LA CORRUPCION RADICAL DEL HOMBRE (Rom 3:9-20) – 18/08/24
Transcripción automática:
Y así como están, les invito a que abran sus Biblias en el capítulo 3 de la Epístola de Pablo a los Romanos. En esta mañana tengo la intención de que compartamos desde el verso 9 hasta el verso 20. Amén. Leemos entonces la Palabra del Señor, que dice así: ¿Qué, pues, somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera, pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron a una; se hicieron inútiles. No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspid hay debajo de sus labios. Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos, y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos. Pero sabemos que todo lo que la Ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios. Ya que por las obras de la Ley, ningún ser humano será justificado delante de Él, porque por medio de la Ley es el conocimiento del pecado. Amén.
¿A cuántos de los que están aquí les gusta ver películas? De hecho, a mí me gusta mucho, y uno de los géneros de películas que es el drama. Yo soy una persona naturalmente dramática y de hecho, me gusta el drama. Y muchos de estos dramas, mis hermanos, giran en torno a un juicio. ¿Nunca vieron una película de ese estilo? A mí me encanta, y una parte de estas películas, de hecho, una parte muy importante, el clímax de estas películas, el momento cúlmine, es cuando los abogados hacen su alegato final, donde ellos terminan declarando si esta persona es culpable o inocente. Ahora, en estos alegatos finales, lo que hace este abogado o este fiscal es concluir su acusación, culpable o inocente, en base a estos datos o pruebas o evidencias que yo presento. Bueno, mis hermanos, de una forma análoga, similar, lo que Pablo ha hecho a lo largo de todos estos capítulos, desde el verso 18 del capítulo 1 hasta este capítulo 3, es, mis hermanos, fungir como un fiscal celestial, acusando a los seres humanos, ya sean judíos o gentiles, es decir, a todos, de injusticia delante del Juez del universo, quien es nada más y nada menos que el Dios trino, vivo y verdadero, y nadie más que Él. Nadie puede sentarse en ese trono; es solamente Dios.
Ahora, en esta sección que acabamos de leer, desde el verso 9 al 20, lo que podemos ver es como si Pablo, actuando como un fiscal celestial, hace su alegato final. Él va a cerrar su acusación o a hacer esto como su argumentación final respecto a la doctrina que él viene desarrollando, que los estudiosos han denominado como la depravación total o como la corrupción radical del hombre. De hecho, ese fue el título que yo le puse al sermón de esta mañana. Mi idea, tratando de que esto sea pedagógico y que se pueda entender, es que he estructurado este sermón y estos versos en tres partes. En primer lugar, para hablar de esta argumentación final, en primer lugar, lo que hace Pablo es una declaración general de la culpabilidad universal de los hombres. En segundo lugar, él muestra pruebas o evidencia de la culpabilidad universal de los hombres, muestra las pruebas de por qué afirma la culpabilidad universal. Y en tercer lugar, él concluye su argumento o su acusación.
Dicho esto, vamos al primer punto, que es la culpabilidad universal, y centremos nuestra mirada en el verso 9, que dice: ¿Qué, pues, somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera, pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Dijimos que en los versos anteriores de este mismo capítulo 3, y de hecho, en todo el capítulo 2, Pablo se había centrado en acusar a los judíos moralmente de una hipócrita injusticia. Ellos, en apariencia y de labios, decían y parecían amar y servir a Dios, pero lo cierto es que ellos estaban completamente alejados de Él, engañando a todos los demás hombres, y lo peor de todo, engañándose a ellos mismos, creyendo que eran justos, merecedores del cielo, cuando en realidad estaban expuestos al castigo divino por causa de su pecado. Estaban expuestos a un juicio que es, mis hermanos, por naturaleza riguroso e implacable. Nadie, aquel día, se saldrá con la suya. Pablo había dicho: «Gentiles, ustedes son inmorales y están expuestos a ese juicio».
Pero, por otro lado, ustedes judíos tampoco están exentos; la Ley también los condena. Ahora, en este verso 9, Pablo vuelve a dirigirse a los judíos moralistas y les hace una declaración a ellos. Pero es una declaración que, si bien está direccionada a los judíos, alcanza a toda la raza humana, a todos los seres humanos en general. ¿Qué dice él? Primero dice: ¿Qué, pues? Y este «¿Qué, pues?» es simplemente para introducir a su respuesta; es una especie de, de hecho, algunas otras versiones traducen diferente, no a modo de pregunta, sino como que Pablo dice: «A ver ahora bien». O sea, «A ver cómo voy a explicarle esto». Y ahí pasa a hacer una pregunta retórica que él sabe la respuesta y que, de hecho, él inmediatamente va a pasar a contestarle: «¿Somos nosotros mejores que ellos?» En ninguna manera. Inmediatamente, pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles de que todos están bajo pecado. Esta acusación que hace Pablo, donde pone en la bolsa a judíos y a gentiles, es una acusación general. Lo que está hablando Pablo aquí es de la universalidad de que todos los seres humanos están en pecado. Es a eso a lo que nosotros titulamos como la culpabilidad universal de los hombres. Y Pablo, cuando hace esta pregunta retórica, mis hermanos, él se incluye a sí mismo. Él pregunta: «¿Somos nosotros mejores que ellos?» Y la intención de Pablo al incluirse dentro de este argumento y de esta pregunta es para que quede bien claro a los judíos y a los lectores, sean judíos o no judíos, que nadie está exento de esta condición humana, ni los judíos, ni tampoco él, absolutamente nadie. De hecho, cuando él mismo habla de su condición natural y les comenta a estos romanos en el capítulo 7 y en el verso 18, él les va a decir, hablando de su condición natural: «Yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien». Y en ese mismo capítulo 7, más adelante, en el verso 21, le va a decir: «Hago esta ley en mí: hallo esta ley de que el mal está en mí». Esa es mi condición natural.
