LA JUSTICIA DE DIOS EN EL EVANGELIO (Rom 1:16-17) – 17/03/24
Transcripción automática:
Vayan conmigo a la Epístola de Pablo a los Romanos, al capítulo 1. Es mi intención que en esta mañana compartamos del verso 16 al 17. En estos versos, mi hermano, se resume la tesis de Pablo y, por qué no, su teología en general. Estos dos versos encierran y contienen el corazón de la carta a los Romanos, y el corazón, es el corazón de toda la teología Paulina. De hecho, en base a estos versos, a la verdad que transmiten, se produjo en el siglo XV la Reforma Protestante. Por esto, mis hermanos, yo les ruego que presten mucha atención. Dice la palabra del Señor: «Porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Más el justo por la fe vivirá.»
Desde el inicio de su carta, mis hermanos, lo que venimos estudiando, Pablo lo que hace es dejar en claro que Dios y su Evangelio eran lo más importante en su vida. Él amaba a Dios, amaba a su pueblo, que es su iglesia, y amaba también su causa. Tal es así que en el verso 15 que leímos la última vez, uno antes del que leímos hoy, él les dice: «Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el Evangelio también a vosotros que estáis en Roma». ¿Qué es lo que le estaba diciendo Pablo a estos hermanos en Roma? Le estaba diciendo: «Estoy ansioso de verlos y conocerlos, pero tengo un motivo mayor que simplemente conocerlos y verlos. ¿Cuál es mi motivo? Yo quiero llegar a ustedes para que ustedes escuchen el mensaje del Evangelio, la verdad de Cristo. Me muero de ganas porque lo oigan. Esas enormes ganas que tenía Pablo de ir a ellos y transmitirles el Evangelio definitivamente partían de un corazón que había atesorado la verdad de Cristo como algo de valor inestimable.
Si nosotros vemos el verso 16, él comienza justamente diciendo: «Porque no me avergüenzo del Evangelio». Esto para él era un tesoro. El comentarista William Hendriksen, comentando esta frase de Pablo de «no me avergüenzo del Evangelio», él dice que probablemente lo que Pablo quería decir era: «Yo me lleno de gozo por poder transmitirle este Evangelio. Yo no me avergüenzo, yo, por el contrario, estoy orgulloso del Evangelio». Para Pablo, este era un privilegio y un honor el poder ser el vocero del Rey del Universo.
Y si bien para Pablo este Evangelio con el que él se había encontrado era un tesoro, para él que él lo veía como lo más grande, él era muy consciente, mis hermanos, de que este Evangelio, al ser escuchado por los incrédulos, era tomado como algo descabellado y sin sentido. Él mismo le va a decir a los Corintios en Primera a los Corintios en el capítulo 1 y en el verso 23 expresando esta verdad: «Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropiezo, y para los gentiles locura». Mis hermanos, los romanos eran personas con acceso al conocimiento teológico y filosófico. Ellos a ellos formación no le faltaba y para colmo de males, mis hermanos, ellos relacionaban la palabra «Evangelio» directamente con las conquistas y las hazañas del emperador.
Pero ahora, Pablo viene a ellos y les trae otro Evangelio, otra buena noticia. Esta es una buena noticia diferente a la que estaban acostumbrados los romanos. Este Evangelio, esta buena noticia, no trata de conquistas terrenales ni pasajeras, sino que trata de una conquista eterna e incomparable en gloria y en honor. No era una conquista, mis hermanos, de un determinado territorio, un determinado lugar geográfico, era la conquista eterna de un pueblo. No eran, mis hermanos, el triunfo sobre un ejército de mortales, sino que era el triunfo sobre el Imperio de las tinieblas, sobre Satanás y sus huestes demoníacas. Este, mis hermanos, no era la libertad física de ser prisionero o de estar en una celda, sino que era la libertad del alma, la liberación del alma, de la mente y de las pasiones. Esta era realmente la buena noticia por excelencia, el verdadero y más grande Evangelio.
Lo más alto, algo que nunca habían escuchado los romanos y algo que Pablo lo abrazó y lo amaba profundamente. Este Evangelio que Pablo les traía, esta buena noticia, trataba del Rey y Redentor del mundo, un Rey y Redentor que paradójicamente era un pobre o un humilde judío de la pobre villa de Nazaret que había sido condenado a muerte y murió rodeado de criminales. Sin duda alguna, este Evangelio que traía Pablo para los incrédulos era al menos difícil de ser recibido.
