DEVOCIÓN POR EL EVANGELIO (Rom 1:8-15) – 18/02/24
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En la Epístola del apóstol San Pablo a los Romanos, en el capítulo 1, y en esta mañana es mi intención que compartamos desde el verso 8 al 15. Amén, dice la palabra del Señor:
8 Primeramente doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por todo el mundo. 9 Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones, 10 rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros. 11 Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; 12 esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí.13 Pero no quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros (pero hasta ahora he sido estorbado), para tener también entre vosotros algún fruto, como entre los demás gentiles. 14 A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. 15 Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma.
En el prólogo de la carta, que no es otra cosa que el saludo que hemos estudiado el domingo pasado, lo que hace el apóstol Pablo es saludar a estos hermanos en Roma, que él no había tenido el placer de conocerlos personalmente. Él se presenta y les da sus credenciales, y en unas pocas líneas nosotros pudimos ver no solamente el Ministerio de Pablo, la autoridad que él tenía como un consagrado particular del Señor con una misión particular, sino también el valor que Cristo tenía para Pablo.
Ahora bien, Pablo sigue escribiendo la carta, continúa, y en estos versos que acabamos de leer, nosotros podemos ver la devoción que Pablo tenía por el evangelio, o más bien, por la persona de Cristo, y en consecuencia, por su iglesia. Así que, mis hermanos, basados en estos versos, es mi intención que en esta mañana nosotros podamos sacar tres puntos.
En primer lugar, en el verso 8, que podamos ver la devoción de Pablo por el evangelio de Jesucristo. En segundo lugar, que nosotros podamos ver, del verso 9 al 12, amor por la iglesia de Jesucristo, el amor que Pablo tenía por la iglesia de Jesucristo. Y en tercer lugar, del verso 13 hasta el 15, que nosotros veamos la motivación por el evangelio que tenía Pablo.
Vayamos entonces, mis hermanos, al primer verso que leímos, que es el ocho, y dice así: «Primeramente, doy gracias a mi Dios mediante Jesucristo con respecto a todos vosotros, de que vuestra fe se divulga por el mundo.»
Roma, mis hermanos, era la capital del Imperio Romano, y nosotros podemos decir que Roma, en ese entonces, ya que era la capital del Imperio Romano, era el corazón del mundo. Roma estaba ubicada en un lugar estratégico, neurálgico, desde donde partían alrededor de 400 vías de comunicación o caminos hacia las diferentes provincias del imperio. De ahí es la que viene la famosa frase «todos los caminos conducen a Roma». Esta ciudad, esta metrópoli cultural, ofrecía ciertos beneficios por ser la capital del imperio y también por ser la ciudad donde residía el César. Lo cierto es que así como ellos tenían sus beneficios, como por ejemplo, el acceso al conocimiento, a la filosofía, así también, como ellos recibían ciertos beneficios, así también Roma tenía los vicios propios de las grandes ciudades. Ellos tenía sus muchos males, y dentro de esos muchos males había uno muy particular que Roma tenía: una marcada idolatría. De hecho, eran tan idólatras que hasta el mismo César tenía su propio culto, el cual era considerado algo así como un semidiós.
Lo cierto es, mis hermanos, que todos los males o vicios que había en aquella ciudad, como por ejemplo, la idolatría, no fueron suficientes para que el evangelio de Jesucristo llegue hasta aquel lugar y eche raíces. En el verso 8, nosotros podemos ver que Pablo estaba entre maravillado y gozoso de ver cómo el evangelio de Cristo llegaba hasta los lugares más impensados y hostiles y echaba raíces. Esto lo llevó a él a asombrarse y, con un corazón alegre agradecido, asombrado, él agradece al Señor: «Gracias doy a mi Dios.» La gratitud de Pablo no tenía que ver, mis hermanos, con cosas materiales. Él no estaba contento, él no le escribió a los hermanos y no les dijo: «Estoy muy contento de que hemos podido construir un gran templo en Roma». Él no le dice, hermanos: «Estoy contento porque tenemos millones de feligreses, de seguidores, miles de seguidores». Ni siquiera él estaba contento por tener adeptos poderosos en aquel lugar.
