MIS OBRAS EXPUESTAS A LA LUZ DE CRISTO (Jn 3:16-21) – 14/07/24
Transcripción automática:
Hoy vamos a continuar con nuestra línea de exposiciones de sermones expositivos y secuenciales, y vamos a detenernos en uno de los versículos más conocidos del Nuevo Testamento. Quiero que me acompañen al Evangelio de Juan en el capítulo 3 y en el versículo 16. Semanas atrás habíamos empezado con el capítulo 3, la conversación de Jesús con Nicodemo, y habíamos desarrollado que esto es una unidad, una estructura entera. Desarrollamos la primera parte, ahora vamos a encargarnos de esta segunda parte. Juan 3:16 es tan conocido que tendemos a veces a banalizar el rico contenido de este versículo, hermanos, y también de todos los versículos que le siguen. Es algo que hoy pretendo revertir con la exposición de esta palabra, yendo punto por punto en la riqueza de la palabra del Señor. Para esto, me voy a valer de tres conceptos que van a ser la guía para esta exposición: el primer concepto es Jesús es la luz divina, el segundo concepto es Jesús nos atrae a su luz, y el tercer concepto es Jesús nos convierte en luz. Empezamos leyendo, hermanos, dice Juan 3:16:
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más a las tinieblas que a la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo aborrece a la luz, y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.»
Amén.
Bueno, lo primero que tenemos que entender es por qué este texto empieza diciendo «porque». Porque de tal manera amó Dios al mundo, y la respuesta está en el contexto de este pasaje. Versículos más arriba, como les venía diciendo, Jesús está evangelizando a un fariseo, a Nicodemo, y le está demostrando que le es necesario nacer de nuevo, no con un nacimiento físico, sino con un nacimiento espiritual. Un nacimiento que no depende de sus obras y de sus logros, sino de un nacimiento que viene de arriba, un nacimiento que es en el Espíritu.
En el versículo 7 del capítulo 3, Jesús le explica a Nicodemo: «No te maravilles de lo que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Jesús le exhibe su verdadera condición a Nicodemo, y luego en el versículo 14 le presenta la solución: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna». Por la separación de la Biblia y de los títulos de los versículos, normalmente las enseñanzas sobre este pasaje se detienen en este versículo, pero en realidad la conversación con Nicodemo continúa.
No termina ahí, sino que continúa, y Jesús sigue hablando con Nicodemo, y es así que llegamos a estos versículos que hoy estamos analizando, que hoy estamos exponiendo en esta mañana. Jesús le continúa exponiendo el plan de salvación a Nicodemo, y es por eso que dice: «Para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito». Obviamente, hermanos, el mejor evangelista del mundo es nuestro Señor Jesús, y en estos versículos que leímos se resumen a la perfección todo el plan de redención del Señor Jesucristo de una manera clara y sencilla, sin vueltas. Juan 3:16 inicia describiendo el gran amor de Dios, entendiendo que Dios es en esencia amor. No es que Dios tiene amor, Dios es amor. Y amó de tal manera al mundo, dice el versículo, que ha dado a su unigénito. Y acá es donde tenemos que desglosar detenidamente esta oración: «De tal manera amó Dios». Dios amó tanto al mundo que entregó lo más preciado que tenía, a su unigénito. Amó Dios al mundo, y no se está refiriendo al planeta en sí mismo. No está hablando de que tal manera amó Dios a la tierra. Cuando se refiere al mundo, está hablando de ese enorme grupo de personas que la palabra de Dios describe como sus enemigos. Dios amó de tal manera a sus enemigos, al mundo. Dios amó tanto a su creación, te amó tanto, tanto que, aun siendo que vos le rechazabas y huías de Él, que vivías blasfemando su nombre, Él aún así envió a su Hijo para que pague con su vida por tus pecados, por tus pecados y por los de todos aquellos que crean en su nombre. Y este, hermanos, es el condicionante, el único condicionante: Dios amó tanto al mundo de tal manera que entregó a su Hijo, pero con un condicionante: deben creer en su nombre.
