EL JUSTO JUICIO DE DIOS (Rom 2:6-16)- 26/05/24
Transcripción automática:
Así como estamos, hermanos, abran sus Biblias en la Epístola de Pablo a los Romanos. En esta mañana, mi intención, con la ayuda del Señor, es que compartamos desde el verso 6 al 16 del capítulo 2. Pero, para contextualizar un poco, vamos a leer desde el verso uno. Amén. Dice la palabra del Señor:
«Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quien quiera que seas tú que juzgas, pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias la riqueza de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego, porque no hay acepción de personas para con Dios. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, estos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándoles o defendiéndolos, en el día en el que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio.»
Pablo continúa escribiendo su carta, la cual gira, hermanos, claramente en torno a un tópico o a un tema principal, y este, sin duda alguna, es el evangelio con todas sus implicancias. Ya desde el preludio de la carta, desde el mismo saludo, apenas él inicia su escrito, nosotros podemos ver cómo ya él habla del evangelio. De hecho, a lo largo de toda su carta, él va a repetir una y otra vez la palabra «evangelio». Esta devoción tan grande que tenía el apóstol Pablo por el evangelio tenía que ver, en parte, porque él mismo en carne propia había experimentado el poderoso evangelio. Él había sido investido por la gloriosa presencia de Jesucristo camino a Damasco, y es por eso que él, en el verso 16 del capítulo 1, les va a decir a estos hermanos en Roma que el evangelio que él predica, el evangelio que él trae, el mismo evangelio con el que se había topado en el camino a Damasco, es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
Frente a este ofrecimiento inicial de Pablo de salvación para todo aquel que cree, surge la lógica pregunta: ¿pero salvación de qué? ¿Salvación de qué es lo que vos me estás ofreciendo o proponiendo, Pablo? Y es por esta razón, por esta pregunta lógica que surge al ofrecimiento de salvación que hay en el evangelio, que Pablo comienza su carta y dedica prácticamente los tres primeros capítulos para hablar del problema que el evangelio de Cristo viene a solucionar, o más bien, para que ellos entiendan que necesitan con urgencia la salvación que se les ofrece en este evangelio que él les anuncia.
Desde el verso 18 del capítulo 1, Pablo comenzó a exponer el problema en el cual están los seres humanos. Él ya había dicho que, por un lado, los gentiles inmorales están en un grave problema por su injusticia, pero por otro lado, también los judíos moralistas están incurriendo en injusticia, en una manera diferente pero en igualdad de injusticia que los gentiles. Este no es un problema de un grupo determinado de personas, no es solamente de algunas naciones, sino que este es un problema que tiene que ver con todo el género humano, injusto por naturaleza, como bien el mismo va a declarar más adelante en el capítulo 3 y en el verso 9: todos, judíos y gentiles, judíos y griegos, todos están bajo pecado. Pero esto, mis hermanos, es solamente la mitad del problema. Los hombres y las mujeres se dan cuenta de que algo no anda bien porque Dios les dio razón y también puso su ley en sus corazones, y ellos perciben que evidentemente algo no anda bien en el ser humano, pero aun así han querido acallar sus conciencias, han querido minimizar el problema. «Esto no es tan grave». Incluso se han creado ellos mismos una frase de cabecera, una especie de escudo lingüístico frente a la evidente maldad que se les presenta o que ellos pueden ver. ¿No han escuchado nunca ustedes, hermanos, la frase «nadie es perfecto»? Bueno, pero «nadie es perfecto» pareciera ser una máxima que no afecta a nadie. Es una verdad que está ahí, pero a nadie afecta. «Si total nadie es perfecto». Pero lo cierto es que eso es solamente una parte de la verdad. Ellos deberían decir, por un lado, «nadie es perfecto», y la otra parte que le falta: «nadie es perfecto, pero Dios sí lo es», y ese es un grave problema.