El verdadero gozo de Pablo, mis hermanos, radicaba en que Dios realmente estaba operando salvación, en que Dios estaba llevando adelante su obra de redención.
Nosotros podemos ver, mis hermanos, que en el verso 8, él dice lo siguiente a los hermanos: «Vuestra fe se divulga por todo el mundo.» Pablo estaba contento porque lo que estaba pasando ahí era realmente genuino y era un mover de Dios. Realmente Dios estaba operando salvación. Estos, mis hermanos, eran verdaderos creyentes, y cuando hay una obra del Espíritu en una criatura, eso, mis hermanos, es notorio. Él les dice: «Vuestra fe se divulga por el mundo.» La verdadera fe es imposible de esconder y de que no sea notoria.
En 2 Corintios, en el capítulo 4 y en el verso 6, Pablo va a decir lo siguiente: «Porque Dios, que mandó que las tinieblas resplandeció en nuestros corazones, para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.» O sea, mis hermanos, el mismo poder que en la creación, cuando estaba todo oscuro, cuando no había nada, dijo: «Hágase la luz», y fue la luz, y fue el sol. Ese poder todopoderoso que actuó en ese momento, que operó en ese momento, es el mismo poder que actúa en las personas para que éstas vengan y se arrepientan y reconozcan a Jesucristo como su Señor. Y yo quiero preguntarte a ti en esta mañana: ¿Tú crees que un poder de tal magnitud que opera en la criatura, en su ser interior, y que afecta todas las esferas de su personalidad, tú crees que no va a ser notorio? Hermano o amigo, por supuesto que sí.
El escritor, el obispo anglicano J.C. Ryle, dijo en una ocasión: «Un árbol siempre se conoce por sus frutos, y un verdadero creyente cristiano siempre será descubierto por sus hábitos, gustos y afectos». Y si yo te pregunto en esta mañana, hermano, tú que vienes hace mucho tiempo y que participas de todas las reuniones, yo quiero que te preguntes en esta mañana una pregunta que yo mismo me hice cuando estaba estudiando estos versos. Quiero preguntarte, ¿qué cambió en ti desde que aceptaste a Jesucristo como tu Señor y Salvador? ¿Te has hecho esa pregunta? Yo ruego a Dios que la única diferencia que tú encuentres no sea solamente que ahora tienes una actividad más o una actividad los domingos de mañana y nada más. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y que nosotros podamos ver realmente que no solamente decimos seguir, que no solamente decimos que él es nuestro Señor, sino que realmente le seguimos y le servimos, muy a pesar de nuestros muchos errores, que los vamos a tener hasta el día que nos vayamos de esta tierra. Pero algo, algo debe de haber cambiado, porque cuando Cristo opera, cuando Dios opera salvación, cuando Dios transforma los corazones, eso es evidente. Y Pablo estaba alegre, gozoso, de que Dios había operado en estas personas salvación, de que Dios los había transformado. Estos eran verdaderos creyentes, no eran meros profesantes, sino que realmente Cristo era su Señor. Ahora, Pablo agradece, pero no les agradece a ellos. No les dice: «Yo la verdad les agradezco a ustedes por ser muy nobles, por ser diferentes a los otros que viven en Roma, por ser tan nobles, tan buenos, por tener tanta buena voluntad para seguir a Cristo». Él no les agradece a ellos. Ni siquiera él les agradece particularmente a los líderes que estaban llevando la obra en Roma. ¿Cuál es el agradecimiento de Pablo? Él agradece a Dios. «Yo agradezco a mi Dios.» Y ¿por qué lo hace? Porque él estaba convencido de que quien lleva adelante la obra de redención es Dios. Si bien sus siervos predican, se preparan, se organizan, planifican, a fin de cuentas, mis hermanos, después de muchas palabras que puede llegar a decir uno, el que trae el convencimiento de pecado es Dios, y el que hace germinar la semilla del Evangelio en la dura Roca de los corazones de los seres humanos es solamente Dios, a través de la obra todopoderosa de su Espíritu Santo. Pablo le va a decir a