EL REPOSO DEL PUEBLO DE DIOS (Heb 4:1-11)- 09/06/24

Transcripción automática:
Continuando con nuestra exposición consecutiva del libro de Hebreos, tocamos el capítulo 4 y la unidad de pensamiento o la porción que vamos a estudiar hoy es del versículo 1 al 12 del capítulo 4. Leo para ustedes la Palabra del Señor, que dice así: Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la Promesa de entrar en Su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la Buena Nueva como a ellos, pero no les aprovechó el oír la Palabra por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos creído entramos en el reposo de la manera que dijo: Por tanto, juré en Mi ira: No entrarán en Mi reposo, aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas Sus obras en el séptimo día; y otra vez aquí: No entrarán en Mi reposo. Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la Buena Nueva no entraron por causa de desobediencia, otra vez determina un día, hoy, diciendo después de tanto tiempo por medio de David, como se dijo: Si oyeres hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones. Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en Su reposo también ha reposado de Sus obras, como Dios de la Suya. Y el versículo 11, el sello de este mensaje, dice: Procuremos, pues, entrar en aquel reposo para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.

Hasta aquí las lecturas del pasaje de la Palabra del Señor. He titulado este sermón «El reposo del pueblo de Dios». Ese es el título que hace justicia a este mensaje. Hasta aquí, siendo una recapitulación, habíamos visto que Jesús es superior a los profetas y a los Ángeles, inclusive a Moisés, quien era el inaugurador del ministerio profético. Es decir, habiendo visto que el Señor es superior a todo y en quien todo creyente deposita su confianza en el marco de esa superioridad, entendemos que Él es Digno y que es el único depositario fiel de nuestra fe. Todo lo anterior que tenían los judíos eran solamente sombras, pero en Él hay que depositar toda la confianza. Sin embargo, los judíos hebreos que se habían convertido al cristianismo, por la persecución, se iban deslizando, y es como que caminaban por una escalerita: un escalón de incredulidad, desobediencia en otro escalón, y por último, donde ya estaba completo el abandono del camino del Señor, el último escalón, que es la apostasía, el abandono absoluto ya de la fe.

El escritor hizo referencia al episodio del Antiguo Testamento en el cual el pueblo de Israel, como juicio por su incredulidad, no entró en el reposo. Moisés dijo: “¿Para qué nos trajiste a morir acá en este desierto?” Y qué pasó: No entraron a la tierra prometida por su incredulidad. Eso es básicamente lo que dice Hebreos 4:1-3: Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún en la Promesa de entrar en Su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la Buena Nueva como a ellos, pero no les aprovechó el oír la Palabra por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero los que hemos creído entramos en el reposo de la manera que dijo: Por tanto, juré en Mi ira: No entrarán en Mi reposo. En el capítulo 3, nosotros vimos ya esa desgracia de los israelitas que, habiendo sido redimidos como pueblo de Dios saliendo de Egipto, no entraron a la tierra prometida, sino que se quedaron ahí postrados en el desierto. Ahora el autor nos dice qué es lo que toca hacer con ese ejemplo. Y qué dice: Dos palabritas: Una, temamos. Dice temamos, pues, el temor es algo que tiene que estar también en la vida de fe, pero no un temor legalista, que si usas una prenda de tantos centímetros debajo de la rodilla no se trata de ese temor, sino un temor que tiene que inducirnos a examinarnos y asegurar que realmente hemos creído en Jesucristo para salvación. Ese es el temor. Y que la Promesa de Dios tiene una cabida en nosotros. Eso es: ¿Será que creí realmente? Por lo tanto, ¿qué cosa? Temamos, pues. Y después amplía el versículo. El autor amplía su exhortación diciendo: No sea que permaneciendo aún en la Promesa de entrar en Su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Pero, ¿cuál es la promesa que debe ser motivo de temor? Ahora ahí entramos en esa palabra: en la promesa. ¿Qué es esta Promesa de entrar en Su reposo? Y bueno, lo que está haciendo acá el autor es referirse simbólicamente a la promesa que Dios hizo llegar a Israel por medio de Moisés, según la cual Dios le abría al pueblo las puertas en la tierra de Canaán. Por eso ellos salieron de Egipto: la promesa de la tierra prometida. Esa promesa en la cual Israel no creyó, en la tierra en la cual no entró, y murió en el desierto. Eso fue lo que pasó, y ese es el punto. No creer, manifestar que sí, pero no: Israel no creyó y murió en el desierto. Estos cristianos judíos destinatarios de la carta, en ese grupo de hermanos, muchos no eran verdaderos y genuinos creyentes. No. Y al árbol se reconoce por su fruto. ¿Qué hicieron después? Dejaron, abandonaron.