¿Por qué es un grave problema? Porque, como bien dice el pastor R.C. Sproul, este es el problema del hombre, este es el dilema del hombre: que Dios es santo y nosotros no, que Dios es justo y nosotros no. Y es un problema muy grande, porque este Dios que se nos revela en las Escrituras, en su palabra, nos dice que este no es un ser superior abstraído de la creación que nada tiene que ver con ella, que los creó y los dejó a la deriva. Por el contrario, Él revela en las Escrituras que Él es un Gobernador que tiene todo bajo control y que, tarde o temprano, este Gobernador llamará a todos a que le rindan cuentas. Eso es lo que Él dice en su palabra: tarde o temprano, todos deberán comparecer ante Él. Pablo anuncia esto como una verdad segura e inmutable que no va a ser cambiada jamás. En el verso 3 y 5 de este capítulo 2, que nosotros ya expusimos, él dice de una manera segura e inmutable que llegará un determinado momento donde el Señor, aquel Juez del universo, el Gobernador de todo, llamará a todos los habitantes a que rindan cuentas por sus actos.
Y este es el primer punto del sermón de esta mañana: el juicio de Dios. Amigos que están en esta mañana, hermanos y hermanas, el juicio de Dios es ineludible. En el verso 3, como bien dijimos, él dice: «¿Y piensas esto, hombre, tú que juzgas a los que hacen y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?» Sí, los gentiles inmorales van a ser juzgados por sus inmoralidades y por su injusticia, pero también ustedes, judíos moralistas, van a ser juzgados por la injusticia que hay en su corazón. Por otro lado, más adelante, a estos judíos moralistas les va a decir: «Por tu dureza y tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios». Sí, habrá juicio para los gentiles inmorales, pero también habrá juicio para los judíos moralistas. Ese día llegará, el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, y nadie, absolutamente nadie, escapará.
El Señor le muestra en visión al apóstol Juan, en Apocalipsis 20 y en el verso 11 en adelante, sobre este juicio. Él le revela y le dice, en Apocalipsis 20:11: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según su obra». Si este verso no le genera nada, hermano, amigo, ore al Señor y pídale que Él traiga conciencia, que usted pueda realmente dimensionar lo que dicen estas palabras. El mar entregará a sus muertos, la tierra entregará a sus muertos, la selva y los montes entregarán a sus muertos, la muerte y el Hades entregarán a sus muertos. Ahí estarán todos los olvidados, los desaparecidos, los que pasaron como un don nadie a la eternidad. Todos aquellos también estarán. Aquel día deberán presentarse ante el Juez. En esta vida, hermanos y amigos, en el sistema de este mundo, los juicios, perdón, pueden aplazarse. Los acusados pueden fugarse y muchas otras cosas extraordinarias pueden llegar a darse, y muchos pueden salirse con la suya, pero para la justicia divina, para el juicio de Dios.
No hay extraordinario, amigos. No hay quien pueda aplazarlo, no hay quien pueda impedirlo o, mucho menos, eludirlo. Porque yo quiero preguntarte: ¿quién puede esconderse de los ojos de Aquel que el salmista, en el Salmo 66:7, dice que sus ojos velan sobre las naciones? Ahí está Él, el Gobernador del universo, mirando a cada segundo a todas las naciones. Por su parte, en Job 34:21 se nos dice: «Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre y Él ve todos sus pasos.» Todo lo que hace, todo lo que siente, todo lo que dice, todo lo que piensa, absolutamente todo. Y la pregunta es: ¿quién puede escaparse de Él? Nadie podrá escaparse, nadie podrá eludirlo. Tarde o temprano, el juicio llegará para todos. El juicio será, y nadie podrá escapar. El escritor a los Hebreos, en el capítulo 9 y el verso 27, dice lo siguiente: «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.» Aún más seguro que la misma muerte, hermanos, es el juicio divino. Yo no creo que nadie que está en este lugar dirá: «Mira, yo creo que la muerte es una fantasía, es producto de la imaginación. Yo no creo que la muerte exista.» ¿Crees tú, amigo, hermano, que la muerte existe? ¿Crees que es algo seguro que se da, que tarde o temprano te llegará, te guste o no? ¿Crees que es seguro? Bueno, aún más seguro que la misma muerte es el juicio divino. ¿Por qué? Porque el mismo que estableció la muerte para los hombres, es el que estableció un día en el cual juzgará a todos los seres humanos. Nadie escapará. Es algo seguro, nadie podrá librarse. El día del justo juicio divino llegará, y tú y yo estaremos ahí, nos guste o no. Ahí estaremos, y será para todos por igual.
