EN CRISTO SE CUMPLEN TODOS LOS PACTOS (Jn 1:9-13) – 28/01/24
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Hoy vamos a continuar con la exposición secuencial del Evangelio del apóstol Juan. Habíamos visto hace un par de semanas cómo el escritor buscaba revelar la divinidad de Jesús. Juan se especializó en demostrar que Jesús no era una persona cualquiera, que Jesús no era un profeta más, que Jesús no era un gran maestro de la ley. Él se encargó de demostrar que Jesús era Dios, que Jesús era eterno, que Jesús cohabita con Dios y que Jesús se despojó a sí mismo para venir a esta tierra para traer vida. Hoy vamos a continuar leyendo el capítulo 1 de Juan y, como bien se anunció, hoy vamos a ver cómo en Cristo se cumplen todos los pactos de Dios.
Siempre se suele escuchar en los círculos cristianos que Dios es un Dios de pacto, ¿verdad? Y muchas veces nos llenamos la boca con esta frase y asumimos que esta es una frase hecha sin comprender la profundidad de este término. ¿Por qué Dios es un Dios de pactos? ¿Por qué Dios es un Dios de pacto? Bueno, la explicación más sencilla es porque Dios se comunica exclusivamente con su pueblo a través de pactos.
Entonces, la pregunta obligada es: ¿qué es un pacto? Un pacto, hermanos, viene de la palabra partir. Pacto viene de la palabra partir y hace referencia a la forma en que los antiguos establecían los acuerdos. En el pasado, cuando dos personas, supongamos dos reyes, establecían un acuerdo con compromisos, agarraban un animal y lo partían por la mitad, ponían la mitad del animal a un lado y la otra mitad al otro, y hacían un camino de sangre. Cada uno de los acordantes se ponía al pie de las partes y caminaban por el medio de ese camino de sangre. Allí en el medio, se agarraban del muslo y establecían los compromisos para ese pacto. Yo dejo en la imaginación de cada uno de ustedes cómo era esa escena, ¿verdad? Pero lo que sí es cierto es que si uno fallaba en el compromiso, sería partido como ese animal. Era un compromiso con una sanción, un castigo potencial si no cumplías con el pacto. Había una sanción.
Ahora, estos compromisos se hacían entre dos o más personas y todos tenían puntos para cumplir dentro de este pacto. Pero los pactos bíblicos son diferentes. Los pactos bíblicos son unilaterales. ¿Qué quiere decir esto? Que solo Dios es el que establece las reglas, el que establece el compromiso es Dios, el que establece las sanciones es Dios y el que establece las bendiciones si se cumple el pacto también es Dios. Dios establece las reglas, las sanciones, el compromiso y las bendiciones. Meredith Kline describe la palabra pacto bíblico de una manera muy sencilla: un pacto es un compromiso divinamente sancionado.
Y si nos vamos a las Escrituras, vamos a ver que todo, absolutamente todo, tiene que ver con pactos. ¿Y por qué le cuento todo esto? Bueno, porque hoy vamos a seguir con la exposición secuencial del Evangelio de Juan. Vamos a continuar desde el versículo 9 en el capítulo 1 y vamos a hacerle preguntas a este texto y vamos a ver cómo cada renglón, buscando las respuestas, nos va a llevar indefectiblemente a un pacto diferente establecido por Dios. Y si usted se pregunta por qué me tiene que interesar todo esto, bueno, por mucho y hasta diría por todo, hermanos. Cada pacto fue establecido para bendecir al hombre y usted hoy, hermano, está siendo bendecido por cada uno de esos pactos y quizás usted ni lo sabe.
Dios estableció tres tipos de pactos: el pacto de redención, el pacto de obras y el pacto de gracia. Y Juan hace referencia implícitamente a cada uno de estos pactos en el capítulo 1 y en el versículo 9. Le invito a que busque el Evangelio de Juan en el capítulo 1 y en el versículo 9. Dice la palabra de Dios: «Aquella luz verdadera, que a todo hombre venía a este mundo. En el mundo estaba y el mundo por Él fue hecho, pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino y los suyos no lo recibieron. Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.»
