EL ENGAÑO DE LA FALSA RELIGIÓN (Rom 2:17-24)- 16/06/24

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Así como estamos cómodamente sentados, hermanos, vamos a abrir nuestras Biblias en el capítulo 2 de la Epístola de Pablo a los Romanos. En esta mañana, quiero que leamos la sección que corresponde desde el verso 17 del capítulo 2 hasta el 24. Amén. Dice la Palabra del Señor: «He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la Ley, y te glorías en Dios, y conoces Su voluntad, e instruido por la Ley apruebas lo mejor; y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños que tienes en la Ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú, que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú, que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú, que te jactas de la Ley, con infracción de la Ley deshonras a Dios, porque, como está escrito, el Nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros.

Para contextualizar, hermanos, Pablo, en este tramo de la carta, en esta sección de la carta, viene desarrollando el enorme e insoluble problema en el que está sumergida la raza humana. Desde el capítulo 1 y desde el verso 18, Pablo se había dirigido a un sector de sus receptores de la carta, que eran los gentiles paganos e inmorales. Aquellos que, por causa de su injusticia, le habían dado la espalda a Dios y habían vivido de espaldas a Su Ley, como bien Él va a decir, completamente entregados a la concupiscencia de sus corazones. Estos son los primeros a los cuales Pablo se refiere: los gentiles inmorales por causa de su injusticia y de su deshonestidad intelectual por haber negado a Dios a pesar de las enormes y abrumadoras evidencias de la existencia de Dios en la creación y en su propio intelecto.

Ya en esta vida, mis hermanos, ellos han comenzado a experimentar destellos de la ira de Dios. Estos destellos de la ira de Dios que ellos han empezado a experimentar no son otra cosa que las consecuencias naturales y lógicas de la vida inmoral. Por otro lado, y luego de que Pablo terminó con ellos y los sentenció al juicio, ahora, en esta sección de la carta, en el capítulo 2, y como ya hemos visto, Pablo tiene en mente a otro grupo, y este grupo es a los judíos moralistas.

¿Qué es lo que Pablo va a hacer específicamente en esta sección del verso 17 al 24? Va un poco más profundo en su análisis o en su juicio respecto a ellos, y va a atacar directamente su pensamiento religioso. O, para decirlo de una forma más clara, mis hermanos, va a atacar su falsa religión, una religión que los tenía a ellos engañados y completamente cegados, creyendo que ellos iban camino al cielo cuando, en realidad, eran enemigos de Dios, estaban en enemistad con Él, cargando día a día ira a su cuenta, como Él bien ya lo afirmó en el verso 5 de este capítulo 2 que ya hemos compartido.

Lo cierto es que, por esta razón, yo titulo el sermón de esta mañana «El engaño de la falsa religión.» Antes de comenzar, sería bueno —y creo que es bueno— que yo les explique por qué califico como falsa a la religión de los judíos. Estos judíos moralistas habían montado toda una estructura que parecía correcta, que parecía una religión verdadera. Pero, trágicamente, mis hermanos, esto que ellos profesaban y que practicaban estaba muy lejos de Dios. El mismo Señor Jesús, en Mateo 15:8-9, les va a decir a estos judíos lo siguiente: «Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de Mí; pues en vano me honra, enseñando como doctrina mandamientos de hombres.» Ellos habían tomado, mis hermanos, todo lo bueno que Dios les había dado, tomaron todos esos privilegios, las bondades de Dios, pero lo hicieron a un lado. Tomaron Su Ley, que era perfecta y que necesariamente es espiritual, y que para ser cumplida y observada como debe ser, debe partir de un corazón que ama a Dios, y la redujeron netamente a una cuestión externa, a actos que nada tienen que ver con el corazón. De esta manera, ellos, mis hermanos, lo que hicieron fue rebajar el estándar de la Ley. La Ley era mucho más profunda, tiene un carácter espiritual que tiene que ver con una disposición del corazón, con nuestras voluntades y con nuestra razón, pero ellos lo redujeron simplemente a hacer, independientemente de lo que yo piense o sienta. Era solamente hacer por hacer y ni siquiera tener en cuenta a Dios.

Es por eso que, al haber rebajado el estándar de la Ley meramente a cuestiones externas, ellos creían que cumplían con los requisitos o con las demandas de la Ley. Ellos estaban seguros de que estaban a la altura de lo que se demandaba en la Ley y que, por lo tanto, tenían el cielo asegurado. En Mateo 5, el Señor Jesús, en el Sermón del Monte, les enseña este carácter espiritual interno de la Ley y les dice: «Escuchen, el adulterio no tiene que ver meramente con el acto sexual físico o con el coito. No va más allá que el acto sexual en sí; tiene que ver con tu corazón y con tu pensamiento.» En el verso 28 del capítulo 5 de Mateo, Cristo les dice: «Pero yo digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró en su corazón y es tan culpable como el que se acostó con ella.» Escuchen, judíos, la Ley es mucho más profunda que eso que ustedes crearon.