Ese es el segundo punto del sermón de esta mañana. Ahí estarán grandes y pequeños, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, todos delante del Juez del Gran Trono Blanco, y se hará justicia. El segundo punto de este sermón es que el juicio de Dios es justo. En primer lugar, es ineludible; nadie puede eludirlo, eso va a llegar. Dice Pablo: ni siquiera plantea la duda, te va a pasar, te va a pasar a ti, griego gentil inmoral, te va a pasar a ti, judío moralista. El juicio llegará, es ineludible. Y en segundo lugar, se hará justicia, este juicio será justo. Luego de que Pablo alude a la cita obligatoria a la cual todos los seres humanos deberán presentarse, que es el justo juicio de Dios, en el verso 5 y en el verso 6 él pasa a describir la justicia de dicho juicio, o bien cómo se da este juicio para llegar a ser un juicio justo.
El verso 6, mis hermanos, es tan claro que prácticamente no necesita comentarios. Él dice que este juicio será justo porque Él pagará a cada uno conforme a sus obras. O sea, cada uno va a recibir lo que merece según lo que hizo. Casi no necesita comentario. Esto está muy claro. Hasta aquí, nosotros podemos decir: «Pablo, el problema es que somos todos malos, todos somos injustos por naturaleza y, tarde o temprano, deberemos comparecer ante Aquel que es justo y que no dará por inocente a los culpables.» Pero lo cierto es que, en los versos siguientes, del 7 en adelante y hasta el 11, estos versos podrían llegar a generar algún tipo de confusión, y vamos a leerlos todos juntos de corrido desde el 7 al 11 y luego tratamos de explicarlo con la ayuda del Señor.
El verso 7 dice: «Vida eterna a los que perseverando en bien hacer buscan gloria y honra e inmortalidad; pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego; pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego. Porque no hay acepción de personas para con Dios.»
Y aquí hay dos cuestiones, mis hermanos. Uno se podría llegar a confundir y se podría llegar a pensar que Pablo aquí está hablando de una salvación que se da por obras. Y en segundo lugar, alguno podría decir: «Pero Pablo, espera un poco, ¿no acabaste de decir que éramos todos malos y ahora dices que hay gente que hace el bien? ¿No que éramos todos malos, Pablo? Pablo, acabaste de decir en el verso 17 del capítulo 1 que el justo vivirá por la fe, y ahora estás tratando de decir que hay muchos que se van a salvar por sus buenas obras. A lo largo de toda tu carta, tú hablas de que la justificación es solamente por medio de la fe en Cristo. De hecho, esto es un principio fundamental de toda tu epístola. Tú mismo concluyes en el capítulo 3 y en el verso 28: ‘Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.'»
¿Cómo se explica entonces esto, mis hermanos, esta aparente contradicción? Y la respuesta para ambos cuestionamientos es esta: Pablo en estos versos no está hablando, hermanos, de salvación sino de juicio. Él no está queriendo explicar cómo el hombre es salvado ante Dios, sino que él está queriendo explicar cómo el hombre es juzgado ante Dios. El tema central aquí no es la salvación sino el juicio. Si bien tienen que ver, lo que Pablo está tratando de exponer aquí es el juicio. El inspirado por el Espíritu Santo lo que hace es comentar lo que pasará aquel día, y aquel día se nos dice que el Señor, Aquel Juez, va a dividir a la humanidad en dos. Y esta división no es entre hombres y mujeres que fueron naturalmente buenos y entre hombres y mujeres que fueron naturalmente malos. Esa no es la división que hace Pablo y que va a hacerse aquel día. La división que se va a hacer aquel día, en realidad, es entre creyentes e incrédulos, entre redimidos y no redimidos. Esta división de la cual nos habla Pablo está directamente conectada a las palabras de nuestro Señor Jesucristo cuando Él enseñó sobre este tema en Mateo 25:31 en adelante. Él dice: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de gloria y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.'»