Y en nuestro tiempo y en nuestra iglesia hemos visto que también muchos desertaron, abandonaron el camino del Señor. Porque evidentemente escucharon la Palabra, pero no iba acompañada de fe. No se mezcló con fe. El texto griego dice literalmente: No les aprovechó la palabra que oyeron. No oír la Palabra. Pero, por supuesto, el autor no está diciendo que el problema es la Palabra, o que Dios se equivoca. No, Dios no se equivoca. Dios no miente. No. Dios no miente. No era la dureza del corazón israelita el problema. Ese era el problema: la incredulidad. Según cómo respondamos al evangelio, eso es lo que confirma el poder salvador, y la Palabra es como la comida. La comida puede ser sana y nutritiva, pero solo cuando la comemos nos hace bien. ¿De qué te sirve tener un banquete enorme ahí con todas las proteínas y carbohidratos y antioxidantes si no comes y no digieres? Solamente cuando comes, te hace bien. Pero saben que la Palabra de Dios tiene que ser abrazada por la fe y ahí aprovecha. Dice un autor en la iglesia a la que asisto que hay una mujer joven que ha sido miembro de ella desde su fundación hace 4 años. Ella y su familia han participado en diferentes eventos de adoración, asistió a las actividades de pequeños grupos y desarrollaba una serie de ministerios, inclusive a otras personas. Sin embargo, este pasado otoño, Becky, que es el nombre de la mujer, se dio cuenta de que todavía no había contraído una verdadera fe. Otra mujer, de 31 años, madre de dos niños, quien tras asistir a dos reuniones en las que se presentó, dijo: “Acabo de darme cuenta de que he estado jugando a la religión toda mi vida. Estoy activa en la iglesia, formo parte de varios comités, he oído hablar tanto de la crucifixión desde que era una niña que me he insensibilizado al mensaje.” Es decir, que el mensaje puede entrar y no hay un medidor. No es que porque escuchaste una cierta cantidad de veces, ya está. No. El Señor tiene que obrar una obra milagrosa en el corazón, porque por gracia soy salvo por medio de la fe, y esto es un don de Dios. Ese don de Dios tiene que operar en el corazón del creyente. Y esa verdad tiene que ser abrazada.

La Palabra de Dios ha de ser abrazada por la fe para que, como dice el texto, nos aproveche. Y dice seguidamente el versículo 3b en adelante: “Por tanto, juré en Mi ira”, volviendo otra vez al ejemplo de desobediencia de Israel que no creyó y, en consecuencia, no entró a la tierra prometida. Escuchó el mensaje de la promesa y, en consecuencia, no hizo caso: desobedeció, rechazó, no creyó. Por tanto, juré en Mi ira: No entrarán en Mi reposo. Y luego dice: Aunque las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. Dice, porque dice el versículo 4: En cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas Sus obras en el séptimo día. Ahí es como que enfoca un poquito más, ya con mayor claridad, el reposo: ¿De qué reposo está hablando? El reposo del cual Israel quedó excluido es el reposo de Dios. No es un reposo cualquiera. No es solamente un reposo provisto por Dios. Para ello es mucho más que esto: es un reposo que Dios mismo luego disfruta. Y ahora hay que buscar el origen de esta palabra: “Mi reposo”, no en la entrada de Canaán, sino en Génesis 2:2-3, en el reposo por el cual Dios reposó después de la creación. A eso se refiere. Dice así: Génesis 2:2-3: “Y acabó Dios en el séptimo día la obra que había hecho, y reposó el séptimo día de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había creado y hecho.” Ahora, eso es lo que nos dice nuestro texto: que Dios reposó después de haber culminado la creación. Y entonces, amados hermanos, a los efectos del pasaje, el reposo de Dios no puede ser entendido solo como un país en este mundo, Canaán, porque Canaán no es más que un símbolo del reposo de Dios. Lo que Dios nos ofrece no es ni más ni menos que participar en el reposo que Él mismo disfruta. Imagínense, es mucho más elevado que la figura que nos presenta el texto del Antiguo Testamento. Eso es la misma clase de reposo que Dios conoce desde que Él dejó de crear el mundo. Imagínense lo superior, lo supremo y lo sublime del reposo. Entonces, nosotros, amados hermanos, vemos que el reposo del creyente en Jesucristo, anticipado en el cuarto mandamiento, comenzado en nuestra experiencia actual, es decir, eso es: nosotros descansamos sobre la obra completa de quién? De la persona de nuestro Señor Jesucristo. Y esa obra completa, ¿sabe en qué es? Es entrar en la gloria de Dios.

