UNA SITUACIÓN, UNA CONVERSACIÓN Y UNA REVELACIÓN IMPENSABLE (Jn 4:1-42)- 25/08/24

Transcripción automática:

El pasaje sobre el cual vamos a meditar en esta mañana solo se encuentra en el Evangelio de Juan. Este es un acontecimiento que relata el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Algo que tiene de particular el Evangelio de Juan es que no menciona muchos hechos que sí registran los Evangelios sinópticos. Siempre lo digo, los Evangelios de Marcos y Mateo son los Evangelios sinópticos, y Juan no registra muchos de estos hechos que sí se registran en estos tres Evangelios. Pero en contrapartida, el Evangelio de Juan menciona hechos que solo se encuentran en este Evangelio: la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, el encuentro con esta mujer samaritana, el perdón a una mujer adúltera, el hombre ciego que fue sanado cuando era ciego de nacimiento, el lavamiento de los pies de los discípulos, muchos hechos que solo están relatados en el Evangelio de Juan. Incluso un detalle con el que empieza la lectura que vamos a tener hoy solo se relata en el Evangelio de Juan. Acompáñenme al capítulo 4 de este Evangelio, en el versículo 1.

Juan 4:1 dice: «Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea y se fue otra vez a Galilea». Con esto comienza el texto que vamos a analizar hoy. Este detalle es único porque solo el Evangelio de Juan nos ubica a Jesús y a Juan El Bautista llevando adelante el ministerio prácticamente juntos. Los otros Evangelios dan la idea de que apenas Jesús fue bautizado, Juan ya fue encarcelado. Pero gracias al Evangelio de Juan podemos ver que ambos compartieron trabajo ministerial, y vemos que esto despertó celos por parte de los discípulos de Juan. Eso habíamos expuesto en el último sermón de esta serie secuencial, ¿verdad? ¿Qué había pasado? Vinieron a Juan y le dijeron: «Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a Él». ¿Se recuerdan que había respondido Juan? «Es necesario que yo mengüe, y Él crezca. Es necesario que Él crezca, y yo mengüe». Amén.

Jesús, entendiendo esta aflicción, decide salir de Judea e ir nuevamente a Galilea, y el texto a continuación relata el centro de la exposición de hoy. Vamos al versículo 4: «Y le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dijo: Dame de beber». (Pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer). La mujer samaritana le dijo: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí». Respondió Jesús y le dijo: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías, y Él te daría agua viva». La mujer le dijo: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron sus hijos y sus ganados?». Respondió Jesús y le dijo: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna». La mujer le dijo: «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla». Jesús le dijo: «Ve, llama a tu marido y ven acá». Respondió la mujer y le dijo: «No tengo marido». Jesús le dijo: «Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en esto has dicho verdad». Le dijo la mujer: «Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar». Jesús le dijo: «Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren». Le dijo la mujer: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga, nos declarará todas las cosas». Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo».

En esto vinieron sus discípulos y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: «¿Qué preguntas?» o «¿Qué hablas con ella?». Entonces la mujer dejó su cántaro y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?». Entonces salieron de la ciudad y vinieron a Él. Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: «Rabí, come». Él les dijo: «Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis». Entonces los discípulos decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores». Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: «Me dijo todo cuanto he hecho». Entonces vinieron los samaritanos a Él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron mucho más por las palabras de Él, y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos verdaderamente que este es el Salvador del mundo, el Cristo».

Es un texto un poco extenso, pero es una unidad de pensamiento y de este sermón, de este pasaje, hay una cantidad de aplicaciones enormes. Hay una riqueza de mensajes extensísima. Costó muchísimo tratar de determinar qué mensaje dar porque es impresionante la cantidad de aplicaciones, la cantidad de riqueza que hay en este pasaje. Pero hoy me quiero detener en uno de los aspectos, y vamos a abarcar este texto de una manera más general. El sermón de hoy se centra en este encuentro de manera general y es titulado «Una situación, una conversación y una revelación impensable».