Le sacaron lo fundamental, le sacaron lo más importante, que es el espíritu de la Ley, y lo convirtieron en cosas meramente externas. Y, para colmo de males, le añadieron unos cuantos requerimientos más sin sentido. En Mateo 23, Cristo los acusa justamente de esto y les dice: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque diezmáis la menta, el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe!» Más adelante les va a decir: «Ustedes están colando el mosquito y se están tragando al camello.» Se están olvidando de lo más importante de la Ley. Están rebajando Mi Ley, están pisoteando lo que Yo establecí. Ustedes están creyendo o se están poniendo en un lugar superior a Mí y ni siquiera se están dando cuenta de lo que están haciendo con esta falsa religión que han establecido.

Lo cierto es que estas palabras del Señor acusándole a estos judíos moralistas no sirvieron de nada. ¿Por qué no sirvieron? No sirvieron para cambiar el rumbo de ellos. Ellos siguieron su camino de rebeldía al Señor con esa religión que ellos mismos habían creado. Ahí estaban ellos cumpliendo una serie de requisitos, vistiéndose de determinada manera, siguiendo a rajatabla una dieta estricta de alimentos, realizando ciertos actos y privándose de otros, y creyendo que con esto ya tenían el cielo asegurado. Ya ni siquiera necesitaban a Dios porque ellos mismos, con su esfuerzo, por sus propios medios, podían ganarse el cielo. Eso es lo que ellos creían. A este tipo de pensamiento religioso, mis hermanos, se le conoce como legalismo, a aquel que tiene en el centro a la Ley, al cumplimiento de la Ley. También se le conoce como moralismo, ya que este último, el moralismo, no es otra cosa que cumplir con un conjunto de leyes o de reglas morales. El legalista, por lo tanto, mis hermanos, y el moralista cree que cumpliendo un conjunto de leyes y normas va a alcanzar la divinidad, a Dios, va a conseguir el favor de Dios y Sus beneficios. Y eso es lo que más le importa. En realidad, no le importa a Dios, pero sí los beneficios, y eso era lo que les importaba a ellos. Esta era la falsa religión de los judíos, mis hermanos, que aunque estaban en el camino incorrecto, ciertamente ellos, a pesar de que estaban en ese camino incorrecto, disfrutaban providencialmente de ciertos beneficios sacados de la verdadera religión.

Este es el primer punto de este sermón de esta mañana: los beneficios aparentes de la falsa religión. ¿Por qué digo que son beneficios aparentes? Porque son beneficios temporales. En esta vida, se disfrutan de la buena moralidad, de tener una buena reputación, de que hablen bien de uno, de que lo vean como un santo, como una persona confiable. Se disfruta en esta vida de esos beneficios. Son beneficios aparentes, pero lo cierto es que en la eternidad, en el gran Día del Señor, estos mismos beneficios de los cuales ellos disfrutaban en esta vida vendrán a ser argumentos en su contra en el día en que Dios los llame a dar cuenta. Por eso digo que son beneficios aparentes. Ellos utilizaban la Ley de Dios, la cual, por definición, es buena, y cumplían un conjunto de mandamientos de manera externa. Se

vestían de cierta manera, no cometían algunas cosas, no hacían algunos actos, se cuidaban en su manera de hablar, y todo esto que ellos hacían les daba ciertos beneficios. Porque la Ley en sí misma es buena, y el que cumple con ciertas normas que Dios establece va a recibir beneficios. Aquel hombre o aquella mujer que no es promiscua se va a salvar de un montón de males que acarrea la vida inmoral: no van a haber embarazos no deseados, no van a haber familias destruidas, no van a haber enfermedades de transmisión sexual. Ven cómo la Ley, aún sin tener en cuenta a Dios, como es buena, puede llegar a darte ciertos beneficios. Pero lo cierto es que esos beneficios que puede llegar a darte la Ley por cumplirla, eternamente, en el día de mañana, en el gran Día del Señor, vendrán a ser para ti argumentos en tu contra. Por eso digo que estos son beneficios aparentes.

¿Qué hacían ellos? Bueno, ellos tenían buena reputación. Bienvenido sea. Ellos tenían cierto estatus, poseían conocimiento, el cual no es algo menor. Eran liberados, como dije recién, de la vida inmoral. Ellos disfrutaban de esos beneficios. En el verso 17 y en el 18, Pablo les dice de este capítulo 2 de Romanos: «He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la Ley, y te glorías en Dios, y conoces la voluntad, instruido por la Ley apruebas lo mejor.» Tú tienes el sobrenombre de judío, algo no menor, mi hermano. Tú eres parte del pueblo escogido por Dios, de dónde proviene la salvación. Cristo mismo dice eso en Juan 4:22, cuando habla con la mujer samaritana: «Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos.» Este título de judío era un título honorífico. ¿Por qué? Porque Dios lo había escogido para revelar Su gloria en la antigüedad. «Te apoyas en la Ley,» Pablo le dice, «tienes acceso a una institución divina, a la sabiduría más alta, al conocimiento más elevado, a la verdad más confiable.» Y continúa Pablo y le dice: «No solamente eso, te glorías en Dios.» Y hermanos, ¿qué es más correcto que gloriarse en Dios? ¿No es acaso ese, mis hermanos, el compendio o el resumen de la religión verdadera: gloriarse en Dios?