En el versículo 17 dice que Jesús vino para salvación y no para juicio: «Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que sea salvo por Él». Pero esa misma obra que fue hecha para salvación es la que provoca la sentencia en todos aquellos que rechazan el regalo inmerecido de la gracia. Y esto es lo que afirman los versículos siguientes: «El que en Él cree no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios». Se dan cuenta, hermanos, de que acá no hay medias tintas: o es blanco o es negro. O es blanco o es negro, acá no hay color gris. O crees en su nombre y sos salvo, o ya estás condenado. No hay otro camino, no hay otra alternativa, hermano, en la que podamos ser salvos. Nosotros no podemos labrar nuestro propio camino delante del Señor. Y atentos a este detalle: no es que uno al rechazar a Cristo se le dicta sentencia en su contra.
No, nosotros desde que nacimos, hermanos, hemos nacido en condenación. Cada ser humano, sea hombre, sea mujer, sea adulto, niño, anciano, al nacer, nace con el pecado y en condenación. Salmo 51:5 dice: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre». Romanos 5:12 dice: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Hermanos, la sentencia de nuestra condenación es parte de nosotros, está en nuestro ADN, pero es Jesús quien viene y lleva nuestra sentencia. Él la paga en la cruz. El proverbio dice: «Yo peco porque soy pecador, no soy pecador porque peco». Repito: «Yo peco porque soy pecador, no soy pecador porque peco». No es que al pecar recién me convierto en pecador, yo soy un pecador por naturaleza, y esa naturaleza se manifiesta en mi deseo de pecar. Yo nací siendo pecador, no es que yo me convierto por el camino en un pecador. Esa sentencia ya está en mí, ya está en mí.
Y en los siguientes versículos, hermanos, que estamos desglosando, es donde vamos a centrar el desarrollo de este sermón, porque es donde se amplía más esta explicación de nuestra situación delante del Señor. Dice en el versículo 19, y este es el primer concepto en el cual nos vamos a concentrar: el primer concepto es Jesús es la luz divina. Dice la palabra del Señor: «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios». La luz en este contexto simboliza la presencia de Dios, quien es santo y es justo, y ante quien todas las obras malas no pueden esconderse. Saben que el Evangelio de Juan es el que más hace referencia a Cristo como la luz divina. En Juan 1:4-9, en este pasaje inicial se presenta a Jesús como la luz verdadera que ilumina a todo el mundo: «En Él estaba la vida», dice la palabra del Señor, «y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen en Él. No era la luz,
sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo». Con esto inicia el Evangelio de Juan. Juan 8:12 dice: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue a mí no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». En Juan 9:5, Jesús se asocia con la luz al sanar a un ciego: «Mientras estoy en el mundo, Yo soy la luz del mundo». En Juan 12:46, nuevamente Jesús se identifica como la luz: «Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas». ¿Cuál es el factor común de todos estos versículos? Además de que Jesús se identifica como la luz, también presenta el impacto que tiene la luz. ¿Qué provoca la luz? Disipa las tinieblas y permite visibilizar todo.