Para nosotros eso es el reposo: entrar en la gloria de Dios, ese bienestar perfecto, completo. El universo entero fue creado por Dios para Su gloria y disfrute. Pero saben qué, a nosotros indignos, Él nos llama a que lo disfrutemos juntamente con Él. Es decir, que nosotros vamos a compartir ese espacio de reposo en la eternidad con Él. Obviamente, si no aplicamos al ejemplo de desobediencia de Israel y creemos. En cultos anteriores habíamos visto que en Hebreos 1:2 el Hijo es heredero de todo, y en Efesios 1:10 nos habla del Señor Jesucristo como aquel que está reuniendo en Sí todas las cosas, como el centro y el heredero del universo. Imagínense. Pero luego, en Efesios 1:11, el apóstol Pablo nos recuerda también que en Él así mismo tuvimos nosotros herencia. Es decir, nuestra herencia no es totalmente diferente a la de Cristo, sino que participamos de Su herencia. Somos coherederos con Cristo.

Ahora, imagínense: coherederos con Cristo en la eternidad. Ven cómo la promesa va mucho más allá de un espacio físico o un día de la semana. Es mucho más suprema y elevada. Y en el versículo 5, por supuesto, porque esto es una advertencia, esto es una exhortación, dice: Y otra vez aquí: No entrarán en Mi reposo. El autor en este caso vuelve a la cita del Salmo 95:11: No entrarán en Mi reposo. Dios, amado hermano, siempre tuvo la intención de que el ser humano compartiera Su reposo después de la creación. Esa fue la intención. Ahora, ¿qué pasó? ¿Qué pasó con ese estado perfecto? ¿Qué pasó con ese reposo que Dios tenía para el hombre? Bueno, el hombre se alejó del reposo de Dios porque cayó en pecado. Esa tragedia de Génesis 3: el hombre tuvo que ser expulsado del huerto del Edén, que también es símbolo del reposo, y a partir de aquel momento, saben qué, toda la iniciativa, todo el impulso y el poder salvador de Dios tiene la finalidad de hacerle volver otra vez al reposo original, y esa es la intención de Dios al sacar a Israel de la tierra de Egipto y encaminarlo hacia la tierra prometida.

Esa era la intención: Dios quería que su pueblo entrara al reposo. También, en el mismo Salmo 95 se indica de manera tan clara que el reposo que Dios conoce y disfruta sigue siendo la porción, la herencia de su pueblo. Pero, saben qué, amados hermanos, al no cumplirse la entrada en el reposo con el Éxodo, aún así sigue la invitación de entrar al reposo de Dios. Esto es lo que el autor nos explica en los versículos 6 al 8. Para que vean que eso sigue, dice el versículo 6: “Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia.”

Versículo 7: “Otra vez determina un día, hoy, diciendo después de tanto tiempo por medio de David, como se dijo: Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría de otro día. Volviendo a la idea, Dios tuvo el propósito de que su pueblo entrara en su reposo. Pero dice el autor: si bien es cierto que Israel no entró, no es que por eso Dios ya retiró su promesa. Esta sigue vigente. Ya vimos en el versículo 1: “Temamos, no sea que permaneciendo aún en la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.” Y vimos en el versículo 9 que se repetirá: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.” Es decir, eso está vigente.

Y dice este versículo 6: “Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él y aquellos a quienes primero se les anunció el evangelio no entraron por causa de desobediencia.” Bueno, bajando un poquito a tierra: falta que algunos entren en él. ¿De qué está hablando? Después dice: “Y aquellos a quienes primero se les anunció el evangelio no entraron por causa de desobediencia.” ¿Quiénes no entraron por causa de desobediencia después de haber escuchado el mensaje? Israel. Los primeros en escuchar el evangelio, la buena nueva de redención y reposo, fueron los israelitas. El ejemplo de desobediencia bajo Moisés, dice el autor en el versículo 6, ellos escucharon, pero luego ¿qué hicieron? Por su desobediencia, por su incredulidad, no entraron en el reposo a pesar de haber participado en la redención. Imagínense, fueron sacados de Egipto, pero no creyeron. En un comienzo, todo parecía indicar que Israel había recibido el evangelio y había sido redimido, pero al llegar el momento de la verdad, cuando Israel estuvo en el límite de la tierra prometida, se negó a entrar por su incredulidad, rechazó el evangelio y fue desobediente. Aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia.