El verso 9 del capítulo 3 de Romanos, cuando Pablo dice «Todos están bajo pecado», otras versiones traducen este «todos están bajo pecado» de la siguiente manera: «Todos tienen una tendencia al pecado». Otras versiones dicen: «Todos están bajo el control del pecado». Y otras versiones van mucho más allá y dicen: «Todos están bajo el poder del pecado». Y lo que Pablo está afirmando aquí, mis hermanos, no es algo menor. Cuando él dice «Todos están bajo pecado», «bajo el poder del pecado», él lo está diciendo porque los hombres están completamente controlados por el poder del pecado hasta lo más profundo de su ser. De hecho, la figura que Pablo utiliza en esta carta y que también utilizó el Señor Jesucristo para referirse a la naturaleza de los hombres y de las mujeres es la figura de un muerto. El hombre, mis hermanos, no está enfermo espiritualmente, no está agonizando, no es que tiene aún signos vitales espiritualmente; él está como un muerto, completamente imposibilitado, inerte, completamente discapacitado espiritualmente. No tiene capacidad para hacer algún bien o alguna obra justa. Eso es lo que Pablo está diciendo. Pablo, hablando en otra Epístola de esta misma condición natural de los seres humanos, en Efesios 2:1, él va a decir que los hombres están muertos en sus delitos y pecados. Y Jesús había dicho que nosotros, naturalmente, estamos como un panteón, como un cementerio lleno de huesos de muertos. Esa es la figura que usó el Señor Jesús. No es un enfermo; el hombre está muerto espiritualmente. Pero lo cierto es que la figura es mucho más terrible de lo que nosotros podemos llegar a imaginar, mis hermanos. Nosotros no tenemos conciencia realmente de la situación en la cual nos encontramos.
Y esta declaración tan terrible que hace Pablo no es algo que a él se le ocurrió una tarde cuando estaba de balde: «A ver, ¿qué puedo decir?». No es que esto a Pablo se le ocurrió por puro sadismo o crueldad para que la gente se sienta mal. Lo que está haciendo Pablo aquí en estos versos es simplemente citar una verdad escritural que ya viene haciendo eco desde el principio de la creación del mundo. Cuando Pablo habla de que el hombre está muerto, eso lo encontramos en el Génesis, en el capítulo 2 y en el verso 17. Vayan conmigo ahí y leemos de qué se refiere Pablo con que el hombre está bajo el poder del pecado. En Génesis 2:17, el mundo era perfecto, el hombre no era un pecador, todo marchaba bien. Todo lo que Dios creó, miró y era bueno. Pero lo cierto es que Dios le había dado un mandamiento. En Génesis 2:17 le dijo: «Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás». Ellos desobedecieron el mandamiento, comieron del fruto prohibido. Pero lo cierto es que no murieron inmediatamente; la muerte física sí vino después y es también una condición de lo que causó el pecado y la desobediencia. Pero cuando ellos comieron del fruto y desobedecieron a Dios, inmediatamente sí se produjo una muerte, una muerte espiritual en su interior. Esa fue la consecuencia inmediata en la criatura, en su corazón y en su mente. Al desobedecer, Dios se alejó de ellos, y alejado Dios de ellos, ellos ya no tenían parámetro para decir qué es bueno o qué es malo. Ya no tenían parámetro para juzgar con rectitud. Eso se perdió para ellos. Eso es lo que Pablo se refiere en el verso 28 del capítulo 1, hablando de los hombres, de que su mente es reprobada. Ellos ya no pueden juzgar con rectitud; su mente se degeneró; sus pensamientos son malos por naturaleza. El pecado, la desobediencia afectaría tan profundamente a las criaturas que eso afectaría, mis hermanos, la esencia misma de su personalidad.
El hombre entero, hasta la raíz, por eso se llama, por eso se le titula a esta doctrina la corrupción radical del hombre. Radical viene de raíz; el pecado lo contaminó hasta la raíz, hasta la esencia misma de su personalidad: pensamientos, intenciones, voluntad. Y en consecuencia, a todo eso que pasa internamente, a esa corrupción moral, actos terribles, injustos, malvados e inmorales. En el apartado dos de nuestra confesión de fe, mis hermanos, hablando de esto, en el apartado dos del capítulo 6 de nuestra confesión de fe, hablando de esta situación, se nos dice: «Todos los hombres, judíos y gentiles, encarnacenos paraguayos, que sean, todos los hombres están muertos en pecado y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo». Es esa la naturaleza que tú y yo, mi hermano, mi amigo, heredamos de nuestro padre Adán. En el capítulo 5 de Romanos, en el verso 12, Pablo va a decir lo siguiente, y léanlo conmigo. Dice Pablo: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre»—este es Adán, él fue el que pecó primeramente, nuestro padre—»y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Una de las cosas que pasa cuando nosotros vamos al médico, mi hermano, con algún síntoma medio extraño, una de las preguntas de rigor que te hacen los médicos es: «¿Hubo o hay en tu familia alguien que está padeciendo o que padeció cáncer?»
Y esta pregunta de rigor que hacen los médicos es para ver si no se heredó, mis hermanos, una degeneración genética, una degeneración en el gen. Y ahora nosotros, ya que un familiar nos heredó eso, tenemos una predisposición a padecer esa enfermedad. Bueno, mis hermanos, de la misma manera, cuando nuestro padre Adán pecó, su naturaleza se degeneró, y ahora todos nosotros, que venimos luego, su descendencia, heredamos una predisposición natural a la injusticia, una inclinación a pecar, a desobedecer a Dios. Es a esto a lo que se refiere Pablo cuando le habla nuevamente a los romanos en el capítulo 8 y en el verso 7, que Heather leyó hace un momento, cuando él dice: «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden».
O sea, mis hermanos, el deseo natural, los designios de nuestra carne, el deseo natural de nosotros, de la criatura, es contrario a los designios de su Creador. Hablando de esta condición natural de los hombres, el salmista dice en el Salmo 51:5: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. Los hombres y las mujeres nacen pecadores; ya vienen de fábrica dañados, ya tienen esa inclinación al mal, a la injusticia y a lo prohibido. Y a algunos esto les puede parecer incómodo, porque esta es la parte más incómoda del mensaje. Y si esto le parece incómodo y que no es así, hagamos un pequeño ejercicio. Es muy simple: suponga, mi hermano amigo, que yo te pongo delante de ti diez puertas, y en una de esas puertas yo pongo un cartel. Solamente en una pongo un cartel que diga “Prohibido ingresar”. ¿Por cuál puerta sentirías un profundo impulso por abrirla? ¿Cuál querrías tú abrir? Fíjese, tiene nueve libres, pero hay una sola en la que yo pongo el cartel “Prohibido ingresar”. Piénsalo. Yo creo, no sé si me pasa a mí, quizás yo soy el más malo de todos acá, pero yo sentiría un profundo deseo por abrir esa puerta que está prohibida.