Todo queda expuesto, hermanos, ante la luz. Juan nos muestra en todo su Evangelio el contraste entre dos situaciones opuestas: la luz y la oscuridad, y muestra a Jesús como la luz que no solo está presente, sino que vence a la oscuridad, que vence a las tinieblas. Y esta situación, esta ilustración de Jesús como la luz, no se circunscribe solamente al Evangelio de Juan. Desde el comienzo de la creación, la palabra de Dios nos muestra cómo la luz vence a las tinieblas. La primera obra en la creación fue la luz. En Génesis 1:3: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas». En el segundo libro de Samuel, el capítulo 22 en el versículo 29, dice: «Tú eres mi lámpara, oh Jehová; mi Dios alumbrará mis tinieblas». Salmo 27:1: «Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de temer?». La luz, hermanos, juega un papel fundamental desde la creación misma. Poco, hermanos, se puede hacer en la oscuridad. El hombre necesita de la luz. La luz es buena, la luz invade todo, la luz revela todo, deja todo expuesto. Pero eso es también un problema, porque todo queda expuesto, todo lo bueno y también lo malo. Había un spot publicitario bastante antiguo de una marca de fideos donde, con una animación infantil, relataba vivencias típicas de una familia para promocionar sus productos. Y uno de estos videos se desarrolla en el fregadero, en el lavadero de una cocina llena de platos, ollas y cubiertos sucios, que obviamente debían ser lavados. Y parado al lado de esta pila de cubiertos sucios, estaba la mamá, la madre de familia, que tenía la responsabilidad de lavar esos cubiertos.
Pero entonces, en un arranque humorístico, ella apaga la luz, queda todo a oscuras y en medio de la oscuridad dice: «Limpio». Prende la luz, ve toda la pila de cubiertos sucios y dice: «Sucio». Apaga la luz: «Limpio». Prende la luz: «Sucio». Y así constantemente, hasta que el foco se quema. El mensaje es algo así como: «Ojo que no ve, corazón que no siente», ¿verdad? Si no veo la pila de trabajo que tengo por delante, no existe. Si no veo mi condición de suciedad delante de Dios, tampoco existe. Pero eso, hermanos, es un engaño. Eso, hermanos, es un engaño para uno mismo, porque la pila de cubiertos está ahí, con luz y sin luz. Y nuestros pecados están ahí, con luz o sin luz. Solo que intentamos negar su existencia.
Con este relato, hermanos, trato de ilustrar lo que Juan señala en los versículos cuando dice que «la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.» Cuando la luz invade todo, deja al descubierto nuestras obras, obras que quizás antes estábamos orgullosos en medio de las tinieblas, pero al venir la luz, revela todas las imperfecciones, hasta el más mínimo detalle.
Recuerden que todo esto se está desarrollando mientras Jesús está hablando con Nicodemo. Esta es una conversación entre Jesús y Nicodemo, un fariseo con mucho protagonismo en Israel, un principal entre los judíos, dice la palabra de Dios, una persona que estaba apoyada en sus logros, en sus méritos, en sus obras para ganar la vida eterna. Nicodemo cree que sus obras son buenas, él construyó una vida de obras con las que piensa presentarse delante de Dios en la eternidad, pero ahora Jesús le está mostrando que sus obras en realidad son malas y no tienen mérito alguno para su salvación. Sus obras están siendo expuestas a la luz.
Un profesor pidió a sus alumnos de arte que pinten un cuadro en total oscuridad, solo iluminado por la luz de una vela que estaba a unos 4 metros de distancia. Hicieron su mejor esfuerzo en medio de las penumbras, y luego todos los cuadros de los alumnos fueron llevados a una sala bien iluminada donde estos alumnos descubrieron que en realidad habían hecho horrores de arte en lugar de obras de arte. Esto lo hizo el profesor para que entendieran la importancia de la luz viendo el resultado de sus obras.
Del mismo modo, Jesús revela que nuestras obras hechas en las tinieblas, obras que allí, en medio de la oscuridad, nos parecían perfectas, al ser confrontadas con la luz de Cristo, evidencian los errores, los horrores que hicimos. Al sacar nuestras obras a la luz, nos escandalizamos de lo que hicimos, y ¿saben qué pasa? No nos gusta que nos muestren nuestras aberraciones, porque un corazón orgulloso está satisfecho de ellas, aunque sean un mamarracho. Están satisfechos de esas obras porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas.