los Corintios en su primera epístola, en el capítulo 3, y desde el verso 6 al 9, va a decir esto: «Yo planté, Apolo regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa, aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois la abanza de Dios, edificio de Dios.» Mis hermanos, graben esta frase, anótenla: La salvación es una obra de la libre, soberana y todopoderosa gracia de Dios, y nada más. El hombre no puede hacer mucho, solamente Dios opera salvación. De hecho, Pablo, hablando de esta soberanía de Dios para salvar, salvando a quien él quiere, cuando quiere, y como le place, él le dice a los romanos, en el capítulo 9, y en el verso 15: «Pues a Moisés dice: ‘Tendré misericordia de quien yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca’.» Así que, mis hermanos, y escúchenlo, verso 16: «Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia.» El evangelio es de Dios, él es su autor, él es su dueño, y él le da su evangelio, su salvación, a quien le place. De la misma manera que Pablo, nosotros tenemos que dirigir nuestra gratitud al Señor cuando nosotros vemos hombres y mujeres transformados por el evangelio, nuevos hermanos, nuevos hombres y mujeres que vienen a la fe, que vienen a abrazar a Cristo y que ahora son parte de nuestra familia. Nosotros deberíamos concluir, como Pablo, cuando vemos el avance de la iglesia, o bien deberíamos de concluir como dice el salmista en el Salmo 115 y en el versículo 1: «No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad.» En el verso 8 de el capítulo 1 de Romanos, Pablo dice: «Gracias a mi Dios.» Pero el verso continúa y dice: «Gracias a mi Dios mediante Jesucristo.» Y es que, mis hermanos, no puede ser de otra manera. Cristo Jesús es la esencia del evangelio, él es el objeto de nuestra paz para con Dios. Si nosotros sacamos a Cristo de la ecuación, el resultado, mis hermanos, es enemistad para con Dios y condenación eterna. Es por Cristo que nuestros pecados, que nos separaban de Dios, son quitados. ¿Y saben por qué son quitados? Porque él los llevó sobre sí, y cargándolos sobre sí, fue a la cruz. Y en la cruz, mis hermanos, mis amigos que están en esta mañana, en la cruz él pagó con el precio de su preciosa sangre por cada uno de los pecados de todos aquellos que creen en él. Es por medio de Cristo que nosotros podemos acceder a Dios, que nosotros tenemos paz para con Dios. Pablo le va a decir a Timoteo en su primera epístola a él, en el capítulo 2 y en el verso 5: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.» No es María, no son los santos, mis amigos, no es el sacerdote, no es el pastor, no es nada ni nadie más, es solamente por medio de Cristo Jesús que los pecadores pueden acceder confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. ¿Es eso lo que para el oportuno socorro? Es eso lo que dice el escritor a los hebreos en el capítulo 4 y en el verso 16. En este caso, mis hermanos, no todos los caminos conducen a Roma, es solamente a través de Cristo. Mis hermanos, en la antigüedad, en el Antiguo Testamento, fue Cristo, en el Nuevo Testamento es Cristo, en el presente es Cristo y siempre será Cristo, el único camino que el pecador tiene perdón para llegar a aquel Dios santo. Cristo mismo lo va a decir de su propia boca en Juan 14:6: «Yo soy el camino, no hay otro. No hay más caminos, no soy uno de los tantos. Yo soy el camino, y la verdad.» Esta es una verdad, y soy yo, y la vida. «Y nadie viene al Padre sino por mí.» El escritor a los hebreos, en el capítulo 4 y en el verso 12, va a decir: «Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en quien podamos ser salvos.» Amigos que están en esta mañana, yo quiero dirigirme a ti directamente. Yo sé que hay mucho de lo que tú vas a escuchar en esta mañana que no vas a entender, y algo hasta te va a parecer descabellado. Pero, mi amigo, si tú en esta mañana abrazas estas dos grandes verdades, si tú las recibes de