UNA OBRA BUENA CON UNA MOTIVACIÓN MALA (Jn 2:22-30) – 04/08/24

Transcripción automática:

Y quiero que me acompañen al capítulo 3 del Evangelio de Juan, en el versículo 22. Juan 3:22 dice nuestro texto: «Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea y estuvo allí con ellos y bautizaba. Juan bautizaba también en Enom, junto a Salim, porque allí había muchas aguas y venían y eran bautizados, porque Juan no había sido aún encarcelado. Entonces hubo discusión entre los judíos y los discípulos de Juan acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: ‘Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza y todos vienen a él’.»

Respondió Juan y dijo: «No puede el hombre recibir nada si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: yo no soy el Cristo, sino que soy el enviado delante de Él. El que tiene la esposa es el esposo, pero el amigo del esposo que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe.»

Amén. Nuestro texto, hermanos, comienza diciendo: «Después de esto, vino Jesús y sus discípulos a la tierra de Judea». ¿Después de qué? Bueno, si nos vamos unos versículos antes, vemos que hay una amplia y profunda conversación con un fariseo llamado Nicodemo, a quien Jesús le dice: «Os es necesario nacer de nuevo». Esta conversación le revelaba a Nicodemo que el nuevo nacimiento es en el espíritu y no en la carne, que es un don de Dios y que se expresa solo por fe. Estamos ante un hombre que confiaba en sus méritos para hallar salvación, confiaba en sus obras. Estamos en los primeros pasos del Ministerio de Jesús y Él está haciendo sus primeras señales: convirtió el agua en vino, purificó el templo y estas señales empiezan a llamar la atención de los judíos. Es por esto que Nicodemo se había acercado para hablar con Jesús. Bueno, tras estas primeras señales, Jesús se aparta y se va a la misma zona donde se encuentra Juan el Bautista, y ahí es donde llegamos al texto que hoy estamos leyendo.

La primera etapa de este texto nos describe la situación, nos ubica geográfica y temporalmente con Jesús y con Juan, juntos trabajando en la expansión del mensaje del arrepentimiento y de salvación. Y hay una situación que se desata, un conflicto, y hay una respuesta a este conflicto, y de eso se trata este texto. Ustedes saben, hermanos, que el Evangelio de Juan es único, no solo por su estructura y por su mensaje, sino también porque relata hechos que no se registran en los otros tres evangelios, los evangelios sinópticos. Solo Juan relata la conversión del agua en vino, solo Juan relata la conversación que tiene con Nicodemo, solo Juan relata el encuentro que tiene con la mujer samaritana y solo Juan registra este momento en el que Jesús y Juan están prácticamente juntos evangelizando y bautizando. Los otros tres evangelios nos dan la idea de que inmediatamente después del bautismo de Jesús, Juan es encarcelado, pero este evangelio nos describe que aún no había sido encarcelado y es por esto que este pasaje lo relata. Es el único evangelio que resalta esta situación.

Jesús se instala en la misma zona donde estaba Juan el Bautista, predicando y bautizando. Era una zona donde el texto nos dice que había muchas aguas. Jesús se queda allí y, si bien el texto nos dice que Jesús estaba bautizando, en realidad lo hacían sus discípulos y esto se aclara en el capítulo 4, en los versículos 1 y 2, donde dice: «Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan, aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos». Eran los discípulos de Jesús quienes bautizaban, pero más allá de este detalle, el texto señala que Jesús y sus discípulos estaban colaborando en la expansión del Evangelio y que Juan el Bautista continuaba con su trabajo de predicar a Jesús, pese a que el Mesías ya se estaba manifestando en el mundo. La obra crecía y, como cada vez llegaba más gente, tenían más trabajo. Así que la suma de Jesús y de sus discípulos, hermanos, era la ayuda perfecta. Asumo que los discípulos de Jesús no bautizaban a los mismos creyentes que ya había bautizado Juan, sino que enseñaban y bautizaban a nuevos creyentes. Así que el trabajo del Señor estaba sumando.