¿Por qué? Porque todo lo que acontece, hermanos, en este relato viene de contramano con cualquier costumbre o valor social de la época. Todo, todo lo que acontece en este pasaje, desde el principio hasta el último versículo que hoy estamos leyendo, era impensable, hermanos, impensable. Y hoy vamos a ir versículo a versículo para descubrir también un resultado que quizás para los hombres también sería impensable.

Dice el texto que le era necesario pasar por Samaria. Y si fuera por una cuestión de acortar camino, sí, le era necesario pasar por Samaria, porque entre la tierra de Galilea y Judea, la línea más recta y por tanto la más corta era a través de la provincia de Samaria. Pero un judío estricto jamás, pero jamás, haría ese trayecto. Jamás un judío comprometido con su religión pisaría suelo Samaritano, y para eso iban a dar una vuelta rodeando toda la provincia, agregando dos o tres días de viaje a su travesía. Entre judíos y samaritanos, hermanos, había un desprecio mutuo, y todo inició apenas murió el rey Salomón. Ahí se origina este problema. Las 12 tribus de Israel, apenas muere el rey Salomón, se pelean y se dividen. De un lado quedan Judá y Benjamín, y del otro se conforma el Reino del Norte con las tribus restantes. Y lo primero que hicieron las tribus del Reino del Norte fue levantar templos y dioses falsos. ¿Para qué? Para separar de sus hermanos del sur.

El desorden espiritual, hermanos, que esto provocó era tal que incluso llegaron a unirse con mujeres extranjeras, contaminándose con ellas, algo que Jehová había prohibido estrictamente. Empezó una rivalidad tal que en varias ocasiones fueron a la guerra unos contra otros. Esta contaminación, hermanos, entre idolatría y promiscuidad sexual, llevó a los judíos a despreciar tanto a los samaritanos que consideraban con más altura moral a un gentil y a un pagano que a un Samaritano. Los odiaban. Para la época en que Jesús decide atravesar por esta provincia, los samaritanos tenían una rara mezcla religiosa entre la Ley de Dios y creencias idolátricas religiosas.

Y aquí, hermanos, encontramos nuestro primer punto impensable que vamos a desglosar hoy: la situación era impensable. Ningún maestro judío, hermanos, ningún religioso de la época consideraría siquiera pisar suelo Samaritano. Primero, para dejar demostrado el desprecio que tenían hacia esta nación, una nación que había abandonado a Dios para ir en pos de dioses falsos, desechando los mandatos de Jehová. Aunque acá podemos ver la doble moral de los judíos, ¿verdad? Porque ellos hicieron exactamente lo mismo. No por nada ambas naciones fueron invadidas, fueron derrotadas, fueron deportadas. Es más, para el tiempo en que Jesús estaba en este mundo de forma física, Israel estaba bajo el yugo de Roma, justamente como una muestra de que la mano de Dios se había apartado de ellos para juicio. Entonces, un judío no pisaría ese suelo como señal de rechazo, pero también no lo haría por una cuestión de reputación. ¿Qué va a decir la gente si paso por ese lugar? ¿Qué van a pensar? Van a pensar que no temo contactar, tocar las cosas impuras que hay y contaminarme. Van a decir que tomo con ligereza mi santidad. Van a pensar que lo que hacen los samaritanos para mí no es tan malo y que apruebo su conducta. Siempre fijándose en las apariencias externas, siempre fijándose en el qué dirán, siempre poniéndose en un pedestal moral para poder juzgar a los demás. Eso era lo que ocurría en el pueblo de Israel en aquel tiempo.

Es por esto, hermanos, que el hecho de que Jesús no haya tenido en cuenta su reputación ni haya evidenciado alguna muestra de rechazo o repudio era algo impensable. Siendo considerado un maestro de la ley, esto era impensable. Recordemos, hermanos, la mayoría todavía no comprendía que Jesús era el Mesías y lo consideraban como un simple maestro de la ley, pero aún un simple maestro de la ley no se iba a exponer a tal situación. Pero la palabra dice que le era necesario pasar por Samaria, y no era por una cuestión de distancia, hermano, sino porque tenía agendado un encuentro con una mujer muy particular, una entrevista que ella todavía no sabía que tendría.