corazón, de que tú eres un gran pecador, y que por causa de tus pecados tú mereces la condenación eterna bajo la ira de ese Dios infinitamente Santo, el cual es gobernador del universo, pero si tú también, por otro lado, mi amigo y mi hermano que está en esta mañana, abraza la otra maravillosa verdad, de que Cristo es un gran salvador, que con su obra pudo pagar por todos los pecados, para reconciliarte con ese Dios que iba a destruirte, si tú abrazas esa verdad, tú serás salvo, y todo esto valdrá la pena. Arrepiéntete de tus pecados, y cree en Cristo, y él te recibirá, mi amigo, con los brazos abiertos. Él te dice en esta mañana, y es para ti. Sí, te estoy hablando a ti. Imagínate que no hay nadie más en este lugar que estamos, solamente tú y yo, y me estoy dirigiendo a ti, y te estoy diciendo que Cristo te dice que si tú vienes a él en arrepentimiento y fe, él te recibirá con los brazos abiertos, y te dirá: «Adelante, hijo mío. Ven a Cristo. Arrepiéntete de tus pecados, no lo desprecies, no le des la espalda, al único que puede salvarte de la condenación eterna. Es solamente por Cristo. Ahora, luego de agradecer, Pablo continúa su carta, y nosotros podemos ver aquí el segundo punto. Evidentemente, Pablo tenía una devoción enorme por el evangelio. Él se alegraba por ver la obra redentora de Dios avanzar, él se alegraba por ver a los hermanos convertidos, él realmente encontraba gozo en aquello. Ahora, el segundo punto que yo quiero que veamos en este sermón es el amor que Pablo tenía por la iglesia de Jesucristo. Aquí nosotros podemos ver, ahora en adelante, podemos ver las características de un verdadero siervo de Jesucristo, pero también de un cristiano común y corriente. A veces nosotros leemos, mis hermanos, ciertas cosas en las Escrituras, los leemos a los apóstoles, a los siervos de Dios, y creemos que hay algunos mandamientos o algunas cosas que son solamente para ellos, y que nada tiene que ver con nosotros, las ovejas. Pero lo cierto es que todo ello que nosotros a veces no consideramos es directamente para todos los cristianos. Cuando Pablo, por ejemplo, le escribe a Timoteo y le da el requisito de los ancianos, él le dice que los obispos deben ser maridos de una sola mujer. Y yo te pregunto, mi hermano, ¿tú piensas que eso solamente es para los obispos, para los pastores? Por supuesto que no, es para todos los creyentes. Cuando Pablo le habla a la servidora y le dice que ellas sean honestas y no calumniadoras, que no anden con chismes hablando, él no solamente se está refiriendo a las mujeres que sirven, sino a todas las hermanas de la congregación. De la misma manera, la actitud de Pablo, mis hermanos, debe ser un espejo, debe ser un ejemplo para que nosotros sigamos. No solamente Pablo debía gozarse en el evangelio, no solamente Pablo debía predicar, sino todos los creyentes. Ahora, Pablo amaba a la iglesia, y en el verso 8 nosotros encontramos que él se alegraba, se alegraba y daba gracias a Dios por estos hermanos. En el verso 9 y 10 nosotros vamos a ver de que este amor que les llevaba a agradecer por ellos, también los llevaba a orar por ellos, en el 9 y 10, y no lo hacía a veces, sino en todo momento. Y desde el 10 en adelante, también veremos, mis hermanos, que él tenía, como los amaba, un profundo deseo por estar con ellos, y no solamente estar, sino bendecirlos, y también ser bendecidos de esa comunión en la familia de la fe. Todo esto, mis hermanos, el haberse alegrado con ellos y haber agradecido a Dios, el amarlos, el orar por ellos sin cesar y el querer estar con ellos, no puede ser, mi hermano, otra cosa que el resultado de un corazón que ama. Él no solamente se alegraba con ellos, sino que él oraba, él quería estar con ellos. Alguien que ama al otro ora por el otro. Alguien que ama al otro, al hermano, se alegra con él, desea verlos. Evidentemente, Pablo los amaba y tenía todas estas emociones bien direccionadas.