Si usted me dice: «Acabo de leer todo el texto y no veo ni un animal partido por la mitad, no veo un camino de sangre y no veo ni un pacto.» No se preocupe, vamos por partes. ¿Vio que Juan dice en el principio, en el versículo 9, ‘aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo’? Dijimos que le vamos a hacer preguntas al texto y la pregunta obligada es: ¿por qué la luz verdadera venía a este mundo? Juan está haciendo referencia a Jesús, al Verbo que se hizo carne, a la luz verdadera. Todo cristiano que se respeta como recto cree por fe que Jesús vino al mundo y se hizo hombre. Amén. Pero, ¿por qué tenía que venir al mundo? ¿Para qué?
La respuesta clara que todos conocemos es para pasar por esta tierra sin pecado y convertirse en nuestro Salvador, porque el pecado entró al mundo por Adán. Amén. Y eso nos lleva al primer pacto, al pacto de obras. Y quiero que me acompañen a Génesis. No se desprenda de esta porción de Juan, que ahí enseguida volvemos, pero acompáñeme a Génesis, capítulo 2, versículo 16. Usted sabe que el primer pacto que Dios establece con el hombre es con Adán, un pacto de obras. Fíjense lo que dice en el capítulo 2, versículo 16: «Y mandó Jehová Dios al hombre.» Ahí hay una orden, hay un compromiso, diciendo: «De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres ciertamente morirás.» Un castigo, una sanción. Ahí usted tiene un compromiso divinamente sancionado. No comas y vivirás. Ese es el pacto, y la sanción es: si comes, morirás. La promesa de bendiciones es: obedeces y vas a tener vida eterna. Es un pacto donde Adán tenía la obligación de obedecer, tenía que obrar. Por eso se llama un pacto de obras. Él tenía que obrar conforme a la voluntad de Dios.
Fíjense que Dios no le preguntó si él quería obedecer. Dios no le preguntó tampoco si quería hacer un pacto con Él. Por eso digo que los pactos de Dios son unilaterales. Él es el que establece el compromiso, el que establece el compromiso es Dios, el que establece las sanciones es Dios y el que establece las bendiciones si se cumple el pacto también es Dios. Dios no negocia con sus criaturas. Dios es soberano, hermanos. Y este es el primer tipo de pacto que encontramos en la palabra del Señor: un pacto de obras. Y todos conocemos el desenlace, ¿no? Sabemos cómo Adán quebrantó este pacto al desobedecer, al no cumplir las obras que le comprometían al pacto. Adán y la raza humana, hermanos, desde ese momento quedaron sancionados, quedaron condenados a muerte y a destrucción. Ese era el castigo establecido por quebrantar el pacto que Dios le había ordenado. Era un pacto.
Oseas, el profeta, en el capítulo 6 y en el versículo 7, trae a memoria este episodio, este hecho, al recriminar a Israel por su idolatría. Y Oseas dice: «Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí.» La Nueva Versión Internacional dice: «Ellos son como Adán; han quebrantado el pacto; me han traicionado.» ¿A qué pacto hace referencia el profeta Oseas? Al pacto de obras establecido en el Edén. Y ahora todos, todos tenemos un problema. Por ser descendientes de Adán, estamos sancionados por el quebrantamiento de este primer pacto, hermanos. Pero la luz, dice Juan, venía al mundo para solucionar esto. La luz venía al mundo para solucionar esto. Cristo encarnaba en el vientre de María y venía a convertirse en nuestro Salvador perfecto. Quedó claro el primer pacto. Lo rompe Adán, tenemos una sanción con pena de muerte, y Jesús viene al mundo para solucionarlo. Amén.
Pero ahora nos hacemos otra pregunta con este texto: ¿quién decidió que esto fuera así? Y lo más importante: ¿cuándo se decidió que esto fuera así? Y ahí entra en ejecución el segundo tipo de pacto, el segundo tipo de pacto que hoy vamos a conocer: el pacto de redención, o también llamado pacto intratrinitario. Y vamos al huerto del Edén nuevamente para poder explicarle esto. Adán pecó, ¿verdad? Pero, ¿usted piensa que esto le tomó por sorpresa a Dios? ¿Usted piensa que Dios no sabía? «Mira, este muchacho, le puse todo, yo no pensé que me iba a fallar. ¿Y ahora qué hacemos? Ay no sé, ideamos un plan B.» No, hermanos, esto no es así. Dios sabía desde la eternidad que el hombre pecaría. Dios tiene control absoluto de todo. Dios tiene conocimiento absoluto de
todo. Adán, el hombre perfecto, sin pecado hasta ese momento, creado a imagen y a semejanza de Dios, iba a quebrantar el pacto que Dios le ordenó, y Dios lo sabía desde la eternidad. Y en el seno trinitario, hermanos, estableció con su Hijo otro pacto, el pacto de la redención. Este pacto estableció que su Hijo Jesús, el Cristo, la segunda persona de la Trinidad, vendría al mundo y cumpliría el pacto que Adán quebrantó. Él iba a cumplirlo, devolviendo la posibilidad de nuevo al hombre de tener vida, la bendición que Dios le había prometido a Adán. ¿Se acuerdan? Si obedeces, vas a vivir, pero si comes, vas a morir. El pacto estaba quebrantado y Jesús venía a restaurar ese pacto.