Si vamos al Evangelio de Mateo, vemos que Jesús, desde el principio de su ministerio, llevaba el mismo mensaje que Juan. Mateo 4:17 dice: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». El mismo mensaje que Juan el Bautista. Recuerden que Juan el Bautista movía a una multitud importante y ahora comenzaba a oírse que había un nuevo maestro que enseñaba con una doctrina radical, que estaba haciendo señales y que aún convertía el agua en vino, que había purificado el templo y que había echado a los mercaderes y a los comerciantes. Esto, seguro, hermanos, atrajo a más gente a la zona donde ellos estaban predicando. Imagínense a una multitud llegando, confrontada por el mensaje de Juan, confrontada por el mensaje de Jesús, cada uno en su zona. Algunos recibían el mensaje con humildad, otros quizás se levantaban, quizás insultaban, quizás se iban. No estamos hablando de un ambiente tranquilo y silencioso como puede ser un templo, como puede ser una reunión de un culto. Era un ambiente con mucho movimiento. Y si a eso le sumamos que no había equipo de micrófono, no había parlantes, no había amplificación, eso hacía que cada ayuda que pudiera llegar fuera más que necesaria. Ambos estaban llevando, hermanos, el mismo mensaje, tenían la misma misión: estaban predicando el mensaje de arrepentimiento para salvación.

Qué bueno, más obreros para la mies, ¿verdad? Bueno, esto deberían haber pensado los discípulos de Juan el Bautista, pero ellos no vieron en Jesús una ayuda que sumaba, ellos no vieron eso. Ellos vieron en Jesús y en sus discípulos la competencia. Dice el versículo 25: «Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: ‘Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza y todos vienen a él'». Los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre cuál fue el conflicto que hubo entre los judíos y los discípulos de Juan con respecto a la purificación, pero una de las propuestas podría ser que los judíos cuestionaban si el bautismo de Jesús era mejor que el bautismo de Juan, o si los que eran bautizados por Juan también tenían que ser bautizados por Jesús. Quizás hubo comentarios despectivos por parte de los judíos, no sabemos: «El bautismo de Jesús es mejor que el de Juan, por eso todos están yendo con Jesús». Podría ser, son teorías, pero lo importante aquí, hermanos, es que esto enervó el ánimo de los discípulos de Juan, que vienen a reclamarle a su maestro: «Rabí, este que estaba contigo…». Fíjense el ánimo despectivo, ¿se dan cuenta? «Este que estaba allá», no mencionan ni su nombre: «Ese tipo, ese del que vos hablaste, también ahora viene acá y nos saca toda nuestra gente. Todos vienen a él».

Ese era el motivo de la molestia. Puede sentirse, hermanos, en el texto el reclamo de los discípulos: «Habla este tan bien de Él, que hasta Andrés y Juan, que estaban con nosotros, que eran nuestros discípulos, ahora se fueron con Jesús y ahora son discípulos de Jesús. Este está armando su ministerio a nuestra costilla. Vos le diste alas y ahora nos quita nuestra gente. Todos van a Él». Podríamos decir que los discípulos sentían que su maestro había sido burlado. Como se dice vulgarmente, «le dio de comer a quien le mordió la mano», ¿verdad? Juan era el que estaba autorizado a bautizar, y ahora viene Él y también bautiza. Nos abrió una sucursal ilegal.

Evidentemente, hermanos, no era un comentario informativo: «Maestro, por si no sabes, ese que era tu amigo está allí haciendo lo mismo que nosotros. Nos está pateando la…». No, no, no. Juan sabía perfectamente, estaba enterado de todo lo que estaba haciendo Jesús. Los discípulos no venían a informar, venían a reclamar. Quizás esperaban que Juan se levantara y fuera y le ordenara a Jesús: «Hermano, estamos acá en la misma zona. Ándate a otro lugar, ándate a otro pueblo. Hacé algo, Juan, porque este Jesús, por tu culpa, ahora se está llevando todo nuestro esfuerzo». Ellos pensaban que el ministerio de Jesús estaba creciendo, estaba siendo prosperado porque Juan había dado buen testimonio de Él. Y es casi como que le culpan al profeta por haber propiciado todo esto.

En estas palabras de los discípulos podemos ver que están cargadas de resentimientos, de chismes, de orgullo, de envidia, de celos, todas obras de la carnalidad. Pero, por sobre todo, hermanos, de un desconocimiento total de la misión que ellos tenían. ¿Cuál era la misión que ellos tenían? Anunciar al Mesías para que cuando Él llegara, la gente lo siguiera. Anunciar al Mesías para que cuando Él llegara, la gente lo siguiera. Y ahora que el Mesías llegó, se enojaron con el Mesías porque anunciaron bien al Mesías y ahora la gente seguía al Mesías. ¿Se dan cuenta lo ridículo de todo esto? Tenían que estar felices, hicieron bien su trabajo, pero en lugar de alegría había enojo. En lugar de alegría había enojo.