Ahora es notable que este hombre Pablo, antes llamado Saulo, quien era un asesino de creyentes y los odiaba profundamente, ahora los ame tan profundamente y entrañablemente. Y eso solo puede ser producto de un milagro, del milagro de la obra del Espíritu Santo en el corazón de Pablo. Había sido transformado por el Espíritu Santo; todo en su interior había cambiado, sus deseos, sus motivaciones, absolutamente todo. Pablo había experimentado el Milagro del Nuevo Nacimiento que lo había transformado de tal manera que aquel que para él era un farsante ahora pasó a ser su Señor. Y lo más importante es que aquellos que eran sus enemigos, que él quería destruir, ahora son sus hermanos a quienes ama profundamente. Él era una nueva persona, y esta nueva persona que antes odiaba, ahora ama. Dice el verso 9 del capítulo uno: «Porque testigo es Dios a quien sirvo en mi espíritu». Otra versión dice: «A quien sirvo de corazón en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones».
Pablo, mis hermanos, no tenía miedo de apelar a aquel que es por naturaleza omnisciente y sabe todas las cosas, y conoce hasta lo más profundo de los secretos de los hombres. Pablo no tenía miedo de apelar a Dios porque él estaba seguro; él tenía la tranquilidad porque la oración por los hermanos era una constante en su vida, y no solamente por los hermanos en Roma, sino por los hermanos en todo el mundo. Y se lo voy a leer yo en primera de Tesalonicenses, en el capítulo 1 y en el verso 3, por ejemplo, él les dice: «Acordándonos sin cesar delante de Dios del Dios y Padre nuestro, del Señor, de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo». Por ejemplo, cuando le escribe a los Filipenses, él les va a decir en el capítulo 1 en el verso 4: «Siempre en toda mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros». Por ejemplo, cuando le escribe a los Efesios en el capítulo 1 y en el verso 16, él les va a decir: «No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones».
La oración de Pablo por sus hermanos era constante, y era constante porque su amor era constante hacia ellos. C. Lewis en una ocasión dijo: «Orar es decir ‘Te amo’ a escondidas. Es amar sin ser visto, sin audiencias ni aplausos. Es fortalecer al otro abrazarlo invisiblemente». Y yo quiero preguntarte, mi hermano, en esta mañana, ¿orar tú por tus hermanos cada vez que tú te anonadas los domingos para orar? ¿En la semana, en particular, por tus hermanos? ¿Puedes tú decir, como Pablo, ‘me es testigo Dios’? O vayamos un poco más allá, cada vez que tú en los grupos de la iglesia, tú escribes: «Vamos a orar», ¿orando realmente tú puedes decir, como Pablo, «me es testigo Dios»? Piénsalo por un segundo, ¿puedes decir, como él, «me es testigo Dios»?
Por otro lado, hermano, qué hermoso, qué hermoso que es saber que nos es testigo Dios. Porque aquellas oraciones que haces tú que parece que ni siquiera al techo llegan, que el mismo Satanás y tu propia incredulidad te dicen, pareciera ser que estás hablando solo. En realidad, no lo estás haciendo, porque dice Pablo que nos es testigo Dios, ahí está él escuchándote. Toma ánimo, mi hermano, ten confianza y sigue orando, porque Pablo dice que nos es testigo Dios. ¿Estás orando por un familiar y pareciera ser que Dios no te escucha y que nunca se va a convertir? ¿Estás orando por una situación económica y pareciera ser que eso nunca se va a solucionar? ¿Tienes algún problema de salud? Créeme, mi hermano, no estás solo, es testigo Dios. Dios escucha, y escucha bien esto, y Dios como escucha, él responde. Dios responderá como pediste, o responderá como debiste haber pedido, pero él siempre responderá conforme a su propósito, el cual está por encima de todas las cosas, es mucho más perfecto y más sabio de lo que nosotros podemos llegar a pensar o dimensionar. De hecho, Pablo mismo dice que él tenía continuas rogativas al Señor para que le permitiera ir a Roma a visitarlo. Y saben qué, a sus continuas oraciones que Pablo hacía a Dios para ir a Roma, el Señor le respondió. Ese Dios que le era testigo, que le escuchaba cada vez que Pablo se arrodillaba pidiendo para ir a Roma, ese Dios le respondió a Pablo. Y saben qué le respondió, no. Pablo, todavía no vas a ir. Y gracias a que Dios le dijo no, hoy en día, mis hermanos, nosotros tenemos la epístola a los Romanos, y podemos disfrutar de estas enormes verdades.