En el verso 5 del capítulo 1, Pablo ya había declarado, apenas había comenzado su carta, que la obediencia a la fe es por gracia de Dios, es un regalo de Dios. Y estos de los cuales él habla en el verso 7 del capítulo 2, que perseveran en hacer bien, que buscan gloria y honra e inmortalidad, o que más adelante en el verso 10 va a decir que hacen lo bueno, son aquellos que han sido receptores de la gracia divina, la cual operó en ellos una nueva naturaleza. Que han renacido para hacer todo aquello que antes no podían. Estos son, dice Pablo en el verso 7 del capítulo 1, amados de Dios, llamados a ser santos. Antes ellos no podían percibir su realidad espiritual, pero ahora se ven pecadores y viven su vida en un constante arrepentimiento. Antes confiaban en sus obras, descansaban en sí mismos, pero ahora solamente confían en Cristo porque saben que sin Él están perdidos y que sin Cristo sus pecados permanecen. Antes no les importaba Dios, ni mucho menos su ley, pero ahora lo aman y quieren agradarle guardando sus mandamientos. Es por eso que a estas nuevas criaturas que han sido receptoras de la gracia divina, Dios ha transformado su corazón para que puedan desear lo que antes no deseaban.
Es por eso que a estas criaturas se les promete en el verso 7 que acabamos de leer vida eterna, o en el 10 gloria, honra y paz. A estos salvados, a estos que el Señor cambió su corazón y su mente, que ahora piensan, sienten y actúan de manera diferente, es que el Rey les dirá aquel día, su Rey, su Redentor, en Mateo 25:34 que acabamos de leer, les dirá: «Venid, benditos de mi Padre, heredad del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» Hace mucho frío, hermano, hace mucho frío que no podemos ni siquiera hacer una mueca con el rostro. Les voy a leer de vuelta y quiere el Señor que obre en nuestros corazones. Esto yo no lo inventé esta semana. Esta es la palabra del Señor hablándote en esta mañana, diciéndote que algún día, si tú te arrepentiste de tus pecados y si confiaste en Cristo como tu único y suficiente salvador, Él te dirá aquel día, cuando tú debieras ser condenado eternamente, lejos de condenarte por medio de la obra de Cristo, Él te dirá: «Venid, benditos de mi Padre, heredad del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» Ellos no están ahí por sus obras, sino por la obra de su Rey.
Alguno me dirá: «Gabi, no, ahí no tienes razón. Pablo no está hablando de la obra de Cristo, él está hablando de las obras de ellos en ese versículo.» Y sí, es cierto, él está hablando de sus obras, porque ciertamente los creyentes, aquellos que han depositado su confianza en Cristo, aquel día del juicio, por sus obras, por su fidelidad, por su servicio al Señor, van a recibir gloria y honra. Eso es lo que ellos van a recibir, pero ellos no están ahí por sus obras. Ellos no son ovejas, no son hijos por sus obras. Ellos están ahí porque Cristo pagó para que ellos estén ahí y le pertenezcan.