¿Y por qué los discípulos tenían esta actitud tan reprochable? Si hay algún fariseo en nuestros bancos de la iglesia diría: «Y sí, seguro, mucho anunciar a Jesús, mucho anunciar a Jesús, pero se olvidó de discipular a sus discípulos. No sabían ni cuál era su misión, por eso fracasaron». Yo no creo eso, hermanos. ¿Saben por qué actuaron así? Porque son humanos, porque son personas caídas que han creído, pero aún batallan con sus conductas carnales, como usted y como yo. ¿O acaso usted, hermano, siendo cristiano, discípulo de Cristo por años, no suele actuar con un poquito de envidia, celo, carnalidad? Todos estamos en esta situación. Incluso en cuestiones que involucran a la obra del Señor, lo que logramos en el ámbito secular o en el ámbito del servicio del Señor nos llena de orgullo, y nos apropiamos de lo que nos genera orgullo y nos olvidamos para quién estamos obrando, o para quién estamos sirviendo, o a quién le debemos todo lo que tenemos, y terminamos añadiéndole conductas pecaminosas para defender lo que supuestamente nos pertenece.

Motivos para tener estas conductas, hermanos, sobran. Pero lo cierto es que podemos perder el foco al igual que los discípulos de Juan. Ellos, en lugar de ver la ayuda para la expansión del Evangelio, veían en Jesús la competencia. En lugar de glorificar al Mesías, lo estaban criticando. ¿Por qué? Porque Jesús estaba llevando sus logros, y sus logros tenían que ser para Jesús. Estos hombres, hermanos, estaban construyendo una iglesia para sí mismos y no para Cristo. Y no para Cristo. Ellos estaban trabajando para la expansión de la obra, pero al mismo tiempo tenían la intención de llevarse la gloria para ellos. ¿Qué reclamaban implícitamente? ¿De qué se quejaban? «Son nuestros discípulos, son nuestros miembros, es nuestro esfuerzo, es nuestro mensaje». Pero que la gloria sea para el Señor, ¿verdad? Esa doble conducta: es todo yo, hermanos, es todo yo. Son mis méritos, es mi ego, para mi carne, para mi gloria.

¿Se dan cuenta, hermanos, de que podemos estar sirviendo a Dios con las motivaciones equivocadas? ¿Se dan cuenta de que podemos llevar años de vida cristiana, pero nuestro corazón puede estar en contra de Dios? La obra puede ser buena, pero las motivaciones equivocadas. La obra puede ser buena, pero las motivaciones malas. Estos discípulos, hermanos, estaban al servicio de Dios, pero al mismo tiempo se levantaban en contra de Dios con su servicio. Ahora entienden, hermanos, por qué nuestra salvación no puede ser por obras. No puede ser por obras, porque aún nuestras obras en el servicio a nuestro Dios están cargadas de pecado. Nuestras obras, con la mejor de las predisposiciones que podamos tener, pueden estar cargadas de un corazón malicioso y perverso. Por eso nunca puede ser por obras, nunca. Porque somos personas caídas. Hasta lo que supuestamente hacemos para la gloria de Dios esconde el deseo de nuestra propia gloria. Siempre es así. Con la misma obra que servimos a Dios podemos estar pecando en contra de Dios.

Los discípulos de Juan vienen con un ataque directo y contundente, pero este reclamo, hermano, no es espiritual. Este reclamo no es espiritual. Son flechas cargadas de carnalidad, flechas cargadas de carnalidad. Pero el eje de esta exposición, de este sermón, hermanos, no es la reacción de los discípulos de Juan en contra de su maestro, sino la reacción del mismo Juan. ¿Cómo respondió? Y eso es lo que quiero que veamos en lo que queda del texto y donde quiero detenerme para explicar en profundidad. Versículo 27 dice: «Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada si no le fuere dado del cielo». Juan comienza primero destacando la soberanía del Señor. «Él no está creciendo porque yo le di alas, él no está creciendo a causa de mi obra. Él está creciendo porque Dios está gobernando y es Él quien determina quién va a recibir cada cosa». Fíjense que Juan lo primero que hace es hacer que sus discípulos pongan sus ojos en el Señor de la obra. «Recuerden para quién trabajan, recuerden para quién hacen el esfuerzo, recuerden a quién anuncian y recuerden, por sobre todo, quién es soberano».