En ese no a Pablo, estabas tú y yo, hoy en el 2024, recibiendo la verdad de Jesucristo y su amor por medio de las Escrituras. Qué bueno que Dios le dijo no a Pablo, gloria al Señor por eso. Pablo agradecía por ellos, oraba por ellos, y también él deseaba estar con ellos. Veamos el verso 10, y rápidamente voy a citar en el verso 10, por ejemplo, se nos dice del capítulo 1 de Romanos: «Rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros». En el 11, por ejemplo, se nos dice: «Deseo veros». Y en el 13 se nos dice: «No quiero, hermanos, que ignoréis que muchas veces me he propuesto ir a vosotros, pero hasta ahora he sido estorbado». Y en el 15, él les dice: «Pronto estoy», otras versiones dicen: «Ansioso estoy, de anunciaros el evangelio». Matthew Henry comenta que el término que él utiliza en el 11 para decirles «deseo veros», ese deseo expresa un deseo vehemente lleno
de nostalgia y añoranza. Perdón, en palabras nuestras, hermanos en Roma, yo me muero, me muero de ganas por estar con ustedes, es eso lo que Pablo le está diciendo. De hecho, en el 15, el término que se usa es «estoy ansioso, me muero de ganas por estar con ustedes».
Ahora, este profundo deseo que tenía Pablo por estar con ellos evidentemente es el resultado del amor por ellos, mis hermanos, pero no es un mero sentimentalismo irracional o sin propósito. Pablo no solamente quería abrazarlos y decirles palabras hermosas y nada más. Eso está muy bien, pero no solamente quedaba en palabras. El amor que Pablo tenía hacia ellos sino que Pablo, al ir a Roma, él tenía tres objetivos. En primer lugar, nosotros vemos en el verso 11 que él quería ir a Roma para la edificación de los cristianos. Él les dice en el verso 11: «Para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados». Y me gusta cómo traduce esta palabra confirmado la Nueva Versión Internacional, dice de la siguiente manera: «Tengo muchos deseos de verlos para impartirles algún don espiritual que los fortalezca». Él quería, a través de los dones que el Señor le había regalado, bendecir a sus hermanos. Realmente, su amor estaba bien direccionado y era un amor práctico que de hecho se iba a hacer evidente en el tiempo y se veía en la vida de Pablo, día a día, obrando y trabajando por la salud y el bienestar de los creyentes.
Ahora bien, es interesante notar que ligado a esto está el verso 12, íntimamente ligado, y pareciera ser que Pablo se autocorrige. Fíjense lo que dice, y aquí nosotros podemos ver el segundo propósito que él tenía para ir a Roma. En primer lugar, ir allá para bendecirlos, y en segundo lugar, él quería ir a visitarlos para él mismo ser fortalecido y consolado por ellos. Dice John Stott: «Si nosotros tomamos en mente el verso 11, pareciera ser como si Pablo tuviese todo para dar y nada que recibir, pero él de inmediato explica, y hasta es como que él se autocorrige». Veamos el verso 12, dice esto, o mejor dicho, esto es para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí. La Nueva Versión Internacional lo dice de la siguiente manera: «Mejor dicho, para que unos a otros nos animemos con la fe que compartimos».
Pablo sabe, mis hermanos, de las bendiciones recíprocas de la comunión cristiana. Y aunque él era un apóstol, un consagrado particular de Dios, alguien que ministerialmente estaba por encima de los demás por su apostolado, Pablo sabe que, aunque él era apóstol, él no era demasiado orgulloso como para reconocer su propia necesidad de la comunidad cristiana. Necesitaba de ellos. De hecho, a estos hermanos en Roma él les va a decir en el capítulo 15 y en el verso 32, cuando les habla de que él va a ir allá, les dice: «Para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y sea recreado juntamente con vosotros». Y cuando se nos relata en Hechos 28 la llegada de Pablo a Roma, es realmente impresionante, mis hermanos, que él, con el simple hecho de ver a los hermanos en Roma cuando salieron a su paso, dice el relato que él cobró aliento. Con el simple hecho de verlos, Pablo se reconoce necesitado y sabe por experiencia propia lo beneficiosa y estimulante que puede ser la comunión entre los santos.