El apóstol Pablo dice, cuando escribe a los Corintios en su primera epístola, en el verso 20 del capítulo 6, que ellos fueron comprados por precio. Y cuando el apóstol Pedro habla sobre este precio que Cristo pagó por ellos, en el verso 19 y 20 del capítulo 1 de su primera epístola, él dice que Él pagó un precio que no es oro ni plata, sino que es la sangre preciosa de Cristo Jesús. Y yo tengo que preguntarte, hermano, en esta mañana, ¿no vas a dar gloria a Dios? ¿Vas a permanecer con los brazos cruzados? No está mal que cruces los brazos porque hace frío, lo que está mal es que esto no te genere nada. Cuando yo estaba estudiando esto, cuando estaba leyendo esto, es imposible que esto no genere nada en nuestros corazones. A nosotros, que íbamos rumbo a la condenación eterna justamente porque somos malos, porque día a día pensamos mal, hablamos mal, sentimos mal. No merecemos nada de Él, no merecemos su amor, no merecemos su misericordia. Pero Él nos amó en Cristo, ¿y no te genera nada esto? Gritas cuando tu equipo de fútbol hace un gol, levantas la voz para ovacionar a tus hijos en algún acto escolar o en alguna competencia, te fluyen del corazón hermosas palabras tiernas de amor para tus familiares, pero cuando tú te chocas con las Escrituras, con estas verdades del Evangelio, no te sucede absolutamente nada.
El apóstol Pedro dice: «Para ustedes, los que creen, los que verdaderamente han creído, Él es precioso.» Yo quiero preguntarte, ¿es realmente precioso Cristo para ti? ¿Qué te haría más feliz o qué es más precioso para ti, ganarte el bingo o todo lo que ya Cristo te dio, que nada en este mundo puede compararse? Tenga el Señor misericordia, hermanos, de nosotros, no solamente de ustedes, porque yo no estoy aquí parado con el dedo acusador. Yo estoy en igualdad de condiciones que ustedes. Que el Señor tenga misericordia de nosotros, porque quizás hay muchos de entre nosotros que no se han dado cuenta, que no han visto realmente a Cristo, a su hermosura, y que todavía sus pecados permanecen. Quizás tú, amigo, hermano, hermana, que asistes por años a la iglesia, que incluso tienes un servicio, que los hermanos te consideran muy fiel, que estás en todas las reuniones, quizás tú te estás engañando. Si Cristo y su Evangelio no te generan nada, si no hay nada en tu interior cada vez que lees las promesas de Dios por medio de Cristo, quizás tú aquel día, si no te arrepientes y no crees en Cristo, serás separado, irás a la izquierda juntamente con los cabritos para tu propia destrucción. Y esta es la tragedia más grande del ser humano.
En el verso 8, Pablo dice que para estos otros, para los cabritos, para los incrédulos, para los que rechazaron a Cristo, para los que escucharon y dijeron «No me importa, más adelante, eso del Evangelio es muy fantasioso,» a estos se les dice en el verso 8 del capítulo 2: «Pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia, tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego.» Aquí está el otro grupo. En un sentido, este grupo es muy variado: hay gentiles inmorales y judíos moralistas, hay ateos y hay religiosos, hay de todo, judíos y griegos, pero todos ellos, a pesar de sus muchas diferencias, tienen una cosa en común, y es que todos ellos son incrédulos y en su vida han rechazado al único que podía conseguirles el perdón de todos sus pecados. No atendieron, estos que son separados a la izquierda, no atendieron al único camino que les podía llevar a la reconciliación con el Padre. Despreciaron la puerta al redil celestial que es Cristo, desestimaron a la luz del mundo porque amaron más las tinieblas que la luz. Y por esta razón, porque en vida han menospreciado al único que podía salvarlos, al único que podía conseguirles la absolución por su injusticia, llegarán a aquel día cargando todos sus pecados y deberán presentarse delante del juez, y aquel juez les dará lo que ellos merecen. Un juicio que se nos dice en el verso 2 que es según verdad, es según la realidad, es según lo que verdaderamente pasa en tu interior, es según lo que tú planeas sin que nadie te descubra. No es según lo que la gente ve, lo que ven tus familiares, lo que ve tu madre o tu abuelita, que eres un muchacho o una jovencita muy buena. No, ese juicio va a ser según verdad, según lo que tú hiciste, sentiste, pensaste y deseaste. Será según verdad, todo saldrá a la luz. Por eso es que en el verso 16 de este capítulo 2 dice que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres. Hasta lo más escondido de sus pensamientos, lo más escondido de sus actos, sus secretos más grandes saldrán a la luz, y en el verso 6, Pablo dice que Él pagará a cada uno según sus obras. Y para Dios, que es espíritu, habíamos dicho, nuestros pensamientos son actos. Podemos traducir este verso de que Dios pagará a cada uno conforme a sus pensamientos, Dios pagará a cada uno conforme a sus sentimientos, Dios pagará a cada uno conforme a las intenciones de su corazón, Dios pagará a cada uno conforme a lo que hizo. No podrás liberarte, escúchame, niño, jovencito que está en este lugar, aquel día no vas a poder levantar el teléfono y decir «mamá, papá, ayúdame.» Mujer, no podrás llamar a tu esposo y decir «sálvame.» ¿Sabes por qué no podrás hacerlo? Porque aquel día tu esposo estará al lado tuyo también para rendir cuentas por haber desobedecido a Dios.