Pablo mismo le va a decir a los Corintios en su primera Epístola, en el capítulo 1 y en el verso 31: «El que se gloría, gloríese en el Señor.» ¿Qué puede ser más correcto que eso? Pero no solo eso. Pablo continúa, y en el verso 18 que acabamos de leer le dice: «Conoces la voluntad de Dios,» y más adelante le va a decir: «Has sido instruido en la Ley; apruebas lo mejor.» O sea, tú no solo tienes la Ley, tú tienes el conocimiento; tú sabes la voluntad de Dios. Tú tienes la capacidad de discernir y diferenciar con precisión entre lo bueno y lo malo, algo, mis hermanos, que a veces no es tan fácil como parece en determinados contextos. No lo es, y más en el contexto de los paganos inmorales. Pero tú conoces la voluntad de Dios, le dice Pablo. Todas estas cosas—el llamarse a sí mismo judío, escogido de Dios; el gloriarse en Dios; el tener la Ley, estudiarla y conocerla; el conocer la voluntad de Dios—no eran cosas malas.

Por el contrario, eran buenas. El problema estaba en que ellos, con su malvado corazón, lo contaminaban, llevándolos a esa religión paralela que ellos habían creado, donde la gloria ya no era para Dios, sino para ellos mismos. Porque cumplían con los estándares: «Miren lo bueno que soy, miren lo santo que soy. ¿Quién más que yo merece el cielo?» El orgullo por ser judío no tenía que ver, mis hermanos, con que Dios haya sido misericordioso con ellos. A pesar de que no había nada diferente en ellos, Él los había escogido de pura gracia. No tenía que ver con eso, sino con sentirse mejor que los demás. «Nosotros somos una raza superior.» Ven, el autodenominarse judío no tenía que ver con algo bueno, sino con la soberbia y la arrogancia de sus corazones. «Nosotros somos una raza superior.» Se apoyaban en la Ley, pero no se apoyaban en la Ley con amor a Dios para poder honrarlo y glorificarlo. Se apoyaban en la Ley para recibir los beneficios propios que la moralidad les otorgaba. Se gloriaban en Dios, pero no con fe, humildad, gratitud y obediencia, sino que era una jactanciosa profesión externa de su nombre: «Nosotros pertenecemos a Dios, somos casi ángeles.» En Juan 8:41, ellos mismos van a decir: Jesús les dice: «Vosotros hacéis la obra de vuestro padre.» Y qué le dicen ellos en Juan 8:41: «Nosotros no somos nacidos de fornicación; un Padre tenemos, que es Dios.» Hay un solo Dios en los cielos, hay un solo Dios verdadero, y ese Dios es nuestro. Nos pertenece; nos eligió a nosotros porque evidentemente Él sí sabe apreciar lo que es bueno.

Esa era la mentalidad judía. Yo no estoy abusando, mis hermanos. Ellos creían que, por el simple hecho de ser judíos, ya tenían el cielo asegurado. Ven cómo todo esto que parecía bueno ellos lo usaban de mala manera. Conocían la voluntad de Dios, dice Pablo. Ustedes conocen la voluntad de Dios; tienen en sus manos la información más valiosa, la sabiduría más alta para conducirse y hacer lo bueno. Eso es lo que ustedes tienen, judíos. Pero aun así, ellos, de manera consciente, conociendo la voluntad de Dios, conociendo la Ley de Dios, de manera consciente y disfrazada, ellos elegían hacerlo mal. Ven lo terrible que era su caso.

Todas las bondades y los privilegios que ellos habían recibido de parte de Dios, como Él mismo va a mencionar más adelante en el verso 4 del capítulo 9: «La adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la Ley, el culto y las promesas,» en lugar de acercarlos a Dios, todos estos privilegios y beneficios de Dios lo que hicieron fue alejarlos. Muchas gracias. Ahora ya tenemos todos estos beneficios, tenemos todo esto; ahora ya no te necesitamos. Nosotros podemos por nosotros mismos. En cierto sentido, a eso, mis hermanos, se refiere el apóstol Pablo cuando en el verso 4 de este capítulo 2 dice: «¿O menosprecias las riquezas de Su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que Su benignidad te guía al arrepentimiento?» Todos estos privilegios que el Señor Dios—todo lo bueno que está pasando, la gracia del Señor que se ha derramado, Su bondad que te ha mostrado—deberían llevarte a agachar la cabeza y reconocerlo. Pero más adelante, en el verso 5 de este capítulo 2, le dice: «Pero por tu dureza y tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios.» Y lo cierto, mis hermanos, es que esta falsa religión no se circunscribe o no tiene que ver solamente con estos judíos. La falsa religión los excede a ellos y tiene que ver con el mundo incrédulo en general. Se dice comúnmente que hay solamente dos religiones en el mundo, por lo menos en términos soteriológicos, o referentes a la salvación: hay solamente dos religiones en el mundo. Una es la religión verdadera y la otra es la falsa. La falsa puede tener, mis hermanos, distintas formas o apariencias, pero en esencia son las mismas. Ella sostiene que, según lo que tú hagas en esta vida, según lo que tú realices aquí y ahora—si practicas el bien, si das limosna, haces sacrificios rituales y buscas la iluminación y la ética—podrás alcanzar a la divinidad o el bien en la siguiente vida.