Dice la palabra: «Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces, Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo, y era como la hora sexta». Este pozo, hermano, era un lugar histórico y de gran relevancia para el pueblo de Israel, no solamente como una fuente de provisión de agua. Alrededor de este pozo han acontecido decenas de acontecimientos relatados desde el libro de Génesis. Y fíjense que Juan resalta que era como la hora sexta. Se supone que esto era pleno mediodía. ¿Y qué relevancia tiene la hora? Bueno, era la hora en que más calor hacía y es natural que uno se fatigue mucho. Es así que el texto revela que Jesús estaba cansado del camino y se sentó junto al pozo. El Dios hombre, hermanos, el Dios hombre, padeciendo las mismas aflicciones que los seres humanos: se cansó y se sentó junto al pozo. Para uno natural, esto era algo normal, ¿verdad? Cansarse, buscar una fuente de agua para refrescarse, sentarse junto al pozo era normal. Lo que no era normal es que a esa hora del día haya una mujer sacando agua del pozo. ¿Por qué?, me dirá usted. Bueno, porque normalmente las mujeres coincidían muy temprano para salir a buscar agua o bien caía la tarde. ¿Por qué? Porque era la hora en que menos calor hacía. Esto puede traducirse como que el Señor, en su Divina Providencia, haya hecho faltar el agua para que la mujer tenga que salir a buscar en el horario más incómodo del día o, por motivación propia, decidiera ir a esa hora porque era justamente la hora en que no había nadie en el pozo.

Recuerden que era una actividad casi social para todas las mujeres, ¿verdad? Las vecinas coincidían unas con otras para ir al pozo a sacar agua. Era una tarea reservada exclusivamente para las mujeres. Pero para una mujer con una mala reputación, con un historial de promiscuidad sexual, ese momento social podría convertirse en un tormento, con comentarios despectivos por parte de las otras mujeres, con actitudes de rechazo, con actitudes de desprecio, con actitudes de humillación. Entonces, quizás podría ser mejor ir cuando no había nadie y evitar ese mal momento día a día, ¿verdad?

Es simpático porque los samaritanos eran humillados por los judíos por su conducta moral, pero los samaritanos también podían humillarse unos a otros por su conducta moral. Siempre podemos estar por encima de alguien, ¿verdad?, para ser superiores. Siempre hay alguien más pecador que yo para que yo le pueda señalar con el dedo. Así es, hermanos. No sabemos por qué esta mujer estaba ahí a esa hora del día, pero lo que sí sabemos, hermanos, es que Dios determinó que llegara en el mismo momento que Jesús para dar lugar al segundo punto impensable de esta exposición: la conversación impensable.

Versículo 7: «Vino una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer». Jesús le habla a una mujer. Eso no es impensable, dirán. Bueno, para las costumbres de la época, sí. No era para nada apropiado, según los cánones de la época, que un maestro, un sacerdote, un fariseo o un escriba hablara con una mujer en público. Es más, ni siquiera era costumbre que le hablasen a sus propias esposas en público. Y Jesús le dirige la palabra. Pero no solo eso. Para agregar improbabilidad a este hecho, le habla a una mujer samaritana. Si le hablaba a una judía, podía ser, pero le habla a una mujer perteneciente a una nación cuyo suelo los judíos no querían ni pisar. Si se cruzaban con un Samaritano en el camino, se desviaban con tal de ni siquiera pasar cerca de ellos. Y como si todo esto fuera poco, le estaba hablando a una mujer con una pésima reputación, a una mujer con una vida promiscua, que tiene el doble agravante de ser mujer. Porque si un hombre llevaba una vida desordenada en pecado, la costumbre de la época era mucho más tolerante para un hombre que para una mujer. Esta situación, hermanos, y esta conversación eran impensables, y no solamente para un judío, también para los samaritanos.

Los samaritanos conocían el desprecio de los judíos; lo vivían día a día y respondían de la misma manera, con la misma actitud hacia ellos. Es por esto que en el versículo 9 ella le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy samaritana?», porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí. ¿Qué pasó acá?, se habrá preguntado la samaritana, ya que al encontrarse con un judío lo normal habría sido ver una actitud despectiva, una actitud de desprecio o, por lo menos, un comentario despectivo, un insulto. Era tradicional, era lo típico, era lo que había de esperarse: una cara de asco, un insulto. Pero Jesús se acerca y entabla conversación y apela a su gentileza: «Dame de beber, dame de beber». Y este pedido da pie a una conversación que tiene una revelación impensable.