Claro, aquí tienes el texto corregido:
Y por su injusticia, si en vida no se arrepiente y abraza a Cristo como su Salvador, aquel día, el gran Día del Señor, se hará verdaderamente justicia. Por un lado, los creyentes ya han pagado por sus pecados en Cristo; Él los recibió en la cruz, Él recibió el castigo y la condenación que ellos merecían. Ellos ya fueron absueltos en Cristo, y no hay injusticia en ellos porque Cristo es su justicia. Que el Señor, que Dios, el Juez, los deje libres no es injusto porque Cristo pagó por ellos hasta la última gota de su sangre. Dios pagó por cada uno de sus escogidos; no hay injusticia en ellos en su absolución porque Cristo es su justicia.
Por otro lado, los de la izquierda, los incrédulos que lo han rechazado y que no han conseguido el perdón ni la absolución a través de Cristo, llegarán a ese día cargando la mochila de sus pecados y deberán ellos mismos pagar eternamente. Será justicia, hermanos y amigos, y lo será igual para todos. Y este es el último punto de este sermón: el juicio de Dios es ineludible; llegará y nadie escapará. Es justo; no habrá excusa ni defensa, será según verdad, según la realidad de cada uno, y, por último, será imparcial. Todos serán juzgados por igual.
En el verso 11, Pablo sentencia de esta manera: «No hay acepción de personas para con Dios», como bien él mismo repite una y otra vez a lo largo de estos versos. El judío primeramente y también el griego, todos en igualdad de condiciones. Hace un tiempo atrás, quizás alguno recuerde, una noticia conmocionó a la comunidad: un joven ciclista fue atropellado y trágicamente perdió la vida por otro joven en estado de ebriedad, que luego se refugió en su casa; lo abandonó en la ruta y se encerró en su vivienda. Como es de público conocimiento, este joven, el que cometió el accidente, el que mató al otro muchacho, es de una familia adinerada y con poder político, y podemos decir, por lo menos a la distancia, que la justicia para con él fue bastante benevolente. Y, si este no es quizás el mejor de los ejemplos, si tú te pones a pensar por un segundo, vas a encontrar que muchas veces no se hace justicia. Vas a encontrar que muchas veces la justicia que nosotros conocemos puede ser parcializada y beneficiar a algunos. El poder político, las riquezas, los contactos, las influencias, pueden ayudar muchas veces a que algunos se salgan con la suya. Pero llegará el día en que no valdrán los dólares, un apellido, una nacionalidad; no tendrá ningún valor, no significará nada. Ningún otro ser humano podrá ayudarte; no podrás levantar el teléfono, tus contactos, tus amigos no te servirán de nada. Porque, como bien dije recién, ellos también estarán ahí para rendir cuentas. Ahí estarán todos en igualdad de condiciones: el político y el apolítico, el famoso y el don nadie, el rico y el pobre, el judío primeramente y también el griego, porque no hay acepción de personas. Todos serán juzgados por igual.
