LA PALABRA DE DIOS VIVA Y EFICAZ (Heb 4:12-13)- 30/06/24
Transcripción automática:
Y bueno, el SEÑOR en Su soberanía hoy aquí nos trajo, nos trajo para escuchar Su Palabra. Consecuentemente, estamos trabajando con el libro de Hebreos. En este caso, la unidad de pensamiento o la porción de las Escrituras con la cual vamos a trabajar hoy es el capítulo 4, Hebreos capítulo 4, versículos 12 al 13. Y dice así la Palabra del SEÑOR, esta Palabra que es toda inspirada e inerrante:
«Porque la Palabra de Dios es viva, más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.»
Hasta aquí la Palabra del SEÑOR. Aprovechando el propio texto que ya hemos leído, el título del sermón de hoy es «La Palabra de Dios viva y eficaz». Antes de empezar a explicar estos versículos, surge la pregunta: ¿por qué el autor empieza a hablar de la Palabra de Dios? ¿Por qué empieza a hablar de la Palabra de Dios como tal?
Para rememorar un poco, un versículo antes decía: «Procuremos pues entrar en aquel reposo para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.» Estaba hablando de la desobediencia del pueblo de Israel que no entró al reposo por la incredulidad. De eso estaba hablando. Pero ahora dice: «Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más importante que espada de dos filos.» Aquí hay una especie de cambio de tema. Bueno, no. De hecho, el autor nos estaba hablando de la historia de Israel en el desierto, un pueblo que por su incredulidad y desobediencia no entró en el reposo prometido por Dios. Él lo usó como aviso también para nosotros, exhortándonos a que procuremos entrar en ese reposo. De repente, ahora tenemos la mención del poder de esa Palabra para penetrar en nuestro corazón y revelar lo que tenemos adentro. ¿De dónde el cambio de tema? Bueno, esto es para avisarnos de la seriedad de no atender debidamente la Palabra del SEÑOR.
El autor nos está recordando que la Palabra de Dios es como una roca estable. Podemos mirar a la iglesia, a los hermanos, o a nosotros mismos, y es como si hubiera una sensación de que muchas veces, y lo digo por mí mismo, la cosa es tan variable e inestable. A veces es como una montaña rusa. Muchas veces nuestro corazón está en la cumbre de la montaña, «¡Ay, estoy en el cielo!», y de repente baja, «¡Ya no puedo más, SEÑOR, llévame!». Bueno, y más o menos esa inestabilidad puede que sí ocurra. Pero cuando volvemos a la Palabra de Dios, encontramos nuevamente nuestro fundamento, nuestra seguridad, nuestra roca. Esta Palabra, que es una roca estable, ayuda a examinar nuestro propio corazón para ver si pertenecemos o no al SEÑOR. Nos sirve como un espejo, un espejo en el cual podemos examinarnos.
Ya el autor a los Hebreos nos sacudió con versículos anteriores que hablaban de que, por la incredulidad, Israel no entró al reposo. Bueno, ¿qué toca entonces? Ahí nosotros clamamos: «SEÑOR, examíname, escudriña mi corazón, revela lo que hay en mí». Si le pasó a ellos, ¿por qué no le puede pasar al pueblo contemporáneo lo que le pasó a Israel en el desierto? También, hermanos, es como una moneda, apuntando a lo que dice la Palabra del SEÑOR. Es como una moneda de dos caras. Por una parte, tenemos el ejemplo de la desobediencia de ellos; ya sabemos lo que pasó. Pero, por otra parte, la otra cara de la moneda de estos pasajes es la seriedad y el peso de la Palabra del SEÑOR. Lo que Dios habló tiene tanto peso que nunca puede ser desatendido sin que pase nada; al contrario, para llegar a nuestro reposo tenemos que atender con toda seriedad la Palabra del SEÑOR. Porque, ¿saben qué? Ahí está la vida, ahí está la salvación, en el mensaje de la Biblia, en el mensaje de Cristo. ¿Y de qué Palabra está hablando acá el autor a los Hebreos? Bueno, la pregunta parece muy simple, pero tendríamos que ser un poquito más explicativos. La Palabra de Dios es toda revelación de Dios para nosotros los seres humanos, y especialmente en el contexto, aquella que fue comunicada a Israel por medio de Moisés, la que luego vino a través de David a los judíos de su día. Porque, ¿se acuerdan que él decía, entre tanto que se dice hoy, «Si oyeres hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones»? Eso decía el salmista David en el Salmo 95. Y también nos llega a nosotros a través del SEÑOR Jesucristo, que es la revelación final. En otras palabras, la Palabra de Dios es toda revelación divina, Antiguo Testamento, Nuevo Testamento. Esa es la revelación a la que nosotros llamamos Palabra de Dios. Y dos veces el autor ha mencionado el evangelio. En la Reina-Valera, usa la expresión «buena nueva». Lo usó en este mismo capítulo, en los versículos 2 y 6. También habló de las promesas del SEÑOR y en el versículo 42 nos habló de la Palabra que tanto los judíos como nosotros escuchamos. Así que, por la preocupación del autor, por esa preocupación y el miedo de que alguno se aparte del SEÑOR, lo que el autor quiere dejar bien claro es que toda Palabra que procede de la boca de Dios es poderosa, se cumple eficazmente y siempre permanece.
