UNA EXHORTACIÓN CONTRA LA INCREDULIDAD (Heb 3:7-19) – 19/05/24

Transcripción automática:

Así que seguimos con la serie consecutiva del libro de Hebreos. En esta oportunidad vamos a ver la unidad de pensamiento que va desde el capítulo 3, versículos 7 al 19. Les leo la palabra del Señor, dice así:

«Hebreos 3:7 Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me disgusté con esa generación, y dije: Siempre andan vagando en su corazón y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo.»

Continúa el versículo 12 diciendo: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo. Antes, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio. Entre tanto que se dice: Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.»

Amén. Está ahí la palabra del Señor. Para mayor facilidad, este pasaje podemos tenerlo como una exhortación contra la incredulidad. Ya en el capítulo 2 del libro de Hebreos, el escritor, luego de hablar de la superioridad de Cristo, la superioridad del Hijo sobre los ángeles, sobre los profetas, advirtió con mucho celo en el capítulo 2:1: «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos», es decir, que nos desviemos, que nos apartemos, que dejemos la fe, que dejemos el camino del Señor.

A eso apunta la exhortación: evitar que no nos deslicemos. Ahora, lo que se enfatiza es una serie de exhortaciones mostrando claramente el corazón del libro de Hebreos, que es exhortar a los creyentes a perseverar firmes hasta el fin, puestos los ojos en Jesús. Esa es la idea y ese es el corazón del libro. Es por eso que en el texto, al final, en el capítulo 13:22 dice: «Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación, pues os he escrito brevemente». En otras palabras, el escritor a los Hebreos describe que esta es una breve exhortación.

¿A qué exhorta? A la perseverancia en la fe. Como habíamos dicho, la audiencia original, los judíos cristianos, estaban decayendo ante la presión de la persecución del imperio y sus connacionales judíos. Para animarles, para que se despierten y se sacudan, y dejen de dormirse en la corriente que les está destruyendo, el escritor presenta la mismísima voz de Dios hecha texto. Esa voz de Dios que da vida e inclusive resucita muertos. Esa voz que trae el mensaje de salvación al cual todo hombre debe abrir su corazón, la palabra de Dios viva y eficaz.

Por lo tanto, en nuestro texto vemos tres ideas principales: primero, el momento de la exhortación; segundo, el juicio de la exhortación; y tercero, en cuanto a la exhortación. Amados hermanos, en el capítulo 3 de Hebreos, desde los versículos 7 al 11, el pasaje que usó el escritor para sacudir a esa audiencia es una cita del Salmo 95.

Curiosamente coincidente también, Hebreos 3:7-11 dice: «Porque él es nuestro Dios, nosotros el pueblo de su prado y oveja de su mano. Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón como en Meriba, como en el día de Masá en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi furor que no entrarían en mi reposo». Aquí, el salmista también estaba recordando que el pueblo de Dios, Israel, endureció su corazón y no respondió con fe.

¿Qué hicieron los israelitas? ¿Qué fue lo que pasó? Éxodo 17:1 nos dice: «Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y el pueblo se quejó contra Moisés, diciendo: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué os quejáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Entonces clamó Moisés a Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán».

Imagínense, ellos vieron las obras del Señor, pero su corazón se endureció. Ellos sabían que Moisés tenía detrás a Dios y delante al pueblo, comunicando el mensaje de Dios, pero actuaron con dureza. Estos pasajes del Antiguo Testamento muestran un patrón: decadencia espiritual, incredulidad, negligencia, desobediencia, endurecimiento y el abismo final que es la apostasía, el apartarse del Dios vivo.

En este pasaje de Hebreos, el escritor nos recuerda la obstinación de un pueblo endurecido que murió en el desierto y a quienes se les negó la entrada a la Tierra Prometida. Dios nos exhorta a aferrarnos con todo a la esperanza como miembros de la casa de Dios, conformada por esas piedras vivas que son los creyentes. No podemos con incredulidad darle la espalda a Cristo porque apartarse de Cristo es renegar de Dios.

Esto es lo que hacían aquellos que se estaban apartando del pueblo. Se deslizaban lentamente hasta que después ya hacían nuevamente sacrificios en el templo, teniendo por inmunda la sangre del pacto. Dejaban de congregarse. No, pero si la misma Biblia, las Escrituras son inspiradas, van más allá de la Torá. Así se iban alejando para volver al judaísmo, perdiendo el norte que es Cristo, perdiendo a Aquel a quien todo el Antiguo Testamento apuntaba: Cristo.