Yo me recuerdo, mis hermanos, a un jefe mío diciéndome de una manera tan confiada en su pensamiento religioso, diciéndome: «Trato de hacer las cosas bien porque en la próxima vida me encantaría volver a reencarnar en artista.» Él estaba completamente seguro de eso, de que, según cómo él se comportase en esta vida, en el más allá le esperaría algo bueno o algo mejor. Se dan cuenta, mis hermanos, si ustedes pueden percibir que este pensamiento que acabo de describir no dista mucho del pensamiento de los judíos. Es algo muy similar: si yo realizo estas cosas en esta vida, en la otra vida me espera lo mejor. Es eso lo que creían los judíos. Llámese judaísmo, budismo, hinduismo, catolicismo romano o el nombre y las formas o prácticas que quieran ponerle, todas ellas te dirán que debes hacer en esta vida para recibir lo bueno en el más allá. Sin embargo, amigo y hermano, la verdadera religión te dice: Tú nada puedes hacer porque ya has hecho algo, y fue malo: pecar. Pero aunque has hecho mal y nada puedes hacer, y no mereces el cielo, Dios, de pura gracia, proveyó a Su Hijo Jesucristo para acercarte a Él y regalarte la vida eterna.

Eso es lo que dice la verdadera religión: Tú nada puedes hacer porque Él ya lo hizo todo en la cruz del Calvario. Si lo crees, si tú lo crees, si lo has abrazado realmente, si te has despojado de todo legalismo, de todo esfuerzo humano, sí, hermano, sí, amigo, realmente para ti en la otra vida te espera lo mejor. ¿Cuántos lo creen? Pueden decir amén. Hasta el día de hoy, el gobierno no nos ha prohibido glorificar a nuestro Dios. No nos ha prohibido levantar la voz y decir: «¡Gloria al Señor que me salvó! Alabado sea el Señor que me rescató cuando yo iba camino a la perdición eterna y justamente iba a ese lugar porque soy un pecador. Solamente Cristo pudo hallarme, salvarme y rescatarme.» Si lo crees, hermano, ¡Gloria al Señor! Porque por Su gracia nos ha hecho ver nuestra condición de imposibilidad para alcanzar lo bueno, para alcanzar la vida eterna.

No había posibilidad en nosotros, y Él nos encontró. Hemos, por gracia, encontrado ese camino sin obstáculos al Padre. Tú sí, si crees esto, creyente, y no como los judíos, tú sí puedes gloriarte en Dios. Si realmente crees que Él te salvó a pesar de que tú no lo merecías, tú puedes gloriarte en Dios. Has sido libertado de la falsa religión únicamente por la pura gracia de Dios. De no ser así, tú también seguirías preso en el engaño de la falsa religión. Ellos están ahí, los otros, los demás. Tú no estás aquí porque eres más bueno, más sabio, más inteligente. Estás aquí de pura gracia. Y ahí están los otros, completamente engañados, yendo a su propia destrucción. Tú solamente has sido libre porque el Señor lo quiso. Y este también es el segundo punto del sermón de esta mañana: El engaño de la falsa religión.

Pero yo no puedo pasar, hermano, a este segundo punto sin antes preguntarte: ¿Y tú, por qué eres cristiano? ¿Qué te lleva a ti, así como los judíos se ponían ese título honorífico de judío, qué te lleva a ti a ponerte el título de cristiano? ¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué, a pesar de la lluvia de esta mañana, hiciste el esfuerzo y estás hoy aquí? ¿Qué es lo que te llevó a venir aquí en esta mañana? ¿Lo haces porque venir a la iglesia una vez a la semana o dos te hace sentir bien? ¿Lo haces porque te gusta tener tu matrimonio unido o a tus hijos alineados en regla? ¿Por qué viniste esta mañana? ¿Te gusta venir porque te da buena reputación, cierto estatus de moralidad, de santidad? ¿Te gusta que tus amigos te consideren como una persona noble y buena, que va a la iglesia y que es activa en la religión? ¿Por qué has venido en esta mañana?

Hazte esa pregunta. No sea, mi hermano, que estés por aquí, que estés aquí por años, participando, incluso siendo activo en la iglesia, que todos te conozcan, te consideren, que estés incluso sirviendo, como bien dije, y que aún sigas confiando en ti mismo, sigas confiando en que por el hecho de venir a la iglesia vas a ir al cielo, en que por el hecho de hacer esto o aquello, vestirte de determinada manera o conducirte de determinada manera, vas a ganar el cielo. Si tú crees eso, tú estás camino al infierno. Esa es la realidad. Porque por nuestras obras nunca, jamás, vamos a poder alcanzar el estándar que Dios demanda. Hay solo uno que pudo cumplir con esa demanda perfecta y santa que Dios estableció en Su Ley, y ese es Jesucristo, que si tú lo crees, lo ha cumplido por ti y por mí.