Aquí vamos a la estructura que nos presenta el propio texto. La estructura que nos presenta es en forma de características. En el versículo 12, vamos a ver algunas de esas características. Y ya les adelanto, las características son que la Palabra de Dios es viva, es eficaz y es cortante. Viva, eficaz, cortante. El versículo 12, que ya habíamos leído, dice: «Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.»
Aquí el autor nos presenta estas características y vamos a ver la primera de ellas: la Palabra de Dios es viva. En ella, en la Palabra, se nos cuentan hechos que ocurrieron hace ya muchísimos siglos. Pero la razón por la cual el Espíritu registró estas cosas que pasaban hace mucho es la de hablarnos hoy, a voz de niño, adolescente, adulto, anciano, a hoy, la Palabra del SEÑOR te habla. ¿Por qué? Porque es una Palabra que vive, es una Palabra que permanece y es una Palabra vigente. Justamente, Hebreos usó bastante la palabra «hoy» en estos capítulos, siempre hablándonos de lo vigente y lo permanente de la Palabra, a tal punto de que para el autor de Hebreos, siempre que uno lee las Escrituras, ahí hay esa mención. El Espíritu nos habla en tiempo presente, como dice el Espíritu Santo. Tiempo presente sigue hablando, sigue hablando, y el corazón está cerrado, pero sigue vigente y sigue hablando. Estas historias del pasado, el Éxodo, la desobediencia, la incredulidad de Israel, la exclusión de la Tierra Prometida, ¿saben qué hacen? Es como una voz tan fuerte como un megáfono que nos grita, saben qué cosa: que la Palabra de Dios sigue viva. La Palabra de Dios, mi hermano, vive hoy. Esta carta que el autor dirigió a sus primeros lectores Hebreos, ¿saben cómo la recibimos? Como inspirada por el Espíritu Santo para nuestra enseñanza. Tanto sus promesas de reposo como sus advertencias en contra de la apostasía, de apartarse del camino del SEÑOR, sirven tan igual hoy como el día en que se escribió. Y espero, espero de corazón, espero que todos hayamos experimentado Su poder y eficacia en nuestras vidas. La Palabra de Dios es viva porque es una herramienta poderosa en las manos del Espíritu Santo, capaz de hacer estas cosas: quebrantar, corregirnos, iluminarnos, consolarnos y, por sobre todo, transformarnos. Es a la vez permanente, sigue vigente, pero también vivificadora porque dice 1 Pedro 1:23: «Siendo renacidos no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre.»
Por un lado, vemos que la Palabra es viva en el sentido de que es permanente, y por otro lado, en el sentido de que da vida a quienes atienden a su mensaje y reciben al SEÑOR Jesucristo. Nosotros estamos ya, hasta se puede decir, tan acostumbrados a decir que nacimos de nuevo por la obra del Espíritu Santo. Sí, pero aquí Pedro nos recuerda que el Espíritu Santo no efectúa su obra regeneradora al margen de la Palabra. No es independiente; sino que también nacemos de nuevo por
la obra de la Palabra. Llega el mensaje, el testimonio externo, pero la obra regeneradora se produce por el testimonio interno del Espíritu Santo que nos convence de pecado. El Espíritu nos regenera, sí, pero en este proceso, la Palabra es una herramienta. La Palabra nos convence, la Palabra nos transforma, la Palabra nos comunica vida, pero siempre y cuando el Espíritu nos hable a través de ella. El Espíritu Santo usa la Palabra de Dios como herramienta para dar vida. Dice Juan 6:63: «El Espíritu es el que da vida; las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida.»
