HOMBRES ORDINARIOS LLEVANDO UN MENSAJE EXTRAORDINARIO (Jn 1:35-51) – 31/03/24

Transcripción automática:

Hoy continuamos con nuestra predicación expositiva y secuencial del Evangelio de Juan y, tras glosar versículo a versículo todo este capítulo 1, hoy vamos a llegar hasta el final de esta página, ya que vamos a estudiar desde el versículo 35 al 51. Creo que hemos visto en detalle y en profundidad la riqueza del Evangelio de Juan en este primer capítulo. En el prólogo del Evangelio de Juan, vimos cómo el apóstol se enfoca en presentar la divinidad de Jesús. Ese es el fundamento de este Evangelio. Es más, en el capítulo 20, en el versículo 31, Juan deja plasmada esta idea escribiendo: «estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre». Juan hace apologética demostrando que Jesús es el Cristo y, al mismo tiempo, evangeliza presentándonos la vida eterna en su nombre para que creáis que Jesús es el Cristo y, para que creyendo, tengáis vida, tengáis salvación.

En este primer capítulo, vimos el Verbo encarnado presentado por Juan cumpliendo el pacto eterno de redención. Vimos cómo Juan revela que la misma gloria que se experimentaba en el tabernáculo en el Antiguo Testamento volvía a habitar entre medio de los hombres, pero ahora de una forma mucho más sublime, porque Cristo presentaba al Padre. También vimos el testimonio de Juan el Bautista, reflejando cómo se despoja de todo mérito propio, de todo logro humano, para que Cristo sea exaltado y no él. Nos quedamos ahí con el profeta Juan, porque la siguiente exposición arranca justamente mencionándolo a él. Para eso, nos vamos al Evangelio de Juan, en el capítulo 1, versículo 35. La Palabra de Dios dice:

«El siguiente día otra vez estaba Juan y dos de sus discípulos, y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: ‘He aquí el Cordero de Dios’. Le oyeron hablar los dos discípulos y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús y viendo que le seguían, les dijo: ‘¿Qué buscáis?’ Ellos le dijeron: ‘Rabí (que traducido es Maestro), ¿dónde moras?’ Les dijo: ‘Venid y ved’. Fueron y vieron dónde moraba y se quedaron con él aquel día, porque era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón y le dijo: ‘Hemos hallado al Mesías (que traducido es el Cristo)’. Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: ‘Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)’. El día siguiente quiso Jesús ir a Galilea y halló a Felipe y le dijo: ‘Sígueme’. Y Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe halló a Natanael y le dijo: ‘Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret’. Natanael le dijo: ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’ Le dijo Felipe: ‘Ven y ve’. Cuando Jesús vio a Natanael que se acercaba, dijo de él: ‘He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño’. Le dijo Natanael: ‘¿De dónde me conoces?’ Respondió Jesús y le dijo: ‘Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Respondió Natanael y le dijo: ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Respondió Jesús y le dijo: ‘¿Porque te dije: te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás’. Y le dijo: ‘De cierto, de cierto os digo: de aquí en adelante veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre'».

Nuestro sermón de hoy, hermanos, se ha titulado «Hombres Ordinarios Llevando un Mensaje Extraordinario». Usando estos versículos, vamos a ver la elección de los primeros discípulos de Jesús y vamos a responder cuatro preguntas que se desprenden de esta exposición: ¿Por qué fueron elegidos? ¿Cómo fueron elegidos? ¿Quiénes fueron elegidos? Y lo más importante: ¿Para qué fueron elegidos? ¿Cómo fueron elegidos? ¿Quiénes fueron elegidos? ¿Por qué fueron elegidos? ¿Y para qué fueron elegidos?