Examínate en esta mañana y pidámosle al Señor que nos ayude a examinarnos: ¿Qué realmente estamos creyendo? ¿Cómo estamos viviendo? ¿Qué estamos haciendo? No sea que estemos siendo arrastrados, mis hermanos, por ese legalismo que está tan hondamente arraigado en nuestra naturaleza, que quiere constantemente hacernos jactarnos de nosotros mismos, que nos quiere constantemente hacer creer: «Qué bueno que soy, qué santo que soy, realmente yo soy una buena mujer, realmente yo soy un buen hombre. El Señor se sacó la lotería conmigo.» En Gálatas 3:3, Pablo le va a decir respecto a esto: «¿Tan necios sois? ¿Habéis comenzado por el Espíritu y ahora vais a acabar por la carne?» El Señor te salvó sin obra, y ahora tú quieres justificarte por las obras. Te salvó por la obra de Su Hijo, por fe; nada hiciste. Ahora quieres volver de vuelta a los rituales, a los sacrificios, a los esfuerzos. No sea que, habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vayas a acabar por la carne.

No te dejes engañar, hermano, por la falsa religión que está tan latente en nosotros mismos. Tenemos en nuestro corazón las 24 horas un predicador de la falsa religión que nos dice: «Confía en ti mismo. Aléjate de Dios. Aléjate de Cristo.» Pero, por la gracia del Señor, tenemos las Sagradas Escrituras para apagar los dardos de fuego del enemigo y decir: «No, yo no puedo por mí mismo. Solamente en Cristo hay salvación y justificación para mi alma.» Esa es la verdadera religión.

En el engaño de la falsa religión, lo que hay en primer lugar es falsa confianza. En el verso 19 de este capítulo 2, Pablo les dice: «Y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas,» y en el verso 20: «Instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad.» Fíjate en las frases paralelas que usa Pablo para referirse a esta confianza que tenían los judíos: guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los necios, maestro de los faltos de madurez o de entendimiento, teniendo en la ley la expresión de la ciencia y de la verdad.

Comentando estos versos, el comentarista Matthew Henry dice que los judíos en general se creían tan sabios que podían dar lecciones a todo el mundo pagano. Todas las naciones debían acudir a la escuela de Israel a buscar luz, pues todas ellas estaban en tinieblas y eran como niños pequeños en comparación con la instrucción que daba la ley.

Lo cierto es que esta confianza que ellos tenían era falsa porque estaba sustentada en el error. El hecho de que ellos hayan tenido la ley no los capacitaba para cumplirla de manera correcta. Ese conocimiento que ellos tenían de la ley, en realidad, los dejaba en evidencia y los convertía en unos verdaderos hipócritas. Mientras se llenaban la boca hablando de santidad y de lo bueno, ellos mismos cometían feroces pecados, quizás no de la manera que los gentiles inmorales, pero de una manera más sutil y sofisticada.

En el verso 1, Pablo les dice: «Tú que juzgas, pues en lo que juzgas a otro te condenas a ti mismo, porque tú que juzgas haces lo mismo.» Y en el verso 21 que acabamos de leer, él les dice: «Tú, pues, que enseñas a otros, ¿no te enseñas a ti mismo?» Ellos eran eminencias teológicas, y tengan mucho cuidado porque cuanto más sabe uno, más grande será su condenación si rechaza a Jesucristo y la verdad de Dios. Si uno se pone en el mote de juez e instructor de los demás, pero no se enseña a sí mismo, la condenación será más grande.

Ellos eran eminencias teológicas, una voz calificada, todos debían oír lo que ellos decían. Tenían la ley y sabían la voluntad de Dios. Su estatus era único en ese contexto social, lo que llevó a una confianza tal que ellos comenzaron a creer que estaban por encima de la ley. Creían que la ley era para los pecadores, para moldearlos un poco para que se parecieran más a ellos. Ellos ya creían estar por encima incluso de la misma ley.

Este es el segundo apartado de este punto: la falsa percepción de uno mismo. Ellos estaban cegados; no podían verse a sí mismos. Todos estos privilegios y beneficios que Dios les había dado los habían cegado. «Judíos escogidos de Dios,» «doctores en la ley,» pensaban: «¿Quién puede enseñarme a mí? ¿Quién puede marcarme algo? Hasta mis vestidos los hago de determinada manera.» Se creían superiores y no necesitaban corrección.

A menudo, nuestra naturaleza caída nos lleva a hacer la vista gorda con nuestros pecados y a magnificar los pecados de los demás. Cuando yo peco, me arrepiento y busco misericordia; cuando el otro peca, pido que se le castigue severamente. Esta tendencia a juzgar a los demás con dureza mientras minimizamos nuestros propios errores está arraigada en nuestra naturaleza.

En Lucas 6:41 en adelante, Jesús dice: «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, pero no ves la viga que está en tu propio ojo? O ¿cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la paja que está en tu ojo,’ no mirando tú la viga que está en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.»