Respondió Jesús y le dijo: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘Dame de beber’, tú le pedirías, y Él te daría Agua Viva.» La mujer le dijo: «Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo, ¿de dónde tienes el agua viva?» Cuando hablaban de agua viva, se solía hacer referencia al agua que corría, como el agua de los manantiales, de las nacientes, y era considerada un agua de mucho más calidad que el agua estancada de los pozos. Obviamente, Jesús intencionalmente está llevando la conversación al plano espiritual y le hace referencia al Espíritu Santo, al nuevo nacimiento, y comienza a revelarse como el Mesías. Pero la mujer todavía no comprende esto, y ella piensa en hechos lógicos: «Acá tenemos un pozo, es profundo, no tenés con qué sacarla, y me pedís agua. Y encima me decís que vos tenés un agua mejor. ¿Acaso tú eres mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? ¿Acaso vos sos más importante que nuestros ancestros para decir que tu agua es mejor?» Acá hay un claro tono de ironía, un claro tono de sarcasmo.

Versículo 13: «Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.» La mujer le dijo: «Dame, Señor, de esa agua para que no tenga yo sed ni venga aquí a sacarla.» Ahora sí tenés mi atención, habrá pensado la samaritana. Pero ella siempre está mirando en el plano terrenal. La mujer dijo: «Dame de esa agua para que yo no tenga sed y no tenga que venir a sacarla». La samaritana está viendo una solución a sus problemas inmediatos, y Jesús le está diciendo: «El agua que yo le daré será una fuente de agua que salte para vida eterna.» Pero a ella ese tema de la eternidad, de la vida eterna, no le movió ni un poquito. Ella está pensando en tener una solución inmediata a una labor incómoda, terrenal: venir a buscar agua todos los días, cargando cántaros por largas distancias en pleno mediodía y quizás esquivando los insultos o el desprecio de otras mujeres en el proceso. Ella ve una solución a su problema terrenal, y Jesús le está mostrando una solución a su problema espiritual.

¿Cuántos de nosotros, hermanos, nos encontramos así con el Señor? ¿Cuántos de nosotros vinimos buscando quizás una solución a un problema circunstancial? ¿Cuántos de nosotros vinimos con un matrimonio destruido, un problema de salud, un hijo problemático, un problema financiero? Pero Jesús nos da una solución a nuestro problema eterno, no a nuestro problema circunstancial. Nuestros ojos estaban en los problemas terrenales, y Jesús nos muestra nuestro problema en la eternidad. Y a veces tardamos en entender, a veces tardamos en entender que nuestra verdadera necesidad, hermanos, no es saciar la sed con el agua del pozo, sino saciar nuestra sed eterna, nuestra sed eterna. Tardamos en entender, como esta mujer. El corazón de ella todavía no había comprendido la profundidad de la palabra del Señor, de Jesús, del Salvador, y Jesús la confronta directamente con su condición.

Versículo 16: «Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido y ven acá.» Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en esto has dicho verdad.» Su historia moral, hasta este momento de la conversación, hermanos, no estaba en el centro del debate. Pero Jesús dirige la conversación a este comentario incómodo para ella y le hace ver que la conoce perfectamente, aunque nunca jamás habían intercambiado una conversación. Esto le hace caer en la cuenta a la samaritana: es imposible que este hombre, totalmente desconocido para mí, venga y sepa todo lo que yo hice. Fíjense que Jesús no resalta lo bueno que ella haya hecho a lo largo de su vida; Jesús la confronta con lo malo, la confronta con sus pecados, la confronta con su conducta. No dice: «Eres buena en esencia, cometiste errores, pero vamos a resaltar lo positivo y no lo negativo.» No, la confronta con su conducta, pero ojo, tampoco la trata con desprecio por su vida pecaminosa, sino que la lleva a que su propia conciencia responda a su condición: «No tengo marido.» Ella no podía hacer pasar al hombre con quien estaba compartiendo el lecho como su marido, porque ella sabía que esa unión era pecaminosa, ella era consciente de eso. Así también nosotros hoy, hermano. Nosotros, cuando estábamos fuera de los caminos del Señor, vivíamos vidas en pecado y nosotros sabíamos que estábamos haciendo mal, pero tratábamos de cauterizar nuestra conciencia con un montón de justificaciones. Pero en el fondo, nosotros sabíamos que éramos inexcusables.