Y algo que hay en mi naturaleza que me lleva hacia aquello que no se puede, aquello que es prohibido. Esto es evidente en los hombres. De la simple observación, en estos días fue el día del niño, que fue el viernes, y de hecho, felicito a los hermanos y hermanas que participaron en esta actividad para evangelizar a los niños; el Señor les bendiga. Pero volviendo al punto, en estos días fue el día del niño. Yo vi, mis hermanos, en las redes sociales, un sinnúmero de publicaciones donde la gente habla de la nobleza de los niños, de que ellos son nobles por naturaleza y que no hay maldad en ellos.
Yo quiero preguntarte: ¿alguna vez te detuviste a observar a los niños? Yo no quiero que ningún padre se sienta incómodo u ofendido por lo que voy a decir. Y de hecho, voy a tomar como ejemplo a mi hijo, para que nadie se sienta incómodo. Mi hijo tiene 3 años; yo nunca le enseñé a mentir en estos tres años de vida, de hecho, él casi no me entiende nada. Nunca le enseñé: “Mira, Bauti, de esta manera se miente. Esto es lo que tú tienes que tener en cuenta a la hora de mentir y engañar a la gente”. Nunca le senté para enseñarle a mentir y a engañar. Pero, mis hermanos, él aprendió a mentir, sabe mentir y lo hace muy bien. Él trata de engañarme, me desobedece. Y saben qué, él se da cuenta cuando hace algo malo y desobedece, y sabe qué quiere hacer cuando desobedece y miente. Él quiere esconder su culpa, quiere que yo no me dé cuenta. De hecho, ayer en la noche, cuando se le dieron golosinas, ya era tarde, y yo me di cuenta que él tenía un chocolate. Él lo guardó, y yo le pregunté: “¿Tienes un chocolate?” Y él me dice: “No”. Levanté la frazada y tenía un chocolate.
Eso es lo que hay, mis hermanos, en nuestra naturaleza. Él trata de engañarme, de disimular, de esconder su maldad. Y muchas veces, los padres, al ver estas actitudes de sus hijos, de que intentan engañar, de que mienten, terminan evidenciando también, mis hermanos, su propia maldad e injusticia, porque no pueden discernir lo que hay detrás de la actitud de sus hijos. Ellos terminan festejando a sus hijos y diciendo: “Ah, sí, trátalo, es mi hijo”, como si fuese algo espectacular. Cuando esa actitud debería llevarnos a nosotros los padres a decir: “Mi hijo es un pecador que necesita urgentemente a Cristo. Puede faltarle en muchas cosas, pero yo no tengo que dejar que le falte el evangelio”. Es eso lo que deberían hacer los padres.
Otra cosa que me llama la atención es que él quiera esconder su culpa. Él trata de disimularla dentro de las primeras palabras que aprendió. Él aprendió cuatro palabras; las primeras fueron: papá, mamá, memi (que es su hermana), y la cuarta, llamativamente, fue “rete”. Y “rete” es retar, y él lo usa. De chiquitito lo usaba para pedir que yo retara a su hermana: “¡Rete, memi, rete!” Él quiere misericordia, quiere que yo pase por alto sus errores. Pero cuando se trata de la injusticia o de la maldad de su hermana, él quiere severidad; hay que castigar al malvado. Mis hermanos, ¿no les parece a ustedes familiar esta situación? Queremos minimizar nuestros pecados, nuestra injusticia, los de nuestros seres amados, los de mi esposo, los de mis hermanos, los de mis hijos. “No, no, eso es simplemente un error”. Pero cuando es el pecado del hermano, vamos a castigarlo, vamos a destruirlo. Es más, si podemos, llevémoslo a la plaza y apedréenlo. ¿No les parece familiar esta actitud?
Esto me hace recordar a mi infancia, mis hermanos. Yo le veo a Bauti y esto me traslada a mi infancia, cuando éramos chicos y nuestro padre castigaba a alguno de mis hermanos porque se había portado mal. Nosotros, los demás hermanos, encontrábamos cierto placer. Ahí estaba el que estaba castigado, con una cara triste, con los ojos llorosos, y nosotros, con mis otros hermanos, pasábamos por ahí y le decíamos: “Bueno, así quizás vas a aprender”, o simplemente, si el castigo era muy grande, simplemente mirábamos y hacíamos un gesto: “Bueno, la desobediencia”. De hecho, teníamos un hermano que iba más allá, y hasta componía una canción para cantar celebrando que había recibido su castigo. Puede que usted diga: “Dios mío, ¿por qué a mi señora le pasa esto y a mí nunca me pasó?” Nosotros, cuando mi papá castigaba a algunos hermanos, nos sentíamos mal. Y puede que usted diga: “Nosotros éramos tan malos como ustedes”. Y lo entiendo, puede ser que así sea. Pero si usted quiere observar esto, si quiere comprobarlo, tómese su tiempo, mi hermano, y observe a los niños. Hasta si puede, fíjese en los jardines de niños, póngase a observar a los niños cómo se comportan. Y usted se dará cuenta de que detrás de esas tiernas y aparentemente inocentes caritas, hay egoísmo, hay envidia, hay celo, hay bronca y muchos otros males. Si ellos, mis hermanos, tuvieran la fuerza necesaria y mayor independencia, probablemente ya cometerían muchos delitos. Es esa la verdad. Esto es duro, pero es la verdad.