Y alguno en este punto podría decir: «Pero Pablo, esto no es del todo tan justo. ¿Cómo puede ser que a los judíos, que conocían la ley de Dios, que la tenían ahí, que Dios mismo les había dado, que tenían tanto conocimiento, que ellos sean juzgados de igual manera que los otros pobres gentiles que desconocían totalmente la verdad de Dios, que desconocían sus leyes? ¿Cómo puede ser eso justo?» Bueno, y ese pensamiento, si alguno se le generó en este momento, tiene algo de cierto. Y es que no todos recibirán lo mismo; alguno podría pensar y decir: «Yo creo que para el gentil debería de haber un poco más de piedad». Y eso tiene algo de cierto, pero piedad no habrá. Lo que sí habrá es más juicio para algunos, pero piedad ya no habrá para nadie. Si tú quieres piedad, amigo, hoy hay piedad. Ven a los pies de Cristo, arrepiéntete de tus pecados, abrázalo a Él como tu Salvador. Hoy hay piedad; aquel día no habrá. Lo que sí habrá es más juicio para algunos, para aquellos a los cuales se les habrá dado más. El Señor Jesús, enseñando esto en Lucas 12:48, dice: «Más el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá». Por esta razón es, mis hermanos, que Santiago, en su Epístola, dice en el verso 1 del capítulo 3: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación». Sin duda alguna, algunos recibirán mayor condenación que otros, pero piedad ya no habrá para nadie.
Hoy es el día. En el verso 12 del capítulo 2 de Romanos, Pablo dice: «Y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados». Estos son los judíos. Tienen la ley. Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados. Los judíos habían recibido de parte de Dios mismo la ley en el Sinaí. Esta ley era leída cada sábado en las sinagogas, y el hecho de que Pablo nos dice que ellos juzgaban a los demás, que ellos se ponían en el mote de jueces, nos dice que ellos manejaban la ley, la conocían muy bien. Es por eso que Pablo, a estos que conocían tan bien la ley y que se ponían en el lugar de un juez, les dice en el verso 1: «En lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas, haces lo mismo». Cada vez que ellos se ponían en el lugar de un juez y decían: «Esto está mal, esto está bien», ellos lo que estaban haciendo es condenarse a sí mismos. ¿Por qué? Porque aquel día el Señor les va a decir: «Vos conocías muy bien mi ley, te creías un juez de los demás, y vos mismo vas a ser juzgado por todo eso». Ellos, más que nadie, son inexcusables y deberán pagar. Pero lo cierto también, mis hermanos, es que los otros tampoco recibirán piedad; los gentiles tampoco tendrán excusa. Aquel gran Día del Señor, ellos también serán condenados. En la primera parte del verso 12, nosotros escuchamos que dice: «Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán». Y más adelante, en los versos 14 y 15, dice: «Porque cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen lo que es de naturaleza, lo que es de la ley, estos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándoles o defendiéndolos sus razonamientos». El sentido de moralidad que hay en la criatura, el tener nociones éticas y morales, es la evidencia de que Dios puso su ley en ellos, o bien, como dice Pablo, que la ley está escrita en sus corazones.
Nosotros podemos ver, hermanos, tribus o comunidades completamente alejadas de la civilización, que nunca jamás se han topado con las Escrituras, que en su vida han visto los Diez Mandamientos, que se manejan en términos morales. Ellos tienen un sentido de moralidad; ellos saben que está mal matar, ellos hacen el bien al prójimo, ellos aman a los suyos. Este sentido de moralidad que tienen revela que Dios puso su ley en ellos. La razón, el sentido moral, y toda la creación a su alrededor deberían llevarlos a todos ellos a buscar a Dios. El no buscar a Dios, a pesar de todo esto que el Señor, en su bondad, les dio: la razón, el sentido moral, la creación misma, el no prestar atención es parte de su irresponsabilidad y de su decidia pecaminosa. Nadie podrá alegar aquel día: «Yo no sabía».