Es probable que los romanos, perdón, al escuchar este Evangelio de un judío carpintero de la villa de Nazaret que era Redentor del mundo, es probable que cuando los romanos escuchaban esto decían: «¿Qué, que un pobre judío condenado a muerte encima a una de las muertes más vergonzosas que jamás han existido es mi Salvador? Ni siquiera se pudo salvar a él mismo y es el Redentor del mundo». En serio, Pablo, ¿vos pensás que yo puedo creer eso? Eso no parece tener ni un poquito de sentido.
Lo cierto es que ese rechazo por el Evangelio, mis hermanos, no es algo exclusivo de los romanos, sino que eso tiene que ver con toda la raza humana. Todos los seres humanos en general son naturalmente contrarios o enemigos de este Evangelio. Lo rechazan por naturaleza, porque a menos que Dios no obre en ellos generación y no abra su entendimiento, ellos no podrán jamás ver a Cristo tal y cual él es. ¿No le suena familiar la frase? ¿No te parece muy fantasioso lo que decís? En serio, ¿vos creés eso?
La verdad que hasta te es un poco ridículo. En pleno siglo
XX, con el avance de la tecnología, con todo lo que ya hemos visto y estudiado, vos me decís que vino un hombre que parecía que tenía sus poderes y que para colmo decía en su propia historia, ese hombre muere y es maltratado, escupido y burlado. Y ese es nuestro Salvador. ¿No te parece un poco ridículo? Nunca les pasó, no les suena común este tipo de frase de los incrédulos. Nunca sentiste, hermano, el rechazo del incrédulo por la verdad de Jesucristo. Y frente a ese rechazo, tú puedes decir como el apóstol Pablo, y como el apóstol Pablo: «Yo no me avergüenzo del Evangelio».
Puedes tú decirlo, joven, con tus compañeros de facultad: «Yo no me avergüenzo del Evangelio». Puedes tú decirlo, hermano o hermana, frente o con tu grupo de trabajo, con tu grupo de amigos o con tus familiares. Puedes tú decir de la misma manera que Pablo frente a ellos, sin avergonzarte, tomándolo como un tesoro: «Yo no me avergüenzo del Evangelio». Y si vamos un poco más allá, yo quiero preguntarte: ¿alguna vez tú temiste o escondiste o callaste tu identidad cristiana por temor a ser rechazado, a ser burlado, a que te traten como un loco fanático?
¿No mejor que no se enteren? No, no voy a orar en este momento por los alimentos porque estoy rodeado de gente que no tiene nada que ver con el cristianismo en este lugar. Mejor que no se enteren, me da vergüenza. Piénsalo, mi hermano, joven, hermana. Y mientras lo piensas, recuerda las palabras de nuestro Señor Jesucristo en Mateo 10:33, que dice: «Y cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos». ¿Alguna vez te pasó joven en la facultad, mejor que no se enteren, me voy a callar?
Si la palabra te está exhortando en esta mañana, hermano o hermana, no es para que tú seas aplastado por el temor y la desesperanza, por la angustia, sino que es para que esa tristeza que se produce en tu corazón por haber fallado a Dios, por muchas veces haberlo negado delante de los hombres, para que esa tristeza te lleve al arrepentimiento. Y Dios, mi hermano, Dios siempre recibe de buena manera, de buena gana y con los brazos abiertos, a todos aquellos que se acercan a él en humilde reconocimiento y arrepentimiento por sus pecados.
¿Lo has hecho? ¿Eso te duele? ¿Te pone triste? Tú puedes agachar la cabeza ahí donde estás, y si tú te reconoces y pides perdón al Señor, él te perdonará. Y sabes qué, nunca jamás lo va a traer a memoria. Y eso es hermoso. Ahora bien, frente a este rechazo natural de los incrédulos y de los romanos, frente a la burla incrédula, Pablo va a develar el por qué él se enorgullecía por este mensaje o por qué él no se avergonzaba de este mensaje.
De hecho, él estaba tan orgulloso que él levantaba este mensaje lo más alto, como quien levanta el más grande, más alto y más hermoso de los trofeos. Oh, tesoro, para él eran los máximos. En el verso 16, él dice: «Yo no me avergüenzo, por el contrario, estoy orgulloso». ¿Por qué? Porque el Evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. La razón de Pablo para estar orgulloso, para abrazarlo, era que este Evangelio era el poder de Dios.