La experiencia de los israelitas rebeldes debe servirnos de advertencia de que esto no debe tomarse a la ligera. El comentarista Hendriksen dice que los cristianos deben examinarse concienzudamente a sí mismos y los unos a los otros para ver si alguno tiene corazón malvado e incrédulo. No podemos ver el corazón, pero debemos servir a otros en exhortación y ayudarles por medio de la Palabra a que se examinen. El escritor de Hebreos sabe, a partir de la Escritura, que el abandono de Dios tiene su origen, desarrollo e ímpetu en la incredulidad, caracterizada por la desconfianza en Dios.

La incredulidad se muestra primeramente en desobediencia, que después termina en apostasía. Me gusta mucho el versículo 12 que dice: «Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo». Este espíritu tan fraternal y de cuidado con aquel que está en el cuerpo de Cristo pero corre peligro. Mirad, hermanos, examinen su corazón, pueblo de Dios, examinen su corazón. ¿Será que no está teniendo signos de incredulidad?

Hermano, la apostasía no es otra cosa que apartarte, nada más y nada menos, del Dios vivo. Y eso es lo peor que te puede pasar. Es peor, y me puedo tomar este riesgo libremente, que te agarre una enfermedad y te mate, o que te choque un auto y te mate. Peor que cualquier cosa que a uno le puede pasar. ¿Sabes por qué? Porque Dios es la única fuente de esperanza. Pues Cristo, que es superior a todo, no tiene otro nombre en el cual se pueda ser salvo, no hay otra fuente de esperanza, de vigor, de vida.

Jamás, si eres creyente, si mueres en Cristo en comunión con Él, cualquier cosa que te pase va a redundar en tu bien. Porque a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Pero apartarte del Dios vivo, eso es lo peor. Aunque vivas la más plena de todas las vidas debajo del sol, lo peor que te puede pasar es apartarte del Dios vivo. Porque ya, a la luz de la eternidad, no hay ninguna esperanza. Hay un tiempo y la exhortación considera también un tiempo y un momento. Ese es el segundo encabezado: el tiempo de la exhortación.

«Mirad, hermanos», decía el versículo 12, «que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo». Las señales de la apostasía son el endurecimiento, pero también la incapacidad de arrepentirse. ¿Por qué? Porque ya la conciencia está nublada, está cauterizada. Nuestros corazones son tan volátiles, tan fáciles de engañar. Por eso la exhortación es tan marcada. Por ejemplo, en Hebreos 3:13 dice: «Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado».

En el capítulo 4, versículo 1 dice: «Temamos, pues, que no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado». En el capítulo 10:25 dice: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca». Mi amado hermano, ¿cuál es el tiempo? Hoy. Hoy es el tiempo de exhortarnos los unos a los otros. ¿Sabes por qué? Porque el pecado está presente hoy. El engaño del pecado está presente hoy, pero así también el tiempo de arrepentirse, de volver a los brazos de Cristo, o en su caso, de suplicar misericordia para seguir caminando, también es hoy. Amén.

Hebreos 3:13-15 dice: «Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio. Entre tanto que se dice: Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación».

Hermano, la casa de Dios está constituida por piedras vivas, como dice Pedro en 1 Pedro 2:5, y no por ladrillos individuales que están unidos por medio de cemento. La casa a la cual pertenecen los creyentes es como un cuerpo conformado por muchas partes, y todas esas partes forman un cuerpo. Eso es el cuerpo de Cristo. Todas las partes tienen que preocuparse una por otra. «El hermano ya no viene, el hermano está raro, ¿qué le pasará? Yo le llamo y me dice que sí va a venir, pero no viene. Algo está pasando ahí, algo está pasando». Entonces, esas son oportunidades claras para exhortarnos los unos a los otros.

«Hermano, ¿qué te está pasando? Hermano, ¿por qué no estás viniendo?». Y bueno, si hay un corazón humilde, te va a decir la verdad: «Estoy pasando por un mal momento, siento que mi fe declina». Entonces, es ahí la oportunidad para hacerle oír la voz de Dios y que vuelva al redil.

Es tan claro el escritor porque usa esa expresión: «el engaño del pecado». Por eso la exhortación tiene que ser diaria, porque el pecado es una cosa tan grave y tan traidora. El pecado es demasiado engañoso, te ofrece azúcar y te da de tomar veneno mortal. El descuido, la negligencia en la oración, en el estudio de la Palabra, la comunión, descuidar el alma. Crees que te alejaste un poco no más, pero después te das cuenta de que ya estás a kilómetros de la costa. El pecado ya no te asusta como antes, y la oración ya no produce calor en tu pecho. La Biblia, las promesas, ya no tienen sabor. La feria de vanidades de repente ya está ahí delante de vos, y Cristo ya no es tan hermoso. No es que ya no te gustan las cosas de Dios, es que tu corazón está cargado de veneno y tu pecho ya está frío por la indiferencia. La serpiente ya mordió y el veneno ya está corriendo. Eso es lo que pasa. No es que simplemente no te agradan más las cosas de Dios, no es que simplemente sacaste un poquito la mirada de Cristo, es que el pecado es engañoso y quizás a alguno ya le ha engañado.