Las palabras entonces, concluimos en relación al primer punto, que la Palabra de Dios es viva. Pero no solamente es viva; también esa Palabra es eficaz. Es eficaz porque cumple poderosa y fielmente los propósitos de Dios. Aquí posiblemente el autor tenga en mente el famoso texto de Isaías 55:10-11: «Como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la Tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será Mi Palabra que sale de Mi boca; no volverá a Mí vacía, sino que hará lo que Yo quiero y será prosperada en aquello para que la envié.»
La Palabra de Dios cumple Su propósito. La Palabra de Dios cumple el propósito de Dios, ya sea para salvación o para condenación. La Palabra de Dios no siempre actúa conforme a nuestras expectativas, pero siempre los propósitos de Dios, eso sí, se cumplen. Hace un diagnóstico de nuestra condición humana, poniendo el dedo en la llaga, ahí en nuestra maldad. A los que creen, les da salud, les da sanidad, les da vida. Y aquellos que la rechazan, trae juicio y trae condenación conforme a lo que Él dijo, conforme a lo que Él estableció. Ya sea que el hombre atienda o no atienda, siempre es eficaz. En un caso, gloria a Dios para salvación; en otro caso, gloria a Dios juicio y condenación. Así de sencillo. Entonces, la Palabra de Dios es eficaz porque siempre cumple ese propósito de Dios y también lo hace con poder. «¿No es Mi Palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?» (Jeremías 23:29).
Y acá hay que reconocer que, en nuestra condición, nosotros tenemos corazones de piedra, corazones de diamante. Por eso damos gracias por la eficacia de la Palabra, que es como un martillo que sigue dando en nuestro corazón duro hasta quebrarnos. Si no fuese por la eficacia de la Palabra, ¿dónde estaríamos? Tenemos corazones tan duros, tenemos corazones y mentes tan olvidadizas. Al principio, para la regeneración y la santificación inicial, Dios hace un milagro. Dios nos quita las escamas de los ojos, Dios ilumina el corazón para que veamos nuestra condición, como un martillo golpea y rompe el hueso del orgullo. Entonces, ahí puede infiltrarse la vida en nuestros corazones. Pero esa dureza todavía permanece con el tiempo. Esa dureza se llama pecado remanente. Algo de pecado todavía queda en nosotros que, día a día, con la ayuda del Espíritu Santo, vamos mortificando. Y ahí entra el valor de la Palabra; ahí entra el valor de la Palabra que nos sigue dando y que sigue cumpliendo, gracias a Dios, Su propósito en nosotros eficazmente.
Pero estas características que el autor nos presenta no terminan ahí. Esta Palabra es poderosa y, por ende, es cortante. Este no es el único lugar de las Escrituras donde la Palabra es comparada con una espada. Hay una referencia muy conocida del apóstol Pablo que es la espada del Espíritu, en el apartado en el cual habla de la armadura del creyente. Por ejemplo, en Efesios 6:17 se menciona que la espada del Espíritu es la Palabra de Dios. Pero también hay menciones en relación a la predicación del siervo del SEÑOR, el ungido de Dios. Por ejemplo, en el capítulo 19 de Apocalipsis, un pasaje que podemos citar, también en Isaías 49:1-3:
«Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria, y puso en mi boca como espada aguda; me cubrió con la sombra de Su mano y me puso por saeta bruñida, me guardó en Su aljaba y me dijo: ‘Mi siervo eres'».
En esos versículos se dice: «Y puso mi boca como espada aguda». En otras palabras, esto es simplemente para mostrar que también hay otra referencia en la cual se señala la Palabra de Dios como una espada, y en esta visión profética del siervo de Dios.
Vemos a nuestro Señor Jesucristo en su proclamación como una espada aguda y en su comunicación de la revelación de Dios como una saeta que penetra dentro del ser humano. Esa es la idea: es tan fuerte, es tan filosa. En el libro de Apocalipsis se identifica explícitamente con el Señor Jesucristo. “Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi a uno semejante al Hijo del Hombre; tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos” (Apocalipsis 1:16). Es bastante filosa, y tiene que serlo porque la administración de la revelación de Dios al ser humano nos llega a través del Verbo, que es nuestro Señor Jesucristo. Su palabra es más cortante que una espada de dos filos; es decir, está más afilada que cualquier espada, cualquier hoja. Es sumamente cortante, sumamente perforante porque corta hasta la profundidad. La palabra penetra profundamente en el corazón, en la mente del ser humano. La palabra corta hasta las profundidades.