Y él no está diciendo aquí que este era un poco del poder de Dios, que había algo del poder de Dios, que en el Evangelio había destellos del poder de Dios, no. Él estaba diciendo que el Evangelio era el poder de Dios puro y activo, operando en la criatura para salvarnos. De hecho, la palabra, el término que se usa aquí para poder en su original es «dunamis» o «dinamis», que quiere decir o que proviene del vocablo «dinamita». Lo que se da en la criatura cuando esta es salvada, es una explosión interna de tal magnitud, mi hermano, que afecta todo a su paso: su intelecto, sus emociones, su voluntad, y lo transforma por completo.
Es una dinamita que explota. Por eso es, que es al menos raro ver a alguien que dice: «Yo creo en Cristo», pero sigue viviendo de la misma manera que ha vivido durante toda su vida. ¿Será realmente que Dios ha operado esa explosión interna que ha cambiado por completo toda su persona? El Evangelio es una obra sobrenatural de la omnipotencia de Dios, mi hermano, transformando a la criatura en todas sus esferas, su voluntad, sus pensamientos, sus sentimientos, absolutamente todo. Y mis hermanos, Pablo podía decirlo porque él lo había experimentado en carne propia.
Pablo no le contaron que el Evangelio era poder de Dios, no, no lo había leído, simplemente él lo había experimentado en carne propia. Él había sido en su vida pasada, mis hermanos, como ya lo hemos predicado aquí, una especie de asesino serial de cristianos. Todo aquel que se identificaba con Cristo se volvía su enemigo, y él intentaba destruirlo. Ahora, luego de que el poder de Dios vino y se dinamitó en su interior, todo, absolutamente todo, cambió para Pablo. Este Evangelio, esta explosión interna que se produjo por medio del Espíritu Santo, Dios operando en él, lo transformó por completo, trastornó su mente y cambió su corazón.
Ahora, Pablo amaba lo que antes él perseguía para destruir. Realmente, Pablo no podía decir en carne propia: «El Evangelio es un poder de Dios». Esto, definitivamente, mis hermanos, este mensaje era algo diferente a todo lo que Pablo había escuchado. Este no era una corriente de pensamiento más, mi hermano, no era un pensamiento filosófico más, esto realmente era poderoso, un poder tan grande capaz de doblegar al más tenaz y terrible de los enemigos, como él lo era.
Y es que, mis hermanos, frente a la omnipotencia de Dios operando en el Evangelio para salvar y para transformar, no hay quien le haga frente, no hay quién detenga la mano del Señor a la hora de salvar. Él salva a quien quiere, cuando quiere y cómo quiere, a quien quiera que sea, a quien quiera que quiera venir a él en arrepentimiento y en fe, reconociendo a Jesucristo. De hecho, él va a decir a continuación del verso 16 que este Evangelio, que es poder de Dios para salvación a todos los que creen, se da para el judío, al judío primeramente, y también al griego.
A todo aquel que quiera venir y arrodillarse en reconocimiento de que Jesucristo es el Señor y está reinando. Sí, que es el Señor aquel que era un carpintero, sí es el Señor aquel que muchas veces no tenía qué comer ni dónde recostar su cabeza, sí es el Señor aquel que estuvo desnudo en el madero y todos se burlaban, escupían, arrancaban la barba, gritaban y le maldecían. Sí, ese es el Redentor del mundo. Pero es el Redentor del mundo porque también, así como fue maltratado y burlado, al tercer día se levantó de entre los muertos y demostró que él no era un ser humano más o uno común del montón. Así como él era un ser humano 100% que podía representar a la raza humana pecadora, también era un Dios infinito en poder, majestad y dignidad. A todos los que creen, al judío primeramente y también al griego, todos pueden venir a él. Todos aquellos que quieran arrodillarse y reconocer su nombre, que es Jesucristo, como el Señor.
Pablo a los Gálatas les va a decir en el capítulo 3 y en el verso 28: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois en Cristo Jesús». No solamente a los judíos, hermanos, no solamente a la nación de Israel, sino todos aquellos que quieran venir, a cualquier ser humano, al más terrible de los criminales y al más grande de los mojigatos, o el que tenga mejor reputación. Para absolutamente todos está disponible este Evangelio, al famoso y al don nadie, al de buena reputación y al ladrón, al juez y al adulto, al niño. A todos aquellos que quieran inclinar su cabeza y en reconocimiento de su pobreza espiritual, de sus pecados y de su maldad, quieran reconocer que solamente Cristo es su Señor y el Salvador de su alma, el único que puede liberar su alma del infierno. Es para absolutamente todos los que quieran venir en arrepentimiento y en fe y abrazar a Cristo como lo más grande, exactamente como Pablo lo había hecho.