Luego pasa a resaltar la finalidad de su ministerio, que era anunciar la llegada del Mesías llamando al arrepentimiento. «Vosotros mismos me sois testigos de que dije: yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él. Yo no soy nada, soy solo el mensajero. Esta fue la base de mi ministerio, queridos discípulos, desde que ustedes comenzaron a seguirme. Entonces, ¿cuál es el problema de que todos vayan a Él si a todos anunciamos el mensaje de arrepentimiento para que cuando Él llegue todos vayan a Él?».

Recuerdan en el capítulo 1, en el versículo 22, viene una comitiva de fariseos para saber quién era el que estaba bautizando en el desierto. Vayan conmigo a ese pasaje, un par de capítulos antes. Capítulo 1, versículo 22 dice: «Le dijeron, pues: ¿Quién eres, para que demos respuesta a los que nos enviaron? ¿Qué dices de ti mismo?». «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Y los que habían sido enviados eran de los fariseos, y le preguntaron y le dijeron: «¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió diciendo: «Yo bautizo con agua, mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado». Ese era el mensaje de Juan el Bautista. Siempre fue el mensaje de Juan el Bautista. Pasó todo su ministerio, hermanos, preparando el camino para el Mesías. Y ahora el Mesías estaba ahí, en frente de ellos. Por eso era una contradicción enojarse por Aquel a quien habían trabajado y a quien habían anunciado todos estos años. Se estaba cumpliendo y se estaba confirmando el anuncio de Juan el Bautista.

Saben, hermanos, nuestra carne nos lleva muchas veces a quitar la mirada del Señor y fijarnos en nosotros mismos. Y cuando nuestra mirada está puesta en nosotros mismos, ya no buscamos la gloria para nuestro Dios, sino que buscamos las recompensas para nosotros. El eje cambia cuando hacemos esto y ya no gira en torno a Jesús, sino que empieza a girar en torno a nosotros. Y esto, hermanos, es más que peligroso.

Juan nunca perdió su norte, nunca perdió su objetivo, la razón de su misión. Cuando analizamos esta visita que tuvo de los fariseos, cuando llegaron a preguntarle quién era él, sabemos que Juan tenía suficientes méritos para jactarse ante esta comitiva. Era de linaje sacerdotal, su padre estaba siendo sacerdote aquel año que anunciaron su nacimiento. Tenía un ministerio que movía una gran multitud. Dice el Evangelio de Mateo que salían a él toda Judea, toda Jerusalén y todas las provincias alrededor. Tenía un ministerio próspero. Hasta su nacimiento, hermanos, tenía elementos para jactarse. Su nacimiento fue anunciado como un milagro por nada más y nada menos que un ángel.

¿Se imagina usted si supiera que un ángel se le apareció a su padre para anunciar su nacimiento? Dígame que no se sentiría especial, incluso superior. “¿A vos te anunció un ángel? No, a mí sí.” A usted y a mí nos llenaría de orgullo, de vanidad. A Juan, no. Este profeta que vivía en el desierto, hermanos, nunca se olvidó para quién y para qué trabajaba, a quién anunciaba. Y para ilustrar mejor a sus discípulos descontentos que venían a traer este reclamo, Juan usa una alegoría que ellos conocían muy bien y que al mismo tiempo estaba cargada de referencias a la obra de Jesús.

Versículo 29 dice: “El que tiene a la esposa es el esposo; más el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido.”

Hermanos, en el pueblo de Israel las bodas tenían una extensión bastante larga y era costumbre que el novio llegara hasta la casa de la novia para la unión matrimonial. ¿Se acuerdan de Mateo 25, que describía la parábola de las diez vírgenes que salían a recibir al esposo? Era toda una procesión que partía con el viaje desde la casa del novio hasta la casa de la novia, y esa procesión ya era una fiesta en sí, ya estaba cargada de alegría, de música. Era normal que los amigos del esposo lo esperaran en el camino. Los amigos del esposo, cuenta la tradición, jugaban un papel fundamental para el relacionamiento con la familia de la novia. Hacían de mediadores para el novio, y obvio que cuando oían la voz del novio que venía a lo lejos y la procesión que se acercaba, los amigos se alegraban. Todo el trabajo estaba cumplido. Ellos trabajaron para que ese matrimonio se logre, y ahora se estaba logrando.