¿Saben qué es lo que hace y por qué tiene que ser filosa? Porque tiene que herirnos, tiene que herir ese corazón tan duro, tiene que entrar, tiene que perforar. Estar bajo la palabra de Dios es la única posición sana para el ser humano, pero también es una posición un tanto incómoda. Si no fuera por la palabra, probablemente muchos de nosotros viviríamos más cómodamente, tranquilos, sin exhortación, sin nada. Pero nos llega la palabra. ¿Y qué hace? Esa espada nos corta, nos denuncia, nos perturba, revela cosas escondidas en nosotros que no nos son agradables. Nos dice lo que somos capaces de hacer, nuestra maldad, ofende nuestro orgullo, nos quebranta, como aquel martillo que habla Jeremías. Eso es lo que hace la palabra; va mostrándote lo que eres, lo que haces mal, lo que te falta. No es lo que piensas.
Si estamos atendiendo debidamente a la palabra, ya sea en esa meditación personal que debemos hacer diariamente o en la proclamación pública, tiene que doler. Tenemos que sentir dolor. Las Escrituras están llenas, sí, de gloriosas promesas, de revelaciones, de hermosura, de perfección de Dios, de su salvación, de consejos y de palabras de consuelo. La palabra tiene eso. Por una parte es incómoda, pero también es bueno recordar que encontramos mucho consuelo en la palabra del Señor. Nos corta, pero también nos cura. Es como un bisturí que va arreglando todo aquello que está mal en el corazón. Comer de la palabra del Señor es una experiencia dulce, ¿verdad? Y eso mismo vemos aquí en Hebreos. Nos dice que nuestro corazón es sumamente malo, nos muestra la realidad de que muchas personas que hoy están dentro del cuerpo de Cristo están abandonando, nos muestra ejemplos de desobediencia, nos dice: “En mi ira no entrarán en mi reposo.” Pero también nos muestra las excelencias de Cristo y la superioridad de Él por encima de todas las cosas, y nos dice que los que son suyos nunca se van a perder. Todo eso con esa palabra de doble filo.
No debemos perder de vista que la palabra del Señor también nos insta a examinarnos y a corregirnos en dependencia del Espíritu Santo. Golpea; la palabra del Señor golpea. Es como una espada que va golpeando, pero ese dolor que produce al mostrarnos lo que somos, nuestra insuficiencia, nuestra incapacidad y nuestra necesidad de Él, ¿saben qué? Ese dolor se aguanta porque recordamos que el que está manejando la espada es el Señor Jesucristo. Él es la espada, está en sus manos. Él te corrige con su palabra, pero lo hace con una corrección de consuelo para tu bien espiritual y para la preservación de tu alma.
Qué lindo es aquel instrumento que es la espada, que un día será una espada de juicio y destrucción para los que no creen, pero es un bisturí para nuestra sanidad. Esas intervenciones quirúrgicas espirituales son dolorosas, pero traen la salvación. La palabra, mi hermano, nos quiere salutífera, nos quiere para nuestra salud. Un ejemplo o figura que usa Hebreos es que penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos. Esto es una metáfora, porque de hecho, años y años puedes estar leyendo la palabra del Señor y, bueno, tu codo sigue ahí, tus tuétanos, tu médula, todo por ahí normalmente. Pero la incisión realmente está en el corazón. La obra está en el corazón. La idea es que toca lo más profundo de tu ser. Un autor dice: “La palabra penetra en las partes más profundas y escondidas de la vida del hombre y separa su vida animal más baja, con sus deseos, intereses y amores, de su vida espiritual más alta, con sus aspiraciones de comunión con Dios.” Penetra hasta lo más profundo, hace una obra profunda de cambio y de transformación en tu vida. Esto dice. Esta capacidad de penetrar en nosotros hace que separe a los verdaderos hijos de Dios de aquellos que solo dicen que son hijos de Dios. Esa es la separación que hace.
Las coyunturas y los tuétanos, dice nuestro texto, son articulaciones bastante complejas y más escondidas del cuerpo humano. Pero lo que se quiere decir aquí, como ya he mencionado, no se está hablando de una cuestión física, sino que se está hablando de una cuestión puramente espiritual. La palabra de Dios entra en los recovecos más escondidos de tu ser espiritual y te trae luz a los lugares más oscuros de tu ser. Eso es lo que hace.
