LAS TRES ETAPAS DE NICODEMO (Jn 3:1-21) – 23/06/24
Transcripción automática:
Las tres etapas de Nicodemo. Este es el título con el que pretendo ilustrar este mensaje donde se relata una conversación muy interesante y muy reveladora en el Evangelio de Juan. Esto ocurre cuando Nicodemo se reúne con Jesús. Vamos a separar este mensaje en tres etapas: Nicodemo comprende que necesita nacer de nuevo. Esa es la primera etapa: Nicodemo comprende que necesita nacer de nuevo, Nicodemo comprende de quién depende nacer de nuevo, y Nicodemo comprende que nació de nuevo. Son las tres etapas que vamos a ir desarrollando y desglosando de este texto. Quiero que me acompañen al Evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 1. Juan 3:1. El texto es un poco extenso, pero es una unidad de pensamiento y vamos a partir este mensaje en dos partes. Hoy vamos a exponer una parte y la próxima vez que me toque la exposición del Evangelio de Juan vamos a continuar con esta segunda etapa. Pero hoy vamos a leer toda la unidad de pensamiento porque es lo correcto.
Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este hombre vino a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no está Dios con él.» Respondió Jesús y le dijo: «De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios.» Nicodemo le dijo: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de lo que te dije: Es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» Respondió Nicodemo y le dijo: «¿Cómo puede hacerse esto?» Respondió Jesús y le dijo: «¿Eres tú maestro de Israel y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere cosas celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.»
Pero esto continúa: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Más el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.»
Este es el texto completo de la conversación que Jesús mantiene con Nicodemo. Como ya les dije, en este sermón vamos a enfocarnos en una primera etapa de este texto y en la próxima exposición vamos a continuar con una segunda parte. Este es un pasaje ampliamente conocido y ampliamente leído en el mundo evangélico. Se ubica apenas inicia el capítulo 3. El capítulo 3 abre con esta conversación, pero ¿qué pasaba en el capítulo 2? Si nos vamos un poquito más atrás, vemos en el capítulo 2 que arranca con Jesús en una boda, convirtiendo el agua en vino. Habíamos visto en sermones anteriores que esto representaba que Cristo desechaba el rito de la purificación superficial, demostrando que Él es la verdadera purificación que se logra cambiando la esencia misma de las personas, así como el agua cambia su esencia en vino. Luego nos vamos al versículo 13 en este mismo capítulo 2 y vemos que durante las festividades de la Pascua Jesús entra purificando el templo. Encontramos a un Jesús mostrando enfado, mostrando celo por la casa de Dios, que se había convertido en una cueva de ladrones. Lo vemos levantándose contra la élite religiosa de aquella época.
Obviamente, estas son las dos primeras señales que relata el Evangelio de Juan, y en este lapso de eventos habrán habido más señales que el apóstol Juan no registra en este evangelio. Pero sí podemos asegurar que estas señales que venía haciendo Jesús llamaron la atención de un fariseo llamado Nicodemo. Este fariseo decide que quiere hablar con Jesús, reunirse con Él. Algo motivó a venir a Jesús aquella noche. Lo llamativo de este pasaje es que podemos identificar a este fariseo por su nombre. No dice simplemente vino un fariseo de noche, como en muchos otros pasajes de las Escrituras se refiere a los miembros de esta secta. La mayoría de las veces los fariseos no son identificados individualmente, pero acá dice el nombre y no solo nos da el nombre, también nos da algunos otros detalles de su vida que nos permiten ubicarnos en el contexto histórico y conocer más profundamente a este personaje. Y todo esto no es por casualidad. Esto no es por el azar. Juan pretende en este evangelio ilustrarnos detenidamente a Nicodemo para que lo conozcamos mejor y podamos entender mejor esta situación.