Y si usted se viene con este pensamiento a la cabeza, amigo, de que esto no es tan así, este es un excelente momento para que nosotros vayamos al segundo punto de este sermón, donde Pablo establece las bases, o donde describe en qué se apoya para hacer tan terrible declaración sobre los hombres, de que todos están bajo el poder del pecado. El punto dos de este sermón es pruebas o evidencias de la culpabilidad humana. Y como dije recién, lo que va a utilizar aquí Pablo no son sus palabras. Este no es el parecer de un hombre respecto a otros hombres. Esto no es cómo Pablo ve a los demás, sino cómo Dios ve a los seres humanos. ¿Por qué? Porque lo que Pablo va a citar son las Escrituras, es la Palabra de Dios diciendo: “Yo de esta manera veo a los hombres; no veo solo lo externo, sino que veo hasta lo más profundo de su ser, sus intenciones y sus pensamientos”. Y yo, mis hermanos, dividí este segundo punto en tres partes, porque son los aspectos que yo noto que el pecado afecta: tres aspectos de la personalidad que son evidentemente afectados por el pecado. En primer lugar, desde el verso 10 al 12, el daño en el carácter; en segundo lugar, mis hermanos, del verso 13 al 14, el daño en el habla, la forma en que los seres humanos se comunican; y en tercer lugar, el daño en la conducta, del verso 15 al 17.
Vamos al primer daño en el carácter. Pablo pasa en el verso del 10 al 12 a citar el Salmo 14 y el 53, que son similares, y dice en Romanos 3:10-12: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron a una; se hicieron inútiles. No hay quien haga lo bueno; no hay ni siquiera uno.” Todos estos versos, estos primeros versos, son de índole moral y apuntan al carácter del ser humano, a cómo él piensa y siente interiormente.
En el verso 10, Pablo dice que no hay justo, y como no hay justo, el hombre no puede pensar correctamente. Ya pasa a no entender, pasa a no poder entender a Dios, entender cuál es la posición del Creador y cuál, por lo tanto, es la posición de la criatura. Como él es injusto y queda sin entendimiento, ya no entiende quién es Dios, ya no entiende quién es él, y por lo tanto, como no le entiende a Dios, no lo estima como debería de estimarlo, no le busca. Si para él ya Dios no importa, ya perdió el sentido.
Como no le busca, esto pasa en el verso 11, y como no le busca, continúa. Como no le busca, él, estando alejado de aquel que podía guiarle en lo que es correcto o incorrecto, en lo que es bueno o malo, quedó, por lo tanto, lógicamente completamente imposibilitado para poder hacer algo bueno. Claro, porque ya no tiene aquel parámetro que lo guiaba hacia lo que era correcto. Por lo tanto, él es injusto. Él no entiende. Él no busca a Dios porque no entiende, y como no busca a Dios y está alejado de Él, ahora él no tiene capacidad para poder hacer algo bueno. No tiene aquel que lo guíe, quedó completamente inútil, dice Pablo. Aún así, todos se volvieron inútiles. Todos es la misma condición; son inútiles respecto a la bondad. No tienen capacidad para hacer lo bueno.
Y si esto, mis hermanos, si esto les parece demasiado… ¿Cómo que no hay nada bueno? ¿Cómo que no hay nadie bueno? ¿Cómo que no hay justicia? El mundo está lleno de obras de justicia, de caridad. Incluso hay ateos que son muy caritativos, muy bondadosos. ¿Cómo puedes decir que en el mundo no hay justo? ¿No hay nada bueno? ¿Cómo puedes afirmar tal cosa?
Y quiero responderte que estas afirmaciones, hermano, no son las de un hombre percibiendo a otros hombres. Como acabé de decir, son las de Dios percibiendo a otros hombres. ¿Y por qué digo esto? Porque para que una obra llegue a ser declarada por Dios como justa o buena, debe necesariamente partir de la motivación correcta, la cual, fundamentalmente, mi hermano, tiene que ser Dios y su gloria. Esa debe ser la motivación inicial y principal de las criaturas al realizar una obra para que esta sea considerada como buena.
Todos los actos que tú y yo juzgamos como buenos o como malos, ya sea dar de comer a los pobres, regalar juguetes, asistir a los ancianos, toda esa obra que nosotros juzgamos como buenas, sí, verdaderamente lo son, no hay discusión sobre eso. Pero nuestro juicio es simplemente de lo que nosotros vemos, y nosotros no conocemos los corazones de las personas o lo que hay detrás de eso. Uno puede hacer una olla popular para dar de comer a los pobres, uno puede regalar juguetes a los niños, puede regalar abrigos, puede hacer un montón de obras de caridad, pero lo cierto es que la intención de esa obra que aparentemente sea buena es que sea quitar algún provecho, algún provecho político. ¿No le suena familiar eso? Grandes eventos en épocas de campaña en los que yo busco, por medio de esa obra supuestamente buena, que la gente me admire y promueva mi nombre, que digan: “¡Wow, qué extraordinario! Qué buena persona es Gabriel”.
Al final de cuentas, mis hermanos, detrás de esa obra aparentemente buena no hay verdadero amor por el otro. Lo que hay es egoísmo, amor por mí mismo. A mí no me importa en realidad si comen o cuánto comen o lo que van a comer. A mí no me importa realmente que ellos no sientan frío. A mí lo que me importa en realidad es que yo sea admirado, que digan: “¡Wow, qué extraordinario, qué ser humano más increíble, qué buena persona!”.
Por estas razones es que Dios dice que no hay ningún justo y que no hay quien haga lo bueno, porque Dios mira la intención de los corazones, no solamente los actos. Es por eso que en el día del juicio, hermanos, no importará lo que piense tu mamá de ti, lo que piense tu abuela, tus hermanos, tus vecinos. Lo único que va a importar es lo que diga aquel Dios que conoce hasta lo más profundo de tus pensamientos, que conoce tus sueños, aquellos que a veces ni siquiera puedes controlar, pero que son resultados justamente de que hay algo dañado en tu naturaleza.
Y si usted respecto a esto me dice: “Está bien, porque eso es bíblico, que Dios mira el corazón, yo esa parte lo acepto, pero ahora, ¿cómo es que no hay nadie que busque a Dios, habiendo tantas religiones en el mundo?” Justamente, si tenemos tantas religiones en el mundo, es porque la gente no para de buscar a Dios. Y quiero preguntarte: ¿Tú crees realmente que la gente busca al verdadero Dios? Buscan realmente ellos al Dios verdadero. Todas las demás religiones, mis hermanos, aparte del cristianismo, no buscan realmente al verdadero Dios. Lo que ellos tienen o lo que ellos buscan es una caricatura de Dios, un Dios creado en base a las demandas egocéntricas y humanistas de los hombres, y no al verdadero Dios. Es por eso que hay tantas religiones. Es por eso que el cristianismo, al fin y al cabo verdadero, que busca glorificar a Dios, es una manada pequeña. Ellos no buscan verdaderamente a Dios. No importa en esa religión el carácter, la dignidad de Dios, no importa su gloria, sino todos los beneficios que Él les pueda llegar a dar: solucionar mis problemas familiares, económicos, sanarme, que yo logre todos mis caprichos y mis sueños.