Dice Steve Lawson: «Un huerto descuidado no estará tan lleno de cizañas como un alma descuidada lo estará de pensamientos vanos y pasiones exorbitantes que Dios aborrece y que son peligrosas para nuestra felicidad, para nuestra paz, para nuestra firmeza y para nuestra estabilidad». O sea que, en otras palabras, te compara con un huerto descuidado. Si alguno tiene manejo de lo que serían huertos, jardines, trabaja en agricultura, sabe que si uno descuida un huerto, ya la maleza brota. Pero lo que dice el hermano es que el corazón va a tener mucha más maleza, mucho peor, que ese huerto descuidado y amenaza nuestra felicidad, nuestra paz, nuestra firmeza y nuestra estabilidad en Cristo.

Si descuidamos nuestra mente, es ahí donde germina el engaño. En otras palabras, también un alma descuidada es un caldo de cultivo para la apostasía, para apartarse del Dios vivo y verdadero. El escritor de Hebreos vincula la exhortación con la cita del Salmo 95 por medio de una palabra y repetimos: el tiempo de hoy. El presente, el aquí y el ahora, es un periodo de gracia que Dios nos da hasta que la muerte termine con la vida terrenal del hombre. Y todo, hermano, puede en un segundo terminarse, porque está establecido que el hombre muera una sola vez y después de esto, el juicio.

Solamente hemos llegado a ser partícipes de Cristo si retenemos firmemente hasta el fin la confianza que tuvimos al principio. ¿Cómo se agrada a Dios? Por medio de la fe. ¿Cuál es el medio por el cual Cristo salva? Por medio de la fe. Es por gracia, por medio de la fe, y nadie puede agradar a Dios si no tiene fe. Cualquiera que se acerque a Dios debe creer que Dios existe y premia a los que le buscan, dice Hebreos 11:6. Dios debe ser creído y debe ser obedecido. ¿Y cuándo? Hoy, mañana y siempre. Además, va a llegar un momento también en el que Dios va a dejar de advertir al hombre pecador. Cuando dicho momento llegue, el día de la gracia se transformará en día de juicio.

Al hablarnos el texto de juicio, ese es nuestro tercer apartado: el juicio de la exhortación. Hebreos 3:16 en adelante dice: «¿Quiénes fueron los que habiendo oído, es decir, la voz de Dios, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?». Cuando el escritor pregunta: «¿No fue a aquellos que desobedecieron?», está refiriéndose a la negativa, en este contexto, de oír la voz de Dios.

Y es un rehusar obstinado a actuar en respuesta a dicha voz y no es que la desobediencia es simplemente falta de acatar n más ciertas cosas. No es simplemente la falta de obediencia, es más bien una negativa a obedecer. Es como una mula que se retoba o como un toro que patea contra el aguijón. De eso se trata, eh, activo. No es simplemente pasivo de estar no más ahí escucharlo. No es realmente tomar partido y negarse a obedecer, cerrar el oído, endurecer el corazón.

Para tener una idea, Números capítulo 25, se acuerdan que habíamos hablado de que esto es como una escalera. Bueno, vamos a ver ahora el abismo. Números capítulo 25, versículos 1 al 2, moraba Israel en Sitim y el pueblo empezó a fornicar con las hijas de Moab, las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se inclinó a sus dioses. Hermano, el corazón del pueblo tenía ese patrón: incredulidad, fue incrédulo, negligencia fue negligente a la voz de Dios. Después ya fue desobediente, después ya se endureció y finalmente la apostasía, adorando dioses falsos, apartándose del Dios vivo. Eso fue lo que pasó. Y bueno, ¿cuál es el resultado final de todo esto en nuestro texto, en nuestra exhortación? Se habla de juicio. Y ese es el juicio de la exhortación, el resultado que está en el versículo 19. Así vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.

Para terminar lo que sería la explicación de estos versículos, el escritor manifiesta que los israelitas rebeldes, eh, se detuvieron y les usó como un ejemplo que no es para copiarle, no es para copiarle. Ellos perecieron en el desierto a causa de su incredulidad que es el pecado de desafiar abiertamente a Dios, negándose a creer y mostrando desobediencia. No entraron, no entraron al reposo, no fueron al cielo. La incredulidad es la raíz del pecado de provocar a Dios, la incredulidad le roba a Dios su gloria y le roba también al incrédulo el privilegio de la bendición de Dios. ¿Por qué? Porque solamente por la fe uno puede entrar a la tierra prometida, solamente por la fe uno puede morar en los verdes pastos del Edén restaurado.