Juan utiliza esta ilustración para compararla con su ministerio. Su trabajo era disponer a la esposa, la iglesia, para el novio. Para eso trabajó, para eso se dispuso todos estos años, para tener un pueblo arrepentido, una esposa, una iglesia. Y ahora frente a él está el esposo, Jesús, y Juan se da cuenta de que su obra está completa. Y eso le llena de alegría, aunque al mismo tiempo también está anunciando el final de su ministerio.

Los discípulos de Juan, hermanos, debían ayudar al profeta a unir al novio, Jesús, con la esposa, su iglesia, y también deberían estar felices. Pero en lugar de eso, estaban boicoteando la boda. Como dice Calvino, es como que hoy el padrino de la boda esté celoso porque los novios se están casando. Pero, ¿saben por qué le llenaba de alegría esto a Juan? Porque él nunca perdió el objetivo de su trabajo. Nunca. Dio una respuesta magistral, dio una respuesta con un gran ejemplo de humildad y despojo propio.

Mientras que los discípulos reclamaban porque pensaban que toda esta gente que se iba era fruto de su esfuerzo y de sus logros, Juan comprendía que todo lo había provisto el Señor. ¡Qué gran ejemplo para imitar, hermanos! Nosotros tampoco debemos olvidar que nuestros logros son simplemente una muestra de la providencia y de la misericordia de Dios. ¿Tienes un talento? No es un logro tuyo, Dios te lo dio. ¿Tienes un buen pasar económico? No es porque eres un capo o una capa en los negocios. ¿Tienes salud? No es porque llevas una vida fitness y de ejercicios, es la mano del Señor encima tuyo. Siempre. ¿Y para qué? Para que glorifiquemos a Dios por su misericordia y veamos a Jesús también en esos logros.

Ahora, cuando hablo de anunciar a Jesús, no hablo solo de evangelizar presentando la palabra, el mensaje de salvación. Hablo también de presentar a Cristo, de reflejar a Cristo en todos los ámbitos de nuestra vida. Y ojo, nada reemplaza al evangelismo por medio de las verdades bíblicas, nada. Cristo tiene que ser presentado con el evangelio. Pero en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestros negocios, en nuestra integridad, en nuestra conducta, los demás también deben ver la obra de Cristo en nosotros. Todo lo que hagamos debe anunciar a Cristo, que vive para Él y que Él vive en nosotros.

Y yo pregunto: ¿Todo lo que haces anuncia a Cristo o te anuncia a ti? ¿Todo lo que haces anuncia a Cristo o te anuncia a ti? ¿Ese nuevo trabajo, ese puesto que lograste, lo lograste gracias a Dios o porque no había nadie más capacitado que tú para ese puesto? ¿Ese aumento de sueldo es una muestra de la providencia de Dios o porque eres el más disciplinado, el que más está comprometido con el trabajo? ¿Ese logro académico, ese título, esas notas en el colegio, es porque Dios te dio la sabiduría o porque te esforzaste, eres aplicado, aplicada, responsable? ¿Tus hijos, obedientes en la palabra, es porque les enseñaste desde pequeños el respeto y la responsabilidad, o porque Dios en su gracia los llamó para salvación?

Se dan cuenta de que queremos muchas veces quitar méritos de nuestras obras, sacándole la gloria a Dios.

Son solo unos ejemplos, pero constantemente buscamos nuestra propia jactancia: yo, yo soy. Y Jesús cierra este mensaje, este pasaje, con una frase cargada de nobleza y de humildad: «Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe.»

El profeta, hermanos, detiene estas flechas de sus discípulos, estas flechas carnales, con el escudo del Espíritu. Juan había llevado el mensaje por mucho tiempo a miles de personas; tenía un ministerio poderoso, un ministerio grande. Salían de todas las ciudades alrededor a escucharlo. Él estaba en la cima de su ministerio, pero cuando llega Aquel a quien había anunciado, al Mesías, al Salvador del mundo, él se rinde completamente a Él, dándole todo reconocimiento, toda gloria, sin pedir nada a cambio, nada. Ni siquiera compartir protagonismo ni méritos, nada. No dice: «Mira, toda esta gente es la que yo te preparé. Este es el fruto de mi trabajo.» No dice eso. Es necesario que Él crezca y yo mengüe. A mí, esta frase me da la idea del que se pierde lentamente en la sombra con una sonrisa y con el sentimiento del deber cumplido.