Le dijo la mujer: «Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.» ¡Qué corte más abrupto del tema, eh! Es como que la mujer trata de dejar de lado esta respuesta de Jesús e intenta desviar la conversación hacia otro lado. ¿Qué le responde Jesús? «Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos. Más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren.» Le dijo la mujer: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga, nos declarará todas las cosas.» Y Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo.»

Expliqué que los samaritanos tenían una religión distorsionada con cultos paganos, ¿verdad? Pero conocían las doctrinas fundamentales del judaísmo, que aún permanecían entre ellos, y una de ellas era la promesa de un Mesías, de un Salvador, del Hijo de Dios hecho carne. Y ella estaba entendiendo ahora que el Verbo de Dios encarnado estaba revelándose frente a ella en su totalidad. Era una revelación impensable, hermanos. ¿Y saben por qué era una revelación impensable? Porque los judíos asumían que la salvación sería estrictamente para los judíos y que ninguna nación extranjera sería beneficiada con la misericordia del Señor. Claro, la salvación viene de los judíos, pero no era exclusiva para los judíos. Los samaritanos habían levantado templos y altares en el monte Gerizim, desechando las adoraciones de Jerusalén, y mientras ellos decían «acá va a venir el Cristo,» los judíos decían «acá va a venir el Cristo.» Jesús trae luz sobre este hecho y dice: «Sí, vendrá allá en Judea, en Jerusalén, pero viene el día en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» Porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren. La adoración ya no va a ser en un lugar físico, dentro de una estructura, sino en espíritu y en verdad. Ya no va a ser externa, ya no va a ser superficial, sino que estará dentro nuestro. El Espíritu Santo, hermanos, va a convertir el cuerpo de cada cristiano en el templo del Señor. Esa es la adoración real que Dios busca.

Y sí, Jesús, hermanos, se estaba revelando a esta mujer samaritana y estaba derribando la barrera de linaje, abriendo la brecha de fe y salvación a una nación que era despreciada. Eso era impensable. Los judíos

acuñaron la doctrina de que ellos eran la nación pura y que solo para ellos era la salvación. Pero ahora tenemos a Jesús en una nación más que despreciada, en una nación más despreciada que una nación gentil, que era repudiada en extremo por los judíos, diciendo: «Está llegando el día en que ya no va a importar la nación desde donde se adore, sino que van a ser llamados judíos, griegos, gentiles, paraguayos, itapuenses, encarnacenos, usted y yo. Estos adorarán al Padre en espíritu y en verdad.»

Hermanos, estamos en el capítulo 4, y este capítulo abre con Jesús conversando con esta mujer, una mujer samaritana, una mujer samaritana y pecadora, lo peor de lo peor socialmente hablando, y Jesús se manifiesta a ella como el Mesías. Y si vamos al capítulo anterior, al capítulo 3, ¿qué encontramos? Encontramos todo lo opuesto. En el capítulo 3 encontramos a Jesús hablando con Nicodemo, un fariseo, un maestro de la ley, un hombre de una reputación impecable, una persona sobresaliente, un principal de Israel, maestro de maestros, lo mejor de las clases judías. A ambos se manifiesta Jesús, a ambos les confronta con su condición de pecado y su incapacidad de salvación por su propio mérito, y a ambos les muestra que solo en Él hay salvación.

Y este Jesús, hermanos, es el Jesús que no solamente rompió el velo que separaba las naciones, también rompió el velo de las barreras entre las clases sociales, entre las clases morales, entre ricos y pobres, entre griegos y judíos. Efesios 2:13 dice: «Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz. Y mediante la cruz, reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca. Porque por medio de Él, los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.»