Hasta aquí nuestro texto ha hablado de la palabra del Señor que es viva, eficaz y cortante, y que penetra hasta lo más profundo de tu ser para mostrarte cosas: lo que eres, lo que Dios es, tu debilidad y la fortaleza del Señor, la superioridad de Cristo. En el versículo 13, que es nuestro último versículo, dice que no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Y continúa el autor: “Antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” ¿Qué está haciendo el autor aquí? De la palabra de Dios dirige su atención a aquel que habló esa palabra. “No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia.” En otras palabras, todo está descubierto a los ojos de Dios. Yendo a lo práctico, a tu prójimo le puedes engañar, y como decimos acá, a tu rabia, puedes engañarte a ti mismo, repetirte mentiras hasta que creas tu mentira. Pero a Dios no le engañas jamás. No tenemos que juzgarnos a nosotros mismos de acuerdo a lo que pensamos, a nuestro criterio. “Yo estoy demasiado bien, lo estoy haciendo bien.” No, es colocarnos delante de la palabra del Señor como delante de un espejo, porque la palabra es la que nos revela nuestro verdadero aspecto ante los ojos de Dios.
Si somos honestos, vamos a ver a la luz de la palabra cuánto nos falta. Veremos cuánto nos falta en nuestra vida de santificación, en nuestra vida de oración, en la diligencia en la palabra. Cuánto nos falta. Señor, ayúdame, te suplico tu ayuda. Nosotros podemos armar toda una fachada de piedad, también podemos tener una apariencia impecable, pero Él sabe las motivaciones con las que actuamos. Él conoce esos pensamientos más íntimos que ni siquiera nosotros recordamos. Todo está ahí, como en pantalla gigante, como en el cine. Así sigue vigente delante de los ojos del Señor. Cada pensamiento tuyo, cada sentimiento y cada motivación. Él sabe por qué haces lo que haces. Nosotros mismos solo nos conocemos en parte. Es por eso que no debemos usar nuestro criterio para evaluarnos. Si estamos viendo mal, es a la luz de la palabra que es viva y eficaz. Debemos dejar al Señor examinar nuestros corazones a la luz de su palabra y esperar en su gracia y en su misericordia para corregirnos.
Ahora mismo, el Señor puede estar trayendo a tu mente pecado que pensabas que no estaba tan mal, pero sí está mal. Y que el Señor nos ayude. Así como su palabra muestra que eso está mal, también nos da, por su Espíritu, la fuerza para poder corregir. “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido”, dice el salmista. “Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo. Dios sabe absolutamente todo lo que hago y lo que no hago durante el día. Pero también, sabe cómo funciona mi mente cuando estoy dormido. Eso también lo sabe. Todos mis caminos te son conocidos”, dice el salmista. “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.” Delante del Señor ya está todo detrás, en el Salmo 139:1-6. Esto es detrás y delante, me rodeaste y sobre mí pusiste tu mano. “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.” Nosotros vemos solamente una parte, pero el Señor ve el todo. Absolutamente todo en el universo. Mire a donde mire, allí estás tú, Señor, conociendo mi vida. Todo lo que yo soy. Yo, Señor, no me comprendo a mí mismo. Esa es una oración sincera. No puedo comprender
cómo es que Dios me comprende tan perfectamente. Yo no sé ni cómo el Señor sabe todo tanto de mí, pero entiendo que es así, y por fe sé que Él es más sabio que yo, sé que Él tiene todo mi ser delante de sus ojos, y sé que por su Espíritu, Él me capacita para serle cada vez más fiel y ser fiel a su palabra.
No tiene sentido, mi hermano, ocultar a Dios nuestra realidad espiritual, todas las cosas que están mal en nuestra vida espiritual, lo que somos. No tiene sentido. ¿Para qué ocultar? No tenemos que justificar ni buscar excusas. No, yo soy así. No, ¿por qué? Porque todas las cosas están delante de Él. “Antes bien, todas las cosas están desnudas ante sus ojos.” Y desnudas y abiertas, dice nuestro texto. Es curioso. Un autor de apellido Utley procede de la palabra griega para la garganta, y parece significar literalmente con la garganta echada atrás. ¿Qué quiere decir esto? Hay dos posibles explicaciones. Una se relaciona con las víctimas del sacrificio. Cuando el sacerdote las iba a degollar, agarraba y les tiraba de la cabeza hacia atrás. De la misma manera, la espada de Dios está presta a cortarnos el cuello, es decir, ejercer un juicio sobre nosotros. Estamos desnudos, sin excusa. No hay caso dispuesto para el sacrificio, porque la paga del pecado es muerte y merecemos morir delante de Él, delante de su palabra, delante de su ley. Allí estamos indefensos, vulnerables ante su presencia, como la víctima para el sacrificio. Esa es una interpretación.