Pablo les dice: «Yo no soy un superhombre. Yo también necesito de ustedes. Yo sé que si yo voy a ustedes, ustedes me van a bendecir profundamente». Y de hecho, ellos fueron una bendición para él con el simple hecho de verlos. Estos hermanos nos deben llevar, mis hermanos, a no idolatrar a los líderes, a eso que nosotros vemos por YouTube y decimos: «Wow, qué tremendo, estos hombres capaz que deben pecar unas pocas veces por día». Esto nos debe llevar a nosotros a no idolatrar a estos hombres, a no considerarlos más de lo que son: pecadores salvados por gracia, como tú y como yo. No debemos llevarlos a considerarlos más de lo que son, porque el valor no está en ellos, sino en Dios. Dios les dio un trabajo particular, pero ese valor en ellos no es de ellos, sino es de Dios.
Los líderes, mis hermanos, necesitan de nuestras oraciones, necesitan de nuestras exhortaciones, muchas veces necesitan, hermano, desahogarse, ser alentados, incluso ser bendecidos económicamente por medio de la comunión. Dios obra y bendice a todos los creyentes, al clérigo, al laico, a la oveja y al pastor, al que tiene un cargo y al que no, al que predica, al que toca un instrumento o canta, al que corta el pasto, a cualquiera. Absolutamente todos son bendecidos por medio de la comunión. No hay quien no necesite de su hermano. No existe. En Hebreos 10:24 se nos dice: «Y considerándonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veáis que aquel día se acerca». En esa interacción cristiana, en la comunión, invisiblemente Dios obra, bendice y da crecimiento a su pueblo. Ellos se exhortan, se estimulan a las buenas obras, se animan y se gozan en el amor de Cristo.
Pablo era animado por ellos, se gozaba por ellos y por ver la obra del Señor avanzando. Y yo necesito preguntarte en esta mañana, ¿cuándo fue la última vez que tú ayudaste a un hermano de esta congregación, a tu hermano? ¿Cuándo fue la última vez que simplemente le escribiste y le preguntaste: «¿Estás bien? ¿Necesitas algo»? ¿O que simplemente, y esto ya tiene que ver con algo interno tuyo, que simplemente al verlo te alegraste con él, al verlo que él está gozoso en la reunión, que él está recibiendo la palabra o que Dios está operando realmente un crecimiento en él y te gozaste? ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste, hermano? ¿Son realmente tus hermanos motivos de alegría para ti, como lo eran para Pablo? ¿Amas tú a la Iglesia de Cristo, a aquella iglesia que tu Señor, el que tú dices que es tu Señor, ama de una manera tan grande que él dio su vida por ella?
Recuerda las palabras de Juan en primera de Juan 4:8: «El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor». Y no le voy a agregar nada al verso, saquen sus propias conclusiones. En la última parte del verso 13, ahí en el capítulo 1 de Romanos, va a mencionar su tercer objetivo para ir a Roma, y ya estoy finalizando, por el cual él quiere ir a Roma. Y este tercer y último objetivo es también el tercer y último punto de este sermón, de esta mañana, que es la motivación que Pablo tenía por el evangelio de Jesucristo. Él dice en el verso 13: «Para tener también entre vosotros algún fruto, como de entre los demás gentiles». En las Escrituras, mis hermanos, nosotros encontramos que la palabra «fruto» se usa de tres formas diferentes. En primer lugar, refiriéndose a actitudes espirituales; en segundo lugar, para acciones justas; y en tercer lugar, para nuevos creyentes. En este caso, Pablo lo utiliza en esa última forma, en ese sentido, para referirse a nuevos creyentes, como él ya lo había utilizado en el capítulo 16 en el verso 5, cuando él les dice: «Saludad también a la iglesia de su casa. Saludad a Epeneto, amado mío, que es el primer fruto de Acaya para Cristo».