Aquí está nuestro Señor Jesús ofreciendo gratuitamente, hermanos, su luz en este mundo que está en tinieblas. Y si leemos este pasaje bíblico, encontramos una situación impensable, una conversación impensable y una revelación impensable. También encontramos un resultado para los hombres impensable, porque, hermanos, la palabra de Jesús impacta en los corazones de los afligidos. Y si seguimos leyendo, podemos ver el impacto que este encuentro, esta conversación y esta revelación provocó en esta mujer.

Versículo 27: «En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer. ¿Se acuerdan que les dije que no era común que un maestro de la ley, un erudito en las cuestiones del Señor, hable con una mujer? Sin embargo, ninguno dijo: ‘¿Qué preguntas?’ o ‘¿Qué hablas con ella?'» Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad y dijo a los hombres: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?» Entonces salieron de la ciudad y vinieron a Él.

Y les pido que me permitan pasar a los últimos versículos de este pasaje, desde el versículo 39: «Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: ‘Me dijo todo lo que he hecho.'» Entonces vinieron a Él los samaritanos, y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de Él, y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo.»

Se acuerdan que les señalé que el desprecio entre judíos y samaritanos era mutuo y ahora tenemos a un judío diciendo: «Yo soy El Mesías.» Y tenemos a muchos samaritanos creyendo que verdaderamente Él es el Salvador del mundo, el Cristo. Ellos, hermanos, bien podrían rechazar este mensaje por el simple hecho de que el que les hablaba pertenecía a una nación judía. Estos que siempre nos humillan, estos que siempre nos desprecian, que nos violentan, que nos insultan, ahora vienen a querer traernos un Mesías. Nosotros también podemos esperar, pero El Mesías tiene que venir de nuestra nación, no de este judío. Pero cuando la palabra, hermanos, impacta por el Espíritu Santo en el corazón de las personas, también las barreras del perjuicio quedan anuladas.

Y saben qué estaban haciendo los samaritanos al declarar su fe en Jesús: estaban siendo verdaderos adoradores en espíritu y en verdad. Más la hora viene, y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. La palabra de Jesús, hermanos, el evangelio, el mensaje de salvación, impacta corazones: impactó en esta mujer promiscua de Samaria, impactó en un respetado fariseo llamado Nicodemo, impactó en un publicano llamado Zaqueo, impactó en una mujer adúltera a punto de ser lapidada, impactó en un ciego de nacimiento, impactó en los habitantes de Samaria que creyeron en esta mujer, impactó en vos, impactó en mí. Así como esta mujer samaritana, hermanos, nosotros también fuimos llamados con el mismo mensaje que nos confrontó con nuestros pecados, el mismo mensaje que nos hizo conocer a Cristo, el Salvador, y nuestra verdadera condición de muerte delante de Él. Y este fue el mismo mensaje que nosotros abrazamos para adorarle de corazón con arrepentimiento.

¿Por qué? Porque tales adoradores el Padre busca que le adoren. Saben, en este pasaje podemos identificar dos puntos sublimes. El primero es cuando El Mesías se revela y esta mujer puede ver en Jesús al Hijo de Dios. Ese es el primer punto. Pero el segundo punto sublime de este relato, de este texto, de este pasaje, es lo que la mujer hace con esta revelación. Fíjense, ella no retorna a su casa en silencio y gozosa con esta revelación. No, ella deja todo, va a la ciudad y proclama a todo el pueblo: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?» Se dan cuenta: esa vida pecaminosa que intentaba ocultar a Jesús pasó a ser testimonio de una vida nueva para anunciar que El Mesías había llegado a su vida. «Venid y ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho.» Y justamente lo que había hecho era lo que le avergonzaba y lo que trataba de ocultar. Ahora pasaba a ser testimonio, ahora pasaba a ser la señal de que había nacido de nuevo, y el pueblo que oyó fue pueblo que creyó y fue pueblo que se salvó.

Para cerrar, hermanos, no olvidemos que nosotros alguna vez también estuvimos junto al pozo, con nuestra vida llena de pecado, llena de justificaciones, llena de una religión vacía y alejada de Él. Y ahora es tiempo de ir a contarle al mundo, hermanos, lo que Él hizo por vos y por mí. Que el Señor nos ayude. Amén.

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