Pero la desobediencia le roba al incrédulo la bendición de Dios porque destruye, o mejor dicho, evita ese único medio, y debido a la incredulidad, el hombre rebelde no tiene la entrada prevista para quiénes, para las piedras vivas, para los miembros de la casa de Dios. Ellos sí, auténticos, genuinos. Y ¿qué es lo contrario a esta desobediencia que tan enfáticamente se…? Qué es lo contrario, retener firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza en Cristo, el superior a los ángeles, el autor de la salvación, nuestro reposo, el sumo sacerdote, el mediador de un nuevo pacto, cuyo sacrificio quita el pecado, el objeto de nuestra fe, y en quien tenemos que tener puestos los ojos.

Eso es lo contrario, en Cristo hay que creer, y nuestra salvación, amado hermano, es de suma importancia y no debe nunca tomarse a la ligera. Debemos prestarle atención a las advertencias que nos hace llegar el escritor a los hebreos. Si oyes hoy su voz, no endurezcas tu corazón. Arrepiéntete y cree en el autor de la salvación, corre a Cristo de nuevo y cuántas veces haga falta, amigo. Si tenés que llorar, llorá, si tenés que abandonar cosas, abandonar dejáta, pero solamente Cristo es aquel que vale la pena seguir.

No hay nada fuera. No tiene sentido mirar atrás. Los israelitas se acordaron de Egipto, pero no se acordaron de la esclavitud, simplemente por cosas sumamente banales. Un signo de incredulidad es que el deslizamiento se produce porque estás mirando a vos mismo. «Moisés, acá nosotros no tenemos agua». Eso es porque vos estás mirando a vos mismo, pero nosotros estamos llamados a vivir para Cristo y a morir para Cristo. Y eso es muy bueno, porque Dios es la y Cristo es la única fuente de vida.

Ahora hay otra cuestión, hay otra cuestión que es velar por aquel que está al lado, por tu hermano. Somos un cuerpo. Amarle a tu hermano, sacarle de las brazas, sacudir de su indiferencia si está con indiferencia, predicarle el evangelio de nuevo si hace falta, que no se aparte del Dios vivo.

Ahora, parece muy desafiante. Yo sé que el corazón de alguno se pudo haber cargado, inclusive con temor, con miedo, y en un sentido sí, tenemos que tener ese temor de velar por nuestro corazón sobre toda cosa guardada. Guarda tu corazón, porque de él mana la vida.

Sin embargo, no estamos solos. La obra es de Dios. Mis ovejas oyen mi voz y me siguen, y no perecerán jamás. Y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las arrebatará de las manos de mi Padre.

El engaño del pecado existe. Es cierto, pero hay medios para reprenderlo. Y hay un gran Dios de victoria y poder sobre el pecado. Hay un gran Dios de victoria y poder sobre la semillita de la incredulidad, que muchas veces puede intentar germinar en el corazón del creyente, pero no. Dios es más. Dios es poderoso. Y acuérdese de esa esperanza.

Y la lucha no es para siempre. Se exhorta hoy, si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazón. Pero si hay perseverancia en el camino del Señor, en dependencia de su gracia y del Santo Espíritu, si hay perseverancia hasta el fin, vas a ver la gloria del Salvador, esa gloriosa esperanza, vida eterna. «El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no perecerá, no vendrá condenación, más ha pasado de muerte a vida.»

Por una parte está la exhortación a evitar la incredulidad, el corazón malo, el deslizamiento. Pero, ¿cómo lo hago? Mirando a Cristo, mirando sus llagas por las cuales he sido curado, mirando o recordando las actas que me eran contrarias y que se han anulado en la mirando que él es la justicia perfecta, completamente satisfecha, que él pagó mi culpa, y que él está a la diestra del Padre, sentado, y que sus santos Ángeles custodian a los suyos. Eso nosotros tenemos que mirar, y eso va a avivar el corazón.

Y, obviamente, esa súplica permanente de que el Dios que guarda los suyos ayude y nos empuje en ese camino, en ese peregrinaje hasta la eternidad. Hermano, si usted ha creído en Cristo, si ha creído en el anuncio, un día este breve tiempo de lucha va a terminar, y hemos de despertar en la gloria, pero sin tener nada que ver ya con el pecado.

Así que le exhorto: mire al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, que es Cristo Jesús. Abra esta palabra hermosa, tanto de Hebreo como de toda la Biblia. Léala, estúdielas, para la gloria, para la gloria del Señor. Amén.