Y así es el glorioso Evangelio que Pablo abrazó, que Pablo predicaba, potencialmente poderoso para salvar a todos los seres humanos, pero solamente efectivo para aquellos que creen. El Evangelio de Cristo, lo que Cristo consiguió en la cruz, es de un valor infinito y tiene el poder para salvar a todos los seres que han existido en toda la historia. Pero solamente se hace efectivo ese poder, hermano mío, en aquellos que se arrepienten y creen en él. Es por medio de la fe. De hecho, esa es la condición que Pablo expresa en el verso 16: salvación a quiénes, a todos. No salvación a todos los que creen.
Y si alguien esta mañana se está preguntando: ¿y salvación de qué? ¿De qué? Yo necesito ser salvado. Si yo tengo salud, gracias a Dios, tengo trabajo, no soy millonario, pero la peleo, estoy bien con mis amigos, con mis compañeros de trabajo, ¿de qué me estás hablando? Bueno, tú más que nadie debes prestarme atención, porque tú estás en un problema que es aún peor. Tú ni siquiera sabes que estás en un problema. Y si tú no sabes que estás en un problema, tú no vas a intentar solucionarlo. Pero permíteme, en esta mañana, hermano y amigo que estás aquí, que yo te lo explique, que te lo pueda expresar. ¿Cuál es este problema? Y préstame mucha atención, por lo menos para introducirte al problema.
Imagina, mi hermano, mi amigo, que tú estás un día en tu casa y alguien golpea la puerta, y es tu vecino, y te dice: «Vecino, estábamos hablando con mi señora, y no nos gusta el color de tu fachada. No nos gusta ese color, nos parece horrible. Queremos que, por favor, si puede ser esta semana, que vos cambies el color de tu fachada, y el que decidimos que nos gusta más, a mi mujer y a mí, es el color verde, el verde limón. Sí, si es posible. Bueno, te lo dejamos ahí, y si es posible, en la semana». ¿Qué pensaría usted, mi hermano? A mí, el hecho de escucharlo, me incomoda, me da un poco de bronca, y es como lo único que me falta. Si yo quiero, voy a pintar mi casa púrpura, no sé. Claro, ¿por qué? Porque usted es dueño de ese lugar. Son sus gustos y sus reglas, usted es el amo y señor de ese lugar. Está bien, estamos bien.
Entonces, mis hermanos, este universo en el cual vivimos, incluyéndote a ti y a mí, tiene un dueño que fue quien lo creó y quien lo sostiene. Juan, en Apocalipsis 4:11, él va a decir: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas». Dios, entonces, como dueño del universo, como dueño y señor, en su prerrogativa de amo de este universo, él legisló leyes, leyes que naturalmente conllevan un castigo para quienes las infringen.
Y lo cierto, hermanos, es que a estas leyes que Dios estableció en su universo, el hombre las transgredió. En el principio, nuestro representante, Adán, el representante de la raza, falló al mandamiento, desobedeció a Dios, y comió del árbol que Dios le mandó que no comiera. Cuando él cayó, su naturaleza se contaminó, mis hermanos, hasta su núcleo, y en consecuencia, todos los que venimos de él, todos los que venimos luego, venimos dañados de fábrica. Somos pecadores por naturaleza, y no podemos, mis hermanos, conformarnos a la ley de Dios. Es eso lo que los teólogos llaman el pecado original.
De hecho, Pablo les va a hablar más adelante a los romanos de esto, y les va a decir
En el capítulo 8 y en el verso 7, se dice que los designios de la carne, es decir, los deseos de la carne, son enemistad contra Dios porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden. Cada vez que sientes una atracción dentro de ti para desobedecer a Dios, para hacer lo que está mal, es simplemente evidencia de que tu naturaleza desde el principio se degeneró y no puede conformarse a la ley de Dios.
Alguno puede ser muy osado y llegar a decir en este punto: «Bueno, ¿pero yo qué culpa tengo de lo que hizo Adán? Es más, si yo estuviera aquel día, yo no habría hecho lo mismo. Era muy claro: había un montón de frutos, no tocaba ese árbol, y tenía un banquete para darme. ¿Yo qué culpa tengo de lo que hizo Adán?» Pero déjame mostrarte que tú no eres mejor que él. Lo más probable, mis hermanos, es que si nosotros hubiéramos estado en el lugar de Adán aquel día frente al fruto, nosotros ya estaríamos en mermelada, hermano mío, porque nuestra condición, sin duda alguna, mis hermanos, es mucho peor que la de él.