Y alguno puede decir: “No, pero a mí no me va a pasar.” Pero ellos eran un pueblo duro. Bueno, yo te pregunto: ¿Cuántos mares rojos has visto ya abiertos? ¿Has pasado por medio de las aguas? Los testimonios que ellos recibieron eran demasiado portentosos. ¿Cuántas plagas viste? Bueno, imagínate, ellos tenían la promesa, pero también tenían confirmaciones, señales físicas. Imagínense quedar postrados y muertos en el desierto. Esto es un asunto mucho más complejo, y no tenemos que ser simplistas en ese razonamiento. Pero, saben qué, tampoco debemos dejar de reconocer que es Dios quien produce tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. Es Dios quien produce esa fe tan poderosa como para poder creerle. Y saben por qué también. La promesa tiene tanta credibilidad y firmeza porque Dios la prometió. Y, ¿saben qué? Él sigue ofreciendo esa promesa. Eso continúa. El autor nos explica en el versículo 7: “Dice otra vez: Determina Dios un día, hoy, diciendo después de tanto tiempo por medio de David, como se dijo: Si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.”

Me llama la atención por qué lo dice David. ¿Acaso no pudieron haberlo dicho ellos? Si la conquista de Canaán era el final de la promesa, entonces ahí se terminó todo. Pero David vino después que Josué. Muchos siglos pasaron entre el momento de la salida de Egipto y el reinado de David. En lo que Israel se asentó en la tierra del reposo. Pero David dice: “Hoy sigue vigente la promesa de Dios de entrar en su reposo.” Muchos siglos pasaron desde David hasta la redacción de la Epístola a los Hebreos, pero el Espíritu Santo siguió hablando a través del Salmo como si fuese un tiempo presente, diciendo al pueblo que prestara atención al evangelio y no endureciera su corazón por la incredulidad y quedara excluido del reposo. Y, por supuesto, muchos siglos han pasado desde la redacción de Hebreos hasta nuestros días, pero todavía, en el siglo XXI, la voz del Espíritu nos llega a través del Salmo 95, diciéndonos lo mismo: “Si hoy esta palabra está tocando la puerta de tu corazón y te llega la invitación de Dios de entrar en su reposo, no endurezcáis vuestros corazones ni seáis desobedientes e incrédulos, porque puedes quedar excluido de la gloria del reposo que Dios tiene para aquellos que creen en Él.”

El hecho de que David, después de tanto tiempo en el versículo 7, pueda seguir aplicando las palabras de la promesa a su generación, y el hecho de que el autor de Hebreos, después de otro gran tiempo, aplique también a su generación, demuestra que ellos entendían que la palabra de Dios tenía siempre la misma finalidad, la misma vigencia y siempre la misma autoridad a lo largo de la historia. Dios continuamente, desde la fundación del mundo, y desde que Él entró en su reposo, está ofreciendo al pecador la posibilidad de compartir el reposo con Él. Y, en esencia, este es el evangelio. Y nos sigue advirtiendo hoy, 9 de junio de 2024, en una iglesia local de San Antonio, del mismo peligro: el de endurecer nuestros corazones ante el evangelio y quedar excluidos del reposo por causa de la incredulidad y de la dureza del corazón.

Y, por cierto, este reposo no se nos muestra como algo plenamente conquistado en Canaán, sino que es algo que está por venir. Y ahora en escena entra una persona, y le digo el nombre, Josué. El que entró a Canaán físicamente. El versículo dice: “Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.” En otras palabras, si con Josué terminó el tema del reposo, después nadie mencionaría el tema, porque ya está, terminó. Pero, saben qué, queda un reposo para el pueblo de Dios en tiempo presente. Y voy a usar una versión de traducción dinámica: “Ahora bien, si Josué hubiera logrado darles ese descanso, Dios no habría hablado de otro día de descanso aún por venir.” ¿Vieron? Ahí iba a terminar, no se iba a mencionar más nada aún por venir, en espera para el pueblo de Dios.