Fíjense lo que continúa diciendo Juan a partir del versículo 31: «El que de arriba viene es sobre todos; el que es de la tierra es terrenal y las cosas terrenales habla. El que viene del cielo es sobre todo y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio atestigua que Dios es veraz, porque aquel a quien Dios envió, las palabras de Dios habla, pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.» Soberanía total de Dios, soberanía total de Dios.

¿Se dan cuenta que el mensaje del profeta ya no es «enderecen sus caminos» porque Cristo ya vino? Ahora exhorta a que crean y que reconozcan que Él es enviado de Dios para salvación y para perdón de los pecados. Antes anunciaba «ya llega», ahora anuncia «crean porque ya vino». Su vida, hermanos, su mensaje, su misión siempre giró en torno a Jesús y no en torno a él. Siempre buscó glorificar a Jesús y nunca glorificarse a sí mismo. Es necesario que Él crezca y que yo mengüe. No se ve a Juan buscando grandeza propia, nunca dice: «Ven, lo que les dije. Yo les avisé que iba a venir y ahora vino.» Ninguna gloria para él, ninguna. Y déjenme decirles, hermanos, que nosotros tenemos que hacer propia esta frase en nuestras vidas. Tenemos que hacer viva esta frase en nosotros, donde no busquemos apropiarnos de la gloria de nuestro Salvador, donde no pretendamos compartir o apropiarnos de los méritos de Cristo, sino que pelear contra nosotros mismos, hermanos, para que Él crezca en nosotros y nosotros mengüemos, que nuestra carne, nuestro yo, sea cada vez menor, cada vez menor.

Pablo escribió en Gálatas capítulo 2, versículo 20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.» Hermanos, deshagámonos de esa actitud pecaminosa de querer quitarle la gloria a Dios para lucirnos nosotros por méritos que no tenemos. ¿Saben por qué los discípulos de Juan actuaban así? Porque había mucho «yo» en ellos y poco Jesús, poco Jesús.

Nuestro trabajo no difiere mucho, hermanos, de lo que tenía que hacer Juan el Bautista. Nosotros también estamos llamados a evangelizar como lo hizo Juan. Pedro, en su primera epístola universal, en el capítulo 2 dice: «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.» Pablo escribe a los Filipenses en el capítulo 1, versículo 15: «Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda, pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones, pero los otros, por amor, sabiendo que estoy puesto para defensa del Evangelio. ¿Qué, pues? No obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo y me gozaré aún.» Nuevamente, dos personas, dos tipos de personas, una misión y diferentes motivaciones. Anunciaban para generar aflicción y otros anunciaban a Cristo por amor. Ambos anunciaban a Cristo y Pablo se gozaba en que Cristo era anunciado, pero las motivaciones de ambos eran muy opuestas. Estos dos grupos chocaban entre sí en cuanto a su motivación. El evangelio debe ser anunciado, hermanos, y su trabajo y mi trabajo es llevar este mensaje de salvación a las naciones perdidas, ser el reflejo de Cristo en palabras y en hechos.

Está en sus manos, hermanos, y esto nunca tenemos que olvidar: presentar la única alternativa para pasar de muerte a vida, de condena a salvación. En sus manos está presentar a Jesús. Por eso, tenemos que tener mucho, mucho cuidado, hermanos, de no caer en el error que cometieron los discípulos de Juan, que perdieron el norte y, aunque bien anunciaban a Cristo, pretendían que la gloria sea para ellos y no para Cristo. Usted y yo, hermanos, tenemos que vivir para Cristo y debemos vivir como Cristo, no buscando nuestra gloria personal, no queriendo apoderarnos de los méritos de Cristo, sino viviendo para Él, para que Él sea glorificado. Hermanos, nuestras obras pueden ser buenas, pero si nuestra motivación es mala, podemos ser hallados trabajando en contra de nuestro mismo Dios a quien decimos servir. Apliquemos este mensaje, hermanos, a todos los planos de nuestra vida: sea que estemos evangelizando, sea que estemos trabajando para la obra, sea para nuestra familia, sea en nuestro trabajo, sea donde sea, que cada logro que obtengamos, que cada mérito obtenido, que cada paso que demos, nuestro Salvador sea glorificado, que nuestro Salvador sea exaltado, que nuestro Salvador sea anunciado. Si vivimos para Él, hermano, que sea para Él, y si morimos, que sea para Él. Pero que Él crezca y que yo mengüe. Amén, amén.

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