¿Qué otro detalle nos da? Bueno, lo primero era que mencionamos que era un fariseo, una de las líneas más estrictas del judaísmo. Así que podemos deducir que Nicodemo era un gran conocedor de la palabra de Dios. Por otro lado, menciona que era un principal entre los judíos. Un principal entre los judíos, una persona prominente. No era un judío que pasaba su vida en el anonimato. Se supone que pertenecía al sanedrín. El sanedrín era un tribunal encargado de impartir justicia según la ley de Moisés. Es más, esto también habla de la reputación que poseía entre los miembros de su nación. Era un hombre admirado, respetado, querido. Por otro lado, vemos que tenía una vida activa en las enseñanzas de las Escrituras, ya que Jesús le recrimina en el versículo 10: «Eres tú maestro de Israel y no sabes estas cosas.» El texto original dice: «Eres tú el maestro de Israel y no sabes estas cosas.» Esto habla de que él estaba ocupando un cargo como maestro de las Escrituras. En resumen, acá tenemos a un hombre muy religioso que pretende vivir agradando al Señor por su trabajo en la religión y ganarse así un lugar en la eternidad. Esta era la base de la doctrina farisea: el cumplimiento estricto de la ley para ganar la eternidad por obras.
Le podemos sumar a esta descripción que era una persona influyente, con prestigio, con mucha admiración entre el pueblo. Y no solo eso, también un maestro que enseñaba las Escrituras de Israel. Muchos en aquella época habrían querido o soñado con tener la posición de la que gozaba Nicodemo. Algunos escritores incluso hablan de que era una persona económicamente muy solvente, vivía acomodadamente. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?, diría uno en su carne. Pero todos estos méritos que Nicodemo tenía eran también un gran problema para él. Y usted me va a preguntar: ¿Pero por qué esto puede ser un problema para Nicodemo? Se supone que estamos frente a una persona que está buscando agradar a Dios, que según los méritos humanos está a un paso de entrar a la eternidad. Está haciendo las cosas bien, solo tiene que dar un pasito más y parece que lo está dando: se está reuniendo con Jesús y lo reconoce como maestro que viene de parte de Dios. No viene buscando rechazar a Jesús, sino que lo reconoce como un enviado de Dios. Todo esto parece bueno, ¿no? Pero Jesús empieza a hablar y derriba todo lo que logró Nicodemo por tierra. Fíjense en el texto. Luego de la presentación que Nicodemo hace reconociendo a Jesús como enviado de Dios, respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.»
Y con esto entramos en la primera etapa: Nicodemo comprende que necesita nacer de nuevo. Al leer esta respuesta que le dio Jesús a Nicodemo, nos da la impresión de que el apóstol Juan, mientras anotaba todo este acontecimiento, se perdió parte de la conversación. Porque, fíjese, Nicodemo llega y le dice: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si Dios no está con él.» Y la respuesta de Jesús a esta presentación parecería que está fuera de
contexto. Nicodemo, Jesús le responde: «De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios.» Parecería que no están conectadas el saludo con la respuesta de Jesús. Pero no le falta ningún renglón a este diálogo, hermanos, ni la respuesta está fuera de contexto. La respuesta que Jesús le da es más que apropiada.
Porque le lleva directamente a Nicodemo a una confrontación consigo mismo. Dije que todos estos méritos que tenía Nicodemo eran un problema para él, ¿verdad? Era un problema porque Nicodemo, como todo fariseo, estaba tratando de ganarse su salvación por sus propios méritos. Nicodemo había construido toda una vida esforzándose para ganarse un lugar en la eternidad por sus obras y él pensaba que estaba yendo por buen camino. Pensaba que estaba en lo correcto, que estaba directo hacia la vida eterna, pero lo que Nicodemo no sabía era que estaba muerto.
El Evangelio de Juan nos muestra todas estas credenciales de Nicodemo que podrían abrirle las puertas a la eternidad si se tratara de obras, hermanos. Pero Jesús le muestra que todos sus méritos eran una escalera parada en el aire; no le llevaban absolutamente a ningún lado. Es por esto que Jesús lleva esta conversación a lo esencial. Nicodemo aún no entendía cuál era su condición delante de Dios. Es más, él admiraba a Jesús, pero tenía un concepto equivocado de Él. Nicodemo le llama maestro: «Viniste como maestro». No le dice: «Viniste como Mesías, como Salvador del mundo». Recuerden, estamos empezando en el capítulo 3 y cómo cerraba el capítulo 2: teníamos que Jesús estaba en la boda de Caná, que purifica el templo, y tras esto, en el versículo 23, dice: «Estando en Jerusalén en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos porque conocía a todos y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues sabía lo que había en el hombre». Jesús conoce lo que hay en el corazón del hombre.