Ahora, Pablo estaba realmente motivado por ese evangelio que se le había sido encomendado. Él tenía una misión para ir a Roma. Él tenía no solamente una misión, tenía un compromiso íntimo con su Señor. Nosotros hemos visto la semana pasada en el verso 5 del capítulo 1 que él les dijo: «Y por quién Cristo mismo me dio esto, y por quién recibimos la gracia y el apostolado para la obediencia a la fe en todas las naciones, por amor a su nombre, ir allá y predicarles el evangelio, promover el nombre de su Señor, levantar el nombre de Cristo en alto en aquellas ciudades, contra todos los riesgos que eso significaba, esa era su misión, su deber». De hecho, él les dice a los Corintios en primera de Corintios 9:16 y 17, pues, si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad. Y él dice esta frase: «Ay de mí, ay de mí, si no anuncio el evangelio. Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada».
Por esta razón es que Pablo, en los versos 14 y 15, dice lo siguiente, hermanos: «A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios, soy deudor. Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma». Esta comisión de Dios lo ponía a él en deuda con todos los demás seres humanos. Él tenía ahora una deuda, él les debía a cada ser humano el presentarles a Cristo, el anunciarles el evangelio. Por eso es que él les dice: «Yo les debo a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios, soy deudor. No importa de qué nacionalidad sean, no importa de qué clase social sean, no importa la edad que tú tengas, a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios, yo les debo el evangelio, yo tengo que predicarles a Cristo, tengo que presentarles a mi glorioso Señor».
Esa era la mayor motivación de su vida, que de hecho él va a terminar sus días entregando su propia vida por esa causa que él tanto amaba y por ese Señor que él tanto amaba. Lo que Pablo quería hacer era simplemente obedecer a su Señor, al ir allá, promover su nombre. Él quería realmente cumplir con la misión que él le había encomendado, pero esta misión no era solamente para él, no era solamente para los apóstoles, mis hermanos, era para todos los creyentes, todos aquellos que se identifican con Cristo. Deben promover su nombre. En Marcos 16:15, el Señor manda a todos los creyentes, a ti y a mí, «id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura». Esto no era solamente para Pablo. Esta debe ser la motivación de tu vida y de la mía, que el Señor nos hable en esta mañana y obre nuestros corazones para poder llevar adelante su nombre, para glorificarlo.
Yo debo preguntarte, y esto ya es lo último, ¿cuándo fue la última vez que tú le predicaste a alguien? ¿Hace cuánto que tú no le hablas a alguien de Cristo? ¿O peor aún, alguna vez le hablaste a alguien de Cristo o hiciste algo por la causa? ¿Trajiste a alguien a la iglesia a escuchar el mensaje del evangelio de Cristo? Pablo tenía devoción por el evangelio de Jesucristo, amaba a su Señor, amaba a su iglesia, amaba a su causa. Su vida tenía una única y gran motivación, que era que el reino de su Señor sea establecido. Y yo te pregunto, ¿sientes tú lo mismo? ¿Tienes tú el mismo deseo que Pablo? Si te dieran a elegir, ¿quieres ganar el bingo o que más personas vengan a la fe en Jesucristo? Qué elegirías. ¿Qué prefieres? Kevin Deyoung dijo la siguiente frase, y préstenme mucha atención, respecto a qué es lo que te motiva: «Si todas tus oraciones, mis hermanos, fueran contestadas esta semana, piénsalo. Si todas tus oraciones fueran contestadas esta semana, ¿quién se convertiría? ¿Cuántos matrimonios serían restaurados? ¿Qué gran avance del evangelio se llevaría a cabo? Y ¿qué misionero sería enviado? Si todas las peticiones de tu corazón fueran cumplidas»
Si esta pregunta te llevó a ti a pensar o a sentir que algo no está bien dentro de ti mismo, mira, mi hermano, tú no necesitas un curso o una terapia motivacional para poder encontrar motivación en el evangelio.
Probablemente, mi hermano, lo que tú necesites es arrepentimiento y fe en Jesucristo. Y si tú quieres hacerlo, este es el momento para hablar con tu Señor sinceramente y abiertamente, porque aunque tú quieras esconderle la verdad de tu corazón, él la ve y la conoce. No tenemos otra que ir a Dios en humildad, en reconocimiento. Vamos a él.