Pareciera ser que al final de cuentas en este universo lo único que importa es la criatura y no el Creador. Pasa a ser el ser humano lo más importante en la creación. Y ojo, mis hermanos, Dios sana, Dios tiene poder, Dios sana, liberta y transforma, no hay duda de eso. Pero todas sus bondades tienen un fin principal, y no es simplemente que el ser humano esté feliz y cómodo. Eso es secundario. Lo primero es Dios mismo y su gloria. Ese es el fin principal de todas las cosas. Ese es el sentido de este universo: ¿Para qué estamos? ¿Para qué existe esta creación? ¿Para qué estamos en este mundo? Por años, los filósofos han tratado de darle sentido a esta pregunta, pero las Escrituras revelan que hay un gran sentido para este universo, y es Dios mismo y su gloria. Ese es el sentido: ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué existimos?
Pero lo cierto es que, a pesar de que el hombre, sí, Adán, sí entendía en el principio esto de que Dios era lo más importante, eso se perdió. Ahora ya nosotros no entendemos las cosas de la misma manera. Ya no comprendemos de la misma manera las cosas. Ya el Creador no tiene su lugar, y no entendemos cuán estimable es su gloria, cuán estimable es su ser. Esta situación empeora aún más, mis hermanos, porque si bien este problema es moral y está en el interior de nosotros los hombres, al final de cuentas, esta condición a desobedecer al pecado, a hacer lo que es contrario a Dios, termina evidenciándose en el habla y en la conducta de los hombres. Y esa es la segunda parte de este punto: daño en el habla.
Romanos 3:13-14 dice: “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan; veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura.” Aquí, Pablo lo que hace es citar otros salmos. Cuando Cristo se refirió al habla de los hombres, Él la relacionó directamente con lo que había en el interior de ellos, con su carácter mismo. ¿Qué dice Cristo en Lucas 6:45? Cristo enseñando dice: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca.” Hay una relación directa e íntima entre nuestro carácter y la forma en la cual nosotros nos expresamos. O sea, nuestras palabras son el resultado de lo que hay en nuestro corazón. Y Pablo cita de una manera tan precisa, mis hermanos, completamente inspirado por el Espíritu Santo, varios salmos en este punto, y no deja nada pendiente: todas las formas en las cuales nosotros pecamos hablando.
En el verso 13, él hace referencia al verso 9 del capítulo 5 de Salmos, donde el salmista describe dos tipos de conducta de sus enemigos, dos formas de hablar y expresarse. La primera, mis hermanos, apunta a aquel que habla mal, que dice ofensas e insultos, que emplea obscenidades. Un comentarista respecto a esto dice que la garganta es comparada a un sepulcro, lo que se refiere a un hombre bruto que parece querer devorar a la persona a la que le habla, diciéndole: «Qué imbécil, qué estúpido, la verdad es que eres un idiota». Esta es muchas veces la forma en que los hombres se manejan. Y si a usted le pareció gracioso, mis hermanos, a mí también me parece gracioso, y eso, ¿saben qué evidencia? Evidencia justamente que tenemos un daño en nuestra naturaleza, que somos injustos, porque, mis hermanos, para nosotros no puede parecer gracioso llamar al otro tonto, pero para Dios esto no es un juego. Eso es un daño, es algo terrible; lo único que hace es evidenciar que algo no está bien en nuestro interior.
Ahora bien, Pablo continúa. Ya ha hablado de aquellos que se expresan mal, que maltratan con sus palabras, llamando a otros estúpidos o imbéciles, pero ahora él pasa en el verso 13 a decir: «con su lengua engaña». Esto hace referencia a la otra conducta que describe el salmista de sus enemigos, y es una conducta totalmente opuesta a la de los que hablan mal y ofenden. Por el contrario, este segundo tipo de personas está cargado de halagos y bellas palabras, pero con una mala intención. El salmo que cita Pablo expresa de la siguiente manera: «con su lengua habla lisonjas». Sabían ustedes, mis hermanos (y esto lo leí en un estudio científico), que una de las herramientas principales de los manipuladores es el halago. «Qué extraordinario, qué persona admirable, me gusta la capacidad con la que te expresas, cómo piensas, te admiro, me gustaría ser como tú». Cuando ellos usan esa herramienta en primer lugar, por eso, dudo, mi hermano, cuando te encuentras con alguien que te halaga demasiado. Los manipuladores halagan primero para desarmarte. Ahí, el hombre, como nosotros somos naturalmente egoístas, al escuchar un halago quedamos así: «Dime lo que quieras». La verdad, si me vas a tratar así, nos desarman. Y ojo, mis hermanos, es bueno observar actitudes y cualidades de las personas. Eso es bueno, mi hermano, no es nada malo, pero lo malo es cuando nuestras bellas palabras tienen una intención egoísta, que es sacar provecho de la otra persona, decirle algo lindo para después conseguir lo que yo quiero. O, por otro lado, que ese halago, mis hermanos, sirva para incluso hacerle un daño a la persona, para que esa persona, en realidad, corrija un error, pero siga adelante haciendo el ridículo. Para eso pueden servir muchas veces las bellas palabras, y es muy difícil de percibir, porque a nosotros nos encanta que nos alaben y que nos digan cosas lindas.