Este nuevo pacto con Jesús se estableció en la eternidad entre las tres personas de la Trinidad: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios Espíritu Santo. Por eso también se llama pacto intratrinitario. Hebreos, capítulo 13, en los versículos 20 y 21, dice: «Y el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda buena obra para que hagáis su voluntad.» Pacto eterno. Eterno no tiene principio ni fin. ¿Por qué? Porque este pacto no está sometido al tiempo. Este pacto no se hizo en el mundo, este pacto no se hizo en la tierra, este pacto se hizo en la eternidad. Este pacto no tiene fecha de inicio porque se hizo en la eternidad. En este pacto, hermanos, el hombre no participó para nada. Todos lo decidieron allá en la eternidad. Y tras la caída, así Dios le revela a Adán lo que va a pasar. Le cuenta cómo en la eternidad ya tenía preparada la solución que Él mismo estableció para salvar al hombre. Fíjense en Génesis, capítulo 3 y en el versículo 15, Dios le dice al hombre: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente de la mujer; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar.» Dios le cuenta a Adán que de la simiente de la mujer nacería un día quien pisara la cabeza de la serpiente. Un plan redentor. Es el Padre quien toma la iniciativa en la Trinidad.
Establece que el Hijo será quien vendrá a este mundo para obrar como el cordero perfecto. Volviendo al Evangelio de Juan, ahora en el capítulo 5 y en el versículo 36, el Señor Jesús decía: «Más yo tengo mayor testimonio que el de Juan, porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí que el Padre me ha enviado.» Él no vino por su propia cuenta, Él no vino porque se le ocurrió, Él vino porque el Padre le había enviado. Este, hermanos, es el pacto de redención. Ahora Adán tiene una promesa, Adán ahora tiene una promesa de parte de Dios para que sepa que no todo está perdido. Pero en este pacto, a diferencia del primero, él no tiene obras que realizar, pero sí tiene que creer. ¿En qué tiene que creer? Tiene que creer que un día nacería de la simiente de la mujer aquel que derrotaría a la serpiente y restauraría lo que él quebrantó, devolviendo la vida eterna. Tito, capítulo 1, versículos 1 y 2, dice: «Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos.» Prometió desde antes del principio de los siglos. ¿Quién prometió? Dios. Adán y su descendencia ahora tienen una promesa. El pacto de redención, hermanos, es una promesa. Es una promesa.
En el primer pacto, el pacto con Adán, Dios establece un compromiso para el hombre. Pero en el pacto de redención, el pacto se establece con el hombre. En el primer pacto, dice Dios, «Adán, vos tenés que hacer». En el segundo pacto, Dios dice, «deja, yo hago todo». En el primer pacto, que era con Adán, Adán tenía que cumplir, Adán era el que tenía que cumplir. Pero en el segundo pacto, es Dios el que tiene que cumplir. Hay una promesa. En el pacto de obras, Adán tenía que obrar y no cumplió, y vino la sanción del pacto porque el pacto era para el hombre, donde el hombre tenía que obedecer. Pero en este pacto, en el pacto de redención, es con el hombre. No le entrega una orden para cumplir, le entrega una promesa. Le entrega una promesa que un día vendría el Salvador. Y Adán no tiene que cumplir ninguna obra, solo tiene que creer, aguardar en el Señor, confiando que en el tiempo justo esa promesa se cumpliría. Y Juan dice que la luz venía al mundo para cumplir este pacto realizado en la eternidad.