Al quedar expuestas por la luz, hermanos, nos damos cuenta de que somos malos, que todo lo que hicimos solo nos lleva a condenación, y que las obras que consideramos buenas son como trapo de inmundicia delante del Señor. Entonces, preferimos rechazar la luz, así como la mamá en este video publicitario que les mencioné recién. Negamos la luz como si fuera que eso disolviera nuestras malas obras. Si no las veo, no están ahí. Si las veo en la oscuridad, incluso parecen lindas. Si vienen a la luz, van a ser confrontadas, van a ser reprendidas, así que prefiero negar la luz.
Esa es la naturaleza humana, porque hay dos verdades ineludibles, hermanos: que la luz está y que tus obras también. Que uno quiera taparse los ojos no quiere decir que el sol no existe, hermanos. Y esto no es nuevo. El hombre, desde que cayó en el jardín del Edén, huye de la luz. Adán y Eva, al ver sus obras de pecado, al oír que Jehová se acercaba, ¿qué hicieron? Huyeron, se escondieron, no querían que Dios viera sus obras, no querían que sus obras quedaran expuestas delante de Él.
Pero hay una salida, hermanos, hay una salida: aceptar la luz y aceptar que nuestras obras son malas. Y acá es donde este texto nuevamente se entrelaza con la primera parte del relato con Nicodemo, cuando le dice Jesús que le es necesario nacer de nuevo por la obra del Espíritu. Porque fíjense en este detalle: ¿qué dice el versículo 20? «El que practica las malas obras no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas.» Pero en el versículo 21, que debería ser el contraste a las obras malas, dice: «Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.»
El que practica la verdad viene a la luz. Juan no debería decir acá que el que practica las buenas obras viene a la luz. El que practica las malas obras rechaza la luz, y el que practica las buenas obras viene a la luz. No debería ser así, pero dice: «El que practica la verdad viene a la luz.» Juan no podía escribir que el hombre tiene buenas obras, ¿saben por qué? Porque el hombre no tiene buenas obras, ni una sola buena obra delante de los ojos de nuestro Creador y soberano y perfecto. Porque todo lo que hacemos, hermanos, está cargado de pecado, todo lo que hacemos está cargado de maldad. Entonces, no podemos traer nuestras obras. Nosotros a la luz traemos las obras que son hechas en Dios, dice la palabra. Delante de la luz nosotros ya no presentamos nuestras obras, sino la obra de Jesús. Pero, ¿acaso Jesús no es la Luz? Entonces, ya no presentamos nuestras obras, sino que presentamos a Dios la obra de Jesús, que es la luz.
Básicamente, sí, y completamente sí: el que practica la verdad viene a la luz. Si usted viene a Cristo, a la luz, es porque practica la verdad y sus obras son hechas en Dios. ¿Y sabe quién es el que puso ese deseo en usted para que abandone sus malas obras y venga a la luz? Jesús. Juan 16:7 dice: «Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.» Es Jesús quien lo atrae, quien pone en usted el Espíritu Santo, quien lo atrae con convicción de pecado, quien lo expone a la luz y le permite reconocer que sus obras son malas.
Este es el segundo concepto que quiero resaltar: Jesús nos atrae a la luz. Jesús nos atrae a la luz. Fíjense en esta combinación de hechos: Jesús es la luz, y el que practica la verdad viene a la luz. ¿Y quién se presenta en las Escrituras también como la verdad? Jesús. En Juan 14:6 dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.» En Juan 1:14 se afirma: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» Esta frase describe a Jesús, hermanos, como la encarnación de la Palabra de Dios y la personificación de la verdad divina.
En 1 Juan 3:16 dice: «En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestra vida por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él.»
Fíjense cómo se resume: Jesús puso su vida por nosotros y, también, nosotros, imitando su amor, debemos poner nuestra vida por nuestros hermanos. Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad. Ambos pasajes resaltan la profunda conexión que hay entre el amor y la verdad. En 1 Juan, el amor se presenta como la evidencia tangible de la verdad que reside en nosotros. De igual manera, en Juan 3:21 se nos enseña que aquellos que fueron llamados por Cristo, que practican la verdad, es decir, que viven con principios de amor, compasión y justicia, se acercan a la luz, la luz que representa la presencia de Dios y la revelación de su carácter amoroso.