Estas personas, en la fiesta de la Pascua, vieron las señales y creyeron, pero creyeron en un concepto equivocado de Jesús, por eso Jesús no se fiaba de ellos. Entre ellos estaba Nicodemo. Y estos versículos que cierran el capítulo 2 son la puerta de entrada para la conversación que hoy estamos analizando entre Jesús y Nicodemo. Nicodemo estaba teniendo conceptos equivocados de Jesús. Muchos creyeron en las señales; algunos pensaban que era un profeta, otros pensaban que quizás era un ilusionista, un mago, un milagrero. Para Nicodemo, era un maestro. Para ninguno era El Mesías. Recuerden que en el capítulo uno de este mismo Evangelio, cuando Andrés se encuentra con Simón después de tener unas pocas horas de charla con Jesús, le dice: «Hemos encontrado al Mesías». Andrés no vio ninguna señal, solo teniendo un encuentro con Jesús lo identifica como el prometido. Pero Nicodemo, ¿cómo lo etiqueta? Este vino Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido como maestro porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si Dios no está con él». Sabemos, ¿quiénes sabemos? Si Nicodemo vino solo, sabemos que ha venido de Dios, ¿quiénes sabemos? ¿Saben qué evidencia estas cosas, hermanos? Evidencia que estuvieron hablando de Él, estuvieron hablando de Él y lo estuvieron evaluando. Hablaron de Él, lo evaluaron, quizás en algún grupo de judíos, quizás con otros que hayan estado ahí, no lo sabemos. El texto no lo revela, pero lo que sí sabemos es que Nicodemo trae el resultado de esta evaluación, de este examen que le hacen a Jesús. Sabemos que vienes de Dios. Nosotros te evaluamos y consideramos que, aunque no seas un fariseo como nosotros, sos un maestro como nosotros.
Nicodemo piensa que está engrandeciendo a Jesús al llamarle maestro, pero en realidad lo está desprestigiando porque el estatus de Jesús es mucho más elevado que un simple maestro: el Hijo de Dios hecho carne, El Mesías, el enviado de Dios para salvación es una de las calificaciones que le caben a nuestro Jesús. Maestro, simple maestro, al decirle maestro no lo colocaba en su corazón en el lugar que le corresponde. Y esto es muy importante, porque si limitamos nuestra apreciación de Jesús, quiere decir que no estamos dimensionando quién es y qué es capaz de hacer. Estamos limitando nuestra percepción de Él. ¿Se dan cuenta que Nicodemo deja en evidencia, desde el mismo momento en que abre su boca, el problema que tiene delante de Jesús?
Yo tengo un amigo musulmán, tiene un comercio en el circuito comercial, una familia libanesa, fieles practicantes del Islam, y en estos días de la guerra de Israel, él me decía: «Ustedes tienen que apoyarnos a nosotros porque nosotros le queremos a los cristianos y los judíos no. Los judíos odian a los cristianos, los judíos mataron a Jesús». Es más, me dice: «Nosotros creemos en Jesús». Yo me quedé anonadado, le digo: «¿Y esto vos lo creés por convicción propia o lo creés porque lo dice el Corán, está en nuestra sagrada escritura?». Me dice: «No sé». Le dije: «Mostrame dónde dice eso», porque lo que yo sé del Corán. Me lleva a una página de internet donde están las diferentes doctrinas y creencias y, ciertamente, en un apartado dice que ellos creían que Jesús fue engendrado de manera divina por Dios en la Virgen María y fue enviado por Dios a este mundo como profeta. Al terminar de leer este texto, mi respuesta inmediata fue: «Ustedes no creen en Jesús, ustedes no creen en Jesús. Mi Dios no vino, mi Jesús no vino a este mundo solo como un profeta. Mi Jesús no vino a este mundo solo como simple maestro. Mi Jesús no vino a este mundo solo como un sacerdote. Mi Jesús fue los tres al mismo tiempo, pero también mi Jesús vino a este mundo como El Salvador, como el Verbo hecho carne». Esto dice Jesús en el mismo Evangelio que hoy estamos leyendo, en el capítulo 1, y si no crees eso, no crees en Jesús. No crees en Jesús, tenés una percepción errada de Él, así como la percepción que tenía Nicodemo. La misma cosa para este fariseo. Jesús era un maestro enviado por Dios, pero maestro. Y Jesús estaba a punto de abrirle los ojos e inicia mencionando la necesidad de una regeneración profunda mediante un nuevo nacimiento. Pero Nicodemo aún no estaba viendo esta respuesta, aún no estaba entendiendo. Él estaba mirando con sus ojos terrenales.