Vimos dos pactos: el pacto de obras y el pacto de redención. Y vamos a quedarnos un poquito todavía en el huerto del Edén para poder contextualizar lo siguiente que viene diciendo Juan y seguir continuando con el análisis de estos versículos. ¿Se acuerdan qué pasó con Adán cuando Dios lo llamó desde el huerto del Edén? Comer el fruto. Adán y Eva se escondieron. Adán y Eva huyeron. ¿Y cuál era la sanción por desobedecer? La muerte. El pecado trajo la muerte al mundo, al hombre, cambiando su polaridad con Dios, que es vida y santidad. Y ahora la naturaleza del hombre es velada, y el hombre huye de Dios en vez de buscarle. Adán perdió la capacidad de buscar y agradar a Dios, pero no perdió la responsabilidad. No perdió la responsabilidad por desobedecer a Dios, y todos los hombres desde Adán son responsables por desobedecer a Dios, por más que no tengan la capacidad de obedecerle. Eso persistió hasta que la luz vino al mundo, como dice Juan. Y seguimos leyendo en el versículo 10 de este primer capítulo de Juan: «En el mundo estaba,» dice el apóstol, «y el mundo por Él fue hecho, pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino y los suyos no lo recibieron.» Así como Adán huyó y se escondió de Dios, su descendencia, a consecuencia del pecado, siguió dando la espalda a su Creador. El Salmo 53:2 dice: «Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios. Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni uno, ni aun uno.» Nadie. Nadie busca hacer lo bueno.
Recuerdan que Juan establece unos versículos antes en su evangelio, en este mismo capítulo, que el Verbo se había encargado de ejecutar toda la creación. Todo lo que fue hecho, fue hecho por el Señor Jesús. Él es la parte activa, la parte creadora de este mundo, pero ahora su creación rechaza a su Creador porque el primer pacto, hermanos, está quebrantado y el hombre está sometido a la condena de este quebrantamiento. El hombre rechaza a Dios porque está bajo la potestad del pecado, es un hijo de desobediencia. El hombre natural no es hijo de la luz, es un hijo de las tinieblas y por eso rechaza a la luz que viene al mundo. Jesús dijo en Juan 8:42: «Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais, porque yo de Dios he salido y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que Él me envió.» Reitera, marca que Él no vino por su propia voluntad. Y como no son los hijos naturales de este mundo, hijos de Dios, rechazan a Dios. A lo suyo vino a cumplir el pacto eterno, pero los suyos no le recibieron. ¿Y quiénes eran los suyos? Bueno, el pueblo de Israel, el pueblo a quien Dios sostuvo revelando de manera progresiva por los siglos cómo iba a venir el Salvador que tenía por misión pisar la cabeza de la serpiente y cumplir el pacto de Adán. Pero los suyos no lo recibieron. Ellos, conociendo las Escrituras, debían ser los que tenían que recibir al Verbo hecho carne, pero no lo recibieron. Es más, ellos mismos se encargaron de llevarle a la muerte en la cruz. Pero esto también, hermanos, era parte del cumplimiento del pacto de redención, y es lo que enfatiza Pablo en el libro de Hechos, en el capítulo 13 y en el versículo 26, cuando expone en la sinagoga de Antioquía. Pablo dice: «Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros teméis a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salvación. Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle.» Las cumplieron al condenarle. Matando a Jesús, estos hombres cumplían la palabra de Dios.
Recordemos, hermanos, había una sanción para el hombre y esa sanción debía ser pagada con la muerte, la muerte la cual pesaba sobre todas nuestras cabezas desde Adán. Pero Cristo vino y cumplió el pacto y no solo cumplió el pacto, hermanos, también pagó la sanción. Y pagó la sanción con su vida. Y volviendo al Evangelio de Juan, encontramos que el apóstol sigue diciendo: «Mas a los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.» Y la tercera pregunta obligada, hermanos, que nos tenemos que hacer entonces es: ¿por qué se le dio potestad de ser hechos hijos de Dios? Y eso nos lleva al tercer y último pacto, al pacto de la gracia. La promesa se cumple con Cristo y nuestro Salvador establece un nuevo pacto, el pacto de la gracia. ¿Para quién? Para todos los que creen en su obra salvífica. Es por esto que en el aposento alto, al establecer la Santa Cena, Jesús dice en Lucas, capítulo 22 y en el versículo 20, dice el evangelista: «De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.» Es el nuevo pacto en mi sangre.