Se dan cuenta cómo Jesús es el todo en la obra de salvación. Jesús es el todo. Él es la luz por la cual todos huimos de él, pero también es quien envía al Espíritu Santo, al Consolador, para que seamos atraídos a la luz.
Hoy mencionamos que estos versículos se desarrollan en el contexto de la reunión que mantiene Jesús con Nicodemo. Después de esta charla con Nicodemo, el Evangelio de Juan sigue desarrollándose en nuestro contexto, pero Nicodemo aparece tres veces en total en el Evangelio de Juan y siempre se refiere a Nicodemo como el que había visitado a Jesús de noche. La primera vez que lo vemos es en este contexto que hoy estamos leyendo, cuando aparece por primera vez y viene, este dice: «Este vino a Jesús de noche.» Aparece nuevamente en Juan 7:50: «Nicodemo les dijo (el que vino a él de noche), el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye y sabe lo que ha hecho?» Y por último, aparece en Juan 19:39, cuando disponían el cuerpo del Señor para la crucifixión: «Y también Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y áloe, como de cien libras.»
Ahora, Nicodemo no era ninguna persona anónima. Ocupaba un cargo de gran preponderancia en Israel. Era una persona muy relevante. ¿Por qué el apóstol Juan, entonces, no lo identifica con un apellido, con un sobrenombre? ¿Nicodemo de Arimatea, por decirlo de alguna manera? ¿O Nicodemo el maestro? ¿Por qué siempre tiene que recordarlo como Nicodemo, el que vino a Jesús de noche? Parecería poco práctico escribir cada vez que se refiere a Nicodemo con el hecho de que vino a Jesús de noche. Pero ¿saben qué reina en la noche, hermanos? La oscuridad, las tinieblas. ¿Y saben qué es lo opuesto a la oscuridad y las tinieblas? La luz. La luz.
Y con la luz cierra este pasaje de Juan. Entendemos por estos versículos que leímos recién, hermanos, que Nicodemo incluso fue uno de los que se encargó de sepultar a nuestro Señor Jesucristo tras su crucifixión, y la tradición popular dice que fue un ferviente cristiano en los primeros años de la iglesia. Nicodemo, hermanos, se encontró con la luz, y todas sus obras como fariseo, como maestro, como figura representativa de Israel, sus méritos y sus logros, todo quedó expuesto ante la luz. Y aquello que en las tinieblas le parecía meritorio de un lugar en la eternidad quedó al descubierto, quedó al descubierto como obras malas ante la luz gloriosa de nuestro Señor. Y Nicodemo amó la luz, hermanos, porque ya no trajo sus obras, ya no trajo sus méritos, sino que trajo las obras de Cristo, las obras de Jesús ante Dios.
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Más el que practica la verdad viene a la luz para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Usted sabe, hermanos, que usted tampoco vino a la luz porque sus obras eran buenas. Usted vino a la luz porque la luz vino hasta el mundo y lo atrajo a usted, así como los insectos no pueden resistirse a volar alrededor de los focos en medio de la oscuridad. Así el Espíritu Santo hizo que usted no pueda negarse a venir a la luz, desechando todas sus obras y trayendo las obras perfectas de Jesús.
Ahora usted y yo, hermanos, fuimos iluminados por la misma luz que fue iluminado Nicodemo de la misma manera. Y no solo fuimos iluminados; esa luz ahora está en nosotros por el Espíritu Santo, y ahora nos toca ser luz, iluminar a los demás con la luz de Cristo. Y esto nos lleva al tercer y último concepto de hoy: Jesús nos convierte en luz. Jesús nos convierte en luz.