Esta ceguera espiritual, que también tenían los judíos, nos lleva a percibirnos como buenos, a minimizar nuestras fallas y a denunciar los errores ajenos. Ellos se jactaban y condenaban, pero hacían cosas quizás aún peores. El pecado de estos judíos era peor porque lo hacían a sabiendas. Mientras que los gentiles pecaban en ignorancia, ellos, al conocer la ley, deshonraban a Dios a sabiendas. Pablo los confronta con preguntas retóricas en los versos 21, 22 y 23: «Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Y tú que te jactas de la ley, con infracción de la ley deshonras a Dios.» Pablo no está preguntando para saber, sino para hacerles tomar conciencia de que ellos eran tan pecadores como los gentiles inmorales.

Para que abran los ojos, para que salgan de la ceguera espiritual en la cual les tiene la falsa religión, escucha, judío moralista. Deja de mirar a los demás, deja de creerte superior. Mírate a ti mismo. Estás tan necesitado de un Salvador como los gentiles. ¿Y tú crees, hermano, que estas preguntas que Pablo hizo no tienen nada que ver contigo si tú estás ahí en tu lugar (espantando de brazos cruzados o muy cómodo en tu silla) pensando: “Qué terrible, estos judíos, la verdad, qué hipócritas”? ¿Crees tú, mi hermano, que estas preguntas que hace Pablo no son para ti?

Tú que dices que no hay que hurtar, ¿hoy hurtas? ¡No, jamás en mi vida! Ni un alfiler le saqué a nadie. Sin embargo, los judíos devoraban la casa de las viudas, robaban, asaltaban y comercializaban el oro de los templos paganos. Yo jamás he hurtado ni una moneda. ¿En serio nunca has hurtado, hermano? Cuando yo estaba meditando en estos versos, me di cuenta de que es muy duro. Mis hermanos, porque yo no me paro aquí de una forma hipócrita; yo soy el primero que he predicado. Quiero preguntarte y que tú entres en conciencia: ¿Tú qué dices? Sabes que está mal robar. ¿Cuántos de aquí saben que está mal robar? Todos. Y yo quiero preguntarte: Tú que dices que no hay que hurtar, ¿hoy hurtas? ¿Estás seguro? ¿Nunca lo has hecho? ¿En serio estás exento? ¿Puede tu contador decir la verdad, que nunca hemos hurtado, nunca mentimos con alguna boleta, nunca declaramos menos o declaramos más? ¿Nunca utilizaste la piratería, una película, un libro, algo? Todo esto que te estoy mencionando es robo, hermano. Ojo, yo voy primero en la lista. ¿Puede tu contador decir que nunca hemos truchado ninguna factura, nunca hemos adulterado algún número, nunca participaste de la piratería? Tú que dices que no hay que hurtar, ¿hoy hurtas? Tú que tienes gente a tu cargo en tu trabajo, gente que depende de ti, ¿le has pagado siempre lo que ellos merecían? ¿Nunca le regateaste un precio o te creíste muy vivo por pagarles menos? Ahí les robaste, hermano. Si hiciste eso, y quiero preguntarte de vuelta: Tú que dices que no hay que hurtar, ¿hoy hurtas?

En serio, ¿crees que no tienes nada que ver con los judíos? ¿Creemos que no tenemos nada que ver con estas preguntas que hace Pablo? Tú que sabes, hermano y hermana, que no hay que adulterar, que eso está mal delante de Dios, ¿adulteras? ¿Jamás, Gabriel? En serio, mujer, en serio, hermana, ¿nunca te has sentido atraída por otro hombre que no era tu esposo o idealizaste a un hombre diciendo: “¡Wow, qué hombre!”? No estoy diciendo que uno no pueda idealizar a alguien de una película, una novela o una serie, ni siquiera a alguien que conozca, pero ¿nunca has adulterado siquiera en tu corazón? Tú que dices que no hay que adulterar, ¿adulteras? Y ya ni siquiera me da para preguntar, pero en serio, muchacho, hombre, hermano, en esta mañana tengo que preguntarte a ti. Tú que dices que no hay que adulterar, ¿nunca has mirado de más a una mujer? ¿Nunca has sido por demás amable con una mujer? ¿Nunca te has sentido atraído por una mujer que no era tu esposa? Tú que sabes bien, ¿y qué dices? ¿Te llena la boca diciendo que no hay que adulterar? ¿Adúltero? Que el Señor traiga conciencia en esta mañana para que nunca jamás, porque no hemos cometido ciertos actos, creamos que somos santos y que estamos camino al cielo por causa de nuestra conducta. Ven, hermanos, ¿sentiste un poco de peso? Ves que tú no puedes ir al cielo por tus medios porque tú y yo somos grandes pecadores, y solamente Cristo y su Evangelio pueden salvarnos. Realmente, podrías decir: “No hay que adulterar” y no adulterar, “No hay que robar” y no robar, “Hay que amar al prójimo” y lo amaba, y lo amó hasta el punto de dar su vida por él. Solamente Él cumplió y, por demás, la demanda de la ley. Hizo justicia y sobreabundó en buena obra Cristo Jesús, Nuestro Redentor de Gloria. ¿En qué estamos confiando, hermano? Esto es fundamental para nosotros: ¿En lo bueno que somos, en asistir, en ser intachables, o realmente en lo que Cristo hizo por nosotros? Piénsalo. Esa es la idea. Ese fue mi plan en esta mañana; después el Señor hace lo que a Él le place y Él obra como quiere. Pero lo que yo quiero en esta mañana es que nosotros podamos entrar en ese autoexamen para pensar realmente en qué confiamos.