Otra interpretación continúa este autor diciendo que procede de la lucha libre. Si quieres conseguir la rendición de tu adversario, le agarras por el cuello con tu brazo y le mantienes allí. En todo caso, la idea es nuestra impotencia ante Dios. No solamente estamos desnudos delante de Él, visibles en todo lo que somos, decimos, pensamos y deseamos, sino que también somos culpables, vulnerables, impotentes y sin justificación alguna.
Aquí está el texto corregido según tus indicaciones:
En otras palabras, no valen nada las excusas: «No, yo soy esto, soy lo otro». No, ya está. Confiesa más. Dile: «Señor, yo estoy cometiendo este pecado. Señor, no estoy bien en mi vida cristiana. Señor, no estoy caminando. Señor, me estoy debilitando». Te expongo esto delante de Ti. Perdón, Señor. Apelo a Ti. Quiero estar en la presencia de mi Abogado, Jesucristo.
Sáname, Padre amado, porque Tu espada del Espíritu ya me cortó la garganta. Ya perdí la pelea y aquí estoy, Señor, delante de Ti. Ayúdame, ayúdame a seguir caminando. Ayúdame a amarte más. Ayúdame a buscar más de Ti. Ayúdame a reconciliarme contigo. Ayúdame a crecer, Señor. Ven, como la Palabra, Yere, pero la Palabra también sana. El Espíritu sana. Entonces, ¿qué esperanza habría para nosotros si, además de Cristo ser nuestro Creador y nuestro Juez, no fuera también nuestro fiel Sumo Sacerdote y Salvador? Y eso está en el versículo siguiente, que ya es tema de otro sermón, pero igual es lindo y tenemos que reconocerlo. Si no podemos esconder nada ante el Juez, entonces, con toda urgencia, necesitamos de ese Sacerdote, ese Mediador. Si estamos con el cuello echado atrás esperando la caída de la espada, necesitamos desesperadamente encontrar a alguien que tome nuestro lugar en el sacrificio, y de hecho, ya lo hizo hace más de 2000 años en el Gólgota. Por esto, nuestro texto dice: «Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, tengamos esta profesión», dice en el versículo 14. La verdad es tan, tan estimulante, tan esperanzadora ver que, ante ese gran juicio, tenemos un gran Salvador. Nosotros, que en el juicio no vamos a tener nada para ofrecer, no vamos a poder articular ninguna excusa ni defensa, tenemos al mejor Defensor, aquel que prestó con Su sangre garantía para nuestra salvación. Qué hermoso y glorioso es el Evangelio, y es la única puerta de salvación. Con estas palabras, que nos recuerdan, hermano, el juicio de Dios termina.
Ya la segunda solemne exhortación del autor nos habló de cómo Israel cayó postrado a causa de su actitud de incredulidad hacia la Palabra de Dios, y cómo esta misma Palabra comunicó a Israel la sentencia de Dios contra su incredulidad: «No entrarán en Mi reposo». Pero el aviso se extiende también a nosotros, la iglesia. Hoy queda un reposo y ese acceso depende de cómo respondamos a la Palabra del Señor. ¿Estamos aferrados a Sus promesas? ¿Obedecemos Sus exhortaciones? ¿Tememos Sus avisos? Vivimos Sus consecuencias según cómo respondemos a la revelación, a la Palabra de Dios. Una respuesta que ya sea de fe o incredulidad, de obediencia o desobediencia. Entramos en el reposo o quedamos afuera. Pero así también, estos versos tienen tanta fuerza y seriedad porque son una advertencia y tiene que ser luego fuerte. Nuestro texto también es de consuelo, es de estímulo, porque aprendimos que tenemos por delante la esperanza de entrar en el reposo, no el pequeño reposo de Canaán, sino el gran reposo en Dios mismo. Además, la sección empezó con una gloriosa visión del Señor Jesucristo como nuestro Líder, como nuestro Guía, como nuestra fiel Cabeza del pueblo de Dios. Él, el mayor consuelo de todos, es que no tenemos que andar solos en el camino por el desierto. Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios hecha carne, conocedor de nuestra situación, que nos ha trazado el camino, nos avisa de Sus peligros a través de la revelación de las Escrituras, nos anima por el Espíritu. Ahora maneja la espada de la Palabra, no para destruirnos, sino para corregirnos, capacitarnos, perfeccionarnos, transformarnos en medio de nuestro caminar.