Por ejemplo, fíjense, mis hermanos, cómo nuestro corazón está tan dañado que a veces lo que es malo lo llamamos bueno. Hacemos ciertas cosas y decimos: «Es que soy bueno». Cuando en realidad estamos siendo muy malos con nuestro prójimo. Muchas veces se ve, mis hermanos, en las redes sociales (y discúlpenme, hermana, voy a hacer este ejemplo porque me parece atinado), muchas veces las mujeres suben un estado, una fotografía de ella a sus redes sociales, donde, mis hermanos, evidentemente, en ese momento el sentido de la moda y hasta el sentido común, digamos, se le atrofió. Esa persona, esa mujer, tristemente, se puso una ropa, un vestido que no era para ella, o bien, el maquillador entendió que ella no iba a un acontecimiento serio, sino que en realidad era una fiesta de disfraces, más o menos. Y todas las personas que ven eso desde su perfil miran y dicen: «Pobrecita, se está fundiendo», más o menos. Pero lo llamativo es que detrás de eso uno ve una larga lista de comentarios de sus amigas que empiezan: «¡Divina, amiga! ¡Qué hermosa! ¡Qué bella!». Y no son, mi hermano. Pero ellas piensan que son buenas. Increíble, bella, bella. ¡Quítate tú! O cuántos halagos se les vienen a la mente. Todos esos halagos piensan que están haciendo bien cuando en realidad no tendrían que escribirle ahí, tampoco decirle: «Desastre» o callarse, o escribirle en privado: «Mira, amiga, realmente no te está favoreciendo esa foto». Eso sí es verdadera bondad. Fíjense cómo muchas veces podemos usar bellas palabras, halagos, para destruir a las personas, para hacerles un mal, para que ellas continúen haciendo el ridículo.
Ahora, Pablo sigue. Ya habló de los que hablan mal, dicen maldades; de los que incluso dicen bellas palabras con malas intenciones, y Pablo sigue en el verso 13, terminando con: «Veneno de áspide hay debajo de sus labios». Esto hace mención al Salmo 140, verso 3, donde el salmista declara que los labios que hablan calumnia y falsedades son como la lengua de una serpiente con veneno. Y yo quiero preguntarte: ¿A cuántos de los que están aquí les molesta la mentira? ¿No te suena familiar la frase: «Si hay algo que a mí me revienta es que me mientan»? ¿Si hay algo que yo no soporto en la gente, es la mentira»? Y después de esto, si te suena familiar esta pregunta, quiero preguntarte: ¿Alguna vez, siquiera una vez, tú has dicho alguna mentirita? ¿Alguna mentira? ¿Alguna vez, mi hermano, has contado solamente una parte de la verdad, omitiendo aquella que te afectaba? Eso es mentir, contar medias verdades. ¿Alguna vez escuchaste una mentira, hiciste silencio, no dijiste nada, y en esa forma apoyaste la mentira que se estaba diciendo? ¿Realmente te molesta la mentira? ¿Aborreces la mentira porque ofende a Dios, o te molesta la mentira solamente cuando te afecta a ti? ¿Hay egoísmo detrás de eso? ¿Estás pecando también de esa manera? Y por otro lado, mis hermanos, ¿nunca dijiste o no te suena familiar la frase: «Cómo no soporto a la gente doble cara»? ¿Cómo no soporto el chisme? Esa gente, ¿por qué no van y le dicen a la persona? Y te pregunto: ¿Alguna vez tú hiciste una crítica constructiva de una persona que estaba ausente? ¿Alguna vez hablaste de tus hermanos, de tus amigos, de tu compañero de trabajo, de facultad, dijiste algo cuando esa persona no estaba ahí para escucharlo? ¿En serio tú detestas realmente el engaño, el chisme, la mentira porque ofende a Dios, o solamente te incomoda la gente doble cara cuando de lo que te enteraste que se habló es de ti solamente? Piénsalo, mi hermano. Quizás Dios, ahora a través de estos ejemplos y de su palabra (porque es su palabra la que estamos hablando), te comience a poner en conciencia de que realmente tú no eres tan bueno y tan justo como tú crees que eres; que incluso a veces las cosas que nosotros creemos que estamos haciendo bien, en realidad estamos haciendo un mal.
Ahora, Pablo cierra este punto respecto al habla, donde él evidencia el daño que el pecado causa en la forma en que los hombres y las mujeres se comunican. Y en el verso 14 de Romanos 3, él cita el Salmo 107, que dice: «Llena está su boca de maldición y de engaño y fraude; debajo de su lengua hay vejación y maldad». Es a esto a lo que se refiere en el verso 14 cuando dice: «Su boca está llena de maldición y de amargura». Esto es lo que Dios ve. Incluso nuestras bellas palabras, mi hermano, muchas veces son malas porque parten de una intención malvada del corazón.
Ahora bien, esto no termina ahí. Pablo sigue presentando ante el juez y ante los acusados evidencia del pecado y de la maldad de los hombres, y esta es la tercera parte de este punto dos, que se titula «Daño en la conducta». Ellos difaman, se calumnian, se maltratan verbalmente, y todo esto decanta en peleas y disensiones. Romanos 3:15-17 dice: «Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura en sus caminos, y no conocieron camino de paz». En esta parte, Pablo cita Isaías 57, del verso 7 al 8, donde el profeta Isaías enjuicia a la nación de Israel por la terrible corrupción que había en ellos y nombra los pies como un emblema, mis hermanos, de la capacidad de caminar de los hombres, de cómo ellos se manejan. O sea, lo que apunta esto es a la conducta, a cómo ellos actúan.
El hombre actúa, mis hermanos, sin consideración alguna de su prójimo, sin temor de comprometer el bienestar del otro, y aún peor, sin valorar la vida de los demás. Y si tú quieres comprobarlo, hermano, yo te ruego que, al salir de acá, si quieres comprobarlo, compres el periódico, El Diario, cualquiera. Yo no lo leí, pero yo te aseguro, mi hermano, que tú encontrarás sus páginas cargadas, repletas de noticias que evidencian que no hay amor verdadero entre las criaturas: guerras, conflictos, robos, hurtos, asesinatos y una larga lista de… Y ustedes me dirán: «Pero bueno, los periódicos son amarillistas, venden solamente lo malo». Puede ser, puede ser que sea así, pero independientemente de las intenciones o a los intereses corporativos o a las manipulaciones muchas veces de los medios, esas noticias no son inventadas, mi hermano. Esas noticias están ahí. Que ellos vendan solamente una cosa es otro problema, pero esos asesinatos, esos robos, esos hurtos, esas peleas son verdades. Ahí son hechos y hechos que evidencian que evidentemente el hombre está dañado por naturaleza. Y si estás pensando: «Sí, Gabriel, yo confirmo, hay mucha gente mala en esta tierra, pero gracias a Dios, eso no tiene nada que ver conmigo», ojo, mi hermano. Esa era la misma actitud que tenían los judíos. Por eso es que Pablo, en el 19 y en el 20 de este capítulo 3 de Romanos, va a pasar a citarles nuevamente la ley para que ellos entiendan: «Yo me estoy refiriendo también a ustedes. Son ustedes los que tienen la ley, son ustedes los que la manejan». Y vuelvo a preguntarte: ¿Crees tú que esto no tiene nada que ver contigo, mi hermano?