Tú que te autodenominas creyente o cristiano, escúchame. ¿Por qué estás en la iglesia? ¿Por qué crees tú que eres cristiano? Bueno, Gabriel, yo soy cristiano porque mi matrimonio estaba destruido y ahora el Señor restauró nuestro matrimonio. Entonces, ahora, por eso somos cristianos. Yo soy cristiano porque estaba muy enfermo, desahuciado por la ciencia médica, y el Señor oró por mí y el Señor me sanó. Yo soy cristiano porque estaba en el alcoholismo y el Señor me sacó del vicio. ¿En serio eres cristiano por eso? ¿Por eso crees tú que eres cristiano? Eras adicto y el Señor te libertó. Estabas enfermo y el Señor te sanó, y por eso tú eres cristiano. No, hermano, todo eso te lo puede dar cualquier otra institución humana. Solucionar tu matrimonio lo puede hacer una terapeuta, sanarte puede ser que un tratamiento médico lo haga. Liberarte del vicio lo puede hacer un grupo de alcohólicos anónimos. Tú no estás aquí por eso. Tú no estás aquí porque tu matrimonio se restauró. Tú estás aquí en esta mañana porque Dios, cuando tú no lo buscabas, Él te buscó y te trajo a sus pies. Él te halló cuando tú no lo buscabas. Sí, realmente Dios puede sanar, Dios restaura los matrimonios, Dios perdona los pecados, Dios liberta del vicio. Él puede hacerlo como nadie, en un segundo. Pero tú no eres creyente por eso. Tú eres cristiano porque Dios quiso venir a ti y darte vida cuando tú estabas muerto, como un muerto en putrefacción en tus delitos y pecados, completamente inerte y sin vida, sin poder verte a ti mismo como un pecador. Y vino y se te reveló a ti cuando tú no lo buscabas. Es por eso que tú eres cristiano.

El Profeta Isaías va a decir en el verso 1 del capítulo 65, en una joya de las Sagradas Escrituras, en un verso tan hermoso y tierno que al leerlo uno puede llegar a derramar lágrimas cuando entiende realmente lo que dicen estos versos: “Fui buscado”, dice el Señor, “por los que no preguntaban por mí, fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: ‘He aquí, he aquí’”. Eso hizo Dios contigo: te mostró a Cristo cuando tú ibas no caminando, sino corriendo a la condenación eterna. A ti no te importaba Dios ni su ley; eso era aburrido. Pero Él te trajo en amor a sus pies y hoy estás aquí y quieres cantar y quieres alabarle y quieres servirle. ¿Y sabes por qué todo eso? No porque eres bueno, sino porque Él te rescató de la vana manera de vivir cuando tú ibas camino a la condenación de tu alma. Ven, como en la verdadera religión no puede haber ni lo más pequeño, lo más minúsculo de jactancia. Nosotros no hemos hecho nada; Él es el que lo hace todo. No te jactes de tu familia, de lo correcto que son tus hijos, de la buena reputación que tienes tú o tu cónyuge, de tu vasto conocimiento teológico, de ser un gran sabio o por lo menos creerte un gran sabio. ¿De qué puedes jactarte? Porque si algo tienes, es porque el Señor te lo concedió. En serio, tú vas a caer en el mismo error que los judíos de jactarse de todos los beneficios y privilegios que Dios da. ¿No te das cuenta de que todo es de Él y por Él y para Su gloria? Es eso lo que Pablo también le va a decir a los romanos en el capítulo 11 y en el verso 36: “Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén”. No hagas como los judíos, hermano; no le robes la gloria. Solamente Él la merece.

Estos judíos, como dije, y hoy terminando (pero no se levanten, estamos cerca), estos judíos se apropiaban de los privilegios y los méritos, y hasta se apropiaban del cielo mismo. Ya era suyo, era de propiedad. Cada uno

tenía su terrenito, su parcela asegurada en el cielo. Lo peor de todo esto es que ellos ni siquiera estaban cerca porque no solamente pecaban, sino que hacían pecar. Fíjense en el último verso, el 24, porque está escrito: “El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”. Evidentemente, hermanos, muchos de ellos llegaban al punto de exteriorizar su maldad. Ya no solamente se quedaban en hacerse un sin número de películas en la cabeza, sino que evidentemente muchos de ellos ya llegaban a exteriorizar su maldad. Todo ese camuflaje religioso que ellos tenían, con tantas normas, preceptos y formas, por momentos ya se volvía inútil para poder frenar o esconder la maldad de su corazón.