Dice, continuando con la lectura: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?» Él estaba viendo con ojos terrenales y Jesús lo lleva a que mire con ojos espirituales. Respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». A Nicodemo no se trata del plano físico, sino del plano espiritual. No se trata del plano terrenal, sino del plano celestial. Tenés que nacer de agua y Espíritu. Jesús le está hablando de que él necesita de una regeneración por obra del Espíritu Santo. Jesús no le está hablando de un nacimiento terrenal, Jesús le está hablando de un nacimiento espiritual. Es más, en el Evangelio de Juan, la palabra carne hace referencia a la naturaleza pecaminosa que todos traemos al nacer. Esa es la idea que refleja el texto original, en el idioma original da la idea de que el que nace en pecado está en pecado. Por eso es necesario nacer del Espíritu. En el versículo 7 dice: «No te maravilles de que te dije: ‘Os es necesario nacer de nuevo’. El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, más ni sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu».
Nicodemo quería entender la manera. «¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo hago para nacer de nuevo?» Recuerden, Nicodemo venía de construir toda una vida de obras y de méritos para llegar a la eternidad, pero Jesús ahora le muestra que lo fundamental le falta. Pero él no entiende cómo se puede lograr, cómo tiene que hacer para volver a nacer de nuevo. Él quiere volver a nacer de nuevo, quiere saber cómo se hace, cuál es el proceso. Y es por esto que Jesús le dice: «Vos no tenés la manera, la manera viene de Dios. El viento sopla de donde quiere y oyes su voz, más ni sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Y acá Jesús hace un juego de palabras con la palabra viento que en el original se interpreta como Espíritu. La palabra original es neuma, el viento, el neuma. No lo podés manejar, no sabes de dónde viene, solo podés ver el resultado. ¿Alguien trató alguna vez de dominar el viento? No se puede, no se puede, es imposible. Podemos utilizar el viento, pero no lo podemos manejar. Vemos y decimos: «Sopla viento sur, no va a llover más, va a venir frío», pero no sabemos de dónde viene el viento sur y tampoco dónde termina. Oyes su sonido, más ni sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido en el Espíritu.
Eclesiastés 11:5 dice: «Como tú no sabes cuál es el camino del viento o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas». No sabemos, es obra de Dios. Y volviendo a nuestro texto base, continuamos leyendo en el versículo 9: «Respondiendo Nicodemo, le dijo: ‘¿Cómo puede hacerse esto?’ Y respondió Jesús: ‘¿Eres tú maestro de Israel y no sabes esto?'». ¿Por qué Jesús le reclama que no entiende esta palabra? ¿Por qué Jesús le reclama? ¿Saben por qué? Porque esto no era algo nuevo, esto era algo que se leía de continuo en el templo, en la sinagoga. Estaba en el Antiguo Testamento. Dios hace muchas referencias a la nueva naturaleza del regenerado. Vamos con algunos ejemplos.