Y, por cierto, como es consabido en los primeros versículos y capítulos que hemos visto, hablamos siempre de la superioridad de Cristo sobre todo, sobre los profetas, sobre los ángeles, sobre Moisés, y ahora le toca a Josué. La superioridad de Cristo. Después de establecer su superioridad con respecto a Moisés, ahora vemos respecto a Josué. Por supuesto que el nombre de Jesús no es sino la forma griega del Josué hebreo. Como consecuencia, los versículos 8 y 9 casi nos invitan a ver en Josué un tipo de Cristo, y yo lo pongo casi por una cuestión de cautela, pero yo, siendo responsable, Franco Benítez, veo a Josué como un tipo de Cristo, como un anticipo, como una figura. Es como si dijeran: “Porque si aquel primer Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro día.” Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios, el cual será provisto por el nuevo Josué. Esa es la idea: el Señor Jesucristo. Hay un reposo que va a venir con el nuevo Josué y que está disponible hoy.

Si nosotros le hubiéramos preguntado a cualquier judío que haya entrado en la tierra prometida con Josué en qué consistía el reposo de Dios, él nos habría dicho dos cosas: por un lado, el Día de Reposo, es decir, cada séptimo día tenemos un día de reposo y ese es el reposo que Dios nos da, y por otro lado, también la tierra de Canaán. Eso nos habría dicho. Pero son estas cosas el reposo que Dios tenía en mente.

Bajo Moisés, el pueblo de Dios entró en el ámbito de la ley con su Día de reposo, y bajo Josué entró en la tierra de la promesa. Pero en Jesucristo somos herederos de promesas mejores. El autor nos está diciendo algo así como: no ven que debe haber un cumplimiento superior, que la promesa de entrar en el reposo de Dios no se completa ni en el Día de reposo ni en la tierra de Canaán. ¿No se dan cuenta de que es mucho más glorioso que eso? Por favor, no vuelvan al judaísmo, que solo ofrece un sabat ceremonial y una tierra dominada por extranjeros y paganos. Es más que eso. Si vuelven al judaísmo, vuelven a los símbolos y sombras y pierden las realidades a las que estos símbolos se refieren.

El simple hecho de que David, siglos después, pueda decir «hoy» y que el autor también indique que el reposo de Dios es algo superior y que está disponible hoy, demuestra que la promesa de reposo sigue vigente. La tierra de Canaán ya fue conquistada y se estableció la monarquía, y siglos después, David dice «hoy». Esto indica que el reposo de Dios tiene un sentido presente.

Cuando Dios acabó la creación, ¿saben qué pasó? Descansó de sus obras. Por supuesto, este Dios no era otro sino nuestro Señor Jesucristo, porque vimos que por medio de Él Dios hizo el universo. Quien descansó de la obra de la creación fue nuestro Señor Jesucristo; Él también ha descansado de la obra de la nueva creación, como leímos. Habiendo efectuado la purificación por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Es decir, Él entró en el reposo de Dios, en la gloria de Dios, en el bienestar perfecto en el que Dios habita, y allí se sentó para descansar. Los que hemos creído en el Señor Jesucristo estamos sentados con Él en los lugares celestiales porque también descansamos; descansamos porque nuestra salvación no depende de nuestras obras defectuosas e incompletas, sino de la obra perfecta y completa del Señor Jesucristo.

No es fácil aprender o contemplar este descanso en el Señor con la lucha cotidiana contra el pecado y el maligno. Pero hay un sentido en el que ya hemos entrado en el reposo y estamos sentados en lugares celestiales. Esto es por la fe y la salvación lograda por el Señor Jesucristo, que ya es una realidad pero aún no está plenamente consumada. El final de Hebreos 4:9-11 es iluminador: «Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.» Aquí se hace una comparación: procuremos, pues, entrar en aquel reposo para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.

El autor de Hebreos recuerda que Dios, por medio de Moisés, prometió reposo a Israel, un reposo entendido en aquel momento como la entrada en la tierra prometida. Sin embargo, la revelación ampliará el horizonte y el significado de este reposo. Israel, por su incredulidad, no entró en la tierra. Aunque bajo Josué la generación siguiente sí entró, solo se cumplió parcialmente la promesa de Dios. Por lo tanto, debemos comprender que queda un reposo para el pueblo de Dios (versículo 9). Este reposo no es meramente algo que Dios concedió a Israel en el momento de esa entrada, sino algo cuyo cumplimiento perfecto queda en el futuro, cuando la iglesia, siguiendo las pisadas de su Señor, entre plenamente en el reino eterno.