Pablo le va a decir, respecto a esto, en Colosenses 2:23: “Tales cosas tienen en verdad cierta reputación de sabiduría en el culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo. Sí, para todo eso sirve, todo el esfuerzo y las obras tienen reputación, pero lo cierto es que nada puede hacer todo ese conocimiento y ese esfuerzo frente a los apetitos de la carne, pero ningún valor tienen contra los apetitos de la carne”. ¿Saben por qué? Porque nosotros no podemos obedecer con nuestro esfuerzo solamente; lo que Dios, por la obra de Su Espíritu, puede hacer. La falsa religión, hermanos, puede dar un buen aspecto, puede hacernos ver más bonitos, puede blanquearnos con buena conducta, puede blanquear a los hombres y a las mujeres con buena conducta. Pero ¿saben qué? Van a seguir siendo, por dentro, como tumbas blanqueadas, llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia, como dice el Señor Jesucristo. Por más bonito y arreglado que se vea un panteón, por más pintado y revestido que esté un panteón, tarde o temprano el hedor de putrefacción se escapará por las rendijas. Saldrá a la luz, no va a poder esconderse, y evidentemente esto es lo que pasaba con muchos de estos judíos moralistas. Muchos de su entorno ya podían percibir que ellos no eran tan íntegros como decían ser, que ellos no eran tan santos como profesaban. Lo más trágico de todo es que estos judíos no solamente pecaban ellos, sino que hacían pecar a los demás, blasfemando del verdadero Dios y de la verdadera religión. Ese Dios no puede ser verdad; eso es una mentira; son todos unos mentirosos.

Pablo le va a decir a Tito, en el capítulo 1 y en el verso 16, respecto a estos judíos: “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables, rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”. Y tú, mi hermano, te pregunto: ¿Cómo estás viviendo? Tú que dices que has confiado en Cristo, tú que dices: “Este Cristo es mi Salvador”, y es un Salvador tan poderoso que me ha libertado del pecado y me ha transformado, ¿realmente el Señor te ha libertado del pecado? ¿Te miras a ti mismo y encuentras que realmente el poder del Evangelio vino a ti y hoy ya no tienes la misma relación con el pecado que tenías antes? ¿Puedes ver realmente el poder del Evangelio? Porque cuando Pablo le dijo a los romanos que el Evangelio era poder de Dios, él no lo estaba diciendo porque lo había escuchado en alguna conversación de los otros apóstoles. Él decía que el Evangelio era poder de Dios porque él se había topado con Cristo mismo camino a Damasco y este Cristo había cambiado por completo todo en él: su motivación, sus deseos, sus pensamientos, su razón. Este era otro Pablo. Y quiero preguntarte: ¿Cómo estás viviendo tú respecto a tu profesión? ¿Pueden tus amigos, tus compañeros de trabajo decir realmente: “Él o ella es diferente, hay algo diferente en él”? ¿Pueden decir eso tus compañeros de trabajo, tus amigos? ¿Estás tú siendo luz en medio de los que te rodean, sal en medio de tu grupo social? Porque el problema, mis hermanos, no son las obras ni la ley; ese no es el problema. El problema es con la gente que cree que puede llegar al cielo por medio de sus propias obras y aún así no se da cuenta de que en realidad comete feroces pecados y que nunca, no habrá un segundo en su vida que no necesite la gracia y la misericordia de Dios para poder acercarse a Él. Ese es el problema. La verdadera religión ciertamente da una vida moral, una vida que se somete a los mandamientos, pero ya no se somete con temor al infierno, ya no se somete por los beneficios, por los privilegios. ¿Saben por qué? Se someten por amor, porque yo sé que todo esto es lo que a mi Padre celestial le agrada. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Ven.

El problema no son los mandamientos; el problema es cuando uno cree que por los mandamientos o por cumplir la ley va a ir al cielo. Pónganse en pie, hermano. Y si hay algún amigo aquí que, mucho de lo que yo dije en esta mañana no entendió, que le pareció una ensalada, un trablingua, escúchame, amigo. Es lógico porque hay muchos términos y cosas que con el tiempo hemos llegado a comprender, y no porque seamos demasiado o porque nuestro coeficiente intelectual sea más alto, sino porque Dios en Su gracia nos ha llevado a comprender ciertas cosas. Pero lo que tú debes saber, lo más importante para ti, escúchame bien, es que Dios estableció una ley que tú no puedes cumplir jamás y que, de hecho, esa ley ya delante de Dios te condena y te hace pecador. Porque desde el día que naciste hasta hoy, hasta esta fecha, tú has pecado constantemente, deshonrando a Dios. Has hecho, has pensado, has deseado lo que no debes y lo que es contrario a Su ley. Y este Dios santo, tarde o temprano, llamará a todos a juicio y ahí estarás tú, y deberás de presentarte en el juicio del Señor. Pero si tú quieres salida a ese problema en el cual tú estás con respecto a ese juez que es tu injusticia, en esta mañana hay piedad para ti. Aquel día ya no la habrá, pero hoy hay piedad, y hoy Él te dice que tú vengas con ese pensamiento, reconociéndote pecador, injusto y que has deshonrado a Dios. Que agaches la cabeza, que te reconozcas y que pidas a Cristo que te salve, que sea Él tu justicia. Y créeme que si tú abrazas estas verdades, que tú eres un gran pecador y que Cristo es un gran Salvador, realmente tú hallarás la vida eterna y vendrás al mayor bien. ¿Y saben cuál es el mayor bien? Reconciliarte con tu Creador, no por unos días, no por unos meses, sino por toda la eternidad. Ven a Cristo en arrepentimiento y fe, y Él te esperará con los brazos abiertos. Vamos a orar.

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