Muchas veces, mi hermano, pasan cosas también como una herramienta en la mano del Señor. En la Providencia, Él, por Su espada, por la espada del Espíritu, te muestra cosas, te corrige, y a veces con dolorosas realidades. Pero saben qué, todo esto duele ¿para qué? Para después corregirte y sanarte, para que seas cada vez más cercano a Él, para que tu corazón sea cada vez menos orgulloso, menos independiente, para que seas cada vez menos incrédulo y más creyente. Para eso, como el salmista, tenemos que decir: «Señor, examíname. Revela lo que hay en mi corazón». Nosotros tenemos que decir: «Palabra de Dios, corrígeme, repréndeme. No quiero caer en el desierto. Yo quiero entrar en el reposo por la gracia de Dios».
Eso es lo que mi alma quiere, Señor: un día morir a esta vida, abrir los ojos y entrar en Tu reposo, en ese reposo que Tú prometiste en Tu Palabra y que por Tu gracia yo respondí con fe. Porque, ¿qué dice Efesios capítulo 2? «Por gracia sois salvos, dice, por medio de la fe, y esto no es de vosotros, sino que es un don de Dios, para que nadie se gloríe». Qué gracia y qué misericordia que nuestro Señor Jesucristo se ofreció como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Qué gracia y qué misericordia que Su sangre fue derramada para que nosotros no tuviéramos que absorber ese juicio que sí merecíamos. Y qué gracia que un día la Palabra llegó a nosotros y el testimonio interno, la obra del Espíritu, se produjo para ver nuestra convicción, para ver nuestra condición y decir: «Señor, Señor, sálvame». Y que efectivamente el Señor haya cumplido Su propósito en nosotros, que eficazmente se haya vivificado nuestro espíritu y haya sido una obra eficaz, y que la Palabra haya perforado nuestro corazón, nos haya sanado y dado salud. Esta, mi hermano, es la aplicación del versículo: «Retengan el Evangelio de la paz de Jesucristo. Retengan en su mente el mensaje de la cruz», que por muchos ha sido olvidado y tristemente han caído en apostasía. Mi hermano, el mensaje de la cruz sigue siendo vigente hoy. Si oyeron hoy Su voz, no endurezcan vuestros corazones.
Y, mi hermano, quiero también, iglesia, llevar a cabo otra aplicación. Mi hermano, usted tiene que estudiar la Palabra diariamente. Usted tiene que comer diariamente. Usted tiene que absorber estas verdades diariamente para que su espíritu se nutra. Usted tiene que ver la gloria de Cristo en las páginas de la Biblia para alimentar su fe. Dice una frase: «Nadie ama lo que no conoce». Y, bueno, usted para amar más a Dios necesita conocer más a Dios por medio de Su Palabra. La segunda aplicación, y la última, es que si esta Palabra es tan severa, si esta Palabra trae juicio, recuerde que un día hemos de dar cuenta. Recuerde que, si es tan severa esta Palabra, un día hemos de dar cuenta delante del Señor.
Así que, con más diligencia, pongamos empeño en tener presente las cosas del Señor, recordando que un día habrá un gran juicio. Y, si bien es cierto que nosotros hemos sido ya rescatados y limpiados por la sangre de Cristo, si hemos creído, eso no excluye la realidad de que nosotros debemos vivir pensando en que un día hemos de dar cuenta, como dice el versículo: «Antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta». Recuerdelo, hemos de dar cuenta. Así que, mi hermano, en dependencia del Espíritu Santo, viva toda su vida, toda su existencia, y rinda todo su ser, recordando que un día hemos de dar cuenta. Y si alguno todavía no ha abrazado la fe en el Señor Jesucristo, le insto, le insto a que se arrepienta de sus pecados y crea en Cristo, que es el único mensaje salvador, la única Palabra que da vida, la única Palabra eficaz, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres por el cual podamos ser salvos. Amén.