese ritual, como si fuera un procedimiento de rutina. Un mero maquillaje, pero por dentro seguían y seguimos siendo igual.

Es por eso que Jesús llamaba a los fariseos sepulcros blanqueados. Acompáñenme a Mateo 23:25. «Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robos e injusticia. Fariseo ciego, limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos y de toda inmundicia.

Así también vosotros, por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad». Y esto nos lleva a la segunda enseñanza, hermanos: Jesús es la verdadera purificación. Jesús es la verdadera purificación, solo Jesús el que nos transforma y solo Jesús es el que puede purificarnos verdaderamente. Él cambió la forma de adoración.

El rito de purificación no era malo en sí mismo. Dios estableció ritos de purificación, pero como vimos en el pasaje anterior, los sacerdotes, los fariseos, los ancianos, los religiosos, fueron agregando aplicaciones que Dios no estableció en ellas, como el lavamiento que estábamos mencionando. Y Jesús marca que él va a cambiar la forma de adorar.

Si bien este pasaje no lo revela directamente, recuerden que Juan va marcando este hecho, que este hecho era una señal. Y si nos vamos al capítulo 4, está hablando con una mujer samaritana y ella le pregunta: «¿Dónde debemos adorar?» Y Jesús le dice: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.» En el versículo 22 del capítulo 4 dice: «Vosotros adoráis a lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.»

Jesús apuntaba, hermanos, a que la religión y el culto como se conocía hasta ese momento iba a ser transformada. La forma de adorar a Dios ya no iba a ser mediante ritos externos. Jesús venía a desechar ese ritualismo vacío y a reemplazar la forma en que se iba a adorar.

Y seguimos leyendo este pasaje en el capítulo 2 y en el versículo 9 dice: «Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: ‘Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior. Mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.'»

El buen vino, hasta ahora. Esto es mucho mejor que lo anterior. Esto es superior a lo que antes se tenía. Esto es totalmente diferente a lo que hemos probado. Esto es excelente. Esto no es el mismo vino que probamos antes. No son las mismas uvas. Es que venía de la Vid perfecta. Venía de la Vid perfecta. Juan en el capítulo 15, en el versículo 1, dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.» Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Y en el versículo 3 dice: «Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.» Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Limpios, no por un ritual externo con agua de unas tinajas, no, hermanos, por la palabra que os he hablado. La palabra que transforma vidas, la palabra de salvación, el evangelio, la buena nueva, para que todo aquel que en él cree.

Y Jesús cierra este pasaje señalando: «Y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» No es que sus discípulos, hasta ese momento, no creían en él, pero entendamos que solamente le conocieron unos días antes. Todavía no lo conocían en la profundidad. No es lo mismo ese primer día que tuvieron contacto con él, como al final de tres años de su ministerio, ni siquiera al final de su vida, porque Dios progresivamente iba haciéndoles crecer, conociendo, mostrándoles su conocimiento, transformando su carácter, transformando sus vidas. Pero al ver esa manifestación, al ver esa señal, ellos dijeron: «Esta señal tiene que venir de Dios», y creyeron en él. Quizás recién luego de la resurrección interpretaron lo que Jesús quería mostrar con este mensaje.

¿Recuerdan cuando Jesús purificó el templo? En este mismo capítulo, en el versículo 18, dijeron a sus discípulos: «En 46 años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?» Más él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron la Escritura y la palabra de Jesús.

Recién cuando resucitó entendieron esto, y quizás el mensaje completo de esta boda recién lo entendieron luego, quizás Juan, movido por el Espíritu Santo, mientras está escribiendo este evangelio, entiende en ese momento, en la perfección, la majestuosidad, la soberanía, la manifestación y la gloria de Dios, quizás en ese momento, ven como a lo largo de todo el libro solamente está ocupado en que veamos la gloria de Dios.

¿Para qué? Para qué creamos en Él recuerdan que Juan en el capítulo 1 en el versículo 14 decía: «Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como el Unigénito lleno de gracia y verdad». Juan quiere que veamos Su gloria, quieren que veamos Su gloria, quieren que veamos el resplandor de Dios. Su gloria no fue, hermanos, salvar una boda de la vergüenza social, Su gloria no fue convertir el agua en vino. Si fuera solo eso, pasaría a ser un mero entretenimiento para los vecinos, para los invitados de la boda. No, hermanos, la misión de esta señal es que vean la gloria de Dios y crean en que vean el poder transformador de Dios que puede cambiar la sustancia misma, la esencia misma de las cosas y convertirlas, hermanos, en algo totalmente diferente, en algo totalmente nuevo y mejor.

Hebreos 1:3 dice: «El cual, siendo el resplandor de su Gloria y la imagen misma de su sustancia, quien sustenta todas las cosas por la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas». Cuando Dios manifiesta Su gloria, podemos ver el esplendor de Dios.

Dice Hebreos: Cristo es el esplendor de Dios, la imagen misma de Su sustancia, y no solo es la imagen de Dios, es la sustancia misma de Dios. Jesús es Dios y, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados dice por medio de sí mismo, purifica por medio de sí mismo, ya no por ritos con aguas en las tinajas, ya no con lavamientos externos, sino con Su sangre y con Su carne, Su sangre, el vino perfecto, la Vid Perfecta, de aquel que se sentó a la diestra de la majestad en las alturas. Con esta señal, hermanos, manifestó Su gloria y nosotros tenemos que ver la gloria de Dios en esta señal. Cristo manifestó Su gloria y pudimos ver Su gloria porque Él transformó nuestra esencia, Él transformó nuestra esencia.

Dice Segunda de Corintios 5:17: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son todas hechas nuevas». Somos hechos nuevos, limpios desde nuestra raíz misma y transformados por el poder de Cristo, nuevas criaturas, hermanos, que aguardan reencontrarse con el Esposo. Hoy somos la Iglesia del Señor, la esposa del Cordero y el Espíritu dice, y la esposa dice: «Ven». Y el que oiga diga: «Ven», dice Juan en el libro del Apocalipsis, prácticamente como cerrando el canon bíblico, como en una boda, la boda del Cordero, como la boda donde Jesús principió Sus señales.

Jesús transformó el agua en vino como una señal, mostrando que Él venía a transformar las cosas, desechando rituales, las tradiciones establecidas por los hombres para establecer un nuevo tipo de adoración, ya no buscando la purificación externa superficial, sino purificando nuestros corazones en lo profundo de nuestro ser, hermanos, una transformación que solo puede venir, solo puede venir de la mano de Dios. Y siendo transformados, y siendo transformados, podemos entender, podemos admirar, y podemos amar la gloria de Dios, la gloria del Unigénito, y podemos creer.

Jesús, hermanos, es la verdadera purificación, y Jesús es el único que puede transformar nuestra esencia. No solo transformó agua en vino, también lo transformó a usted, lo transformó de un ser muerto a vida. Usted pasó, hermanos, de muerte a vida, usted y yo estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero Él transformó nuestra esencia, Él transformó nuestra esencia.

En Efesios capítulo 2, versículo 4, dice: «Porque Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)».

Ese es el poder transformador que Dios permitió en nuestra vida, es tan fuerte que le permitió ver la gloria de Dios, la gloria que estaba velada para los fariseos, para los sacerdotes, para los eruditos de la ley, gloria reservada para usted, porque Jesús, hermanos, transformó su esencia, Jesús, hermanos, transformó nuestra esencia. ¡A él sea la gloria por siempre, por siempre! Amén.