Este es el tercer pacto, hermanos, y el más sublime de todos los pactos, el pacto de la gracia, establecido por Cristo para nosotros. Para nosotros, al vencer, al cumplir con el pacto de redención en la eternidad, al cumplir el pacto de obras quebrantado por Adán, le es dada potestad de instalar un nuevo pacto, el pacto de la gracia, al que ya no accedemos por obras, hermanos, accedemos por fe.
Por eso en el Evangelio de Mateo, en el capítulo 28 y en el versículo 18, tras Su resurrección y al dar la gran comisión a los discípulos, Jesús dice: «Y se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.» Él venció, hermanos, Él cumplió, y Dios el Padre lo glorifica al lado suyo ahora como Salvador del mundo, el Cordero perfecto.
Segunda de Timoteo, capítulo 1, versículos 8 al 10, dice: «Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor ni de mí, dice Pablo, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el Evangelio según el poder de Dios. Y ahora viene lo que nos interesa: quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús cuando, antes de los tiempos de los siglos, pero ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio.»
Quien nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino con el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, antes de que Adán fuese, antes de que Adán pecase, hermanos, antes de que el jardín del Edén fuera creado, antes de que el mundo fuera creado. Al establecer el pacto en la eternidad, se contempló que usted y yo fuésemos llamados a los pies de Cristo, hermanos. ¿Y cómo seríamos llamados? A través del pacto de gracia. Ve cómo estos tres pactos están interconectados, ve cómo uno desencadena al otro. Nada existía aún en este mundo, hermano, y mucho menos usted y yo, pero Dios había determinado que recibiríamos a Cristo y creeríamos en Su nombre, no por obras ni por nuestra línea familiar, no por nuestro linaje, no por nuestra capacidad, no por nuestra inteligencia, sino que sería porque Él enviaba al Espíritu Santo trayendo convicción de pecado.
Ahora, el pacto con Adán había sido cumplido. El creador de la vida, la vida misma, Jesús restauraba nuestra relación con Dios. Él nos devuelve la vida eterna que Adán perdió. Él nos devuelve la vida eterna. Es por esto que Juan escribe renglones antes: «En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres.» Y en el versículo 5 dice: «La luz en las tinieblas resplandece y las tinieblas no prevalecieron contra ella.» Era la luz verdadera que venía al mundo, hermanos. Los tres pactos fueron cumplidos en Él y por Él. Los tres pactos fueron cumplidos en Él y por Él. Él cumple el pacto en la eternidad establecido con Su Padre y con el Espíritu Santo. Él cumple el pacto de obras que Adán quebrantó. Él cumple el pacto de gracia al darnos salvación. Y ahora nosotros, hermanos, aferrados a esta promesa, así como Adán se aferró en el jardín del Edén a la promesa de que algún día vendría de parte de Dios quien pisara la cabeza de la serpiente, así nosotros hoy nos aferramos a la promesa ya cumplida, sabiendo que por la fidelidad de Cristo, tenemos nuevamente vida y vida en abundancia.
Vida en abundancia. Vio cómo Dios en Su soberana y perfecta sabiduría puso en marcha un complejo plan solo para bendecirlo a usted y a todos. A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios. Por eso, Dios es un Dios de pacto, hermanos, y por eso en Cristo se cumplen todos los pactos. Dios se ocupó de preparar todo para poder bendecirle a usted, aun cuando el castigo se cernía sobre nuestras cabezas, hermanos. Eso es amor, hermanos. Eso es misericordia: de muerte a vida, de muerte a vida por los pactos de nuestro Dios. Dios es un Dios justo y misericordioso. La sanción de Adán se pagó, hermanos, la sanción de Adán se pagó, pero no la pagamos nosotros, sino Su Hijo. Y como nuestra naturaleza caída nos alejaba de Dios, proveyó el medio para que aun nosotros en nuestros pecados podamos acudir al Padre por medio del Salvador. Él también proveyó eso. Usted solo aportó su pecado, solo eso, hermano, nada más.
Esta es la obra que debemos admirar siempre, hermanos. No tenemos que dejar de dar gracias, hermano. Nos tiene que llevar a maravillarnos, a glorificarlo, a humillarnos delante de tan perfecto plan de amor, hermanos. La luz verdadera, hermanos, vino al mundo. Cristo vino para cumplir los pactos y devolvernos la vida eterna. A Él sea la gloria por siempre.