«Mira, Gabriel, que yo sepa, yo nunca maté a nadie; hasta ahora, por lo menos, gracias a Dios, nunca maté a nadie.» Recuerda que quien hace el juicio no es Pablo, hombre, sino que es Dios desde los cielos, que conoce todo. Y Él dijo que llamar a un hombre estúpido, o siquiera enojarte con él, aún sin proferir alguna palabra, pero que te enojes con él en tu corazón, ya es como asesinarlo. Eso es lo que enseñó el Señor Jesucristo respecto al mandamiento “No matarás” en Mateo 5:21. En serio, yo sé que tú nunca asesinaste a nadie, pero ¿nunca pensaste por alguna vez: “Hermano, la verdad, qué insoportable”? Incluso nosotros minimizamos, porque eso naturalmente tendemos a hacer, y minimizamos nuestra maldad. Y pareciera ser que alguien te caiga mal, ni siquiera es malo; no sé qué tiempo no le aguanto nomás, hermano. Delante de Dios, sí es gracioso; a mí también me causa gracia, porque somos malos, pero delante de Dios eso es terrible. Es un asesinato. Cuando tú estás deseando el mal del otro, cuando la otra persona te cae mal, es como si te subieses arriba o como si de lejos descargases todo un arma sobre él. Eso es lo que Dios ve cada vez que tú llamas imbécil a un hermano. Es así de alta la demanda de la ley; así de alta es la santidad de Dios, mi hermano. Por eso es que el estándar es imposible de alcanzar para los hombres. Es imposible que nosotros podamos ser declarados como justos y buenos a través de una ley que es infinita, que proviene de Su carácter santo, que es infinito, inalcanzable e incomparable.
Pero esto aún no ha terminado, mis hermanos. Este es el último punto de mi sermón, donde Pablo, luego de presentar toda esta evidencia donde hay daño, mis hermanos, en la moral de los hombres, donde hay daño en el habla y donde hay daño también en la conducta, va a concluir, ahora, luego de presentar toda esta evidencia, de una manera muy significativa y contundente, citando el Salmo 36:1, donde dice: “La iniquidad del impío me dice al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Y esta declaración que hace Pablo es la gran causal, mis hermanos, de toda la maldad y de todo el daño que hay en este mundo y de todos los males que hay entre los hombres. Ves tú, mi hermano, corrupción en los gobiernos, ves nuevas enfermedades, ves desastres naturales, ves nuevas y destructivas ideologías, pensamientos terribles que van completamente contrarios a lo que Dios demanda y establece. Ves tú todo ese mal en el mundo, mi hermano. Todo eso que tú ves de mal en el mundo se resume en una causa principal, y es esta: no hay temor de Dios delante de sus ojos.
Y acá Pablo no está hablando, mis hermanos, de miedo, como quien le teme a algún mito o a algún tipo de espectro. Acá Pablo está hablando, cuando dice “temor de Dios”, de un temor reverente que tiene, mis hermanos, la criatura naturalmente al considerar el estatus único de su Creador, al respetarlo y reverenciarlo como quien Él es, que está por encima de todo, y al comprender que Él es una criatura que está muy por debajo de Él. Salomón había dicho que el principio de la sabiduría es el temor a Jehová. O sea, lo más lógico y racional que pueden hacer los hombres es darle el lugar de dignidad y de honra que a Dios le corresponde. Pero lo cierto es que, a pesar de que eso era así en el principio, y Adán reconocía a Dios, eso se perdió. Su mente se degeneró y el hombre dejó de comprender que era una criatura dependiente y necesitaba de Dios. Ya no lo reconoce; su mente se dañó, dejó de considerar a Dios, de temerlo o de honrarlo, y ya no percibe las cosas como son, ni a Dios ni a él mismo.
Y termina Pablo en Romanos 3:19-20: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio. Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él, porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. Pablo vuelve a dirigirse a los judíos, justamente, mi hermano, porque es probable que ellos, al escuchar esto, no se hubieran dado por aludidos y habrán dicho: “¡Qué terrible la situación de los gentiles! La verdad, que son un desastre”. Por eso es que Pablo les dice: “No, yo también estoy hablando de ustedes. Ustedes son los que tienen la ley. De hecho, están en una posición mucho más grave que los gentiles, porque ustedes conocen la ley y aún así la desobedecen”. Por eso es que aquel día no tendrán excusa; no tendrán nada para decir. Por eso Pablo dice: “Para que toda boca se cierre”. Ellos no podrán alegar aquel día: “Ay, yo no sabía”. Y tú tampoco podrás hacerlo, porque esta mañana lo estás escuchando, joven, niño, adulto, quien quiera que seas. Tú, así como los judíos no podrán decir “No”, tampoco los gentiles, porque su conciencia lo va a acusar. Aquel día tú ya no podrás, ni porque tu conciencia te va a acusar, y tampoco porque hoy mismo se te está presentando la palabra del Señor que te habla de que tú eres un injusto por naturaleza y que necesitas urgentemente de alguien que te provea de justicia para que puedas reconciliarte con Dios, quien es naturalmente tu enemigo. Solamente por medio de Cristo.