Ezequiel 36:25: «Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros, y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra». ¿Se acuerdan que Jesús destacó nacer del agua y el Espíritu? Bueno, fíjense que acá Ezequiel utiliza también estos dos elementos: «Esparciré agua limpia», y en el versículo 27 dice: «Y pondré en vosotros mi espíritu». Los mismos elementos. Dios primero nos limpia y luego pone su Espíritu en nosotros para que la regeneración se produzca. Estos conceptos Nicodemo debía conocer porque estaban en las Escrituras y él era un maestro de la ley, tendría que saber de qué estaba hablando.
Hay más ejemplos. Deuteronomio 30:6: «Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas». Dios promete circuncidar el corazón para que amen al Señor y vivan.
Jeremías 13:23: «¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer el bien, habituados a hacer el mal?» El etíope, una persona de tez oscura, raza negra, ¿puede cambiar su piel? ¿El leopardo puede sacarse las manchas? Así tampoco ustedes pueden hacer el bien porque están habituados a hacer el mal.
Claro, aquí tienes el texto corregido:
Se dan cuenta de que no depende del hombre porque está en nuestra naturaleza el mal. Ni si el hombre pone toda su fuerza, todo su conocimiento, todas sus riquezas, su esencia, no va a cambiar. Solo hay alguien que puede cambiar, ese es Aquel que convierte el agua en vino, el que puede purificarnos verdaderamente, hermanos. Y volviendo a la conversación con Nicodemo, ya nos vamos al versículo 11 donde Jesús le sigue diciendo: «De cierto, de cierto te digo que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos, y no recibís nuestro testimonio». Acá le está acusando a Nicodemo de incredulidad. Nicodemo, por más que vos me tengas estima, respeto, admiración, no estás recibiendo mi testimonio, no estás entendiendo nada. «Si os he dicho cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os diere las cosas celestiales? Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo». ¿Saben lo que le está diciendo acá Jesús? Esto que está pasando acá en la tierra es la promesa que Dios entregó al pueblo de Israel, y ahora se está cumpliendo, se está cumpliendo. Imagínate si te revelo lo que está en el cielo, cuando en la eternidad ya se diseñó el plan de redención, cuando estaba en mi gloria antes de despojarme a mí mismo. Si esto que acá está frente a tus ojos se está cumpliendo, las Escrituras de las cuales vos lees todos los días en el templo, ¿cómo vas a creer si te cuento cosas que no conoces, Nicodemo? Ahora comprende, hermanos, que tiene que nacer de nuevo porque Jesús se lo explicó y también entiende que no está en sus manos. Acá es donde la conversación da un giro y, tras confrontar a Nicodemo con su condición, le predica el plan de salvación. Entramos en esta segunda etapa del sermón. Nicodemo comprende de quién depende nacer de nuevo. Nicodemo, ¿de quién depende nacer de nuevo? Nicodemo, tenemos un problema: tus méritos no sirven y nada hay que puedas hacer para ganar esa salvación. El único mérito que te puede otorgar el pase a la eternidad es Jesús. Es la única solución perfecta. Y dice en el versículo 14: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna». Acá Jesús nuevamente le está llevando a Nicodemo a un plano que él debería conocer perfectamente. Está citando un pasaje del libro de Números, en el capítulo 21 y en el versículo 5. ¿Qué pasó en el desierto? Leamos: «El pueblo de Israel blasfemó contra Dios y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto, donde no hay pan ni agua, y nuestras almas tienen fastidio de este pan liviano?». Está haciendo referencia al maná que Dios proveía todos los días. «Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes que mordían al pueblo, y murió mucho pueblo de Israel. Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová y contra ti; ruega a Jehová para que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente y ponla sobre un asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre el asta, y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba la serpiente de bronce y vivía». Saben que todo el Antiguo Testamento son figuras que apuntan a Cristo, ¿verdad? Para el pueblo de Israel, la serpiente era un animal despreciado, un animal odiado desde Génesis. Era un animal repudiado, y ellos ahora tenían que mirar a esos que rechazaban como un acto de obediencia. Y fíjense que no era una acción preventiva, era una acción curativa. Después de que le mordía alguno, miraba la serpiente de bronce y vivía. La salvación solo sería posible por un acto de fe en la provisión de Dios. No había antídoto, no había tratamiento, solo mirar y creer en la promesa que Dios dijo que traería salvación. Así también es la salvación que Jesús le está presentando esa noche a Nicodemo. Ahora Nicodemo sabía que él, como todos los hombres, está excluido de la gloria de Dios. Ahora entendía que todos sus méritos no eran suficientes, sus obras no eran suficientes para tener la vida eterna. Y Jesús le revela a él que él no puede hacer nada para cambiar esta situación, pero hay alguien que sí puede: Aquel que en ese momento estaba hablando con él. Si Dios, hermanos, le abría los ojos, vería que Jesús no era solamente un maestro, Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, el único con los atributos suficientes para presentarse delante del Padre como nuestro abogado. Porque para eso había venido a este mundo, como sigue diciendo en el capítulo que estamos leyendo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». Amén. Jesús se presenta y le revela cuál es su naturaleza redentora. Le presenta el evangelio de salvación, su evangelio de salvación. Se presenta a sí mismo como su Salvador. Esta es la gran solución al problema de Nicodemo, hermano, y esta también es la gran solución que nos llegó a nosotros. Es la gran solución que nosotros hoy tenemos dispuesta para todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna. Hermanos, demos gracias a Dios que no se trata por obras. Demos gracias a Dios porque es por fe, por la obra misericordiosa a nuestro Señor. Porque si fuera por obras, hermanos, estaríamos igual o peor que Nicodemo. Porque pónganse a pensar, hermanos, todo lo que hacemos, todo, todo lo que hacemos está contaminado por el pecado que está en nosotros. Todo, nuestras obras, nuestra vida cristiana, el tiempo que le dedicamos a Dios en oración, nuestro servicio para la iglesia, todo. Todo está contaminado, todo está sucio por el pecado que nos invade, hermanos. Porque muchas veces hacemos cosas para mostrarnos más espirituales que los demás. Contaminado porque muchas veces después de orar 5 minutos ya nos acordamos que tenemos que comprar tomate para la ensalada. Contaminado. ¿A quién no le pasa? Porque muchas veces venimos al culto del Señor esperando que el sermón sea corto y no sea aburrido. Contaminado porque nuestra solidaridad a los demás muchas veces esconde el deseo de aplauso de los hermanos, hasta a veces el aplauso de Dios. Contaminado. Todo lo que hacemos está contaminado, hermano. Si no autoevaluamos, si nos autojuzgamos con un corazón sincero, todo lo que hacemos está mal. Nada de lo que hacemos es puro en su totalidad. Es por eso, hermano, que no puede ser por obras. Es imposible que sea por obras. Pero si nacemos de nuevo, ya no presentamos nuestras obras imperfectas, presentamos las obras de Cristo, de quien nos regeneró, quien nos hizo nacer de nuevo, quien nos limpió, haciéndonos nacer de agua y de espíritu. Él nos hace nacer de nuevo, hermanos. No depende de nosotros, sino de Él. Recuerden que el apóstol Juan, cuando escribió este evangelio, en el capítulo uno de este mismo evangelio, en el versículo 12, dice: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». Si le recibiste, si crees en su nombre, vas a ser hecho hijo de Dios, naciste de nuevo. Pero dice que estos no son engendrados, no son concebidos, no nacerán por sangre, por línea sanguínea. No es por tu árbol genealógico. No es porque mi papá es cristiano, yo soy cristiano. No es porque mi abuelo ya era cristiano, yo también soy cristiano. No, no es de sangre. Tampoco es por voluntad de carne. Hoy yo me levanté, saben qué, hoy yo quiero ser cristiano, hoy quiero creer en Cristo. Hoy quiero… No es por voluntad de carne, hermano. Tampoco es por voluntad de varón. Ni yo ni nadie podemos hacer nacer a nadie de nuevo, nadie. Esto viene de Dios. Es un don exclusivo de Dios, es una elección exclusiva de nuestro Dios. Es como el viento, dijo Jesús a Nicodemo. Nadie sabe cómo opera, nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, solo podemos sentirlo, solo podemos ver sus efectos. Así es la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, hermanos.