En cierta forma, esto es, mis hermanos, como en nuestro medio, en nuestras leyes. Imagínense un conductor que infrinja la ley de tránsito, y cuando es detenido, él alega y dice: «Yo no sabía». ¿Creen ustedes que esa defensa es válida? Por supuesto que no. Un principio del derecho es «Ignorantia juris non excusat». No me pidan que mi latín sea bueno si mi castellano ya no es muy bueno. ¿Qué quiere decir esto? El desconocimiento de la ley no excusa; la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley. Si una ley fue promulgada, es responsabilidad del individuo conocerla y aplicarla. Y saben, mis hermanos, el gentil no tiene excusa. No tiene excusa porque esta ley fue promulgada por Dios en su propia mente. Él no podrá decir: «Yo no sabía». Si él no quiso acercarse a Dios, no quiso buscarle, es por su injusticia y por su maldad, porque quiso rechazarlo voluntariamente.
Permanecer en ignorancia, no querer acercarse a Dios, es parte de su responsabilidad espiritual y de su injusticia. Porque, mis hermanos, aún aquellos que están lejos, aún aquellos que no tienen la Biblia impresa, si ellos realmente mirasen todo lo que hay a su alrededor y si buscaran al Señor de todo corazón, de alguna forma—no me pregunten cómo, pero si Cristo se apareció a Pablo en el camino a Damasco, Él lo va a hacer. Él promete; el Señor promete que cualquier ser humano que mire todo lo que hay alrededor y trate de buscarle sinceramente, Él proveerá los medios y lo hallará. Es eso lo que dice Deuteronomio 4:29: «Más si desde allí buscares al Señor tu Dios, lo hallarás». En medio del pecado, de la injusticia, de la maldad y de la lejanía, si lo buscares, lo hallarás, si lo buscares de todo corazón y de toda tu alma, Él proveerá los medios.
El Salmo 145:18 dice: «Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras». Cercano está Jehová a todos los que le buscan. Niños, no necesitas de tus padres para acercarte a Dios. Sabes hablar, puedes pensar. Así como pides a tus padres cuando tienes hambre o cuando tienes frío, así mismo, niño o joven que está en esta mañana, inclina la cabeza y pídele al Señor que te salve, que sea tu amigo, que tú quieres conocerlo, y Él te salvará y será tu amigo para siempre, y Él nunca te va a abandonar. Niño, de la misma manera, para ti adulto, los brazos del Señor están abiertos hoy en día para que tú vengas a Él en arrepentimiento y fe. No pierdas tu tiempo porque no mañana, de acá a una hora, puede ser muy tarde.
Ven a Cristo. Ven a Cristo. ¿Quieres invocarlo? ¿Quieres buscarlo? ¿Te interesa, amigo, saber de Él? ¿Te gustaría conocerlo, o prefieres permanecer de espaldas a su evangelio, a su verdad, a su voz que te está llamando y te dice: «Ven»? Prefieres hacerle oídos sordos, prefieres ignorarlo. Si tú prefieres hacerlo, escucha esto. Presta mucha atención: en Ezequiel 22:14, Él dice: «Estará firme tu corazón; serán fuertes tus manos en los días en que yo proceda contra ti. Yo Jehová he hablado y lo haré». No podrás escaparte; es ineludible. Será justo todo lo que hiciste durante toda tu vida aquel día, y nada podrá salvarte. Si estás oyendo en esta mañana su voz, si algo se generó en tu corazón en este momento, no endurezcas tu corazón; no hagas oído sordo al llamado del Señor a que vengas a Él, a que reconozcas tus pecados y a que mires a Cristo como tu Salvador.
No te cierres, no pierdas la oportunidad, no rechaces al único camino de reconciliación al Padre. Ven a Cristo. Y si tú, ahí donde estás, inclinas tu cabeza y de corazón, como Él mismo promete en su palabra, de corazón tú le pides: «Yo quiero conocerte, sálvame, perdona mis pecados», créeme, no por lo que yo digo, sino porque Él es fiel, créeme que serás salvo y tendrás vida eterna. Y todo esto, solo por la gracia divina.