No amamos a Dios, eso es lo que nos dice la Ley. No amamos a Dios por sobre todas las cosas y no amamos a nuestro prójimo, mis hermanos. Este era un tema muy largo, y de hecho por ahí me extendí un poco y tenía tanto para decir, porque hay tanta evidencia de nuestra maldad. De hecho, viniendo acá a la reunión, se me ocurrió un ejemplo. Y yo le dije a mi señora: “Escúchenme, solamente para ir un poco más allá. Escúcheme: si tú hoy, esta tarde, ganaras la lotería, salta el pozo con tu nombre. Piénsalo, Heider Franco, 3900 millones de guaraníes. ¡Wow! ¿Cuáles son las primeras cosas que se te vienen a la mente? ¿Qué harías? ¿Casa? ¿Auto? ¿Algo así? ¿Viaje? ¿Invertir? ¿Qué se te viene? Piénsalo, mi hermano. Imagina 3000 millones. Ahora quiero preguntarte, en alguna de esas tres, por si acaso, ¿no se te ocurrió invertir para la propagación del evangelio y del reino de Dios? No, en serio. Tú amas a Dios más que todas las cosas. ¿Puedes cumplir tú con ese mandamiento? Porque si fuese así, lo primero que tú dirías es: “Invertamos para que el reino de los cielos se establezca. Prediquemos el evangelio, invirtamos en los ministerios”. La Ley, en realidad, lejos de ser el camino que nos pueda justificar ante Dios, nos condena, porque nos dice: “Tú no puedes amar a Dios, y tú no amas a tu prójimo. Lo que más amas es a ti mismo. Todo lo haces porque eres un egoísta por naturaleza que ha quitado a Dios del centro de tu corazón y que te has sentado tú. Y que, desde aquel día que Adán pecó, lo único que hacen los hombres es querer su propia gloria, gloria para mí”. Es por eso que el humanismo está tan arraigado en nuestra cultura, porque el hombre se ama a sí mismo. Esta es la trágica condición de los seres humanos, que somos injustos por naturaleza. Y a menos que algo extraordinario no suceda, irán los hombres y las mujeres de esta forma, como injustos, a presentarse delante de Dios en el juicio final, donde nadie se saldrá con la suya.
Pero escucha, esto es terrible, y es un panorama muy trágico, pero en este panorama tan terrible y desolador para las criaturas es donde brilla de una forma más intensa y más potente la luz del evangelio de Jesucristo. Porque mientras los hombres son injustos por naturaleza y merecen el castigo, Dios proveyó una solución. Hay una buena noticia para los hombres; no todo es malo, y esa buena noticia, hermano y amigo, es Cristo Jesús, el Redentor de gloria, el Salvador del mundo. Pablo no termina ahí. En el verso 21 de Romanos 3, que vamos a seguir estudiando después, él dice:
“Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada por la ley y los profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús para todos los que creen en él.”
Cristo Jesús vino al mundo a hacer lo que tú y yo jamás podríamos haber hecho. Él, como un hombre 100%, se sometió a la ley y nunca jamás cometió un solo acto de maldad e injusticia, ni externo ni interno. Él realmente, por su condición humana frente a la ley, sí merecía el cielo; él sí se había ganado el cielo por sus obras, porque él era perfecto. Nunca jamás cometió un solo acto de injusticia; ni siquiera tuvo un mal pensamiento. Él amó verdaderamente a Dios por sobre todas las cosas y amó profundamente a su prójimo, hasta el punto de dar su vida en la cruz del Calvario.
En Segunda de Corintios 5:21, Pablo dice:
“Al que no conoció pecado, a Cristo Jesús, Dios lo hizo pecado por nosotros los pecadores, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”
Dios no sacó nuestros pecados y los puso sobre él para que nosotros fuésemos absueltos por causa de nuestra injusticia. Isaías 53:10 dice:
“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento; cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje y vivirá por largo día, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará a mi siervo justo y llevará las iniquidades de ellos.”
Aunque era justo ante la ley, aunque merecía el cielo y se había ganado todo lo bueno, él quiso, como un culpable sustituto, ocupar el lugar de todos aquellos que merecían el castigo por causa de su injusticia, pero no de todos los seres humanos, sino solamente de los que habían de creer. Y saben qué, él quiso presentar eso, y al Padre le pareció bien; el Padre dijo: “Sí, esta es la ofrenda, la única ofrenda que puede pagar por el pecado y por la injusticia de los hombres.”
De esta manera, Cristo fue a la cruz cargando tus pecados y los míos. Si lo crees, él dejó nuestro expediente condenatorio en cero. Ya no hay pecado para condenar a Gabriel Vera, ya no hay pecado para condenar a Jorge. Cristo los llevó completamente en la cruz del Calvario. Ya nadie puede demandar por ti; ya nadie puede acusarte delante de Dios.
Y escucha, amigo, vamos a ponernos en pie. No esperes. Veo que hoy no hay visitas, así que me voy a dirigir a todos nosotros que ya nos conocemos, porque puede ser que estemos por años sentados en esta iglesia, conociendo todos los himnos, conociendo la Biblia de memoria, sabiendo todo lo que todos los ritos cristianos, conociendo toda la doctrina, pero puede ser trágicamente que muchos de nosotros nos estemos autoengañando, creyendo que somos algo que realmente no somos delante de Dios.
Así que quiero decirte en esta mañana, joven, niño, adulto, que no esperes aquel día para llegar delante de Dios cargando en tus manos tu obra, diciéndole a aquel Juez justo: “Esto es lo que pude conseguir en mi vida. Estas son mis obras.” Nadie es perfecto, pero esto es lo que yo pude conseguir. No esperes a llegar aquel día justificándote a través de la ley y con lo bueno que decían tus familiares que tú eras. No esperes a ese día, porque a través de la ley, a través de tus buenas obras, lo único que justificarán, mi hermano y mi amigo, es tu condena.
Solamente Cristo pudo, a través de su vida, alcanzar verdadera justicia para merecer el cielo. Pero si tú hoy te arrepientes de tus pecados, reconoces que tú no amas a Dios por sobre todas las cosas y que tampoco amas a tu prójimo como a ti mismo, si tú te reconoces pecador y reconoces que Cristo es el único camino para conseguir esa justicia que a ti te falta, dice Cristo que el que viene a él tiene vida eterna; hay perdón de pecado. Obtendrás su justicia, y ahora, cargando con su justicia, tendrás la entrada segura al cielo.
Vamos a orar ahora.