Como refleja el versículo 10, debemos comprender que mientras estemos en esta vida, debemos seguir adelante en este peregrinaje como Israel, luchando contra nuestros enemigos y caminando en las obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Debemos comprender que hoy no es un día de pereza ni de descuido de nuestra salvación, porque la obra de Dios aún no se perfeccionó en nosotros ni Él cumplió plenamente en nosotros su promesa de reposo.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Atender con diligencia nuestro servicio cristiano, nuestra fidelidad al Señor y nuestro seguimiento del camino. Debemos hacerlo sabiendo que si somos fieles al Señor, si somos consecuentes con la profesión de fe que hemos hecho y si somos obedientes al llamamiento de Dios, vendrá el día en que entraremos en nuestro reposo y descansaremos de esta vida llena de lucha y pruebas. Ese día llegará, y esa es nuestra esperanza. Como refleja el versículo 11, «procuremos entrar en aquel reposo para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia».

Debemos comprender que la apostasía de Israel, su desobediencia e incredulidad, han sido comunicadas por el Espíritu Santo en las Escrituras para nuestro ejemplo y advertencia. Esto no está de más; el Espíritu Santo lo usa para la preservación de tu alma. Si aún no has abrazado la fe, hay que evitar el mal ejemplo de Israel y proseguir el camino firme en la fe, obediente al Señor y con la mirada puesta en la esperanza de gloria y reposo. Porque una apostasía nuestra acarreará consecuencias mucho más graves que las que le ocurrieron a Israel.

También vemos en este versículo una palabra de ánimo. «Procuremos» en griego es una palabra fuerte: busquemos con ahínco, luchemos con vigor, esforcémonos. Es una palabra que requiere acción, no descanso. Debemos actuar con celo y perseverancia. No debemos estancarnos en el camino ni desviarnos, ya que eso sería desastroso para nosotros, como lo fue para Israel. No debemos permitir que nuestro amor a nuestro Señor Jesucristo se enfríe, ni dudar de Él ni de su capacidad para guardarnos a lo largo de nuestra peregrinación. No debemos desobedecer su palabra ni cuestionar su señorío sobre nuestra vida. Debemos ser rápidos y deseosos de seguir sus directrices.

De lo contrario, si no mantenemos firme nuestra confianza en Él, podríamos caer en desobediencia e incredulidad, demostrando que nunca habíamos creído verdaderamente en el Señor Jesucristo. En otras palabras, podríamos quedar excluidos del reposo. Como dice el apóstol Pablo en Filipenses 3:13-14, «Yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado, pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.»

Qué grande es nuestro privilegio: el supremo llamamiento de Dios en Cristo hoy nos convoca no a una Canaán terrenal, sino a entrar plena y definitivamente en su propio reposo para siempre. Ante nosotros están esperanzas gloriosas. Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, poniendo los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Levantemos las manos caídas y las rodillas paralizadas, y hagamos sendas derechas para nuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.

Repito lo que dije el domingo pasado: ¿qué sentido tiene mirar atrás, habiendo tantos tesoros adelante? Tesoro eternos de redención, paz, esperanza y el absoluto y pleno reposo bajo la presencia de Dios y sus santos ángeles. Un día, cuando Él venga, las trompetas sonarán y el que preparó patria, Jesús, quien es el camino a la plenitud del reposo, hará que cada letra de estas palabras sea una realidad eterna y gloriosa, sin lágrimas ni pecado, y con plenitud en Él. Estaremos en la ciudad celestial del reposo pleno, a la cual tenemos el llamamiento celestial. Disfrutaremos de esa gloria superior porque Cristo es superior a los ángeles, superior a Moisés, superior a Josué, y el reposo que ofrece Cristo es superior a cualquier cosa que podríamos imaginar, incluso en nuestros sueños más sublimes.

Como está escrito en 1 Corintios 2:9: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.» Con dos palabras puedo resumir todo lo que hemos dicho: «Cristo, bien.» Y si hay alguno aquí que aún no ha creído en el único y suficiente Salvador Jesucristo, le ruego que se arrepienta de sus pecados, que abandone su desobediencia e incredulidad, que se rinda a los pies de Cristo y crea, porque solamente en Él hay vida eterna, una vida eterna que para usted es gratis, pero para Cristo significó un alto precio: el precio de su sangre. Él es el único que ofrece reposo para el alma pecadora. «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.» Solo en Cristo hay descanso para el alma. Amén.

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