Día a día vivimos pecando. Tú no eres mejor que él, ni siquiera se te cruce por la cabeza creer que si tú hubieras estado aquel día, tú ibas a salir triunfante frente a la tentación de Satanás. Y si no me crees, mi hermano y amigo, hagamos por un momento este ejercicio y piénsalo por un momento, por favor, hermano, piénsalo un momento. Escúchenme, hermanas, mujeres, me voy a dirigir primero a ustedes un momento. ¿Alguna vez, mi hermana, alguna vez por un segundo, y miren, mis hermanos, que basta un pecado para poder ser condenado eternamente, porque Dios es infinitamente santo y perfecto? ¿Alguna vez, hermana, o mujer que está en esta mañana, codiciaste o miraste con un deseo no muy bueno al marido de una amiga, de un familiar, o de otra mujer, y pensaste: «Qué suerte que tiene», y hasta te dio un poco de bronca? ¿Qué suerte que tiene? ¿Alguna vez te incomodó el éxito de otra mujer, o de alguien más? ¿Alguien te cuenta algo bueno que le pasó, éxito en su trabajo, en su vida profesional, o en su familia, y esa voz qué alegría, y por dentro te molesta, no te hubiera gustado escuchar esa noticia? ¿Alguna vez te pasó, alguna vez codiciaste algo siquiera de tu amiga, de tu familiar, o de quien sea? La casa, el auto, la familia, la foto de Instagram familiar, y no te pareció muy simpático, y encima fuiste más allá, porque no solamente pecaste en tu corazón, sino que le diste me gusta, y dijiste me encanta, amiga, encima fuiste hipócrita, le estoy hablando a alguien en particular. ¿Pero alguna vez, mi hermana, te pasó algo similar? ¿Nunca pensaste, o nunca te pasó en tu corazón, que te alegraste cuando otra mujer le salió algo mal, o nunca sentiste rechazo por otra persona, o hablaste en tu grupo de amigas de otra persona y dijiste: «De verdad, que es insoportable esta mujer, qué mujer más insoportable»? ¿Nunca te pasó, bueno, mis hermanos, también para ustedes, hay, yo les dejo ahí eso, hermana, para ustedes, mis hermanos? ¿Alguna vez les pasó que miraron a otra mujer por la calle, o en las redes sociales, o en la visión, o donde sea, y tuvieron un deseo pecaminoso hacia esa mujer que no era la suya? ¿Alguna vez les pasó? ¿Nunca te pasó, hermano, que tu corazón se llenó de orgullo y soberbia cuando pudiste realizar bien una tarea, o un trabajo, o alguna actividad? ¿Nunca te pasó, o alguna vez pensaste respecto a otra persona, otro amigo, otro hombre, qué pavo, qué tipo imbécil? Incluso podemos ir más allá, muchas veces, hasta en el semáforo, o en el supermercado, en cualquier situación, y decir qué ganas de darle dos, tres trompadas. ¿Alguna vez te pasó, hermano, y hablo de la violencia, porque los hombres nos relacionamos un poco más con ese tipo de actos? ¿Alguna vez te pasó que tuviste ese tipo de pensamientos, o incluso, mi hermano, cuando pudiste realizar una obra buena, un acto de caridad, hacerle un favor a alguien, ofrendar algo, nunca te pasó que tu corazón se llenó de justicia propia y de vana gloria pensando en tu interior al hacer esa buena obra que Dios te permitió, diciendo qué buen tipo que soy, la verdad que soy un tipazo, cuando lo que debía haber hecho era agachar la cabeza y reconocer que fue Dios quien te permitió hacer esa buena obra, porque tú eres por naturaleza egoísta y nunca vas a pensar en ti, a menos que Dios no obre en tu corazón, amor hacia el prójimo?» Y yo solamente mencioné algunas cositas, porque si no, podemos estar día y día hablando sobre nuestra pecaminosidad. Yo solamente mencioné algunas cosas, pero si tú te sentiste identificado, por lo menos con una sola, un poco, créeme, mi hermano, que si tú te tomas más tiempo y te auto examinas a la luz de Dios, de su mandamiento, tú encontrarás que tú eres un pecador culpable. Tú no amas a Dios más que todas las cosas, ni amas a tu prójimo como a ti mismo. De hecho, lo más probable aún, por encima de tu ser querido, de tu familia, es que tú te amas a ti mismo más que a nada.