Para responder a la primera pregunta, vamos a analizar este texto de la Palabra del Señor. Nuestro texto comienza relatando que dos de los discípulos de Juan el Bautista, más adelante sabremos que uno de ellos era Andrés, hermano de Simón Pedro, y el otro era Juan, el escritor de este mismo Evangelio, dejan a su maestro, Juan el Bautista, para seguir a Jesús. Fíjense que vimos sermones atrás que Juan el Bautista tenía un gran número de discípulos y, cuando ve a Jesús, proclama públicamente: ‘He aquí el Cordero de Dios’. El texto nos revela que solo dos de sus discípulos deciden seguir a Jesús: Andrés y el escritor del Evangelio, Juan. También vimos en el último sermón de esta serie que el profeta, a lo largo de todo su ministerio, tuvo una sola misión: preparar el camino de Dios, el camino para el Hijo de Dios, anunciando el arrepentimiento y la llegada del Salvador al mundo. ‘Yo bautizo con agua, más en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado’, dice unos versículos arriba en este mismo capítulo. En Mateo 3 dice: ‘Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado. Pues este es aquel de quien habló el profeta Isaías cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Todos y cada uno de los días del ministerio de Juan el Bautista mencionaron que el Hijo de Dios, el Cordero perfecto, había encarnado y estaba en medio de su pueblo: ‘Arrepentíos, porque ya está aquí. Convertíos de vuestros perversos caminos y enderezad sus sendas porque ha llegado’. Y cuando le ve, dice: ‘Ahí está el Cordero de Dios. Aquí el Cordero de Dios, ahí está este a quien anuncié todos los días de mi ministerio’. Y ante este anuncio tan trascendente, solo dos siguieron a Jesús. ¿Acaso toda la multitud no debía ir en pos de aquel que tanto anunció Juan? ¿Qué pasó con toda esa multitud que salía de Judea, de Jerusalén, de toda la provincia alrededor del Jordán? ¿Nadie oyó lo que dijo Juan? ¿Nadie le creyó a Juan? ¿O nadie pudo ver a Jesús como el Mesías? La palabra no lo menciona, pero lo que sí destaca es que dos hombres se levantaron determinadamente tras oír lo que dijo el profeta y se encaminaron para seguir a Jesús.

Relata Juan en el versículo 38 que, volviéndose Jesús y viendo que le seguían, les dijo: ‘¿Qué buscáis?’ Ellos le dijeron: ‘Rabí (que traducido es Maestro), ¿dónde moras?’ Rabí, Maestro, es una palabra con la que un discípulo, un alumno, se dirigía a su maestro. Eso demuestra una cosa: que ellos, sin una sola palabra de Jesús, sin saber siquiera quién era o dónde vivía, teniendo fe en la declaración de Juan el Bautista, deciden seguirle, en un principio entendiendo que es su maestro, pero luego comprenderán que estaban ante la manifestación misma de la gloria de Dios encarnada. ¿Dónde moras? En una época en que las calles no tenían nombres, las aldeas no tenían direcciones establecidas, había puntos de referencia solamente. Donde no había tarjetas de contacto, donde no había redes sociales, donde no había teléfonos, ¿cómo encontrarían nuevamente a su maestro si se separaban de él? Ellos estaban deseosos de conocerlo, de oírlo, quizás de saber por qué Juan el Bautista dijo que él era el Cordero de Dios. Necesitaban pasar tiempo con él, necesitaban escucharlo. Quizás tenían curiosidad de saber por qué él era el Hijo de Dios. Por lo menos a mí me hubiera comido la ansiedad. Y Jesús les invita a acompañarle. ¿Se imaginan, hermanos, pasar toda la noche oyendo a Jesús de primera mano en la intimidad de su casa? Esto obviamente generó una revelación y una transformación tremenda. Era Dios mismo hablando a través de la segunda persona de la Trinidad. ¿Se imaginan esos corazones, hermanos? ¿Se imaginan esos corazones impactados por la palabra de una persona que les hablaba como conociendo sus más profundos pensamientos, sus temores, sus debilidades, sus sueños? Y por supuesto, hermanos, este impacto, esta transformación, estos nuevos discípulos querían que llegue a más personas. Así como usted, cuando escuchó por primera vez la palabra y salía a contarles a todos, hasta los desconocidos, lo que Jesús había hecho con usted, estos dos discípulos también salieron a buscar y a contar a los demás lo que Jesús había hecho con su vida.

Dice el texto que Andrés encontró a Jesús y encontró a su hermano Simón y le dijo: ‘Hemos hallado al Mesías (que traducido es el Cristo)’. Mesías es una palabra hebrea y Cristo es una palabra griega que significa el Ungido. ¿Se dan cuenta de la transformación? ¿Se dan cuenta de qué le dijeron el día anterior? ‘Rabí, Maestro’. Ese era el concepto que tenían de él, un rango terrenal, un rango humano. Pero tras oírlo, tras recibir el mensaje, ahora Andrés se refiere a él como el Mesías, el Cristo, ya no con un rango terrenal. Andrés lo presenta con un rango, con su rango celestial. Su percepción había cambiado porque Jesús se había revelado a este discípulo y así se refiere a él cuando se encuentra con Simón Pedro. Y dice el versículo 42: ‘Y le trajo a Jesús’. En el idioma original, esta palabra da una idea de que lo estiró con cierta resistencia a Pedro. ‘O sea, me voy, pero no es que me convence mucho tu historia, no es que me convence mucho tu relato’. Yo, cuando le pido algo a mis hijos, cualquier cosa, y sus hijos se levantan con esa pesadumbre, hacen, pero no… Bueno, esa es la idea.

Déjenme decirles, hermanos, que uno nunca sabe cómo el Evangelio va a impactar en la vida de las personas. Dice que lo trajo a Jesús casi estirando, ¿verdad?, sin saber que, con el correr de los años, el Señor lo utilizaría para ser uno de los principales apóstoles de la Iglesia, llevando el Evangelio de salvación a todas las naciones. Y hasta hoy podemos leer lo que el Señor hizo con Pedro y cómo Dios lo utilizó de manera radical. Ananías le lleva sanación a un tal Saulo de Tarso y, luego de esto, nada más se sabe de Ananías. Sin embargo, Dios lo utilizó en su momento y luego Saulo se convierte en Pablo y es uno de los más grandes y prolíficos padres de la Iglesia, evangelizador y fundador de las iglesias de nuestro Señor Jesucristo. Nunca se va a saber, nunca usted va a saber dónde su testimonio del Evangelio puede impactar.

Pedro, en ese momento, no lo sabía. Y le trajo a Jesús, dice en el versículo 42, y mirándole Jesús le dijo: ‘Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro’. Le cambia el nombre a Simón y le dice: ‘Serás Cefas’. Venir a Cristo, hermanos, cambia tu identidad, cambia tu ser. Ya no puedes ser el mismo, ya no eres el mismo. Le cambió el nombre. Su Michelén hace una observación muy interesante sobre el nombre de las personas y de las cosas. Él dice que uno le pone nombre a las cosas que le pertenecen o sobre las que tiene jerarquía. Adán le pone nombre a todas las plantas y a los animales. Es más, le pone nombre a su esposa, le llama ‘varona’, ¿verdad? Usted le pone nombre a sus hijos porque están bajo su jerarquía, bajo su autoridad, sobre su potestad. Básicamente le pertenecen, están a su cuidado por la misericordia del Señor. Y acá Jesús le cambia el nombre a Simón, le cambia el nombre. Imagínese que yo venga y le diga a Pauli: ‘Ahora ya no te vas a llamar Pauli, ahora te vas a llamar Ramona’. ¿Qué me va a decir Pauli? Va a decir: ‘No, mi nombre es Pauli porque mis padres me han llamado así’. Ella reconoce esa jerarquía y esa autoridad que tienen sus padres sobre ella.

Nosotros no conocemos el inicio de toda esta charla que tuvo Pedro con Jesús, pero sí tenemos la revelación sobre el cierre, con el Señor marcando su autoridad sobre este humilde pescador, que va a ser una de las principales piedras, una de las piedras fundamentales de la Iglesia del Señor Jesucristo. Pedro aún no sabe lo que el Señor va a hacer con él, pero el Señor sí sabe lo que él va a hacer con Pedro. Sí sabe.

En el versículo 43, dice que al día siguiente quiso Jesús ir a Galilea y halló a Felipe y le dijo: ‘Sígueme’. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. ¿Sabe que el versículo 43, hermanos, no es tan escueto en vano al contar el llamamiento de Felipe? Este texto en el Evangelio de Juan no dice si le saludó, no dice si le hablaron previamente, si Felipe oyó hablar en otro lugar de Jesús, si alguien ya le predicó de Jesús antes. No da una idea de alguna manera al hacer referencia que era de la misma ciudad de Andrés y de Pedro. Si solo tuviéramos el Evangelio de Juan, podríamos pensar que esta era la primera vez que Jesús había encontrado a este hombre en Galilea. Ahora, los otros evangelios nos informan que Jesús ya había conocido a muchos de ellos antes. Sin embargo, esta fue la invitación formal para Felipe. Por esto, el texto resalta esta orden imperativa de Jesús: ‘Sígueme’. No es que le dijo: ‘Felipe, ¿qué piensas hacer de tu vida? Mira, si te parece, podrías considerar ir conmigo, va a ser divertido, vamos a hacer muchos viajes’. No, el Señor da una orden: ‘Sígueme’. No le dijo ‘por favor’, no le dijo ‘qué te parece’, ‘sígueme’. Es que, hermanos, nadie puede resistir al llamado de nuestro Señor. Cuando Dios llama, no hay fuerza del universo que pueda impedir que obedezcamos a su gracia irresistible.

Hermanos, lo que podemos deducir naturalmente de este versículo y de los versículos siguientes es que sí le siguió porque dice en el versículo 45: ‘Felipe halló a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José de Nazaret’. Felipe no solo le sigue, sino que también reconoce la divinidad de Jesús explicando a Natanael que en Él, en Cristo, en Jesús, se estaban cumpliendo todas las profecías del Antiguo Testamento. Pero a Natanael estas últimas palabras de la presentación de Felipe no le cuadraron mucho. Cuando dijo: ‘A Jesús, el hijo de José, de Nazaret’, ¿qué responde Natanael? Natanael dice: ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’ ¿De esta ciudad insignificante, intrascendente, del hijo de José, del seno de una familia de carpinteros va a salir el Salvador del mundo?’ Y Felipe le responde con una oración muy sencilla: ‘Ven y ve’. Él no utiliza grandes argumentos, él no utiliza un texto armado justificando. ‘Ven y ve’. Felipe creyó cuando oyó a Jesús. Andrés creyó cuando oyó a Jesús. Juan creyó cuando oyó a Jesús. Y Pedro creyó cuando oyó a Jesús. ‘Ven y ve’. ‘Ven y ve, oye, ven y cuando veas, cuando oigas, creerás’.

Cuando Jesús le vio a Natanael que se acercaba, dijo de él: ‘He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño’. Le dijo Natanael: ‘¿De dónde me conoces?’ En esta área de Galilea, era un pueblo pequeño, así como esta ciudad hace unas décadas atrás era una ciudad chica. Yo les puedo decir que así como una encarnación en Galilea, si alguien hacía algo que era relativamente trascendente en la ciudad, sí o sí, por lo menos de nombre, le ibas a conocer, sí o sí. Ahora, Natanael no tiene idea de quién es Jesús, nunca lo había visto ni había oído de Él. Por lo tanto, Natanael asumió que tampoco Él debería conocerlo. Respondió Jesús y le dijo: ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi’. ¿Qué era? ¿Qué pasaba debajo de la higuera? ¿Qué hizo, qué dijo, qué pensaba? ¿Cuándo fue esto? No lo sabemos. Hay historias, hay varias conjeturas, pero no nos vamos a detener en esto, hermanos, porque no hay luz sobre esto.

Pero sí podemos deducir algo: fue algo trascendente lo que pasó debajo de la higuera. Fue algo que le marcó mucho a Natanael porque lo llevó a decir sin titubear: ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. ‘Rabí, Hijo de Dios’ es un hebraísmo. ‘Hijo de Belial’ refleja que lleva la misma naturaleza que el hijo de Dios. Refleja que tiene la misma naturaleza que Dios. Jesús llama a Juan y a su hermano ‘hijos del trueno’ porque llevaban la misma naturaleza que el trueno. Eran gente impetuosa, arrebatada, iracunda. Natanael, a través de estas palabras, reconoce que él estaba ante el mismo Hijo de Dios, ante la segunda persona de la Trinidad, ante el Salvador, ante el Cristo. Pero Jesús le dice: ‘¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores que estas verás’. Y le dijo: ‘De cierto, de cierto os digo que de aquí en adelante veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre’. El anuncio de Jesús de los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre probablemente conecta con el sueño de Jacob en Génesis 28:12, donde Jacob ve una escalera que está conectando desde la Tierra al cielo y los ángeles que ascendían y descendían sobre ella. Jesús le dijo que Él era esa escalera, el enlace entre el cielo y la tierra.

Cuando Natanael llegara a entender que Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, sería una señal mucho más grande. Cosas mayores que estas verás, hermanos. Acabamos de ver la primera respuesta a esta pregunta: ¿cómo fueron elegidos? Bueno, fueron elegidos mediante la predicación de la palabra. Andrés y Juan oyeron a Juan el Bautista anunciar al Cordero de Dios, y ahí empieza esta cadena. Pero tenemos más preguntas para responder, hermanos. ¿Quiénes fueron elegidos y según el texto que acabamos de leer? Hasta acá tenemos un pequeño grupo de pescadores, creyentes del Antiguo Testamento, con conocimiento de su necesidad de un Salvador. Eso tenemos hasta acá. Tenemos a Pedro, Andrés, Felipe, Natanael (también llamado Bartolomé), Juan y, a esta altura, también podríamos incluir a Jacobo y a Tomás. Siete pescadores galileos, los primeros discípulos que luego serán los Apóstoles del Señor. Son hombres que se conocen entre sí, que se ganan la vida pescando en las costas del mar de Galilea, y así ya podemos saber quiénes son los elegidos. Este texto que analizamos hoy nos relata cómo Jesús llama a sus discípulos, quiénes son sus elegidos. Pero le falta algo a este texto, le falta algo a este relato. En ningún renglón de este texto que analizamos, hermanos, dice por qué Jesús los eligió a ellos. Y esa es nuestra tercera pregunta: ¿por qué a ellos y no a otros? ¿Por qué a ellos?

En todo este texto no se resalta, hermanos, mérito alguno de estos hombres. No se resalta su preparación educativa, su preparación eclesiástica, no se destacan atributos en sus personas, su inteligencia, su carácter. No se hace mención alguna a ningún mérito, a no ser por la mención a Natanael, que no fue más que un elemento dentro del contexto de su recibimiento. Es más, todos hemos leído los Evangelios, hermanos, y sabemos que por su mansedumbre, por su inteligencia, por su valentía, por su humildad, por su espiritualidad, ellos no fueron elegidos. Es más, demostraron ser todo lo contrario. ¿Por qué Jesús no se fue al templo, a la sinagoga, a buscar a los eruditos, a los maestros de la ley? No fue a los sacerdotes, tampoco fue a los palacios, ni tampoco fue a las grandes ciudades. Hermanos, un discípulo es un alumno que va a tener la misión de perpetuar las enseñanzas de su maestro. Jesús sabía que tenía poco tiempo y que su ministerio no superaría los tres años y poco. No hubiera sido más fácil capacitar a personas preparadas y ávidas en las Escrituras, personas cultas. Eso es quizás lo que yo y usted hubiéramos hecho, según nuestra naturaleza humana. Si usted va a contratar a alguien para que le ayude en su trabajo, normalmente pide que tenga experiencia, que tenga la capacidad para el puesto. No queremos enseñar desde abajo para un trabajo comercial. Cuanto más para algo tan sensible, tan sublime como llevar las nuevas buenas del Evangelio al mundo, la palabra de salvación. Pero el Señor, hermanos, el Señor no mira con nuestros ojos, Él no usa las mediciones que nosotros usamos, por gracia del Señor. Porque si usara las mismas mediciones que nosotros usamos, usted y yo, hermanos, no estaríamos acá jamás.

Jesús vino a este grupo de pescadores simples y corrientes, y solo puede venir a mi mente, hermanos, lo que escribe Pablo en la primera Epístola de Corintios, en el capítulo 1 y en el versículo 26, donde dice: «Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención, para que, como está escrito: el que se gloría, gloríe en el Señor». Hermanos, estos son hombres simples, no son ricos y poderosos, no son sabios ni sacerdotes. Jesús le dio la espalda a la religión de la época, Jesús le dio la espalda a la religión de la época a propósito, yendo en contra de todo modelo natural para establecer su pacto de salvación.

El Rey que es pobre, el Hijo de Dios que no tiene donde recostar siquiera su cabeza, con discípulos que a la vista humana y carnal son tristes e intrascendentes, pero que en la poderosa mano transformadora de Dios se convierten en personas trascendentes. Un simple pescador se convierte en un servidor poderoso. Hermanos, Dios crea de la nada y hace de lo despreciable lo más sublime. Jesús no eligió, no eligió, hermanos, a sus discípulos por sus atributos y sus capacidades. Jesús no eligió a sus discípulos por sus atributos y sus capacidades. ¿Saben por qué los eligió? Porque Él los eligió. Los eligió porque le plació, porque quería que así sea, antes de la fundación del mundo, antes de que sean, antes de que existan. Dios había determinado que ellos serían llamados a los pies de Jesucristo para ser poderosas herramientas para llevar el mensaje de salvación, sin mérito, sin logros propios, totalmente por los méritos del Señor Jesucristo. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo los elegí a vosotros», dice Jesús en Juan, en el capítulo 15 y en el versículo 16. Eligió a estos discípulos, hermanos, con todos sus defectos, con todas sus carencias, con todos sus pecados. Y ¿saben qué es lo más glorioso de todo esto, hermanos? Es que Dios utilizó el mismo método y el mismo criterio para elegir a sus discípulos y sus apóstoles, y para elegirlos a ustedes, para elegirte a vos. Usted tampoco tenía mérito alguno.

Usted también vivía alejado de Dios, su propio dios era usted mismo, hermanos. Pero Dios determinó que llegado el día, llegado el momento, se revelara a usted, y por obra del Espíritu Santo le quitara ese velo para ver su propia condición de pecado y poder ver al Mesías, aquel de quien escribió Moisés y los profetas, al Cristo. La elección incondicional, hermanos, la elección incondicional por puro afecto de su voluntad. Efesios 1 dice: «En amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el afecto de su voluntad». ¿En qué pensaban estos hombres antes de conocer a Jesús? En tener una exitosa jornada de pesca en el mar, quizás. Luego de terminar sus faenas, ir al desierto o ir a Juan el Bautista a alguna de sus predicaciones, quizás. Dios ya había puesto en sus corazones el conocer un poco más de las Escrituras y quizás hablar sobre el mensaje del arrepentimiento a algunas personas. Pero asumo, hermanos, que nunca, pero nunca se hubieran imaginado que Dios los iba a levantar con un poderoso poder transformador. Un poder tan grande que hoy sus nombres y sus trabajos para el Señor quedarían plasmados por los siglos en estas Escrituras.

Ellos no tenían idea de cómo el Señor los iba a utilizar. Jesús hizo, hermanos, y Jesús hace de personas ordinarias, intrascendentes, despreciadas a sus discípulos, y no solo discípulos, también hijos y herederos del reino de Dios. Pero estos discípulos, hermanos, estos discípulos tenían una misión, y eso nos lleva a la cuarta y última pregunta: ¿para qué fueron elegidos? ¿Para qué fueron elegidos? Y la respuesta es directa: para ser testigos y llevar la palabra de Dios, el mensaje de perdón y salvación. Fíjense que Andrés predicó a Pedro, ambos hablaron de Jesús a Felipe, Felipe a Natanael, y la palabra de Dios empezó a esparcirse de boca en boca. Y esto hasta el día de hoy. Dios determinó que la fe sea por el oír, y el oír por la palabra. En Romanos 10:1 dice: «Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo. ¿Cómo pues invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueran enviados? Como está escrito: cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian las buenas nuevas. Mas no todos obedecieron el Evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios». Esto es así, hermanos, desde que Jesús encarnó en este mundo, y viniendo hasta este tiempo, esto sigue siendo igual. Nuestro trabajo, así como el de los primeros discípulos, hermanos, es predicar a Cristo.

No se olvide que usted también es discípulo. Nosotros somos discípulos de Cristo. Una de las principales misiones que tenían los discípulos era anunciar el Evangelio, y una de las principales misiones que usted tiene como discípulo es anunciar el Evangelio. Eso no cambió desde los tiempos de Andrés y de Juan, cuando decidieron seguir a Jesús, hasta el domingo, hoy, mes de abril del año 2024. Y seguirá así hasta que el Señor determine lo contrario. Así como Jesús llamó a sus discípulos, que no tenían mérito alguno, también lo llamó a usted. ¿Sabe cómo lo llamó? Por medio de un discípulo.

Usted no se levantó un día y dijo: «Oh, quiero seguir a Jesús, tengo esa necesidad». No, el Evangelio llega por la palabra de un discípulo, y es el Señor quien obra en su corazón, es el Señor quien le trae convicción de pecado a través de la palabra que usted oye de un discípulo. Ahora, usted debe llamar a los escogidos del Señor cumpliendo su labor de discípulo. Vio cómo Andrés y Felipe, al ver, al conocer, al entender por obra del Espíritu Santo el mensaje del Señor, su corazón ardía y se apresuraban para llevar el mismo mensaje a los demás. Si usted, hermanos, descubre la cura contra el cáncer, ¿se quedaría callado, guardaría todos sus hallazgos en un cajón y diría: «ya está, qué capo que soy»? No, ¿verdad? Llamaría a la comunidad científica, llamaría a la prensa porque es una noticia enorme, es una noticia positiva, estamos trayendo esperanza al mundo, hay cura para el cáncer. Bueno, un mensaje mucho más sublime, un mensaje mucho más glorioso es el mensaje que llevan los discípulos, hermanos. Nosotros no traemos la cura para la muerte física, nosotros traemos la cura para la muerte espiritual a través de la obra de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos, tenemos un mensaje mucho más importante que la cura contra el cáncer. No podemos quedarnos callados ante esta gran necesidad que tiene el mundo. No podemos quedarnos callados. Nuestro trabajo como discípulos, hermanos, es ir y llevar este mensaje a todas las naciones. El Señor Jesús, en Mateo, capítulo 28, y el versículo 19, dijo: «Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén». Esa es la misión, esa orden fue la que fue entregada a sus Apóstoles, a su iglesia, a sus discípulos, hermanos. Llevemos este gran mensaje, llevemos este gran mensaje. Hemos encontrado al Mesías, a aquel de quien hablan Moisés y los profetas, al Cordero de Dios, al Salvador del mundo, a Jesús, al Cristo. Allí, en Galilea, hermanos, Jesús eligió a hombres intrascendentes, sin mérito alguno, para que sean sus discípulos, encomendados con la misión más importante de la historia: llevar el Evangelio, el mensaje de salvación, a las naciones. Y aquí está usted, aquí está usted que llegó a sus pies por el mismo método, con el mismo mensaje, con la misma elección, pero también con la misma misión: llevar este mensaje. Hay una salida, hay perdón para nuestros pecados, hay una luz de esperanza en Jesús. Hemos hallado al Cristo, al Cordero de Dios.

Ven y ve, ven y conócelo. Este, hermanos, es el mensaje extraordinario llevado por hombres ordinarios. En Jesús hay salvación, en Jesús hay perdón, en Jesús hay esperanza, en Jesús hay vida eterna. Ese es el mensaje, ese es el mensaje que tiene que dar la iglesia, ese es el mensaje que tienen que dar sus discípulos, ese es el mensaje al cual fuimos llamados. Hay un mundo ahí afuera que necesita el mensaje de esperanza. Hay escogidos por el Señor a quien Dios determinó llamar, y a quienes tenemos que llevarles la palabra. Somos hombres ordinarios, sí, igual que los discípulos, pero nuestro mensaje, hermanos, es extraordinario. Y si el Señor te ha hablado en esta mañana, y si el Señor te ha mostrado tu necesidad de un Salvador a consecuencia del pecado, a consecuencia de los malos deseos, de los malos caminos que has tomado, déjame decirte que hay esperanza en Jesús, hay salvación en Jesús. Cree en Él y serás salvo. Que el Señor nos ayude, hermanos.