Y para cerrar esta posición nos vamos a la tercera etapa de este mensaje: Nicodemo comprende que nació de nuevo. Nicodemo comprende que nació de nuevo. Saben, hermanos, este pasaje tiene un final feliz, aunque no fue inmediato. Fíjense que luego de esta conversación que Jesús tiene con Nicodemo, el evangelio de Juan relata otros acontecimientos, pero no sabemos si Nicodemo nació de nuevo tras oír estas palabras de Jesús. Aparece brevemente en el capítulo 7, cuando los alguaciles retornan sin haber apresado a Jesús y cuentan que quedaron sorprendidos de cómo hablaba Jesús y de sus palabras. Y los sacerdotes les insultan y los maldicen. Y Nicodemo aparece defendiendo a Jesús en el versículo 50 del capítulo 7, y le dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, para especificar que estamos hablando del mismo Nicodemo, el cual era uno de ellos: «¿Juzgará acaso nuestra ley a un hombre si no le oyere? Si no le primero no le oye y sabe lo que ha hecho». Respondieron y le dijeron: «¿Eres tú también Galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta». Y cada uno se fue a su casa. Nicodemo aún estaba con los líderes religiosos, pero algo estaba cambiando en Nicodemo. Y la tercera vez que aparece en el evangelio de Juan ya es en el capítulo 19, en el versículo 38, cuando Jesús es crucificado. Dice la palabra del Señor: «Después de esto, José de Arimatea, que era uno de los discípulos de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato se lo concedió. Entonces vino y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, para que entendamos que es el mismo Nicodemo, vino trayendo un compuesto de mirra y aloes, como 100 libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos».
Entendemos por estos versículos que leímos recién que Nicodemo fue uno de los que se encargó de sepultar el cuerpo de nuestro Jesús. Y la tradición popular cuenta que fue un cristiano ferviente en los primeros años de la iglesia. Hermano, Nicodemo no estaba sepultando al simple maestro.
Nicodemo estaba sepultando el cuerpo del Mesías, y lo había entendido, porque el mismo Jesús que vino a él en aquella noche le había traído la luz que hoy empezaba a resplandecer en Nicodemo. Nicodemo había nacido de nuevo, hermano. Nicodemo había empezado a caminar un nuevo camino, una nueva vida. Había nacido de nuevo, había nacido de agua y del Espíritu. Usted puede verse como un Nicodemo, hermanos. Usted puede verse como un Nicodemo. Todos, todos en algún momento de nuestras vidas estamos en alguna de las etapas por las que pasó Nicodemo. Todos. Quizás está en la última etapa, quizás ya comprendiste que naciste de nuevo por medio de la obra de Jesús. Quizás estás por la etapa intermedia, por la mitad, y comprendiste lo que significa nacer de nuevo. O quizás estás en la primera etapa y hoy viniste con todos tus méritos, con todos tus logros. Ahí está, Rodé. Viniste pensando: «Yo soy una buena persona, no hago mal a nadie, hago obras de calidad, voy a la iglesia de tanto en tanto, o quizás mejor, voy a la iglesia todos los domingos».
Entonces hoy Jesús te dice: «No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, más ni sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Hermanos, si Jesús hoy te confronta a nacer de nuevo, si este mensaje te confronta, es porque Jesús está obrando en tu corazón. Él te está llamando a nacer de nuevo, Él te está llamando a nacer del Espíritu, a ser adoptado como hijo, para santificarte, pero principalmente para salvarte. Es la única manera, por Cristo, no por tus obras, como Nicodemo. Ya no reposó en sus obras y sus méritos para su salvación, reposó en la fe de Jesús, en las obras y en los méritos de Jesús. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su único Hijo, a su unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna». Este es el mensaje de fe en el que reposan los que han nacido de nuevo. Demos gracias al Señor porque por su obra nosotros hemos nacido de nuevo. Porque por su obra misericordiosa nosotros hoy somos contados con Nicodemo. Amén. Que el Señor nos ayude. Vamos a ponernos en pie y oramos al Señor.