Mateo 5:14. Acompáñenme a Mateo 5:14. Recuerden que Jesús es la luz divina. Jesús nos atrae a la luz, y Jesús nos convierte en luz. «Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» Nuestras buenas obras hechas en Dios con un propósito: para que glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.
Ahora nosotros, hermanos, tenemos esa luz y debemos andar en luz, siendo luz para los demás. Ser luz en el mundo significa que no solo somos receptores de la luz, sino que también somos portadores de esa luz. Iba a usar la ilustración de un espejo en el sol que refleja la luz, pero esta ilustración no sirve, hermanos, no sirve, porque el espejo no tiene luz propia. Los rayos del sol rebotan en el espejo, y la Palabra de Dios nos dice que somos luz, que nosotros somos luz. La luz está en nosotros y de nosotros debe irradiar al mundo. Ya no podemos tener preocupación solamente por nosotros mismos, sino que tenemos que vivir también para los demás. Debemos tener a alguien a quien dar esa luz y hacerlo con amor.
Elon destaca, Charles Spurgeon destaca: «El objetivo de nuestro alumbre no es que los hombres vean lo buenos que somos, ni siquiera que nos vean en absoluto, sino que vean la gracia en nosotros y a Dios en nosotros y clamen: ‘¡Qué Padre han de tener estas personas!'» No es esta la primera vez que en el Nuevo Testamento se dice que Dios es llamado nuestro Padre. No es singular que la primera vez que eso se menciona sea cuando los hombres ven las buenas obras de sus hijos.
El que alumbra a los demás, hermanos, el que alumbra a los demás con la luz de Cristo, ¿saben qué es lo que está haciendo? Está practicando la verdad. Está practicando la verdad. Y quiero que nos detengamos en este detalle: Jesús, en Mateo, no nos dice que tratemos de convertirnos en luz. «Los animo a convertirse en luz.» No. Él dice: «Ustedes son luz.» No es que ustedes pueden ser que se conviertan en luz. Ustedes son luz. Pero la orden es que seamos una luz útil, una luz eficiente, que refleje a Dios. Ser la luz del mundo tiene que manifestar la gloria de Dios en nosotros. Esa es la orden. No es un pedido, no es un ruego. Es una orden, un mandato de nuestro Señor, nuestro Salvador, que nosotros tenemos que cumplir.
Hermano, usted recibió un regalo enorme con una misión, y usted debe cumplir con su misión: presentar la luz de Cristo al mundo y esperar a que, una vez acabada la obra, podamos estar en presencia de la luz perfecta por toda la eternidad, donde ya no habrá sombras ni tinieblas, sino que la luz de todo el Todopoderoso va a cubrir cada rincón de la ciudad eterna. En la eternidad. Apocalipsis 21:23, Apocalipsis 21:2 dice: «La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, porque allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.»
La nueva Jerusalén se describe, hermano, como una ciudad que no necesita ni sol ni luna para brillar, porque la gloria de Dios ilumina todo. Dios con su pueblo, liberándonos de la oscuridad y del sufrimiento. Providencialmente, el himno que hoy habría de esta reunión decía: «Ya no habrá necesidad de la luz y el resplandor. Ni el sol dará su luz, ni tampoco su calor. Allí llantos no habrá, ni tristeza ni dolor, porque entonces Jesús, el Rey del cielo, para siempre será el Consolador.»
Hermanos, esta es nuestra esperanza: que algún día estemos presentes ante aquella luz gloriosa, hermano, disfrutando de la presencia de la gloria de nuestro Señor, de nuestro Padre. Y mientras tanto, cumplimos con la misión que Dios nos encargó, siendo luminarias para este mundo, para un mundo que está en la oscuridad. Hermanos, porque por su misericordia vino la luz al mundo. Por su misericordia, hermano, fuimos atraídos a la luz. Y por su misericordia, ahora, hermanos, somos luz. Que el Señor nos ayude a cumplir con este desafío de ser luz al mundo, como lo fue Él para nosotros. Amén.