Y es aquí, mis hermanos, donde el problema empeora aún más, porque nosotros no solamente somos pecadores, sino que es en este punto donde el problema se hace más grande. Y ¿cuál es el problema? Que tarde o temprano, la deuda por el pecado tiene que ser pagada. Este amo del universo que puso sus reglas, porque es dueño y señor de este universo, que se autoproclamó legislador, también se autoproclamó
juez, y estableció un día en el cual llamará a todos los seres humanos a comparecer ante su tribunal cósmico, en base a sus leyes y estatutos. En el apóstol Juan, en Apocalipsis, en Apocalipsis 20:11 en adelante, donde nuestras Biblias titulan el juicio del Gran Trono Blanco, va a decir: «Y vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios, y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos. Y fueron juzgados cada uno según sus obras». Aquel día llegará, mi hermano. Está fijada la fecha, y es segura. No habrá prórroga ni aplazo, no habrá impuntuales, absolutamente todos iremos aquel día al juicio del Gran Trono Blanco. Pero eso no es todo, tenemos una deuda, que es el pecado. Llegará el día en que debemos rendir cuenta, y para colmo de males, aquí es donde empeora la cuestión un poco más, porque alguien podría decir: «Sí, es cierto, soy pecador, es cierto que vendrá el juicio, pero yo tengo la esperanza de que, como Dios es un Dios bueno y amoroso, él quizás, aquel día, se va a compadecer de mí y me va a dejar en libertad, me va a perdonar». Y aquí el problema es donde empeora, porque este Dios, este juez del universo, es riguroso e implacable con su justicia. Él no admite ni el más minúsculo de los pecados. A eso que nosotros le llamamos mentirita piadosa, bueno, no, eso no existe para Dios, no existe la envidia sana, mi hermano, el pecado es pecado y debe ser pagado. Y ustedes tienen una deuda, y este juez al cual ustedes deben de presentarse es riguroso e implacable. En Números 14:18, Moisés dice hablando de este juez que de ningún modo dará por inocente al que es culpable. De ningún modo dará por inocente al culpable. Por otra parte, en Proverbios 15:17, Salomón va a decir de este juez que este juez detesta esa abominación. Para él, aborrece absolver al culpable y condenar al inocente. El juicio de él será riguroso e implacable, no habrá fallas, él no podrá errar en la aplicación de la ley porque él la creó, a él no se le podrá pagar o sobornar para que cambie su decisión, porque él es dueño de absolutamente todo. No hay manera de que aquel día tú puedas torcer su voluntad. Aquellos que sean aquel día hallados culpables ya tienen fijado el castigo. Serán alejados eternamente de la presencia de su Creador, en un lugar que el apóstol Juan en Apocalipsis 14 nos comenta a la pasada, que dice que ese lugar que está preparado para aquellos que se han encontrado como injustos en aquel tribunal, ese lugar de castigo, dice Juan en Apocalipsis 14, «el humo de sus tormentos sube por los siglos de los siglos, y no tienen reposo ni de día ni de noche». No hay un segundo de paz, no hay un segundo de tranquilidad. Es el más terrible de los tormentos al cual van a ser sometidos los culpables. No hay solución para su problema en esta vida. Y sin duda alguna, el problema estremece y angustia. Pero frente a este panorama, mis hermanos, de que somos pecadores, de que habrá un juicio, y de que ya hay una condena establecida para los culpables, como nosotros, frente a este panorama tan tétrico, tan desolador, de desesperanza, de angustia, es donde brilla de manera más intensa la luz del evangelio de Jesucristo, aquella que Pablo había abrazado como el tesoro más grande que jamás haya existido. Porque Pablo mismo va a decir en el verso 17 del capítulo 1 de Romanos: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe en el evangelio». Dios el Padre, y présteme mucha atención, Dios el Padre satisface su propia justicia a través de la justicia del Hijo.
Dios hace en su tribunal cósmico Dios hace una declaración legal sobre el pecador injusto y lo declara como justo. No en base a sus méritos, lo declara como justo en base a los méritos de Cristo, en base a la justicia de Cristo. La ley, mis hermanos, establecía un premio para el que la cumplía y un castigo para el que la transgredía. Nosotros vemos que Pablo le dice más adelante a los romanos en Romanos 10:5: «Porque de la justicia que es por la ley, Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas». El que cumple la ley de manera perfecta, sin faltar a un solo punto, merece el premio de la vida eterna. Ahora, ¿cuál es el castigo? El castigo es para los que infringen: la muerte, la eterna separación de Dios. Y el castigo es eso, lo que dice Ezequiel en el capítulo 18 y en el verso 20: «El alma que pecare, esa morirá». Son las mismas palabras que le dice Dios en el principio a Adán: «El día que de él ciertamente morirán, el día que me desobedezcan». Ciertamente morirán. Hay un premio, vida eterna, para los que cumplen perfectamente, pero para los infractores hay muerte y separación eterna de Dios.
Ahora, Cristo vino al mundo y se sometió a la ley, se sometió a la ley con todas sus demandas, con premios y castigos. Y sometiéndose a la ley, él dice en Mateo 5:17: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir». Él se somete a la ley, a cada uno de los mandamientos, y no infringe en ni uno solo. Pedro va a decir en su primera epístola, en el capítulo 2 y en el verso 22, que él no hizo pecado y que no se halló engaño en su boca. Durante toda su vida, Jesucristo nunca jamás pecó. Mi hermano, nunca. Él podía realmente, como dice la ley, vivir por sus obras. Él merecía el cielo. Él no merecía la muerte. Él sí, por sus obras perfectas, merecía la vida eterna, el cielo y la eterna comunión con el Padre. Pero lo cierto es que él decide, mi hermano, voluntariamente, como un culpable sustituto, sentarse en el banquillo de los acusados, donde debíamos estar nosotros, los que creemos en él.
Aquella tarde, en el Gólgota, él se sienta frente al tribunal de Dios y, sentado frente a él, Dios carga todos los pecados de los creyentes sobre él. Isaías 53 dice: «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros». Y probablemente, cuando tú escuches «pecados», eso te parezca algo genérico y como que está medio alejado de ti. Él cargó un montón de pecados, como se carga un camión de materiales. Pareciera algo genérico, alejado de nosotros, algo de la teología, alejado. Él cargó con tus envidias, mi hermano. Él cargó con tus homicidios. Él cargó con tus mentiras, con tu odio, con tu soberbia. Él cargó. Eso es lo que dice Isaías. Él lo cargó en la cruz del Calvario. En 2 Corintios 5:21, Pablo va a decir: «Al que no conoció pecado, aquel que se sometió a la ley y nunca jamás pecó, que era santo y justo, por nosotros Dios lo hizo pecado». Cargó todo sobre él para que nosotros, que éramos pecadores, fuésemos hechos justicia de Dios en él. Para que nuestros pecados ya no estén más, sino que sean puestos sobre él. Y estando sin pecado, ahora se nos transfiera su justicia. «Al que no conoció pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado. Para que fuésemos hechos justicia de Dios en él». Al expediente que había en mi contra, que tenía la carátula y decía «Gabriel Vera», él le cambió la carátula y la puso «Jesucristo». Ahí había otro expediente que decía «Noemí», y él le arrancó la carátula y puso otra que decía «Jesucristo». Él arrancó otro expediente que tenía la carátula que decía «Jorio Campo». Él arrancó y puso otra que decía «Jesucristo». Y ahí está él en la cruz, cargando en sus manos un enorme expediente de miles y miles de páginas, cargadas de pecado y de transgresiones, que ahora llevan su nombre y que a él lo hacen culpable ante ese juez. Y este juez lo ve desde su estrado. Si es que se dice así. Lo ve a Cristo sentado en el banquillo de los acusados, donde debíamos estar tú y yo. Él carga con mi envidia. Él carga con mis homicidios. Él carga con mi soberbia. Él carga con todo lo malo que hay en mí. Yo debía estar sentado ahí, aquel día. Pero Cristo ocupó mi lugar y ocupó también el tuyo, si tú lo crees, si lo abrazas esta mañana. Mirándolo Dios a Cristo en el Calvario como el culpable de todos los pecados de los creyentes. Él derrama su ira sobre él. Él derrama el castigo que nosotros merecíamos sobre él. Isaías 53:6 dice: «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros». Pero no solamente eso, sino que añade en el verso 7: «Angustiado él, y afligido». Y este verso lo escuchamos millones de veces, hermana, y como lo escuchamos millones de veces, a veces parece que es que la realidad de ese verso se aleja de nuestro corazón, y hasta de nuestras emociones y de nuestra mente, y parece una frase célebre más, o una del montón, o un verso más. Pero esto es lo que debías pasar tú y yo. Tú debías haber sido angustiado y afligido, pero el que fue angustiado y afligido fue él. Y no abrió su boca, como un corderito fue
llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció, y no abrió su boca. Cristo mismo, a través del salmista en el Salmo 22, expresa un poco de ese terrible sufrimiento. Y mis hermanos, cuando estaba estudiando estos versos, yo leí este verso, este capítulo, y quisiera Dios en esta mañana, mis hermanos, por favor, señor, que él pueda realmente, por medio de su palabra, tocar nuestros corazones, romper con su palabra la dura roca de nuestros insensibles corazones ante la verdad del Evangelio. Él mismo te comenta lo que padeció en el Salmo 22:14 en adelante, y lo dice de la siguiente manera: «He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntar. Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos. Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suerte». Él no merecía estar ahí. Aquella tarde, él merecía la gloria, el honor y la alabanza por siempre y para siempre. Pero descendió por amor y tomó el castigo que nosotros merecíamos por causa de nuestros pecados. Y gloria al Señor por querer hacerlo. Porque ese sacrificio que él hizo en la cruz del Calvario, como un cordero perfecto, ese sacrificio fue recibido por el Padre y satisfizo su justicia por completo. Cuando Cristo estuvo en la cruz del Calvario y exclamó antes de morir: «Consumado es», lo que él estaba diciendo es: «La obra está hecha. La deuda está saldada. La justicia de Dios es satisfecha. Consumado es. Yo ya pagué por Gabriel Vera. Yo ya pagué por Heider. Yo ya pagué por Claudia». Ya nadie, el infierno no puede reclamarlo. Satanás no puede reclamarlo. Nadie más puede reclamar su alma, porque yo, Jesucristo, lo compré con mi sangre en la cruz del Calvario. Eso es para ti, creyente. Abrázalo en esta mañana y da gloria a Dios por su obra infinita en amor y en misericordia.
Y lo más asombroso de todo esto es que ese Evangelio de Cristo, que tiene justicia perfecta para nosotros, está disponible para todos. Y lo único que se nos pide es que creamos. Disponible solamente por fe. Es por fe, mis hermanos, que nosotros nos hacemos beneficiarios de las riquezas, de la abundancia y de los tesoros que hay en Cristo. El verso 17 dice que este Evangelio es por fe, y para fe, o como traduce otra versión: «Por fe, de principio a fin», dice la Nueva Versión Internacional. Otra versión dice: «Por fe, y solamente por fe». Y otra dice también: «Es única y exclusivamente por fe». La fe, y solo la fe, mi hermano. Y ya voy terminando. La fe, y solo la fe, es el instrumento por el cual nosotros nos hacemos beneficiarios, o nos apropiamos, de los méritos de Cristo, de su vida santa y de su muerte expiatoria. Es por medio de la fe que abrazamos a Cristo, que nos ponemos su ropa de justicia, que es como nos disfrazamos de él y podemos, por lo tanto, entrar al cielo, tener acceso a Dios y estar en relación íntima con Dios para siempre. La ley, por su lado, que decía «Haz esto y vivirás», el Evangelio de Cristo dice: «Cree en lo que él ya hizo y vivirás». Cree en Cristo, y vivirás. Por eso, Pablo concluye este verso diciendo: «Más el justo por la fe vivirá». Así que, hermano, y amigos que están en esta mañana, si tú te reconoces que eres pecador y abrazas esa verdad del Evangelio, que él encarnó y vino con la misión de redimir, de conseguir justicia y de morir por los pecados, si tú abrazas esa verdad, si tú te reconoces que eres un pecador que lo necesita, tú serás salvo y todos los beneficios que hay en Cristo se te otorgarán a ti. Ya nadie más podrá demandar o pedir tu alma, porque ya la ha comprado en la cruz. Él obtuvo el perdón de todos nuestros pecados y justicia perfecta para nosotros. Y si tú te preguntas, ¿qué debo hacer? Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. Es esa la respuesta de Pablo para ti en esta mañana. Porque es la misma respuesta que Pablo le dio al carcelero en Filipos. Él le preguntó: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» Y Pablo no le respondió: «Bueno, aquí tienes una enorme lista de mandamientos que debes cumplir, te tienes que bautizar, tienes que hacer esto y aquello». No. Él le dijo: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo».